Medellín intenta dejar atrás su pasado como una de las ciudades más peligrosas del mundo gracias a centros culturales en los barrios pobres
Raramente luce completamente azul el cielo en el nuboso y turbulento valle de Aburrá. Y menos, si este se escruta desde las angostas callejuelas adonde conducen las modernas cabinas del metro-cable. Al final aguarda la Comuna 1, tristemente célebre como uno de los virreinatos donde imperó la ley del narco Pablo Escobar. Las casas alfombran las laderas con la uniformidad del ladrillo que domina el paisaje de la ciudad colombiana, que ayer clausuró la tercera edición del Congreso Iberoamericano de Cultura. Solo un edificio negro, una biblioteca del arquitecto Giancarlo Mazzanti, altera el paisaje de decadencia urbana.
Nada de todo esto (el teleférico, la arquitectura de vanguardia o Euler) solía estar reservado a los vecinos de los barrios pobres de Medellín (cuatro millones de habitantes). Es la historia de la transformación de una de las ciudades más peligrosas del mundo gracias, en gran parte, a la cultura. Y puede sonar a cuento no apto para cínicos, pero es que los vecinos de la Comuna 1 prefieren creer, como esos chavales que, bajo la atenta mirada policial, relatan la metamorfosis a cambio de unos pesos.
El Parque-Biblioteca España, de Mazzanti, fue inaugurado en 2007 y forma parte de una red de cinco centros diseminados por los barrios deprimidos de la ciudad (hay en proyecto la construcción de otros cinco). Además de ofrecer servicio de préstamo de libros o de acceso a Internet, actúan como punto de encuentro y espacio público de las comunidades a las que embellecen con sus formas vanguardistas, ideadas en estudios de arquitectos de prestigio e inspiradas en la idea de que la estética puede ser motor de cambio social.
El binomio Parque-Biblioteca y metro (hay toda una orgullosa cultura ciudadana alrededor de las dos líneas que atraviesan la urbe) se sitúa en el centro de la transformación al aplicar un concepto decimonónico: la comunicación es civilizatoria. Con la instalación del teleférico, muchos habitantes de Comuna 1 bajaron al centro por primera vez en décadas. "Una de las principales causas de violencia urbana es hallarse en un limbo, en un no-lugar", explica el alcalde Alonso Salazar.
Los presupuestos municipales que maneja destinan 45 millones de dólares anuales (35,8 millones de euros) al fomento de la cultura. Un dinero que, combinado con aportaciones privadas a través de Cajas de Compensación Familiar, se destina a centros como el de Moravia, en la Comuna 4. Una de las últimas obras de Rogelio Salmona, el edificio está abierto (metafórica y literalmente) a los 38.000 vecinos de un barrio que solía albergar el vertedero de la ciudad.
Enfocado a la enseñanza de la música, el Moravia ofrece clases de dirección de orquesta o escenarios para bandas como los Peligrosos, cuadrilla de hip-hop dirigida por Henry, el Jeque. De 29 años, combina rap clásico con cumbia colombiana y un afán de liderazgo comunitario. Consigue dinero para montar festivales en Aranjuez, barrio pobre del que proviene, o media en peleas entre bandas. Su labor no difiere mucho de la de Son Batá, colectivo que por medio de la música, trata de que los chicos de la Comuna 13 trasciendan a los dilemas retratados por Víctor Gaviria en la película Rodrigo D. No Futuro, que narra la vida de un chico sin alternativas que acaba de sicario.
El presidente Álvaro Uribe recordó en su discurso inaugural del Congreso Iberoamericano de la Cultura un adagio recurrente en Medellín: "Cada chico que abraza un instrumento, no empuñará un fusil". No en vano, otro de los orgullos de la ciudad es el sistema educativo de orquestas, que desde hace veinte años permite el acceso a pianos, violines u oboes a niños con talento.
"Pero conviene no engañarse", aconseja el alcalde Salazar. "La violencia organizada no se combate con hip-hop". Carlos Uribe, director del centro Moravia, también se apresura a diluir la impresión de que el trabajo ya está hecho. Esta semana, sin ir más lejos, ocho personas murieron a manos de unos sicarios en una discoteca, la tasa de asesinatos por cada 100.000 habitantes ronda los 70 (cierto que alcanzó los 380) y en la Comuna 1, cuando cae el sol y el cielo se vuelve negro cuentan que le pueden matar a uno por 5.000 pesos. Al cambio, apenas dos euros.
La brutal certeza de que el final del camino aún queda lejos llegó en la madrugada del domingo. Andrés Medina, líder de Son Batá, participante en el Congreso, murió acribillado a balazos en las calles de la Comuna 13, cuando se dirigía a una reunión con Paula Marcela Moreno, ministra de Cultura de Colombia. Los pistoleros, aseguró la policìa, se equivocaron de tipo.
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