30.7.10

Hamburgo: La primera gran ciudad que fue aniquilada

Se publica en español el testimonio del novelista Hans Erich Nossack sobre el bombardeo que destruyó Hamburgo durante la Segunda Guerra Mundial

El centro histórico de Hamburgo fue arrasado por los bombardeos de la 'Operación Gomorra', a finales de julio de 1943.- foto:BILDARCHIV PREU.fuente:elpais.com


Por fin iban a poder ir a descansar unos días fuera de la ciudad. Al fin el calor apretaba y, después de aplazarlo varias veces, habían reservado una cabaña en el campo. El escritor Hans Erich Nossack y su compañera dejaban atrás el bullicio urbano de Hamburgo. Ignoraban que de ninguna manera podrían escapar de lo que iba a caer del cielo aquella semana de julio de 1943. "Y de pronto todo parecía bañado por la luz opalina de los infiernos", escribe Nossack en El hundimiento. Lo que contempló fue el mayor bombardeo urbano hasta entonces, que arrasó la urbe y causó 40.000 víctimas civiles y un millón de desplazados. "Para mí, la ciudad se hundió como un todo", sentencia.

Nadie había visto nada parecido. "Asistí a la destrucción de Hamburgo como espectador", comienza su testimonio. Nossack (1901-1977) avistó la incursión desde su cabaña, a quince kilómetros al sureste de la ciudad. Luego regresó y habló con los supervivientes. "Lo que contaban es tan increíblemente aterrador que cuesta entender cómo lograron sobrevivir". El hundimiento es la crónica de la aniquilación de una ciudad y, sobre todo, uno de los escasos testimonios sobre el sufrimiento de la población civil alemana durante la guerra. Ahora se recupera por primera vez en español, traducido por Juan de Sola, en la editorial La Uña Rota.

Todo comenzó la noche del 24 de julio, cuando el cielo de Hamburgo estalló en pedazos. Las fuerzas aéreas de Reino Unido, con apoyo de EE UU, lanzaron la Operación Gomorra (llamada así por la ciudad del Antiguo Testamento que fue devastada por el fuego), un ataque aéreo sin precedentes, sobre la industriosa ciudad del Elba, uno de los mayores puertos del mundo y punto estratégico con astilleros, refinerías de petróleo e industrias metalúrgicas. Esa medianoche los aviones británicos descargaron 2.300 toneladas de bombas incendiarias. Atónito contempló Nossack cómo el horizonte reventaba en un millar de bengalas. "Era como si del cielo cayeran unas gotas de metal candente sobre las ciudades. Más tarde desaparecían tras una nube de humo, iluminada de rojo desde abajo por el incendio de la ciudad."

Tormenta de fuego

Lo peor llegó tres días después. La diabólica intensidad del bombardeo causó un fenómeno imprevisto. Los zonas que ya ardían seguían siendo machacadas una y otra vez con más bombas, de manera que la temperatura se elevó descomunalmente. Los bomberos no podían sofocarlas y el tiempo seco y caluroso hizo el resto. El aire supercaliente lanzó corrientes de fuego de 240 kilómetros por hora, a temperaturas de 800 ºC, y desató un gigantesco tornado de fuego. Es lo que se conoce como feuersturm o tormenta de fuego. Las llamaradas se elevaban varios metros. El petróleo derramado incendió los canales. El asfalto se derritió. La falta de oxígeno y el fuego acabaron con muchos de los que intentaron alcanzar los refugios antiaéreos. La mayoría de víctimas del ataque pereció esa noche infernal.

La breve crónica de Nossack, apenas un centenar de páginas, es un texto pionero de las obras alemanas que medio siglo después, de la mano del ensayo Sobre la historia natural de la destrucción, del novelista alemán W. G. Sebald (1944-2001), darían voz al sufrimiento de la población civil alemana durante la guerra. "La sensación de humillación nacional sin parangón sentida por millones [de alemanes] durante los últimos años de la guerra nunca encontró expresión verbal de verdad, y aquellos directamente afectados por la experiencia ni la compartieron entre sí ni la transmitieron a la siguiente generación", escribe el autor de Austerlitz.

El propio Sebald subrayó el valor testimonial de El hundimiento: "Mérito innegable de Nossack es que fue el único escritor que intentó escribir sobre lo que había visto realmente de la forma más sencilla posible". La devastación de la Operación Gomorra la han abordado de manera exhaustiva durante los últimos años el historiador alemán Jörg Friedrich, en El incendio, y el británico Keith Lowe, en Inferno. The Devastation of Hamburg, 1943. Lowe recoge testimonios escalofriantes. Como el de un ingeniero de vuelo británico que iba a bordo de un bombardero Lancaster. A 17.000 pies de altura divisó cómo una columna de humo les rodeaba. "Podíamos oler claramente... Bueno, era como carne quemada. No es algo de lo que mes guste hablar".

El regreso de Nossack a la ciudad días después fue un peregrinaje apocalíptico. Subido a un camión de refugiados, describe la destrucción del centro histórico. Las hileras de edificios de oficinas de ladrillo rojo en los canales de St Annen, que parecen intactas aunque teme que no sean más que fachadas huecas. Ante el campanario decapitado de la Katharinenkirche, evoca cómo el desaparecido "verde azulado de la cubierta barroca hechizaba las aguas opalescentes del canal. Su mera visión, especialmente en primavera y en otoño, te transportaba a un mundo de ensoñaciones". Entre casas derruidas, puentes partidos y senderos que se abren entre cristales y escombros, Nossack recorre la catástrofe desde la antaño elegante Jungfernstieg hasta la céntrica Hohe Bleichen y los sótanos atestados de cadàveres carbonizados.

Aplastar a la población civil

Aturdidos y desmoralizados, los ciudadanos se sintieron abandonados por las instituciones, que huyeron de la ciudad durante el ataque, según consigna Nossack. Caminando entre la devastación ("todo en un silencio absoluto, sin movimiento ni variación; despojado del tiempo, había devenido eterno"), el novelista lamenta la transformación del carácter de los ciudadanos. "La codicia y el miedo se mostraban con una desnudez impúdica y reprimían todo asomo de ternura". Con todo, admira que la mayoría no busque venganza. Más bien, ven a los aliados y a los atacados como sometidos a las mismas fuerzas destructivas.

Algunos especialistas sostienen que más allá del valor estratégico de la ciudad, el ataque buscaba machacar a los ciudadanos alemanes. "Clara e inequívocamente tenía como objetivo la población civil de una gran ciudad, que fue bombardeada de noche para conseguir su fin, descrito gráficamente en las palabras de sir Arthur Harris [comandante británico de la Operación Gomorra] de 'aplastar al Boche [apelativo despectivo aplicado a la población alemana], matar al Boche, aterrorizar al Boche'. Si la Operación Gomorra ya fue un acto inmoral, cuánto más lo serían Dresde, Hiroshima y Nagasaki", se pregunta el filósofo británico A. C. Grayling en Among the Dead Cities.

Tras la conmoción, que duró ocho días y siete noches, Nossack se sintió impelido a dar testimonio de la catástrofe cuanto antes. "Es cierto que ya han transcurrido tres meses desde entonces -escribió-, pero como la razón no alcanzará nunca a comprender lo que ocurrió ni a preservarlo en la memoria como un hecho real, temo que se vaya desdibujando poco a poco como una pesadilla". Las cifras de la Operación Gomorra serían luego trágicamente superadas por los bombardeos de Dresde, Hiroshima y Nagasaki, pero, como subraya Nossack, "Hamburgo fue la primera gran ciudad en ser aniquilada".

Abducir, cultureta, muslamen, 'jet lag' y obrón están ya en el Diccionario

Las veintidós Academias de la Lengua Española no quieren quedarse "desfasadas" y, además de incluir ese adjetivo entre las novedades que se incorporan hoy a la página web del Diccionario, han admitido voces como abducir, antiespañol y 'jet lag', y otras coloquiales como cultureta, muslamen y obrón

García de la Concha, director de su obra, La Nueva Gramática, de reciente edición.foto:archivo.fuente:adn.es

Estos ejemplos forman parte de las 2.996 enmiendas y adiciones al Diccionario que las instituciones encargadas de velar por la unidad del español han consensuado en los tres últimos años y que "demuestran la viveza del idioma", afirma en una entrevista con Efe el secretario de la Real Academia Española, Darío Villanueva.

La amplia lista de novedades -a la que ha tenido acceso Efe- actualiza en la red la XXII edición del Diccionario, cuya versión electrónica recibe cada día "un millón de consultas", y constituye un adelanto de la XXIII, que se publicará en 2013.

El elevado interés que suscita esa obra esencial de referencia entre los hispanohablantes obliga a las Academias a estar "en el tajo siempre, haciendo aportes continuos para seguir el ritmo de la sociedad y del idioma", señala Villanueva.

Entre las palabras que entran ahora en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) hay una que es una vieja reivindicación de los expertos en medio ambiente: "ambientalista", y que también se aplica a la persona "que se preocupa por la calidad y la protección del medio ambiente".

El verbo "abducir", que series de televisión como The X-Files pusieron de moda, se abre hueco en el Diccionario. Uno puede quedar abducido por "una supuesta criatura extraterrestre" o, si es un excelente escritor, puede "abducir a los lectores con sus novelas".

En tiempos como los actuales, de crisis económica generalizada, no podía faltar la palabra "anticrisis" en el DRAE, perfecta para las medidas que los gobernantes aprueban estos meses.

Y, como anunció la Academia hace unos días, también se incluye el "libro electrónico", en su doble acepción: "Dispositivo electrónico que permite almacenar, reproducir y leer libros" y "libro en formato adecuado para leerse en ese dispositivo o en la pantalla de un ordenador".

Los académicos han preferido la expresión "libro electrónico" en lugar de castellanizar el "e-book" (así figura en el Diccionario de María Moliner). Darío Villanueva se muestra "muy orgulloso" de la rapidez con que las Academias "han dado respuesta" a esta realidad digital

La dimensión desconocida

La reedición de "La pasión según G. H." permite analizar la obra de la escritora brasileña Clarice Lispector. Esta novela compleja y misteriosa con reminiscencias kafkianas atraviesa la verdad, la moral, la ley humana e incluso a Dios. Y confirma a su autora como un clásico del siglo XX

Enigmática. En la obra de Clarice hay elementos del cristianismo y reflexiones existencialistas.foto.fuente:Revista Ñ

Cuando decimos Mercosur, la palabra "mercado", tan poco literaria, tan poco poética, sobresale. Entonces, digamos más simplemente, por extensión, Brasil y Argentina. Cada vez más cercanos, con mayor interés cada vez del uno por el otro, vemos también en Brasil, a nuestros queridos hermanos siendo publicados: Alan Pauls, Martín Kohan, César Aira, entre otros. Felizmente, las "patrias", las "comunidades imaginadas" (Benedict Anderson) que se llaman "patrias" no andan sólo en botines de fútbol. Ambos países tenemos metáforas y encuentros más delicados y sofisticados para nuestros nacionalismos. Que lo digan, por ejemplo, Eduardo Muslip (Univ. Nac. de Gral. Sarmiento) e Isis McElroy (Universidade do Texas), que organizaron el "Passo de Guanxuma" en julio de 2009, bello evento literario, inspirados, seguramente, en Carlos Gardel, Carmem Miranda, Caio Fernando Abreu y Fogwill.

Las dos lenguas que nos dejó el colonizador, el español y el portugués, se han entrelazado dando origen a una tercera, el portuñol, cada vez más hablado. El portuñol es lo contrario a lo pactado en el Tratado de Tordesillas a fines del siglo XV. Más allá de la literatura, incluso del pensamiento y del lenguaje, vemos una intersección tan significativa en las áreas académicas de la antropología y de la sociología. Por ejemplo, Gustavo Sorá en Traducir el Brasil (Libros Del Zorzal) señala el hecho de que, a diferencia de lo que muchos piensan, la literatura brasileña es bastante traducida en la Argentina. Sólo para nombrar rápidamente algunas pocas editoriales: Adriana Hidalgo, Bajo la luna (que está preparando una antología de poetas brasileños contemporáneos), Beatriz Viterbo, Corregidor (que publicará por primera vez en la Argentina la poesía de Armando Freitas Filho) y la simpática Eloísa Cartonera, con sus numerosos títulos dedicados a Brasil.

Lo que aquí viene al caso es una nueva traducción de Clarice Lispector. Nunca está de más. Para los que no saben, que deben ser pocos, Clarice está, junto a Jorge Amado, entre los dos autores brasileños más leídos en la Argentina. Ellos dos no podrían ser más diferentes. Representan a dos Brasiles distintos. Y el propio traductor de La pasión según G. H., Mario Cámara, debe percibir esa diferencia de los Brasiles traducidos. El cuidadoso prólogo de Gonzalo Aguilar trata de representar el universo clariceano compuesto, o recompuesto, a partir del encuentro con una cucaracha. De hecho, se trata de una composición de universo. O de una recomposición. La historia de la novela, escribe Aguilar, es sencilla: una mujer de un barrio acomodado de Río de Janeiro descubre en el departamento de la criada, una cucaracha [...]. En un momento, G. H. aplasta a la cucaracha con una puerta, la toma entre sus manos y la devora. Es el comienzo de la epifanía.

Revelación de un mundo

En Clarice Lispector, amar es cruel porque, o bien implica tener y poseer, como en los cuentos "Comienzos de una fortuna" y "La mujer más pequeña del mundo", o bien conocer al otro que es, al mismo tiempo, doble de uno mismo, como en "La cena". En ese cuento, la lágrima de un hombre sentado a la mesa provoca la epifanía del narrador. En él, la imagen-símbolo de la fuerza del hombre en el restaurante está seguida por el desenmascaramiento de la lágrima que cae y provoca la epifanía del narrador, al percibir que "el patriarca estaba llorando por dentro". El patriarca se va de la cena, pero el narrador no logra asumir su lugar, reconociendo en sí mismo sus fracturas. Al afirmar "Rechazo la carne y su sangre", el narrador parece rechazar las imágenes-símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo. De esta manera, la autora torna público, una vez más, el rechazo al modelo tradicional de familia sagrada, el modelo de familia burguesa.

Se destacan los cuentos con motivos análogos a la novela La pasión según G. H. ¿Pasión de Cristo? En la obra de Clarice se encuentran constantemente elementos del cristianismo, sumados a reflexiones filosóficas de matriz existencialista. Los personajes son siempre extraños para sí mismos y para los demás, así como los espacios también son extraños. G. H. se siente aprisionada en el cuarto de la empleada, ambiente de la náusea y la incomodidad, como en el atardecer en "El búfalo" y en las "horas peligrosas" que atormentan a Ana en "Amor", momento en que ella tiene que encontrarse consigo misma, sola en la casa, y con tiempo ocioso porque han terminado las actividades del día. ¿Qué amor es ese que perturba tanto a los personajes?

Es la percepción del otro, del extraño, que es al mismo tiempo familiar, y el encontrarse con realidades que escapan a la cotidianeidad y ponen al sujeto en estado de desequilibrio; al mirarse a sí mismo, toda esa experiencia de alteridad lleva al sujeto a aguas profundas. El tema del espejo, la figura del doble, aparece en momentos cruciales de las narraciones en las que los personajes se observan a sí mismos, a sus aguas turbias. El reflejo permite que el sujeto se encuentre con aquello que tanto desea ser, como en "Comienzos de una fortuna": "Mirándose en el espejo del corredor antes de salir, realmente era la cara de esos chicos que trabajan, cansados y jóvenes".

Los ojos de Lispector

En La pasión según G. H., la estética de mirar que es configuradora de alteridades surge en las figuras del ojo vigilante y en la del espejo. La primera figura del mirar, esto es, la del ojo vigilante, surge como elemento externo que vigila las acciones del sujeto. Es el mirar del Otro lo que presiona para configurar su identidad, ese Otro pudiendo asumir múltiples identidades, referentes a los elementos exteriores como la verdad, la moral, la ley humana, e inclusive a elementos trascendentales como Dios, ya que, como nos recuerda Aguilar en su prólogo, lo sagrado sobrevive a todo, inclusive a la existencia o a la muerte de Dios. Encima de todo, ese Otro era el extraño, la alteridad que traía la amenaza para la estabilidad del sujeto. Era también lo que identificaba al sujeto como un otro, o dos, en permanente mutación. Ese ojo regularía toda y cualquier tentativa de excesos que pudiesen inflingir los patrones sociales: "Un ojo vigilaba mi vida. A ese ojo, probablemente lo llamaba la verdad, la moral, la ley humana, Dios, yo. Vivía más bien dentro de un espejo. Dos minutos después de nacer, ya había perdido mis orígenes (p.37)."

El ojo vigilante ejerce el control de los cuerpos, impide que el individuo se exceda. Los personajes clariceanos, en general, temen las "horas peligrosas", el instante en que se encuentran con algo que en general es llamado "su propio yo" –sea lo que fuera–, en ningún sentido estable, como en el cuento "La fuga", el lado desconocido de cada uno. Al lado inmanente del que busca el exceso se opone el lado manifiesto de ese mismo que actúa como principio regulador, resultando en una estructura paradojal: ser al mismo tiempo una cosa y otra. Y no sentirse confortable ni satisfecho con ninguna de las inestables posibilidades. Se instala la desconfianza de que no se puede ser una cosa ni la otra. Parece preguntar: "¿existo? ¿qué intensidad puede comprobarme esto?"
Los demás (todos los extraños: la verdad, la moral, la ley humana, Dios, inclusive yo, etcétera) pueden mirar y aprehender a un determinado sujeto, pero ese sujeto jamás podrá verse ni comprenderse en su totalidad. Sólo su representación virtual, figurativa es su contracara, no el propio ser. Eso se da, según Clément Rosset, en el espejo, que "[...] no ofrece la cosa sino si otro, su inverso, su contrario, su proyección según tal eje o tal plano" (1998, p.80).

Más aún sobre el ojo, en "El búfalo", por ejemplo, el personaje femenino ve reflejado en los ojos del búfalo todo el odio sentido por el hombre que la abandonara. Es por la dialéctica de la mirada, con la fusión de la mujer y la fiera en un abrazo mortal, que el mundo se abre: "El mundo no veía ningún peligro en estar desnudo". La cosa blanca que se esparce dentro del personaje femenino es parte del ritual de la epifanía provocado por el búfalo, así como la viscosidad de la cucaracha aplastada por G. H. El ritual de autoconocimiento provocado por el momento de epifanía provoca náuseas: "A través de la piedad, a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca". La náusea ocurre cuando el sujeto se encuentra con su lado inmanente, escondido en las aguas turbias de su identidad.

"Es que, por el momento, la metamorfosis de mí misma no tiene ningún sentido. Es una metamorfosis donde pierdo todo lo que tenía y todo lo que tenía era yo –sólo tengo lo que soy. ¿Y ahora qué soy? Soy: estar de pie frente a un miedo. Soy: lo que vi. No entiendo y tengo miedo de entender, el material del mundo me asusta, con sus planetas y cucarachas" (p.76).

"¿Existo? ¿Es esta la intensidad que me lo puede comprobar? Si a menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma..." Tenemos aquí una metamorfosis del yo en su doble. El yo se pierde en el laberinto de su propia existencia, ahora marcada por el caso, por el desorden interior. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Esas preguntas ontológicas apuntan hacia el problema del yo insertado en el mundo. Al encontrarse con otro elemento del mundo exterior, ya sea un objeto, un animal u otra persona, ese yo lo ve como un espejo. Para Clément Rosset, nuestra existencia está asegurada por la presencia del otro, y el doble es la representación de ese papel. Dicho de otra manera, es en la confrontación con el doble que el individuo construye su identidad. De todos modos, en algunos casos, ese otro yo que surge en los momentos de epifanía de la narrativa de Clarice Lispector, provoca tanto desorden en el mundo de ese sujeto que puede llevarlo a la despersonalización:

"La despersonalización como la destitución de todo lo individual inútil –la pérdida de todo lo que se puede perder y, aún así, ser (...). Todo lo que me distingue es sólo el modo como soy más fácilmente visible para los otros y como termino siendo superficialmente reconocible para mí. Así como hubo un momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres" (p.184).

Como señala Benedito Nunes, en Leitura de Clarice Lispector, (y podríamos extender este posicionamiento a otros personajes de la autora), luego de la vivencia epifánica en que sujeto y objeto se tornan uno solo, G.H. retorna a su mundo organizado. Es recurrente en la ficción de Clarice Lispector esa vuelta a los patrones transgredidos durante la epifanía. Ana, tras el contacto con el ciego que masca chicle y el paisaje extraño del Jardín Botánico, regresa a su vida familiar en la que necesita sentirse útil para su marido y sus hijos, sus otros, para continuar existiendo en tanto sujeto: una mujer casada, también ella, uno de sus otros, como la cucaracha y la empleada.
Ese ojo, así como en el cuento "La mujer más pequeña del mundo" trae a colación otro tema muy propio de la obra de Clarice: la clasificación. No sólo la arbitrariedad de la clasificación sino la precariedad de la clasificación. Lo enloquecedoramente efímero de la clasificación. Y la identidad es la clasificación por excelencia. Sin clasificación no hay identidad fija. Hay deriva. Caer infinitamente, dice Clarice en el cuento "La fuga": "llegaba a comer cayendo, a dormir cayendo, a vivir cayendo, hasta a morir". La libertad de la no clasificación. Y "la búsqueda de libertad frente a un mundo hecho entero para negarla es uno de los grandes temas de Clarice Lispector" (como dice su biógrafo Benjamin Moser). Los patrones previos, determinados por clasificaciones insatisfactorias, impiden el amor despertado por la mujer más pequeña del mundo en sus descubridores: luego del deslumbramiento, dónde la encajan. ¿Ella serviría la mesa? ¿Qué haríamos con ella en la casa? El descubrimiento de un ser singular despierta una serie de problemas en la realidad cotidiana con identidades fijas que quieren permanecer fijas. El amor no tiene cabida en lo cotidiano. Así ni cabe nombrar en lo cotidiano el lugar que a la pequeña mujer le pica. Y es necesario clasificarla para comenzar a colocar el mundo, nuevamente, en orden, después de tamaño amor despertado: "Y, para conseguir clasificarla entre las realidades reconocibles, de inmediato comenzó a recoger datos sobre ella". (Lazos de familia) Las identidades que se quieren fijas, por quererse fijas, exactamente por eso, no están preparadas para el amor, la esperanza máxima de libertad en relación a identidades e instituciones –según Pierre Bourdieu en La dominación masculina.

Sin Clarice Lispector y sin amor nos quedamos más solos en la habitual escena de nuestras vidas en la que nos encontramos con una cucaracha. La vida que late en ella responde a la nuestra, tan carente de sentido.

Con Clarice Lispector, al dar vuelta la página, podemos saber que la literatura puede acabar por ser aquella tan famosa experiencia de la escritura como fracaso: por no caber en la realidad circundante, la libertad vuela para ser escrita. Pero puede, también, y mejor aún, ser una invitación a la deriva que el amor, la libertad y lo prohibido proponen. Nunca se sabe dónde desagotar tanta agua viva, sea turbia o cristalina. Dejémonos llevar por su acuoescritura.

Es verdad que a veces es necesario estar sola frente a una cucaracha para darnos cuenta de que podemos ser más fuertes de lo que pensamos.
TRADUCCION: MARINA MARIASCH
Lispector BASICO
Ucrania, 1920 - Brasil, 1977.
Escritora
De origen judío, llegó a Brasil a los dos años. Desde muy joven supo que su destino era la literatura, y a los 19 años escribió "Cerca del corazón salvaje", que publicó a los 21. A partir de entonces, su actividad fue incesante. Escribió en distintos medios de su país, y sus libros de crónicas y artículos ya están todos traducidos al español. Por novelas como "La pasión según G.H." y "La hora de la estrella" se la consideró una de las voces más significativas del tercer modernismo brasileño, la generación del 45. Su obra completa, que cruza los géneros y se desliza siempre con una impronta propia, consta de 25 volúmenes. Murió en Río de Janeiro en el verano de 1977, a los 56 años de edad.
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29.7.10

Bryce Echenique: "En la foto del boom no están todos los que son"

"Autores como Manuel Puig, José Balza u Oswaldo Soriano quedaron en los márgenes por su temática, aunque luego hayan tenido mucha influencia", dijo el escritor peruano durante la inauguración del curso "Escritores en los márgenes del Boom" que imparte dentro del programa estival de la Universidad Complutense en El Escorial

¿QUIEN FALTA? Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Muñoz Suaz, en casa de Carmen Balcells, en Barcelona (1974).foto.fuente: Revista Ñ

"Ni son todos los que están ni están todos lo que son", ha advertido hoy Alfredo Bryce Echenique en relación al 'boom latinoamericano' del que fueron relegados una serie de escritores por ser "demasiado lúcidos y originales".

Para Bryce Echenique los escritores de referencia del boom utilizaron sus respectivos países "como cotos privados de caza", en el sentido de que su literatura se ocupó de los "grandes temas nacionales" de forma "totalizadora".

Una literatura, la de los escritores del boom, que careció "de humor, de ternura y de vida sentimental en los personajes", en opinión de Bryce, a diferencia de la de los autores ubicados en los márgenes, quienes sí se atrevieron "a bajar a las tabernas" para hablar de cine, de las clases medias y de la subcultura.

El "escritor puente", por ser el más rupturista, entre estos escritores del Boom y los ubicados en los márgenes, señaló Bryce, fue el argentino Julio Cortazar (1914-1984).

"Por su enorme desenvoltura para el tratamiento del idioma, porque ya no se trataba de la corrección de la frase académica sino de ser juguetones con el idioma, de inventar palabras; por su ironía y su humor", argumentó.

Un ejemplo "atrevido" de ese tipo de literatura "lúcida", la encuentra Bryce Echenique en la novela "El beso de la mujer araña" del escritor argentino Manuel Puig (1932-1990), una historia que relata la transformación de la relación que mantienen dos presos políticos, un guerrillero urbano y un homosexual, mientras comparten la misma celda.

"El beso de la mujer araña" destaca, en opinión de Bryce, por su "extraña presentación" estructural, al disponer de una combinación de diálogos y notas a pie de página de carácter científico que ejemplifican un "intento muy atrevido" de reacción ante la potestad del narrador omnisciente.

Así, en la novela el narrador desaparece, y los diálogos que mantienen ambos reos tienen la finalidad de que el lector conozca "directamente" a los personajes a través de lo que estos dicen, una técnica que utiliza Puig, afirmó el peruano, para "aparentar objetividad".

Pero el que permanece invisible es el narrador, no el "autor", aclaró el autor de "Un mundo para Julius", y apuntó que Puig vuelca su subjetividad de forma "astuta y con maneras subrepticias" que hacen que éstas no parezcan impuestas.

"Desde la invisibilidad, y de modo sinuoso, Puig organiza su material literario a través de sus demonios personales, él encadena los episodios, él elige los acontecimientos reveladores", dijo Bryce, para concluir que de esta forma el autor argentino "contamina" al lector.

Las notas a pie de página de la obra, todas de carácter científico en torno a temas como el psicoanálisis y la homosexualidad, "son un complemento que enriquece la narración y que ofrece una síntesis del estado actual de una cuestión", apuntó Bryce.

A través de las películas "cursis" que el preso homosexual cuenta al guerrillero, Puig logra una "renovación del diálogo y de lo que es literatura o subliteratura", explicó el escritor peruano, que agregó que la novelística del escritor argentino es una "reminiscencia del melodrama que revive lo folletinesco".

"Ésta es la principal novela de Puig, y lo sitúa con todo derecho entre los escritores al margen del boom, porque su preocupación ya no es la patria, la metáfora totalizadora, sino la subcultura", concluyó el autor peruano.

los trenes sin destino de Paul Theroux

Tres décadas después del mítico «El gran bazar del ferrocarril», el intrépido escritor vuelve sobre sus pasos a través de Europa y Asia en «Tren fantasma a la Estrella de Oriente»
El novelista y escritor de libros de viajes, Paul Theroux.foto.fuente:abc.es

«Los marineros hacen a la mar, los soldados van a la guerra, los pescadores se van de pesca... Los escritores a veces tienen que irse de casa». Más de tres décadas pasaron desde que un joven novelista estadounidense, escaso de inspiración pero hambriento de aventuras, pronunciara las palabras que lo alejaron de su hogar, de su mujer y de sus hijos, y lo acercaron a los silbidos de los trenes. Cual Ulises desatado, aquellos «cantos embrujados» llevaron a Paul Theroux a través de Europa, Medio Oriente, la India y el Sureste Asiático y se transformaron en el rumor poético de «El gran bazar del ferrocarril», libro que lo convertiría en uno de los escritores de literatura de viajes más importantes del siglo XX. Treinta y tres años después, un Theroux el doble de viejo que aquel intrépido amante de las locomotoras de vapor vuelve tras las huellas de su primer periplo en «Tren fantasma a la Estrella de Oriente» (Alfaguara).
Dicen que es soberbio y gruñón pero Theroux revela en la entrevista telefónica ser una persona interesante y conversadora, sin duda un gran compañero para las largas travesías ferroviarias. «No sé por qué dicen esas cosas de mí… Soy tan buena persona», bromea. «Si viajas tienes que llevarte bien con la gente. Necesitas ser optimista y educado. No puedes ser cascarrabias o impaciente. El problema es que soy una persona irónica y, en ocasiones, la gente me interpreta de forma literal. Mi ironía es entendida como mal humor pero es una forma de escribir mucho más elegante».
Iguales pero diferentes
A sus 67 años, el autor de «La costa de los mosquitos» se puso la mochila al hombro para descubrir que el mundo había cambiado. O no. Vietnam, llaga sangrante de la guerra fría, se convirtió en un país valiente que supo cerrar sus heridas, mientras que en Myanmar (ex Birmania) el tiempo permaneció inalterado bajo el peso de una cruel dictadura. A lo largo del planeta «la gente es igual pero diferente», expresa Theroux, quien ha recorrido los cinco continentes. «A pesar de que todos tenemos los mismos imperativos de alimento, familia y protección, los habitantes del Sudeste Asiático, por lo general de religión budista, son indulgentes y compasivos mientras que en algunos países de Europa o Medio Oriente no son así. Israel es una nación paranoica y vengativa que continúa hablando de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. La mayor sorpresa de este viaje fue ir a Vietnam y que me dieran la bienvenida; la mayor sorpresa fue el perdón».
Pero, en el ínterin, el siempre polémico Theroux maneja sus propios métodos etnográficos: «Culturalmente tenemos mucho en común hasta que llegamos a la pornografía. Cada cultura produce su fantasía, su propia imagen de lo que es considerado erótico», sostiene el autor. «La pornografía te da un acceso directo a la cultura de un país. Si sólo tuviera treinta minutos para saber cómo son las personas que viven en una ciudad iría a una tienda porno». Uno de los casos paradigmáticos ilustrados en el libro es el de Japón, país en el que «muchos de los libros manga están al servicio de las fantasías eróticas masculinas más cercanas a la violación» y donde el objeto de deseo está representado por colegialas y jóvenes artificiosas.
La triste música de la humanidad
Escribir sobre los viajes ha terminado por ser, como confiesa el autor, una forma de comprender su propia vida y lo más cerca que estará de una autobiografía. Por eso «Tren fantasma a la estrella de Oriente» se revela aún más íntimo que su libro predecesor. Viajar siempre implica renunciar y Theroux lo sabe: durante la primera odisea su Penélope no permaneció precisamente tejiendo y deshaciendo. No obstante, para el escritor nunca hubo más opción que partir. Mientras que, en 1973, el autor escribía «me fui buscando trenes y encontré personas»; tres décadas más tarde el viaje se convierte en un auténtico encuentro consigo mismo y con una forma de percepción reflexiva y más madura. «Ser invisible es mucho más útil que ser evidente: se ven más cosas y con menos interrupciones», expresa. «Las personas de cierta edad suelen parecer cínicas, misántropas, pero no, únicamente son personas que al fin han oído la música callada y triste de la humanidad, sólo que interpretada por un grupo de medio pelo que no hace más que dar alaridos en pos de la fama».
Mientras tanto, el viaje continúa en las páginas que nos lleva a una mágica Estambul, al aire desesperado de Bucarest, al rostro lleno de cicatrices de Camboya o a la dudosa modernidad de la India. Y en el camino, el autor se encuentra con otros viajeros y con escritores como el turco Orham Pamuk o el japonés Haruki Murakami. Al volver tras sus huellas Theroux descubre que el mundo no ha cambiado mucho. «En términos políticos o de gobierno seguimos siendo igual de estúpidos. Seguimos luchando en Afganistán a pesar de que nada va a pasar, excepto que más gente morirá. El mundo no ha mejorado», concluye el escritor.
Aquel observador vagabundo, ladrón de tiempos y de espacios, ha aprendido su lección. «Si un tren es grande y confortable, ni siquiera necesitas un destino», escribía hace treinta años. Estaba en lo cierto. Después de todo, el mundo no ha cambiado, el que lo ha hecho es él mismo.

Las librerías se ponen al día

Los últimos estrenos cinematográficos o la muerte de grandes figuras como Delibes o Saramago alimentan la producción editorial.Nuevos lanzamientos y reediciones aprovechan el tirón de la actualidad

Castro regresa con un libro de memorias de la lucha guerrillera

El antiguo líder comunista relata su visión de la batalla de Sierra Maestra en 1958

Fidel Castro, el líder de su revolución, vivito y escribiendo sus memorias.foto.fuente:el pais.com

Ya lo decía hace días una vecina de este corresponsal: "Fidel esta suelto y sin vacunar". Y otro habanero agregaba: "Está que se regala". Ambas expresiones, andar "suelto y sin vacunar" y "regalarse", se emplean en Cuba para explicar que alguien va embalado y que no hay quien lo pare. También funcionan a modo de aviso: "¡Cuidado¡" o "¡Hay Peligro¡". Sin duda, tras cuatro años alejado de los escenarios públicos, las recientes reapariciones del viejo líder comunista (siete en menos de tres semanas) confirman que de está de regreso y peleando. En su última presentación, el 26 de julio, ante un centenar de intelectuales y artistas, Castro adelantó que pronto publicaría un libro sobre pasajes de la lucha guerrillera en el que llevaba meses trabajando.

Dicho y hecho. Ayer mismo, el diario Granma difundió un artículo suyo en el que reveló contenidos de 'La victoria estratégica', título del testimonio, y anunció que saldría a la luz "a principios de agosto". Además, a punto de cumplir 84 años, Castro expresó su "animo" de escribir un segundo volumen de memorias guerrilleras, para el que incluso ya tiene nombre: "La contraofensiva estratégica final".

En La Victoria estratégica narra episodios de la batalla librada el verano de 1958 en la Sierra Maestra contra las tropas de Fulgencio Batista. Fue el último intento de aniquilar a los revolucionarios. Según Castro, aquellos combates enfrentaron a unos 300 barbudos con 10.000 soldados batistianos. "La derrota de la ofensiva enemiga, después de 74 días de incesante combate, significó el viraje estratégico de la guerra. A partir de ese momento la suerte de la tiranía quedó definitivamente echada", pues, asegura, se hizo "evidente la inminencia de su colapso militar."

El libro, con el detallismo típico de Castro, hace un recuento exhaustivo de acciones militares y pretende ser un balance definitivo sobre ese capítulo de la guerra. Las fuerzas rebeldes, dice, perdieron 31 hombres. "El enemigo sufrió más de mil bajas, de ellas más de 300 muertos y 443 prisioneros, y no menos de cinco grandes unidades completas de sus fuerzas fueron aniquiladas, capturadas o desarticuladas. Quedaron en nuestro poder 507 armas, incluidas dos tanques, diez morteros, varias bazucas y doce ametralladoras calibre 30". Castro agrega que "a todo ello habría que añadir el efecto moral de este desenlace y su trascendencia en la marcha de la guerra". "La Sierra Maestra", afirma en tono épico, " quedaba liberada por siempre".

Estas primeras memorias constan de 25 capítulos y, según reveló el ex mandatario, el volumen contiene abundantes fotos, "de la calidad posible en aquellas circunstancias", así como mapas y "esquemas gráficos sobre los tipos de armas que utilizaron ambos contendientes". Para aquellos que no son historiadores ni tienen especial interés en batallas de hace medio siglo, probablemente será más atrayente la "pequeña autobiografía" que Castro incluye en el libro por motivos que él mismo explica: "No deseaba esperar que se publicaran un día las respuestas a incontables preguntas que me hicieran sobre la niñez, la adolescencia y la juventud, etapas que me convirtieron en revolucionario y combatiente armado". Castro anda suelto. Esperen más noticias.


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28.7.10

El sombrero de Lennox

Craig Russell, el creador del detective Jan Fabel, ha ideado un nuevo investigador, perspicaz y atormentado por su experiencia bélica. La acción de su nueva novela transcurre en la posguerra en Glasgow, donde "la lluvia nunca lavaba la ciudad"

Imagen tomada en Glasgow (Escocia) en 1946.- ANTHONY STEWART / NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY / CORBIS.foto.fuente:elpais.com

Llueve en Glasgow, como no podía ser de otra manera. Bajo el cielo inmisericorde, Craig Russell (Fife, Escocia 1956) asegura que hemos sido afortunados con el tiempo: "Es un Glasgow de novela negra". Celta, dura, proletaria, guasona. Esta es la ciudad de Lennox (Roca Editorial), un ex soldado e investigador privado en la Escocia de los años cincuenta.

Lennox es el tipo de detective que agarra la página por las solapas: ingenioso, de buen vestir y puñetazo fácil. Está en la cuerda floja de la ley y atormentado por sus experiencias bélicas. Su corazón de oro late cuando menos se lo espera. El personaje fue modelado según la generación del padre de Russell, la que no salía de casa sin sombrero y cuyos trajes a medida ocultaban cicatrices de la Segunda Guerra Mundial.

Russell vive en Perthshire con su mujer y sus dos hijos adolescentes, a algunos kilómetros de la brumosa Glasgow. "Conozco la ciudad bastante bien. Aquí es fácil entablar una conversación. Es como un pueblo. Y gasta un sentido del humor muy negro".

La Glasgow de hoy, con edificios de piedra impoluta, cafés y galerías de arte, muestra un carácter más apaciguado que la de los años de posguerra. "Parece pura invención, pero durante años se respiraba humo verdoso", explica el novelista. "Tan espeso era que los conductores tenían que seguir al tranvía para llegar a casa. Miles de personas murieron de enfermedades respiratorias". La entonces segunda ciudad del Imperio británico era una urbe con unos bajos fondos tan oscuros como su aspecto. "Había niños que pensaban que el color natural de la piedra era el negro", describe en Lennox. "La lluvia, fuerte y frecuente, nunca lavaba la ciudad, sino que le pasaba un trapo con aceite".

Pese a que el aire está limpio y apenas quedan resquicios de la industria pesada, todavía se encuentran rincones que transportan hasta la Gran Bretaña de los cincuenta. Bajo el paraguas, Russell señala un piso frente a la estación central de tren. En la primera planta de un edificio de piedra rojiza, unos visillos tras los que se adivinan archivadores y una planta sedienta. "En ese piso imagino la oficina de Lennox". En el pub The Horse Shoe (en Lennox, bautizado The Horse Head), impregnado de olor a la típica empanada de cerdo, los parroquianos beben con tanta seriedad y dedicación como si trabajaran en la fábrica.

Frente a una pinta de la cerveza Bellhaven Best, Russell parece un escocés típico. Hasta que la atención se fija en su obra. En su primer libro, Muerte en Hamburgo, el autor viajó hasta la Alemania contemporánea. Fue la presentación de Jan Fabel, un sesudo oficial de policía cuyo complejo de culpa le lleva a especializarse en la resolución de horripilantes crímenes. La saga Fabel, con cuatro títulos publicados en nuestro país (además, de Muerte en Hamburgo, Cuento de muerte, Resurrección y El señor del carnaval, todos en Roca Editorial), ha obtenido un éxito rotundo en Alemania. Su adaptación a la pequeña pantalla confirma que el autor ha diseccionado con pericia los recovecos de la psique y la cultura germanas.

Explícitas y sangrientas, las descripciones de crímenes que elabora Russell piden cuentas al pasado: "Desde que tuve uso de razón, quise ser escritor. Mi entorno familiar era muy protector y crecí a la sombra de mi padre, que había luchado como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, en Burma. Crecí con la idea de que si quería escribir, primero tenía que vivir experiencias. Aunque sabía que no sería policía en toda mi vida, me uní al cuerpo". Durante cuatro años fue parte de una patrulla de especialistas en sucesos violentos, homicidios, fallecimientos inesperados. "Por esta razón suelo describir primero una calle, una casa o una habitación en calma y, súbitamente, la reacción visceral que produce encontrarse con la muerte".

Nacido a mediados de la década de los cincuenta, el escritor se considera parte de una época que todavía podía oler la violencia absoluta. "Yo tenía unos quince años. Mi padre me llevaba en coche a ver a una novia, y por el camino vimos a alguien que había sido atropellado", recuerda concentrado. "Fuimos a ayudar y cuando volvimos a casa, mi padre anunció a mi madre que yo había visto mi primer hombre muerto. La manera en la que lo dijo fue como si hubiera pasado a pertenecer a un club. Me hizo pensar en todo lo que él debió haber presenciado. Su consejo fue que, cualquiera que fuera la causa, nunca debería enrolarme voluntario para luchar en la guerra".

El autor empezó a publicar ya en su cuarta década, cuando se dedicaba a la redacción por encargo. "El negocio iba bien. Tenía mucho trabajo y me era complicado ponerme a escribir ficción, pero supe que si no escribía un libro entonces, nunca lo haría. Tenía que justificar ante mí mismo y ante mi mujer que podía hacerlo. Le conté todos los temas que tenía en mente y ella sin dudar dijo que tenía que escribir sobre el comisario de policía en Alemania (Fabel). Como no tenía demasiado tiempo, terminé tres capítulos y un documento en donde alegaba por qué funcionaría. Fui tan arrogante que lo mandé a los mejores agentes de Gran Bretaña. Un par de días después ya tenía una oferta".

Russell completa dos libros al año, uno de la serie Lennox y otro de la de Fabel. Las coordenadas en las que se mueve cada grupo de libros son muy diferentes. Si Lennox recibe los efluvios clásicos de Raymond Chandler, Fabel está influenciado por la novela negra escandinava encabezada por el sueco Henning Mankell. Ambas coinciden en su capacidad de trascender el género gracias a la dimensión histórica, cultural y social que alcanzan. En el universo Lennox, de trifulcas callejeras, heridas curadas con whisky y casas de citas, existe una puerta trasera que nos lleva a tramas que cruzan las fronteras de Glasgow y de una aparentemente insular Gran Bretaña. En este caso, es el tráfico de armas y el germen del conflicto israelí-palestino: "En aquellos años tienen lugar sucesos que nos afectan en la actualidad. La década de los cincuenta me atrae tanto porque es cuando el mundo empieza a cambiar de una determinada manera".

En nuestra vieja Europa cansada, quebradiza y sin esperanza en el futuro, Russell aboga por una estructura federal unitaria. "Según mi punto de vista, muchos de los problemas europeos vienen del nacionalismo, el separatismo. Se alega que las estructuras políticas homogeneizarán las culturas. Yo considero que son las grandes corporaciones las que uniforman de manera salvaje. Hay que evitarlo. Una Europa federal y sin desigualdad social podría convertirse en líder de la causa humanitaria".

Russell es un británico poco convencional, que tiene sus lealtades al otro lado del Canal de la Mancha en lugar de al otro lado del Atlántico. Algo avergonzado, admite que es miembro de Mensa, una asociación que agrupa a personas de elevado cociente intelectual: "Quise explorar mi manera de percibir, por eso hice el test", explica reticente. "A pesar de sacar una puntuación muy alta, no pude encontrar en el mapa el lugar donde tenía lugar la prueba". De una manera o de otra, Russell siempre ha sido un outsider. "Habrá que preguntar a mi madre el porqué", bromea. Esta posición de distancia se repite en sus protagonistas. Lennox es mitad canadiense, mitad escocés. Jan Fabel, escocés y frisio. "Para mí es necesario narrar desde fuera".

En pleno boom de la novela negra, Russell todavía ve un género sin apuestas radicales. "Es bastante conservador", observa. "Existe una corriente en la que los procesos están tomando importancia. La serie televisiva The Wire (HBO) ha supuesto una gran influencia. Una de las razones por las que situé a Lennox en la década de los cincuenta es porque quería escaparme de los procedimientos: los métodos, las pruebas de ADN. Quería un detective que no pudiera pedir ayuda con el móvil, que trabajara solo". Las concesiones de Russell a la tecnología se reducen al averno en la tierra que puede desenterrarse en Internet: "Mientras investigaba (sobre canibalismo) para la novela de Fabel El Señor del Carnaval, encontré muy perturbador la manera en la que gente que normalmente se sentiría aislada, termina asociándose y justificando lo que hace o pretende hacer".

Russell, cordial, conversador y amante de la buena mesa, se siente como pez en el agua en la bonhomía del noir literario. "Los festivales de novela negra son muy agradables. Los escritores se llevan bien, beben juntos. En cambio, dicen que los autores de ficción general o de novela romántica se enzarzan en discusiones, se apuñalan por la espalda. Quizás tenga que ver con que nosotros dejamos nuestro lado oscuro en la página".

Pese a la camaradería, el escritor confiesa que dedica más tiempo a leer a Günter Grass, Heinrich Böll o tratados de historia que a sus compañeros. "Puedo sonar algo altivo, pero aunque claramente yo sea un autor del género negro nunca creo que esté escribiendo una novela de crímenes. Hablo de gente corriente que se ve envuelta en situaciones extraordinarias".

Lennox. Craig Russell. Traducción de Eduardo Hojman. Roca Editorial. Barcelona, 2010. 336 páginas. 19 euros. www.craigrussell.com

Juan Goytisolo y la Nueva Gramática de la lengua española ganan el premio Don Quijote

Se suman a una nómina en la que están Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Lula da Silva y Gloria Macapagal Arroyo

El escritor Juan Goytisolo, autor de Señas de identidad

García de la Concha, director de la RAE, con un ejemplar de la gramática en los almacenes de Espasa.- C. ÁLVAREZ.fotos:fuente:elpais.com
El novelista Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) y la Nueva Gramática de la lengua española, obra de la RAE y de la Asociación de Academias acaban de ganar el premio Don Quijote en las categorías de más destacada trayectoria individual y de mejor labor institucional a favor del español.

En la obra del autor de Señas de identidad el jurado ha destacado a alguien que "ha renovado la novela española, prolongado el vigor del pensamiento crítico y sostenido, con su influyente presencia internacional, el diálogo cultural con el mundo árabe". En la Gramática académica, publicada en 2009, se ha subrayado, entre tanto, que se trata de "la obra monumental que más ha aportado a la unidad normativa del español desde hace más de un siglo".

Dotado con 25.000 euros y una escultura de Manolo Valdés y convocado por la Junta de Castilla-La Mancha y por la Fundación Santillana, el galardón llega ya a su tercera edición. En las dos anteriores lo recibieron, de manos del Rey, los escritores Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa y los presidentes de Brasil y Filipinas Luiz Inácio Lula da Silva y Gloria Macapagal Arroyo. En los primeros se reconoció a sendos clásicos vivos de la literatura en lengua española. En los segundos, a dos promotores de leyes para impulsar el estudio del español en las escuelas e institutos de sus países.

El jurado, que se ha reunido esta tarde en Madrid, está presidido por José María Barreda, presidente de Castilla-La Mancha, e integrado por Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española; María Angeles García, consejera de Educación, Ciencia y Cultura de Castilla-La Mancha; Gregorio Marañón, presidente del Patronato de la Fundación Teatro Real; la escritora Nélida Piñón; Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes; Juan Luis Cebrián, presidente de la Comisión Ejecutiva y consejero delegado de PRISA; Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana, y Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana, que actuó como secretario. Los premiados recibirán el galardón en Toledo en otoño de este año.

Stieg Larsson, primer autor en vender más de un millón de libros para Kindle

El escritor sueco Stieg Larsson, autor de la exitosa trilogía Millennium, se ha convertido en el primer escritor en vender más de un millón de libros digitales en la tienda del lector Kindle de Amazon.

Los e- libros del top selecto en ventas.foto.fuente:elmundo.es

Larsson, fallecido en 2004, saltó poco después a la fama gracias al éxito póstumo de sus novelas 'Los hombres que no amaban a las mujeres', 'La chica que soñaba con una cerilla' y 'La reina en el palacio de las corrientes de aire'.

"Los libros de Larsson han cautivado a millones de lectores alrededor del mundo y han encendido un interés voraz por las vidas de sus protagonistas, Lisbeth Salander y Michael Blomkvist", explicó en un comunicado el vicepresidente de contenido Kindle de Amazon, Russ Grandinetti, al anunciar la noticia.

Amazon informó además de que ha decidido crear el 'Kindle Million Club', un selecto club al que pertenecerán a modo de galardón todos los autores cuyo conjunto de obras superen el millón de ejemplares vendidos en su tienda Kindle y del que Larsson ha sido nombrado primer miembro.

Gracias a ese millón de copias vendidas, las tres obras que componen la saga 'Millennium', que ya ha sido llevada al cine en Suecia y cuya adaptación en Hollywood se espera próximamente, se encuentran además entre los diez primeros puestos de los títulos digitales más vendidos por Amazon.

La mayor tienda minorista del mundo en Internet vende libros digitales a través de la conocida como Kindle Store, que ofrece obras para sus conocidos lectores de ciberlibros, los Kindle, pero que también pueden ser leídas en varios dispositivos de Apple, como el iPhone, el iPad o el iPod Touch, y en ordenadores personales, entre otros.

Esta misma semana la trilogía de Larsson ocupa los tres primeros puestos de libros digitales más vendidos en esa tienda.

Ese éxito en el mundo digital se suma a los ya conseguidos en todo el mundo por las obras de Larsson, que componen una suerte de novela negra aderezada con denuncia social y que están protagonizadas por un conocido periodista (Blomkvist) y una 'hacker' llena de sorpresas (Salander).

Desde la publicación en Suecia hace cuatro años de la primera de las obras, 'Män som hatar kvinnor' ('Los hombres que no amaban a las mujeres', en español), los libros de Larsson se han convertido en un fenómeno internacional que han llevado al autor a lo más alto de las listas de ventas en muchos países.

27.7.10

El hombre que volvió del frío

Los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, reunidos en un solo volumen, recorren desde su crítica feroz contra la educación hasta el horror del nazismo

ORIGEN. Salzburgo, durante la II Guerra Mundial, es el comienzo del relato de Bernhard.foto:fuente: Revista Ñ
Los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard ("El origen", "El sótano", "El aliento", "El frío", "Un Niño") van desde su juventud a su infancia.

Y llevan subtítulos que funcionan como brújulas en la construcción de su "vida biográfica".


El origen
Este primer tomo, tiene como subtítulo: "Una indicación" y esto da la referencia desde dónde va a contar este tramo de su vida.

Estamos en Salzburgo durante la Segunda Guerra Mundial. La indicación es una descripción de la ciudad: "descripción como indicación de lo que debe ser dicho, de lo que debe ser indicado". Indicación sentenciosa sobre su ciudad de origen: "mi ciudad de origen es una enfermedad mortal". Salzburgo, como los Divertimentos de Mozart, es una cajita de música.

Este lugar célebre por su belleza, tal como la describe Bernhard, es en esa época "una pequeña máquina perversa de belleza".

¿En qué reside esa perversión? En una descomposición horrorosa de los valores. Es una ciudad muerta donde los jóvenes se matan. Ya que el otro tema de este origen es el suicidio. Hay una calle de la metrópolis que los jóvenes eligen para suicidarse. Hay dos causas que los impulsan: la educación opresiva de los internados y la religión: "una ciudad así, totalmente a merced del embrutecimiento del catolicismo y totalmente dominada por ese embrutecimiento católico, y que además, en aquella época era una ciudad nazi de pies a cabeza." Esta ciudad durante la guerra se ha transformado en dos ciudades. La visible, destruida por los bombardeos con su estación de tren y su cartel nazi: "Las ruedas deben rodar para la victoria"; y otro submundo bajo tierra donde transcurría la vida que se respiraba en los refugios. Todo era doble, así había también dos radios; una para los alumnos de los internados con noticias sobre la victoria del nazismo: y otra radio, clandestina, la de la Resistencia. Cuando termina de contar su origen, Bernhard tenía quince años de edad.


El sótano
Este libro trata de una decisión. La de ir en una dirección opuesta a la del Instituto de Música que dirige la señora Grünkranz. La vida del instituto responde al tópico opresivo de otros establecimientos similares como los descriptos por Musil en Las tribulaciones del Estudiante Törless o Walser en Jakob von Gunten. El aprendiz rechaza cualquier propuesta de trabajo que lo lleve en dirección de su vida anterior. Es más, se obliga a elegir un camino opuesto. Es el pasaje del estudio opresivo al trabajo como libertad. Pero también la crítica lúcida y despiadada a los institutos de educación. Por lo cual el trabajo queda del lado de lo útil y la educación del lado del tedio y la inutilidad.

El aliento
Este relato comienza cuando Bernhard tiene dieciocho años y es internado en un hospital junto con su abuelo. Padece una pleuresía húmeda como consecuencia de los enfriamientos sufridos por cargar bolsas de papas en la tienda de comestibles de Podlaha. Los internados son, en su mayoría, enfermos terminales de tuberculosis. Al respecto, la historia de la literatura tiene relatos ejemplares: Thomas Mann con La montaña mágica, y Onetti con Los adioses; sin dudas, "El aliento" se sitúa en este registro donde la enfermedad coincide también con una especie de iniciación, el pasaje de la juventud a cierta edad de hombre. Otro pasaje es el umbral que separa a los enfermos de la habitación de morir. El joven Bernhard ingresa en ella pero logra salir. Esa es su decisión, su aliento: "Entre dos caminos posibles, había decidido esa noche, en el instante decisivo por el camino de la vida."
El frío
En este tomo narra la hospitalización en el sanatorio de Grafenhof.

Le llega un boletín oficial con un billete de ferrocarril para ser trasladado, como quien es llamado a las filas. En ese sanatorio, Bernhard va a librar una batalla. A este libro lo subtitula: "El aislamiento", al que lo ha arrojado la enfermedad y la muerte de su abuelo. Pero también los carteles que rodean el lugar: "Alto. Establecimiento médico. Carretera prohibida. ¡Prohibido el paso!" En Grafenhof hay que sobreponerse a la enfermedad y a los hábitos: un uniforme, un horario, una dieta, un encierro.


Un niño
El último tomo de su autobiografía no está subtitulado. Como si sólo bastara con decir un niño. Aquí, narra desde los ocho años de edad, y cuenta los episodios más felices e infelices de su vida. Sus aventuras montando en una bicicleta Steyr -Waffenrad, sus desventuras con su madre y su tutor y la figura salvadora de su abuelo materno.

Entre estas vicisitudes transcurre: "la catástrofe elemental de mi infancia." Al final saca otro "pasaje de ferrocarril". Unas palabras del abuelo le posibilitan otro viaje: "Mi abuelo se llevó las manos a la cabeza y dijo: es una suerte que no sea Passau sino Salzburgo lo que te tengo destinado." Es cierto.

Nadie como Bernhard ha escrito sobre una ciudad ni con tanta virulencia ni con tanto lirismo.

Quizás sin saberlo Bernhard escribió su autobiografía "guiado" por la mano de su abuelo que fue un escritor inédito: "Se decía siempre que trabajaba en su gran novela, y mi abuela subrayaba esa observación, hecha siempre en un cuchicheo, con las palabras tendrá más de mil páginas. Para mí, era totalmente misterioso cómo podía sentarse alguien y escribir mil páginas." Sin duda, los libros escritos por Bernhard tuvieron como brújula develar ese misterio.

El tema de la novela futura

¿Por qué elegir hoy ser civilizado pudiendo permanecer en la barbarie? He aquí un gran asunto novelesco

Nuestro lema: menos novela conflictiva de liberación y más novela problemática de socialización.foto;fuente:elpaís.com

Se impone la tarea de narrar el camino biográfico que lleva de las profundidades insondables del yo a la aceptación voluntaria de las cargas civilizatorias

JAVIER GOMÁ LANZÓN
Por qué decimos que la novela nace con Cervantes si siglos antes abundaron las novelas griegas, romanas y bizantinas? El mismo Cervantes escribe en el prólogo al Persiles que con su obra "se atreve a competir con Heliodoro", a quien toma como modelo inspirador. El resultado de esa emulación de grave estilo de un autor helenístico hoy olvidado fue una novela algo tediosa, mientras que cuando Cervantes dio suelta a su ingenio, desinhibido ante un asunto de intención relajadamente humorística, concibió El Quijote e inventó un género literario en verdad nuevo. ¿En qué sentido nuevo? Ya los tratadistas del Renacimiento se sentían perplejos ante la novela y no sabían a qué categoría adscribir un género que Aristóteles no había tenido en cuenta en su Poética. Pero si decimos que la novela moderna nace con Cervantes se debe a otras razones, que tienen que ver con su aptitud para dar forma y expresión a determinado estadio del espíritu europeo.

La premodernidad es aquella etapa de la historia de la cultura que interpreta la realidad como un cosmos, un todo ordenado y perfecto. El hombre es, en el mejor de los casos, el rey o el centro del cosmos, pero siempre una parte de él. El arte, durante esta larga etapa cultural, imita la perfección antecedente del cosmos, la celebra, le dedica himnos. El arte premoderno es, en última esencia, celebratorio y su modo natural de expresión se halla en el verso. Entonces sucedió, en ese hiato fundamental de la cultura que se sitúa entre el siglo XVIII y el XIX, que el hombre empezó a tomar conciencia de sí y se constituyó él mismo en un todo, ya no más parte, ni siquiera parte privilegiada del todo cósmico o social: en ese momento tuvo lugar el alumbramiento de la subjetividad moderna. Y ese nuevo todo que es el yo subjetivo no se deja asimilar como antes a la colectividad social, no admite su antigua función de tesela de un mosaico que le trasciende porque él mismo es una totalidad más profunda, más significativa, más plena. El conflicto es inevitable: porque la sociedad reclama del individuo con poderosas armas su integración, su participación en las cargas civilizatorias comunes, su contribución a las necesidades de rendimiento social (el oficio y la casa: la producción y la reproducción), pero el individuo autoconsciente se resiste, recela de dar un paso que percibe como una alienación de su universo privado, siente el extrañamiento de un mundo que no es el suyo y que amenaza con anularlo, y vierte toda su alma en el cultivo amoroso de su intimidad recién ocupada, aun a riesgo de recibir la sanción condenatoria de la sociedad, que le hostiliza, le anatemiza y a veces le aplasta hasta morir. No más himnos de celebración: la prosa de este conflicto -narrado en registro trágico, dramático, cómico o grotesco- demandaba un género literario de nueva planta, un guante a medida que calzarse la estrenada subjetividad: ésta es la esencia de la novela moderna, desde El Quijote de Cervantes a Doktor Faustus de Thomas Mann, así como su tema permanente, con mil variaciones.

La novela se pone del lado del afligido individuo, no de la represora sociedad, pero hubo un intento histórico de buscar la conciliación entre las partes: me refiero a las Bildungsroman, las novelas de educación que, conscientes de lo invivible de la escisión abierta, narran, de forma ejemplarizante, la lenta maduración sentimental del héroe que conduce a la postre, tras muchas experiencias formativas y enjundiosas peripecias, a su gozosa conformidad con el desempeño de un oficio productivo y con la institución matrimonial, es decir, a su condición de ciudadano. Pero, aunque literariamente algunas de ellas apreciables, en su loable ambición de armonizar los dos mundos fracasan sin remedio: así, Wilhelm Meister, de Goethe; Verano tardío, de Sifter; Enrique el Verde, de Keller, entre otras que suelen citarse, cuyas propuestas de conciliación simplemente no son creíbles por muchas razones. La única excepción quizá sea, acaso sin pretenderlo, Jane Austen, quien escribe novelas en las que se produce la maravilla de una tensión felizmente resuelta y de unos personajes que, sin dejar de ser modernos, son también civilizados, miembros inteligentes de su refinada comunidad.

Y ahora ¿qué? Porque lo cierto es que el antiguo conflicto ha cesado. Hubo un tiempo en que el individuo vindicó sus libertades frente a las opresiones tradicionales y el arte noveló con puntualidad esa heroica riña. Pero ahora ya no: nuestra libertad ya no es conflictiva, sino pacífica, pues vivimos en una cultura no represora, en la que las coacciones colectivas han sido deslegitimadas, sus torvas genealogías desenmascaradas, sus pretensiones de validez convenientemente "deconstruidas". El conflicto por la liberación subjetiva ya no es nuestro tema, sino que lo es la indolencia que el hombre liberado arrastra lánguidamente por falta de motivaciones, entregado al consumo de mercancías y de afectos mientras nada en el mundo le induce a ser ciudadano, y entretanto vive en sociedad sin estar socializado. La novela moderna ha perdido el argumento originario, pero la orfandad temática no ha de durar porque otra tarea se impone: narrar el camino biográfico que lleva de las profundidades insondables del yo a la aceptación voluntaria de las cargas civilizatorias. ¿Por qué elegir hoy ser civilizado pudiendo permanecer en la barbarie? He aquí un gran asunto novelesco. La socialización pendiente ya no es conflictiva, pero sí sobremanera problemática, y reclama un género literario que le sea propio. Si en su día fracasó en aquella conciliación imposible la antigua Bildungsroman -en España ni siquiera existió como tal-, acaso ahora este género adquiera nueva actualidad aplicado al viaje formativo, salpicado de aventuras, que parte de la subjetividad inflacionaria hacia la terra incognita de la ciudadanía.

Sea, pues, nuestro lema: menos novela conflictiva de liberación y más novela problemática de socialización.

Los crímenes de la señorita Highsmith

Editorial Norma lanza seis novelas de la maestra del suspenso Patricia Highsmith. Una escritora descomunal que supo hacer literatura con las bajas pasiones, con una maestría que envidiarían los libretistas de CSI. Ahora bien, su personalidad era aún más perversa que sus argumentos...

Llega a las librerías las novelas de Patricia Highsmith, la creadora de Tom Ripley.foto.fuente:revista Arcadia.com

Patricia Highsmith no es Agatha Christie ni sir Arthur Conan Doyle, ni siquiera es Alfred Hitchcock. Ella revela al asesino en las primeras páginas de sus libros. Descubrir el misterio –quién mató a quién, qué arma utilizó, cuándo y dónde lo hizo– no significa nada, lo verdaderamente importante está en otra parte, tal vez, en esa brumosa voz que se esparce entre líneas y le susurra al lector: hey, el criminal podrías ser tú. Por eso, si a alguien se parece Patricia Highsmith, más que a los escritores de misterio, terror o detectivesca, es a Dostoievski. En últimas, ambos son maestros del suspenso. Pero de otra clase de suspenso. De ese que no se nutre de datos ni de cifras sino de motivos. En donde el detective nunca descubre nada porque el único que puede mirar en lo profundo de su ser es el protagonista. Un suspenso que, como toda la literatura que ha tocado el cielo, hace de su materia –en este caso el crimen– un arte. Y también entretiene.

En las más de 30 novelas y cuentos de Highsmith eso es evidente. Tanto que su más reciente biógrafa, Joan Schenkar –que en diciembre pasado publicó The Talented Miss Highsmith: The Secret Life and Serious Art of Patricia Highsmith– está convencida de que si no se hubiera convertido en escritora, habría sido asesina. "Tenía la mente de un genio criminal", dice Schenkar. Y no solo la mente, sino también las manos –grandes como de carnicero y prontas a estrangular– los ojos acechantes y, sobre todo, determinación, ausencia de moral y una conciencia absoluta de que, cuando se ha decidido cometer un crimen, no hay vuelta atrás. Tom Ripley, su personaje más querido y protagonista en cinco de sus novelas, siguió ese camino.

Highsmith aprendió a convivir con sus demonios. Lesbiana, conocía a la perfección los bares gay de la Nueva York de los cuarenta y cincuenta –clandestinos y rechazados en ese entonces– y se paseaba por allí en busca de amantes. Prefería las parejas. Solía inmiscuirse en relaciones heterosexuales estables, aunque nunca se interesó por ninguna en especial. Su segunda novela, El precio de la sal –de temática abiertamente homosexual–, fue publicada en 1953 bajo el seudónimo de Claire Morgan. Al fin y al cabo, para la época, la homosexualidad era considerada una enfermedad. La misma Patricia se despreciaba por ello y por no ser parte de la clase social alta neoyorquina.

Llegó a salir con tres mujeres a la vez. Fue alcohólica. Fumadora. Racista. Solitaria. Secreta. Obsesionada con su madre, con la seguridad, con el paso del tiempo, con las listas, con los impuestos y con la comida.

De niña, Patsy Plangman (ese era su verdadero apellido) planeó asesinar a su padrastro de quien, no obstante, tomó el Highsmith. Lo odiaba por tener que vivir con él en un diminuto apartamento de ladrillos rojos de Greenwich Village en Nueva York. Patsy había nacido en Fort Worth, Texas, un 19 de enero –el mismo día que Edgar Allan Poe un siglo antes– y allí volvería, contra su voluntad a los 12 años, a la casa de su abuela materna, Willie Mae Stewart. "Aprendí a vivir con un odio cruel y asesino desde muy pronto. Y aprendí también a sofocar mis emociones más positivas", diría Highsmith.

Que nadie se alarme. Los niños también pueden matar. Así ocurre en 'La tortuga de agua dulce', un cuento suyo en el que un niño, atormentado por su madre, la asesina tras haberla visto hervir una tortuga para preparar estofado. Una década después, Highsmith, con 52 años, haría una lista que llamó 'Little Crimes for Little Tots: Things Around the House Which Small Children Can Do' que incluía perturbadoras escenas al estilo de: los niños pueden poner cuerdas en la parte alta de las escaleras para que algún adulto se caiga o llenar el frasco de la harina con veneno para ratas.

No fue la única lista que hizo. Al parecer, Highsmith sufrió de un desorden archivístico que la llevó a rotular, planear y clasificar todos los aspectos de su vida. Escribió más de 8.000 páginas de diarios y cuadernos, entre los que se encuentra una lista bastante peculiar, conformada por sus amantes a las que, tras un examen riguroso, aprobaba o desechaba según el deseo momentáneo. También hizo cálculos. ¿Cuántos golpes se necesitan para matar a un niño de ocho años?, y ¿cuántos para matar a uno mayor? Nunca soportó los gritos de los niños. "No entiendo a la gente que es aficionada a armar ruido; por consiguiente, me da miedo, y, como me da miedo, la odio", escribió. Aun así, jamás hirió a nadie: soltaba sus dardos escondida en un rincón.

En los años cuarenta, cuando la joven Pat volvió de Texas a Nueva York –una ciudad que conocía y que la sofocó al punto de instalarse para siempre en Europa– sus cuentos aparecieron en Harper's Bazar mientras ella trabajaba en una editorial de cómics donde el constante peligro de los superhéroes, las persecuciones y las identidades secretas de cualquier Linterna Verde nutrieron su imaginación.

Por esa época inició un amorío con su máquina de escribir Olympia de la que saldrían verdaderos golpes al lector como su primera novela, Extraños en un tren. Sobre el argumento dijo Highsmith: "(...) dos personas acuerdan asesinar a sus amigos mutuos, lo que les permitirá una coartada perfecta". Pero hay mucho más. Está, por ejemplo, Charles Anthony Bruno, un tipo macabro, obsesivo y sin rastro de moral cuya actitud recuerda a alguien que está en el trabajo y quiere llegar a su casa rápido para ver algo en la televisión o alimentar a los peces o hacer cualquier cosa urgente. Bruno quiere llegar rápido para matar.

"Los primeros seis años de mi carrera no fueron precisamente afortunados –anotó Highsmith–, luego ocurrieron unas cuantas cosas que hicieron que la suerte me sonriera". Una de ellas fue la llamada del aclamado Alfred Hitchcock para llevar al cine Extraños en un tren. Highsmith recibió 6.800 dólares. "Cambió mi novela –confesó a su asistente personal– pero siempre le estaré agradecida porque gracias a él pude seguir escribiendo y viviendo de escribir". Esa sería la primera de una larga lista de novelas y cuentos suyos que fueron convertidos en películas. La última: Mr. Ripley el regreso realizada en el 2005.

Con seguridad Highsmith se afectaba cuando veía a sus protagonistas salir mal librados en el cine. Y es que todos ellos –desquiciados y manipuladores como eran– siempre resultaban invictos en sus libros. En El talento de Mr. Ripley, Tom Ripley comete dos asesinatos, cambia de identidad, huye, roba y falsifica firmas. Al final se va a Grecia. Está exhausto y necesita unas buenas vacaciones en el Mediterráneo después de tanto ajetreo. Como Tom, Patricia viajó y tuvo obsesiones.

Caracoles y Gauloise

Patricia Highsmith tenía cientos de caracoles. Los coleccionaba y cuando estaba aburrida sacaba dos o tres de su cartera y los miraba perderse. No es difícil creer que le gustaran más que las personas, tanto, que llegó a escribir un cuento sobre ellos: 'El observador de caracoles', donde cita al naturalista Henry Fabré para anunciar que ninguna especie del reino animal manifiesta tal grado de sensualidad durante el apareamiento como los caracoles. La gente, en cambio, entorpecía su creatividad y por eso la rehuía.

O tal vez por miedo. De hecho, esta planificadora de crímenes perfectos y coartadas inimaginables, nunca dejó de pensar en su seguridad. Según Schenkar, su casa en la villa francesa de Moncourt estaba rodeada por un muro de concreto grueso. Adentro, un cuarto no muy grande, con una cama y una estantería con pañuelos y frascos de Vic Vaporub. En ángulo recto con la cama, un escritorio lleno de papeles y cartas. Cerveza y cigarrillos Gauloise humeando por el suelo. En medio de todo, la solitaria Patricia con sus caracoles.

¿Por qué Otto Penzel, uno de los editores de Highsmith, dijo que era un ser humano horrible? Probablemente porque así fue. Patricia nunca fue correcta ni mucho menos cortés. Tan solo inquietante y transgresora. Desde su juventud, se sintió incómoda con la población negra y ese racismo degeneró en un antisemitismo que la llevó, ya en sus últimos años, a inventar 40 identidades falsas con las que mandó cartas a políticos y periodistas estadounidenses para criticar el estado de Israel y la influencia judía en el mundo. Curioso. Muchas de sus amantes fueron judías.

En realidad, nunca estuvo demasiado feliz respecto a nada. Odiaba también la comida. Schenkar cuenta que su única dieta en décadas fueron el alcohol y los cigarrillos. "La diferencia entre la joven y seductora Pat de sus tempranas fotografías y la vieja escritora de 53 años sentada tecleando es chocante", dice en su biografía. Para Highsmith, el problema de Estados Unidos –por esos días pendiente del Watergate de Nixon– era gástrico. Un ataque de ácido estomacal que los hacía vomitar. Ella misma solía vomitar.

Al tiempo Patricia escribió. Continuó con la saga Ripley. Lanzó antologías desconcertantes como Pequeños cuentos misóginos y Once, novelas como El diario de Edith, La celda de cristal y A merced del viento y un ensayo sobre la escritura que llamó Suspense.

Murió en 1995 –hace justo 15 años– en Locarno Suiza. Estaba enferma. Su entierro fue solitario. Ningún amante. Pocas lágrimas. Sus últimos días los pasó en un hospital acompañada por su contador (Highsmith pagaba impuestos rigurosamente en Estados Unidos y en Suiza). Tuvo, en efecto, una mente criminal. No fue una buena chica, como las que abundaban en los años cincuenta. De esas que iban al salón de belleza y esperaban a que sus maridos regresaran de la guerra. Fue, más bien de otro tipo. De las que telefonea en medio de la noche, con un par de tragos en la cabeza, y pregunta: "¿Alguna vez has tenido ganas de matar a alguien?".