Portada.Los límites de la cultura. Alejandro Grimson Siglo XXI 272 páginas.Un ensayo teórico de Alejandro Grimson que pone en escena la potencia de la cultura en tiempos de diversidad y fuerte politización en América Latina
Estamos ante uno de esos libros cuya aparición concita una expectativa inmediata, un interés académico al que rápidamente se suma la posibilidad de recuperar hilos frágiles que ligan grandes debates de época, tramas que, al ser nuevamente interpeladas, amplían los espacios de resonancia, provocan la interdisciplina, y finalmente rebotan en el espacio público y la política. Los estudios culturales fueron en América latina una zona de encrucijadas, de recurrencia intelectual y polémica, casi como expresión de las diferencias culturales inherentes entre el indio, el español, el mestizo, el inmigrante, los híbridos y los nómades, pero también en sus variantes de clase y de género.
El tema cultural sobresale en la producción de esta parte del mundo como legado del tránsito desde los tiempos lejanos de los pueblos originarios, de la colonia, de la Independencia y la formación de las naciones, de los ensayos de las vanguardias políticas y culturales, hasta la reciente internacionalización neoliberal y, por último, la recuperación de un horizonte de integración regional. Es en el camino de una familia de autores y problemas que caracterizan el mundo intelectual del continente donde Alejandro Grimson vuelve a situarse con su flamante libro Los límites de la cultura, en particular en la sección intelectual de los últimos treinta años. Es decir, en una época vinculada a la construcción de un pensamiento del cambio social ligado a procesos democráticos, con fuerte presencia e implantación de redes universitarias formales, de abordaje de los problemas de las fronteras geográficas y sociales que regresan en las migraciones latinoamericanas. Como en su momento Navegaciones de Aníbal Ford, Culturas híbridas de García Canclini, Mundialización y cultura de Renato Ortiz y otros trabajos, este libro, pensado como fuerte intervención teórica, tiene la virtud de reinstalar las discusiones sobre el concepto de cultura, su pertinencia, su imposibilidad, sus carencias y potencialidades, buscando desarmar la separación de esferas analíticas o especializaciones de cartilla que reenvían los problemas de las identidades, de las inmigraciones, de las diferencias sociales y de las políticas públicas que las aluden a compartimentos estancos, a particularismos dispersos.
La diferencia con aquellos ya clásicos, y aquí surge el desafío y la excelencia de Grimson, es que el tiempo que le ha tocado como referencia es, por un lado, de balance de ese corpus interpretativo de la era democrática o de fin de siglo y, por otro, de fuertes vientos de transformaciones y planteos en América latina que vuelven a poner en cuestión las categorías con las que se piensan los procesos culturales.
El indigenismo como elemento instituyente, la integración política como reivindicación de última hora de los estados nacionales coligados, la irrupción organizada del conflicto de clase, el rejuvenecimiento de la sociedad a través de esquemas sexuales, de género y microsociales novedosos. Toda una gama de activismos que anuncian cotidianamente la continuidad de la historia y el malestar en la cultura. Frente a ello, Grimson reivindica la importancia del interculturalismo, el combate a la clausura del devenir social por la vía de la fijación de límites arbitrarios y de la cosificación de identidades. Idiomas, travesías, historias compartidas y desuniones, el mosaico ofrece la diferencia, la multiplicidad, pero también el contexto político. Mientras que el neoliberalismo promovía la diferencia como estrategia de desarticulación, la potencia de una diversidad cultural politizada reside en la capacidad de articular las partes no para enmarcarlas sino para que se encuentren.
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