Será lanzada en la Feria del Libro, que comenzó esta semanaSergio Álvarez, escritor colombiano que presenta su novela 35 muertos durante la Feria del Libro.foto:Alfaguara.com.fuente:eltiempo.com
Porvenir era una palabra de mala suerte para el protagonista de este libro -de quien no sabremos, en los 35 años que recorre la historia ni en sus 504 páginas, su nombre.
Diez años después de publicar 'La lectora', libro que le dio premios y reconocimiento, el autor bogotano Sergio Álvarez vuelve con '35 muertos', una novela que recorre 35 años del país: de 1965 a 1999. (Vea aquí la entrevista completa con Sergio Álvarez).
Diez años después de publicar 'La lectora', libro que le dio premios y reconocimiento, el autor bogotano Sergio Álvarez vuelve con '35 muertos', una novela que recorre 35 años del país: de 1965 a 1999. (Vea aquí la entrevista completa con Sergio Álvarez).
No sabremos cómo se llama, pero sí que fue un hijo de esas casualidades que crea la violencia de este país, que jugó a ser de izquierda cuando niño, pero de joven prefirió la indiferencia; sabremos que llegó a ser soldado por cuenta de una traba de marihuana, a ser sicario sin éxito y traficante sin darse ni siquiera cuenta; leeremos que perdió a sus papás muy temprano, y a muchos de sus amigos de ese barrio bravo en el que creció. Y que su mala suerte con las mujeres era bien merecida.
La vida de un tipo que atraviesa los más importantes hechos históricos vividos en Colombia de 1965 a 1999. Eso es 35 muertos, el nuevo libro del bogotano Sergio Álvarez, autor de Mapaná y La lectora.
"Es una reconstrucción del país a partir de mí mismo", dice Álvarez sobre esta novela, que le significó 10 años de trabajo. Una década en la que estuvo imaginándola en su cabeza, investigándola por muchos pueblos del país. Y escribiéndola, ya muy al final, durante seis meses de escritura concentrada en una finca.
"Que Colombia es un país inexplicable es una excusa para no contarnos -dice Álvarez-. Puede que haya cosas que no se puedan explicar, pero sí pueden ser contadas".
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Eso es Sergio Álvarez, un contador de historias. Hijo de una maestra de escuela y un hombre "que malgastó su vida, una figura ausente" (como describe a su papá), Álvarez vivió varios de los pasos que recorre el personaje de su novela. Empezó a estudiar Filosofía en la Universidad Nacional, pero se aburrió; muy temprano, y por influencia de su mamá y sus tíos, fue militante del Moir; a los 17 años se volvió vegetariano y se fue a vivir a un ashram (estas comunidades espirituales en las que discípulos siguen a un guía) en el Vichada y allí duró cuatro años. "No sufría ninguna escasez -cuenta-. Los amigos con los que convivía tenían papás ricos que les mandaban cada mes lo necesario. Así lo hicieron, hasta que se cansaron de mantenernos".
Desde muy joven fue un aficionado a la lectura, mucho más que al estudio. Por eso casi no termina el bachillerato y, definitivamente, no acabó la universidad. Empezó a escribir en la adolescencia, pero "bobadas", dice, "lo que todo pelado: poemas para las novias". Después de que el paraíso de Vichada (donde vivían "como ingleses en África") se acabó, empezó a buscarse la vida en diferentes negocios. Montó un restaurante, una litografía, una fábrica de avisos, una empresa de publicidad. En esta última, junto a dos arquitectos, y en lugar de hacer edificios, comenzó a escribir historias que sus socios montaban en cómics. Tuvieron cierto reconocimiento. En una feria del libro, se ganaron un premio por su historia gráfica Contratos anulados.
De alguna manera esos cómics le recordaron la escritura, que había abandonado desde los versos adolescentes. Una noche, Álvarez se encontró con un amigo periodista en un sitio non sancto (prefiere que no sea citado), y este lo conectó con lo que en adelante sería su campo laboral: la televisión. Comenzó a escribir guiones para series televisivas (capítulos de Las ejecutivas, por ejemplo) hasta cuando sintió que no le daban la plata que merecía. La pidió y como se la negaron, renunció.
-Entonces decidí hacerle caso al corazón y a la vida. Y ponerme a escribir literatura -dice Sergio, sentado en la sala de su apartamento en Bogotá, que comparte con su residencia habitual de Barcelona.
Escribió La lectora, la novela que narra la historia de una joven que es secuestrada por un par de delincuentes con el fin de que les lea un libro que contiene unas claves que ellos buscan; obra que llegó a la televisión, fue traducida a varios idiomas y ganó el Premio Silverio Cañada, de la Semana Negra de Gijón. Pero ese palmarés vendría después. Porque antes, Álvarez se paseó con su manuscrito bajo el brazo por unas cuantas editoriales colombianas que se mostraban interesadas, pero le decían que mejor más tarde.
Su mamá, un tanto angustiada con el día a día de su hijo, que para entonces ya sumaba 30 años y tres hijos, le ofreció ayudarlo con la compra de un taxi para que lo trabajara.
-Le recibí la plata de la cuota inicial. Pero con ella me fui a Barcelona -cuenta Sergio.
Llegó con su novela sin editar y sin plata. Buscó a un autor de cómics de quien tenía referencias y se presentó:
-Soy escritor, hago guiones para televisión, he trabajado en publicidad, también he escrito cómics -le dijo Sergio.
El hombre, después de leer la novela, le aconsejó:
-Cuando se presente, sea escritor solamente. Ser tan prolífico pueda que le sirva en su país, pero aquí no.
Después de eso le presentó a los editores de Playboy, donde Sergio empezó a publicar cuentos eróticos (sin haber escrito nunca en ese género). También trabajó como 'negro' en editoriales, hizo cientos de contracarátulas, editó una colección de flamenco... Empezó a sumar experiencia. Siguió otro consejo: escribir una novela juvenil que tal vez tuviera más salida comercial. Así nació Mapaná. Sin embargo, al conocer La lectora, la editorial RBA se interesó primero en publicar esa historia. A partir de ahí, fue otro cuento.
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Vinieron premios, traducciones, versiones para la televisión. Calma económica.
-Lo que me pasó con La lectora me dio pie para dedicarme a escribir otro libro importante -dice Álvarez.
Ese otro libro es 35 muertos. No se trata de un autor prolífico. "No soy de los que piensa que debe hacer libros porque sí, porque ya pasaron dos años sin publicar. Para mí, este no es un oficio burocrático. Uno debe escribir cuando tenga algo que decir, y que ese algo sea divertido", opina.
A esas alturas, ya llevaba cinco años en España y se sentía alejado de su país. No entendía muchos de los procesos que se vivían en Colombia. Así que regresó y empezó a tomar notas de lo que sería esta novela. Recorrió el país. Oyó a la gente, en tiendas, burdeles, panaderías. Donde fuera.
Iba y venía de Barcelona. Tomaba y dejaba el libro. Hasta que se dio cuenta de que tenía entre las manos algo que no podía quedar botado. Decidió enclaustrarse en una finca para acabarlo. Estando allá lo contactó la editorial alemana Suhrkamp, interesada en un libro suyo. Y fue tanto el interés, que el libro salió primero en alemán que en español.
35 muertos es una novela coral que une la historia del protagonista con pequeños relatos de otros personajes que no siempre van en conexión directa con la historia central. Álvarez explica que quiso hacer la historia del protagonista como una novela decimonónica, mezclada con el relato. Dos géneros clásicos, sumados. La quiso fragmentada, con subidas y bajadas, "como el país, una montaña rusa".
Le interesaba mirar la historia de Colombia sin prejuicios, contar cosas que a muchos no les gusta mirar. Ahí están contradicciones tan nuestras como pasar de un bando a otro, de soldado a guerrillero, de guerrillero a paramilitar, por casualidad o conveniencia; como querer a una mujer que debe apresar; como tener que dispararle al que lo algún día fue su amigo; como aceptar que quien le perdona la vida es hijo de un asesino que su mamá amó. Colombia, en 35 años. En 35 muertos.
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