15.11.11

Tras las huellas de Dickens

"Dickens fue un 'indignado' del siglo XIX", dice Ackroyd . "Si viajáramos realmente al Londres del XIX, nos pondríamos enfermos" . "Estuvo preso por deudas, era inmaduro, le pegaba sablazos y él fue todo lo contrario" . "Las confundía, vivía en sus novelas y la realidad le servía para documentarlas" . Publicaba por entregas, pidió derechos de autor y combatió la piratería
YE OLDE CHESIRE CHEESE. Pub de varias plantas frecuentado por el mismo Dickens, en un edificio de 1667, y descrito en términos elogiosos en Historia de dos ciudades

THE GEORGE INN. Peter Ackroyd, en el patio de esta taberna frecuentada por Dickens y, años atrás, por Shakespeare. Aparece en La pequeña Dorrit. fotos: Kim Manresa. fuente:lavanguardia.com

¿Dónde está Dickens? ¿Cuáles son las huellas de uno de los mayores escritores de todos los tiempos en el Londres preolímpico de hoy, a poco de celebrarse —el próximo 7 de febrero— los 200 años de su nacimiento? Los rascacielos modernos —algunos, todavía en construcción— se extienden por la orilla sur del Támesis, en el área de Southwark, cerca de la Tate Modern, y el visitante debe hacer un gran esfuerzo de imaginación para pensar que aquí, hace dos siglos, se situaban los almacenes portuarios y las precarias viviendas de madera donde se hacinaban los pobres de la era victoriana.

Charles Dickens (1812-1870), como recuerda una placa, era uno de los habituales del George Inn, la taberna (y monumento nacional) donde nos espera nuestro guía, Peter Ackroyd (Londres, 1949), autor de la biografía Dickens,que mañana pone a la venta Edhasa en España. Peter Ackroyd es un titán de la producción bibliográfica, pues a sus quince novelas hay que sumar las biografías de Poe, Newton, Turner, Shakespeare, Tomás Moro... o sus libros sobre Venecia, el Támesis o Londres. Actualmente, trabaja en el tercer volumen de su historia de Inglaterra y —en el tiempo que le sobra, digamos— en la biografía de Chaplin. Su Dickens fue publicado en el Reino Unido hace veinte años, pero no encontraba traductor y Edhasa se ha atrevido ahora con una versión posterior, reescrita y reducida, de sólo 700 páginas.

"Si alguien pudiera viajar al Londres de Dickens —empieza diciendo Ackroyd, mientras pide una pinta— se pondría enfermo, por los olores, las miasmas y lo insalubre del entorno. Lo que vamos a hacer ahora es solamente una aproximación lejana". Si en 1800, la ciudad contaba con un millón de habitantes, el siglo XIX se cerró con cuatro millones y medio. "Era la ciudad más grande del mundo, una megalópolis, el centro del universo financiero, de la revolución industrial y del pujante imperio británico". Además de la fiebre del ferrocarril, que extendió sus raíles por toda la urbe, existían las fiebres propiamente dichas, que era como llamaban a "las enfermedades, que se propagaban como manchas de aceite. Dickens sobrevivió a cuatro epidemias de cólera, y de forma regular se producían brotes de tifus, fiebres tifoideas, diarreas epidémicas, disentería, viruela y otras dolencias. Los niños caían como moscas". Brrr...

Dickens fue el primer novelista que hizo de Londres el centro de su ficción, convirtiéndola en la gran protagonista de sus libros, explica su biógrafo, mientras, tras empezar el paseo, nos señala la torre de la iglesia de St. George, donde se casa Amy, la protagonista de La pequeña Dorrit.

"Convirtió la capital en un mundo exuberante, repleto de pasiones y criaturas grotescas que caló en el imaginario de los lectores. Yo lo veo como un poeta, alguien que dota de simbolismo a ese Londres misterioso, nocturno y desdibujado por la niebla".

En la casa de Dickens —bueno, en una de las ocho que tuvo en la ciudad, en el número 48 de Doughty Street— unos operarios ultiman los trabajos de reforma de su museo, que ha reabierto las puertas esta misma semana. "Son tiempos de leerlo de nuevo, con la crisis ¿verdad?", dice lúcidamente Dan, vestido con mono azul, mientras nos conduce a su escritorio, totalmente cubierto por unos guardapolvos. "Dickens trabajaba allí, tenía una enorme disciplina y era un maniático del orden - apunta Ackroyd-.Era dominante, energético, estricto... Los que le trataron decían que tenía un aire militar".

Al autor de Grandes esperanzas le costaba distinguir realidad y ficción. "Tenía que creer que algo era real para hacérnoslo sentir". De ahí que su biografía sea un magma que superpone lo sucedido y lo inventado, interpretando las obras de Dickens en función de los acontecimientos de su vida. "La ficción fue el elemento más importante de su existencia, y los hechos biográficos son utilizados para ilustrar las narraciones que estaba escribiendo. En la vida de Dickens, lo más importante fueron sus novelas y él las llevaba consigo, en la cabeza, a cualquier situación que viviera. Los personajes tienen los rasgos de sus vecinos y amigos, y viven las sensaciones que él experimentaba".

El padre de Dickens, John, fue a la cárcel por moroso. Ackroyd camina sobre la antigua prisión de Marshalsea, a la que el joven acudía a visitar a su progenitor recluso en 1824. El padre pegó sablazos al escritor hasta el fin de sus días, y tuvo una gran influencia en él, pero en negativo: "Dickens fue diferente en todo: John era perezoso, Charles fue muy trabajador; el padre no controlaba el gasto, él fue un gran administrador. Se lamentó tanto del infantilismo paterno, que lo obligó a ser el responsable de la familia, que en su obra lo normal es que los niños velen por los adultos".

Y, como no hay biografía seria que no se ocupe de los asuntos de alcoba, Ackroyd aborda también la separación de Dickens de su esposa, Catherine, en 1858, tras haber tenido juntos diez hijos. El detonante fue la jovencísima actriz Ellen Ternan. Pero Ackroyd sugiere que la relación entre Dickens y Ternan fue casta, es decir, que estaba enamorado de ella, pero que no consumó una relación física. "Evidentemente, no existen pruebas, pero mis suposiciones se basan en la personalidad de Dickens, en su manera de actuar y en las normas de aquella sociedad, en la que una mujer que mantuviera relaciones sexuales con un hombre fuera del matrimonio estaba considerada casi una prostituta, y ellos se siguieron viendo como amigos".

De hecho, la gran paradoja de Dickens —que creó unos dos mil personajes— es que "esconde sus sentimientos en la vida real y los exhibe sin pudor en la ficción. En lo personal, fue un hombre conflictivo, un padre severo, un marido complicado. Era, eso sí, un buen amigo, con gran sentido del humor y capaz de imitar perfectamente a sus conocidos y a personajes célebres, pero le gustaba siempre ser el centro de atención, el eje de todo, sentía la necesidad imperiosa de ser el centro de las miradas. Eso es algo con lo que resulta difícil vivir". Ya no existe la fábrica de betunes Warren, en el 30 de Hungerford Stairs, que le inspiró escenas de David Copperfield y en la que entró a trabajar a los doce años por un salario de seis o siete chelines a la semana. "De ahí que la imagen del limpiabotas sea recurrente en todas sus novelas. Su dura experiencia laboral fue muy importante, y es la que explica su fuerte deseo de mejorar. Quiso extender a la totalidad de sus criaturas de ficción el sentimiento propio de humillación que había vivido, ese dolor original. Esa fue una de las fuentes de su genio".

Frente a la catedral de St. Paul —que aparece en tantas de sus obras, como David Copperfield— hoy acampan los indignados, con sus pancartas que identifican capitalismo y crisis. Parece un buen sitio para evocar el compromiso social de Dickens, sus visitas a los orfanatos, las fábricas, su fundación de una institución para "mujeres desorientadas"... Fue "un feroz crítico de su sociedad, un indignado del XIX" que, a pesar de haberse hecho famoso y rico, nunca olvidó su ideal de justicia. Oliver Twist es la "primera novela en la que un niño es protagonista, el centro del libro" pero es, también, una denuncia de la explotación infantil. No es por nada que Karl Marx le comentó a su amigo Engels: "Dickens ha proclamado más verdades de calado social y político que todos los profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos".

Anochece sobre Fleet Street, la llamada calle de la prensa pues acogía entonces las sedes de muchos diarios y publicaciones. Dickens fue periodista aquí, primero cronista parlamentario en Mirror of Parliament, redactor luego en The Morning Chronicle y más tarde director de The Daily News, en el numero 90 de la calle (duró 18 días en el cargo, todo un récord aunque le bastaron para meter en plantilla a su suegro, su tío paterno y su propio padre).

Pero supo dejar el oficio a tiempo, y se le considera el primer escritor profesional, ya desde Los papeles póstumos del club Pickwick, "que fue muy exitoso; venderlo por entregas le garantizó ingresos periódicos". Y, sobre todo, "pidió derechos de autor, es decir, una participación en las ventas, era muy listo". Combatió también con ferocidad la piratería de sus obras (que se producía, sobre todo, en los salvajes Estados Unidos).

Al día siguiente de su muerte, podía leerse, en The Daily News: "Gracias a sus estampas de la vida diaria, que no a las crónicas oficiales, las generaciones futuras tendrán la oportunidad de saber cómo se desarrollaba la vida en el siglo XIX". Y así ha sido, pese a que los críticos de la época —que él no se molestaba en leer— le vapulearon lo suyo. Pero, como el propio Dickens le comentó un día al danés Hans Christian Andersen, quien lloraba en el césped de su casa por las críticas negativas que había recibido un libro suyo: "Nunca se tome a pecho lo que escriban los periódicos; al cabo de una semana, la gente lo habrá olvidado, mientras que su libro seguirá adelante y se abrirá camino". Dickens dio un pisotón al barro de la calle, donde dejó su huella. "Mire esto", le dijo a Andersen, y con el pie borró la marca. "Ahí tiene usted la crítica: ¡ni rastro!". Andersen debió de pensar aquel día que su amigo se compadecía de él... pero hoy, un siglo después, seguimos hablando de ambos.

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