Escritor y psicoanalista Carlos Chernov, autor de El amante imperfecto, sostiene que hablar de vocaciones y profesiones remite al lenguaje religioso y señala el peso que la sociedad otorga a la elección de un oficio. "Compromisos varios inclinan una decisión que debería definir el deseo", dice.
Carlos Chernov
En Pieza inconclusa para piano mecánico , esa conmovedora película rusa sobre amores e ideales traicionados, hay una escena que resume la desesperación de varios de los personajes. Uno de ellos comienza a gritar: "Tengo treinta y cinco años y soy un cero, una nulidad. Lermontov a los veintisiete estaba en la tumba, Napoleón ya era general y yo no hice nada en esta maldita vida." Cuando la vi, yo también tenía treinta y cinco años y estaba atravesando una crisis vocacional que la película puso en escena y que, de algún modo, me ayudó a resolver.
De joven, estudiaba medicina y escribía poesía; después me recibí y me dediqué por completo a la psiquiatría y al psicoanálisis y abandoné la poesía. Al ver la película, terminé de entender un malestar que arrastraba desde hacía varios años. No estaba conforme con mi vida. Mi profesión me apasionaba, pero me faltaba la literatura y esta ausencia me hacía profundamente infeliz.
A lo largo de la historia, la mayoría de las personas no ha podido elegir sus trabajos. Los condicionamientos sociales han predominado absolutamente sobre las elecciones individuales. Los hijos de los campesinos se convertían en campesinos, los señores feudales les legaban sus posesiones a sus descendientes, los hijos de los artesanos se iniciaban como aprendices y se integraban a los gremios. Este orden sólo era alterado por catástrofes masivas: guerras, pestes, hambrunas o revoluciones. El hombre empieza a elegir, a no heredar su ubicación laboral en la sociedad, con el surgimiento de la burguesía como clase, con sus ideales liberales y su valoración de las profesiones universitarias.
No elegir, quedar determinado por el origen, también era lo habitual a la hora de casarse. Los casamientos se arreglaban. El amor, como causa suficiente para superar los mandatos familiares, es un invento posterior a la Revolución Francesa.
Siempre recuerdo una frase que no sé dónde leí: "Mi abuelo fue campesino, para que mi padre fuera comerciante y yo pudiera ser poeta". Una buena ilustración de la movilidad social. Si uno apenas puede sobrevivir, las elecciones vocacionales son un lujo disparatado; sin embargo, incluso para los "poetas", que por no sufrir necesidades acuciantes tienen más libertad, la elección del proyecto de vida estará jaqueada por compromisos familiares y sociales.
Los compromisos arrancan con nuestro nacimiento. Se nace en deuda: la deuda de que nos hayan dado la vida. Una deuda curiosa porque nunca pedimos el crédito, pero sin duda entendemos que es un crédito porque actuamos como si nuestra vida no fuera del todo nuestra, y no me refiero a lo efímero de la existencia, sino a la cantidad de deberes que hemos contraído antes de empezarla.
Debemos saldar la deuda teniendo hijos y cumpliendo con los ideales más diversos. Cuando nos damos cuenta, ya hemos pasado los cuarenta o cincuenta años y todavía no hemos terminado de pagar. Esta deuda originaria es uno de los motivos de la dificultad para apropiarnos de nuestra vida: pocos consiguen hacer lo que realmente quieren; vivir de acuerdo a su manera de sentir y pensar.
Naturalmente, los principales acreedores son nuestros padres. En la actualidad, la autoridad de la familia está cuestionada y se ha debilitado, pero todavía sigue siendo determinante. Los deseos de los padres intervienen regularmente en las elecciones de los jóvenes; en ocasiones ejercen una influencia consciente y deliberada, en otras, se trata de presiones inconscientes.
Muchos padres esperan que sus hijos cumplan con los ideales que ellos no pudieron alcanzar; otros quieren que los hijos los sucedan en sus empresas o profesiones. Además del obvio propósito de no tirar por la borda lo que costó años de esfuerzo construir, que alguien los suceda, que el mismo apellido esté en el frente del negocio o en la chapa del estudio, les permite albergar la fantasía de que mientras exista esa prolongación laboral de su ser, de algún modo trascenderán, serán recordados.
Los condicionantes sociales son algo más flexibles. No podemos elegir ni nuestro nombre ni algunas designaciones que vienen dadas por nuestro origen: se es mujer, alto o argentino; pero podemos tomar ciertas decisiones. Se dice: es peronista, médico, gordo, tenista o soltero, y estas nominaciones se adosan a nosotros como nuevos apellidos.
"Vocación" y "profesión" provienen del lenguaje religioso. Se trata de la elección de un género de vida más que de un mero trabajo. La confianza de la sociedad en los profesionales se basa en que se cree que profesan su saber como una fe. Vocación significa "acudir al llamado de una voz". En otros tiempos, remitía en particular a la vocación religiosa o artística; las bellas artes o la vida monástica o sacerdotal. Ocupaciones en las que, en principio, el móvil no es el dinero.
Algunos no tienen problemas para elegir, escuchan el llamado de la voz que les dice hacia qué actividad se sienten inclinados. A otros la voz no se les presenta –nada les interesa especialmente–, también están los que escuchan demasiadas voces –hay tantas cosas interesantes. Lo importante entre estos últimos es saber cuánto les atrae cada actividad; la magnitud de los deseos se mide por el esfuerzo que estamos dispuestos a hacer para cumplirlos.
Por las quejas que se escuchan, se podría decir que las vocaciones traicionadas son más comunes que las realizadas. En la juventud –una edad en la que sabemos muy poco del mundo y de nosotros mismos– tenemos que tomar grandes decisiones –el trabajo y la pareja– que, se supone, nos van a acompañar el resto de la vida. No podemos prever cómo será trabajar en lo que elegimos aunque nos lo cuenten: la experiencia es muy difícil de transmitir.
Tampoco sabemos cómo seremos nosotros mismos en el futuro. En la adolescencia se tiene todo el tiempo por delante, los errores no parecen tan caros; pero al promediar la vida, uno mira hacia atrás y hace la cuenta de los años que pasaron y de los que le quedan y entra en crisis. Si encuentra una salida creativa, las que se suponían elecciones definitivas pueden ser cuestionadas y reemplazadas por otras.
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