La cocina de Jorge Amado. Paloma Jorge Amado, hija del escritor brasileño, en la Feria del libro de Buenos Aires.foto.fuente:Revista ÑA diez años de la muerte de Jorge Amado, la hija del famoso escritor brasileño, recupera historias íntimas de su vida política
¿Qué pasa aquí que todos quieren hablar de política? La pregunta la hace Paloma Jorge Amado, extrañada porque venía a la Feria del libro porteña a hablar de su padre, el famoso escritor brasileño Jorge Amado, y terminó hablando de Stalin. Ella, que se llama Jorge porque su padre quiso que todos sus hijos llevaran su nombre, nació en Checoslovaquia, vive en Río y tiene una larga relación con la Argentina, tema para unas cuantas notas. Como integrante de la Fundación Jorge Amado adelanta algunas ideas para el centenario del natalicio de su padre, que se celebra el año que viene en el magnético Pelourinho, el caso histórico de Bahía. Eligieron celebrar los cien años de su nacimiento y no los diez de su muerte, que se cumplen ahora. Pero también tenía ganas contar de qué van sus libros Paloma, fabulosos ensayos de cocina basados en la obra del autor de Doña Flor y sus dos maridos. "En el exilio mi padre escribió sus textos más políticos, pero incluso en ellos tenía el gusto de su comida en la boca, extrañaba su comida", recordó. Habló de recetas entonces, de sus libros inspirados en la obra de su padre. De cómo fue que investigó qué comían los personajes de Cacau o de Gabriela clavo y canela, de suculentas feijoadas y batapas. Es monumental el trabajo de Paloma, que hasta salió a buscar a las cocineras que conoció Jorge Amado, mujeres centenarias que le traspasaron la historia. Le debemos esa nota a Paloma; ésta, por cuestiones a veces inexplicables, salta de los rituales culinarios afro brasileños a una historia más internacionalista, la de Jorge Amado y el Partido Comunista.
La cocina brasileña está muy presente en la obra de Jorge Amado, ¿qué cosas puntuales la decidieron a dedicar sus libros a esa relación?
En el exilio, mi papá estuvo dos años en París y tres en Checoslovaquia. Llegó en el 48, hasta el 52, y hacía sobre todo tareas partidarias. No podía escribir. Pero al final escribió un libro, Subterráneos de la libertad, tres tomos del que tal vez sea su libro más político. Todo sucede entre San Pablo y Río. Habla de los dirigentes comunistas y es un tanto maniqueísta, oponiendo buenos y malos. Y cuando yo estaba haciendo mi búsqueda veo a un dirigente comunista que le pregunta a la protagonista, una joven también comunista: "¿Oye niña, ya comiste un Batapa?" Ella le responde que no. Entonces él le cuenta que es de Bahía y que va cocinarlo para ella. Cuando leí eso pensé en mi padre, que después de cuatro años viviendo lejos, y enfocado en los temas políticos escribía y seguía con el gusto de su comida en la boca. Extrañaba su comida.
Claro, después él iba a sufrir más por la política que por la comida...
Cuando volvió del exilio en 1952, era tal vez el comunista brasileño con más conocimiento de los dirigentes de todo el mundo. Y ya sufría por no poder escribir, tenía muchas ideas y proyectos pero no tenía tiempo. Unos años después, cuando papá viajó a Moscú para aquél gran congreso en el que Nikita Kruschev denunció (1961) públicamente los crímenes de Stalin, como todos los que participaron de aquello se quedó muy mal. Para ellos Stalin era el padre, era un Dios que caía.
Pero su padre no desconocía lo que había sucedido con Stalin...
No es que el fuera tan inocente como para no imaginar lo que pasaba, ya había visto muchas cosas horribles, incluso en los tiempos de Checoslovaquia. Pero tan es así que cuando volvió a Brasil con las noticias de aquél congreso, una gran parte de los dirigentes comunistas de nuestro país no le creyó. Lo acusaron de inventor, incluso de traición. Y eso pasó con muchos dirigentes y cuadros de Argentina, Brasil y América latina: no creían lo que estaba pasando.
A pesar de todo, el nunca dejó el Partido
Nunca dejó el partido, pero se negó a hacer cualquier clase de tarea, y se dijo que ahora su trabajo era solo escribir. Esto marcó un gran cambio en mi vida. Yo que veía a mi padre 4 o 5 veces al mes, ahora lo tenía todos los días. Se acabaron sus viajes a Moscú, Italia, Argentina, y las vueltas por el mundo entero vinculadas a su actividad en el partido.
¿Cómo procesó él aquel giro?
Hubo una evolución de todo eso, pero él nunca dejó de pensar lo que pensó siempre. Mantuvo sus ideales por la paz, por la igualdad de los hombres, pero ya nunca iba a repetir lo que otros decían, se dedicó a decir lo que pensaba y a pensar con su propia cabeza. Es muy caro, pero vale la pena, me decía. Cueste lo que cueste.
¿Y luego, con la Perestroika, volvió a creer?
En 1987 volvimos a Moscú, cuando le entregaron un doctorado, un homenaje en la universidad. Allí se encontró con todos sus amigos, viejitos como él, con casi ochenta años. La gente estaba muy desesperada. Habían recuperado algo de la libertad, pero ya no tenían contención, ni salud, ni educación, no tenían nada. Volvimos a Brasil y a mi padre se le cerró un ojo, volvió muy mal al ver todo aquello. Vivió la desesperación de entender que todo aquello había sido por nada.
Sin embargo el nunca renegó de aquella historia, lo demuestra lo sucedido con el premio Stalin, que no quiso devolver...
Sí, aunque el nunca tuvo cariño por Stalin. Aquélla vez, le mandaron a decir que le estaban enviando el premio Lenin, pero que debía devolver el Stalin. Y el dijo no. "Manden el Lenin, claro, pero yo no voy a devolver el Stalin, porque eso es parte de mi vida", les respondió. El jamás negó haber creído en Stalin, por el contrario, el dijo que creyó y que luego se decepcionó, que todo fue un horror. Para mi padre que las cosas hayan salido así no significaba que todo se acabara. No todo acabó.
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