Este artículo revisa a Corferias como sede de la Feria Internacional del Libro de BogotáLogosímbolo de la Feria Internacional de Bogotá.fuente:revistaarcadia.com
Vamos año tras año entendiendo la naturaleza de la Feria Internacional del libro de Bogotá: tiene algo de Feria de Buenos Aires (mucho público, compra al detal), algunas cosas de la de Guadalajara (algo de negocios y encuentros selectos) pero, por supuesto, aún está muy lejos de la madre, la Feria de Fráncfort (negocios, derechos y popstars). No obstante, para no empezar tan pesimista esta columna, la feria colombiana es potencia en el mundo andino. Con todo el respeto que merece esa integración soñada por el Libertador, nada más triste que las ferias de nuestros vecinos inmediatos: Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, países con ferias del libro que no consiguen mover un nivel mínimo de oferta editorial, que no son puntos de encuentro para el gremio y que cargan con una programación cultural desastrosa, con figurones como Walter Riso. La feria de Bogotá no es mala: pasan cosas, hay novedades, encontramos editoriales independientes, vienen figuritas no poco interesantes y, aunque sea un cliché, si uno hace la tarea, siempre se encuentra un buen libro. Claro, faltan más autores-estrella, pero la Feria ha hecho, de la mano de la Cámara, un buen trabajo para repotenciarla a nivel regional.
Sin embargo, creo que aún hay retos y que podríamos hacer escalar más peldaños al evento. Para ello hay que, entre muchas otras cosas, recomponer su forzoso matrimonio con Corferias, los dueños del galpón. Entre otras porque este monopolio ferial va por el camino desenfrenado del lucro y no entiende la especificidad de un evento de carácter cultural, cuya rentabilidad no puede medirse solo en millones pesos. Más que discutir en torno a los precios de alquiler de stands y a los de los tiquetes —ambos excesivos— debería preguntarse Corferias si son suficientes los auditorios, los puntos de información, los cafés y las plazoletas de comidas, esas que hoy en día siguen teniendo en los platicos desechables de lechona recalentada su más atractiva oferta.
Creo que no valen las amenazas de volver a pensar la feria fuera de Corferias. Es decir, pensar en una feria como la de Madrid: gratuita o volcada a la calle; o hacer una feria en una estructura de convenciones que no se sienta, como ocurre en Guadalajara, la primera feria del continente. Aquí, Corferias juega como monopolio y no hay qué más decir, salvo que no escucha, que es una empresa poco cooperativa, que solo se preocupa por vender hasta el agua del baño y que, para completar, es incapaz de leer un discurso aceptable de apertura, razón por la que año tras año debemos cabecear mientras rogamos que acabe rápido el ladrillazo del gerente corferial. ¿Por qué la Feria se inaugura con el discurso del arrendador? Es algo tan absurdo como si en una boda (una boda cara), el dueño de la casa de banquetes hablara antes y más largo que el notario, el cura y los padres de los novios. Quiero pedirle aquí un poco de discreción a Corferias, porque ellos no son el cura, ni el notario, ni los padres, ni los novios de esta boda, una boda que tiene como fin fortalecer los vínculos entre los distintos actores de la industria editorial: autores, editores, libreros y lectores. ¿Por qué más bien no se ocupa Corferias de racionalizar sus costos y de pensar, por ejemplo, en no cobrar a los estudiantes universitarios durante las jornadas profesionales? Que la empresa agite su manida responsabilidad social y que su director asista a la inauguración, pero en silencio.
Por supuesto, no todos los problemas son del banquetero. La Feria arranca, como lo señaló algún editorial recientemente, con un show político que sería un chiste en una feria como las de Bolonia o Nueva York que, comparativamente, son del mismo nivel que la nuestra. Una feria siempre debería arrancar con un escritor, lo que no es sencillo de entender en un país que venera las inauguraciones políticas; una feria debería tener menos eventos, dar relieve a los componentes académicos y literarios, intentar que los autores sean el centro del asunto. Este año, por ejemplo, el discurso del escritor ecuatoriano Abdón Ubidia fue estupendo, pues logró volvernos de nuevo lectores, que, a fin de cuentas, es lo que queremos ser en estas ferias.
Nota. Esta columna no compromete mi presencia en la junta de la Cámara del Libro, ni la presidencia de ASEUC, ni la dirección de la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana ni la vicepresidencia de la junta de administración de mi edificio Hojas de Acanto.
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