26.11.11

Abelardo Castillo: una lección para autores

Era un homenaje al gran cuentista. Y terminó en una clase sobre cómo ser escritor
Un verdadero Maestro de las nuevas hornadas de escritores. Abelardo Castillo cuando se presentó la reedición de Las otras puertas, un libro de 1961. foto.fuente: Revista Ñ

Medio siglo atrás una galería de personajes desfachatados y reflexivos llegaba a las librerías. El amigo de Ernesto que desea y no desea iniciarse con la madre de éste, el amigo del marica que lo lleva a debutar con una sórdida prostituta, el niño que le habla a su Conejo, Macabeo que recordará otra vez sus días en el nazismo y el estupendo tirambombas, el oficinista destructivo, el señor Núñez del cuento "Also sprach el señor Núñez", que referencia a Nietzsche, aunque leído hoy por hoy rezuma un perfume de la Violencia Rivas de Capusotto y del lúcido malestar existencial de Slavoj Zizek.

Estos personajes venían de la pluma de Abelardo Castillo, entonces un joven de 26 años, sampedrino por adopción regresado a Buenos Aires a sus 18 años. La editorial que corrió el riesgo de editar este primer libro de cuentos fue Goyanarte, hoy extinta con tan poco ruido como la ranita marsupial tucumana. En estos días Seix Barral, con Alberto Díaz de capitán del crucero, decidió reeditar Las otras Puertas. El miércoles, en la librería Dain, de Palermo, hubo una presentación-homenaje en la que el escritor habló con la librera y lectora Natu Poblet frente al público.

La carrera de Castillo se inició con el cuento "El marica", premiado en un concurso literario de la revista Vea y Lea por un jurado formado por Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou. Ya con haber sido premiado por semejantes escritores, bastaría para morirse contento, pero Castillo recién empezaba a desplegar su talento.

Poner lo sórdido en primer plano es una de las características de este, autor, sin duda el más grande cuentista argentino vivo. Ernesto Sabato se acercó a saludarlo por la publicación de "El marica" y le comentó: "Su cuento es espantoso". Más tarde, Castillo supo que para Sabato el adjetivo "espantoso" era, en realidad, un elogio.

"Desde el principio, siempre supe que quería ser escritor", declaró al público que lo escuchaba en Dain, "pero también sucede que nunca me sentí escritor. Ser escritor quiere decir que se es alguien que escribe." Para este entonces, los allí reunidos, laicos y oficiantes (escritores) como Ana María Shua, Silvia Schujer, Liliana Heker, Vicente Muleiro, Vicente Battista, Cristina Piña, Gonzalo Garcés y otros, oíamos departir al Maestro tal como en la Antigüedad se atendía a las palabras del oráculo de Delfos.

Castillo fue fundador y director de tres revistas literarias que marcaron un hito en la literatura argentina: El grillo, El escarabajo de oro y El Ornitorrinco. Y a la par desarrolló una obra como escritor de diversos géneros: las novelas El que tiene sed (1985) o El evangelio según Van Hutten (1999), por citar la última, seis libros de cuentos y varias obras de teatro y ensayos.

Interrogado por Natu Poblet acerca de cuándo está terminada la escritura de un libro, él respondió, muy orondo: " Un libro nunca está terminado". El desaliento nos invadió y cada uno pensó en los antidepresivos que tendría que tomar al llegar a casa y enfrentarse a carillas y carillas del mamotreto que lo espera en la notebook. Pero Castillo, los dioses lo protejan de todo mal, agregó: "Sin embargo, también puede decirse que una obra está terminada cuando el autor quiere. Yo no siento que Crónica de un iniciado sea un libro terminado y no quiere decir que vaya a terminarlo nunca".

"¿Quieren un consejo?", preguntó. Todos asentimos con desesperación: "Cuando tengan terminado un libro, nunca tengan nada sin hacer. Siempre hay que tener otro medio libro por hacer". Legos e iniciados tomamos nota.

"Tampoco un escritor tiene que ser siempre un gran escritor. Es la lección de Thomas Mann y de Tolstoi, una lección de humildad. Toda esta historia de que hay que escribir una gran obra es un disparate, una arrogancia. Un escritor, escribe." Ya respirábamos con alivio, cuando Natu lo interrogó sobre su destino. "Mi destino es la literatura", expresó, como si a alguno de sus lectores se nos escapara esta certeza, "es un destino elegido y que debe refrendarse cada día".

La charla terminó con el autor leyendo sus propios textos, cadencioso, tranquilo. Quedaron resonando el eco de su voz y de sus más luminosas palabras: "La poesía es el fundamento de la literatura, y la literatura es ese estremecimiento íntimo que hay entre el libro y yo".

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