foto:archivo.fuente:elmalpensante.com"Entonces, si leer –en este sentido de invasión placentera– es una experiencia sexual, el club de lectura sería el equivalente a un vestuario de colegio. Es el lugar en el que nos reunimos para intercambiar y comparar notas después del acto"
Leer es posiblemente la segunda actividad humana más íntima y, al igual que con la primera actividad humana más íntima, hay personas que tratarán de convencerlo de que es mejor hacerlo en grupo. Estos grupos se llaman clubes de lectura. Pertenezco a uno. Tal vez usted también. En caso de que sea así, le diré por qué los dos hemos cometido un terrible error.
En teoría, hay muchas razones para recomendar estos clubes. Fomentan la lectura. Enriquecen a los autores que, como usted seguramente ha leído, por estos días no andan enriqueciéndose mucho que digamos. Promueven la socialización, por lo general cara a cara, otra actividad valiosa y en peligro de extinción. Los clubes de lectura públicos –como el de Oprah en Estados Unidos– se han convertido en un potente motor económico para la industria editorial. Y el club de lectura sigue siendo atractivo para quienes, como yo, anhelan largas discusiones sobre sonetos en cafés llenos de humo, o que ocasionalmente extrañan el vientre de un salón de clases en donde, como estudiantes entusiastas, nos convencieron de que en cada novela no leída estaba el poder de dar forma a nuestras vidas.Entonces no es ninguna sorpresa que el interés colectivo por los clubes de lectura haya crecido, incluso cuando el interés por la lectura ha disminuido. Este año el Globe y el Mail, dos periódicos canadienses que como otros diarios también han reducido su cobertura de libros, lanzaron una columna acerca de clubes de lectura titulada –tristemente– Clubland. La palabra "clubland" usualmente se asocia con discotecas y en este caso con lograr, a las patadas, que los clubes de lectura parezcan sexis y divertidos, ustedes saben: como bailar. Es casi la misma forma, también a las patadas, en la cual los clubes de lectura están diseñados para hacer que la lectura parezca sexi y divertida.Como ya dije, hago parte de un club de lectura. Tiene otros cuatro miembros, todos son personas a las que respeto y entre todos cubrimos un amplio espectro de gustos literarios. Nuestras selecciones van desde El malogrado de Thomas Bernhard hasta Dinero de Martin Amis y Tiburón blanco de Peter Benchley. Y como todo club de lectura hacemos nuestras cositas de club. Acordamos los horarios. Nos reunimos. Tomamos vino. Comemos queso. Y hablamos del libro elegido durante algunos minutos obligatorios antes de continuar con la parte del club que, creo, la mayoría de nosotros realmente espera: cuando dejamos de hablar del libro.Usted podrá decir que su club es distinto, que le ha abierto los ojos a autores nuevos y exóticos, que tiene debates maravillosos, endulzados por el vino, que le enriquecen el alma y se extienden hasta altas hora de la noche. Puede ser. No lo dudo ni lo cuestiono. Pero sugiero que esta fascinación por los clubes de lectura –crearlos, vincularse, hablar sobre ellos– es opuesta al disfrute de la lectura y está completamente a tono con nuestra convicción moderna de que no vale la pena hacer nada que no pueda ser compartido inmediatamente.Tal vez sea válido cuando colgamos en Facebook fotos de las vacaciones o twitteamos todos los detalles del desayuno o montamos en YouTube el video del fiestón de matrimonio. Ahora, amo un buen fiestón de matrimonio. Pero sugerir que la experiencia de leer La casa de la alegría –una selección muy bien recibida por mi club de lectura– mejora tan pronto se habla de haber leído La casa de la alegría es afirmar que leer La casa de la alegría es una experiencia que puede, y necesita, ser mejorada. Y creo que cualquiera que haya leído un libro y lo haya disfrutado entiende que eso sencillamente no es cierto. Si usted leyera Moby Dick mientras navega solo por el mundo no lo disfrutaría menos. De hecho, creo que lo disfrutaría más.Entonces volvemos a lo íntimo de la lectura. Piense en algo, incluso tan tonto y modesto como este artículo: estoy en su cabeza en este momento. Usted, muy amablemente, me ha dejado entrar a la esfera privada de su conciencia, aunque sea por unos minutos. Es como un giro a esa remota película de terror y niñeras: ¡la voz viene de dentro de su cabeza! Esta experiencia es muy diferente de la que se tiene con cualquier otro tipo de arte. No importa qué tanto disfrute de una pintura o se regocije con una sinfonía, no existe la sensación de que el pintor se ha apoderado de sus ojos o el compositor de sus oídos. El escritor, en cambio, sí se apodera de sus pensamientos. (¡Hola! ¡Hola! Yo lo estoy haciendo decir esto.) ¿Nunca ha sentido que después de leer a un escritor con cierta cadencia musical, sus pensamientos imitan esos ritmos durante días? La experiencia de leer imita de un modo tan cercano el proceso de la conciencia que adquiere un nivel único de intimidad artística. El arte realmente bueno permea la barrera de la conciencia, el acto de leer la disuelve completamente. Literalmente pasa dentro de usted. ¿Qué tal eso para hablar de intimidad?Entonces, si leer –en este sentido de invasión placentera– es una experiencia sexual, el club de lectura sería el equivalente a un vestuario de colegio. Es el lugar en el que nos reunimos para intercambiar y comparar notas después del acto. Tratamos torpemente de contar los hechos pero no podemos evitar restarles importancia y quitar valor a la experiencia misma que nos hemos reunido a celebrar. Claro, puede ser una forma divertida de relajarse una noche después del trabajo, pero no se puede comparar con el acto mismo. (Y eso sin mencionar la emoción floja y de tercera mano que suscita leer acerca de gente que habla acerca de leer, como en la columna Clubland del Globe.) Y, como aprendemos todos finalmente, algunas experiencias son mejores cuando uno no va por ahí parloteando al respecto después. ¿Fue bueno para usted? Entonces eso debería ser más que suficiente.
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