18.11.11

Para sacar del silencio a León Trotsky

En El hombre que amaba a los perros, el escritor Leonardo Padura busca desenterrar facetas ocultas del ideólogo soviético. Desde La Habana explica cómo lo consiguió
La novela El hombre que amaba a los perros, sobre León Trotsky y su verdugo, Ramón Mercader, fue publicada primero en España y luego llegó a la isla, en donde en principio sólo se publicaron 4.000 ejemplares.foto.fuente: elespectador.com

A Trotsky, como personaje histórico, me llevó el silencio. En la Cuba de los años setenta, cuando yo estudiaba Letras en la Universidad de La Habana (1975-80), Trotsky no existía, oficialmente hablando.

"La política estalinista de hacerlo desaparecer también se aplicó en Cuba, en todos los sentidos, y cuando se hablaba de trotskismo era para calificar la más anticomunista de las actitudes o filosofías. Pero la verdad es más amplia que la voluntad de silenciarla.

"Cuando leí Rebelión en la granja, de Orwell (autor que ni entonces ni ahora ha sido publicado en Cuba), y alguien me dijo que uno de los cerdos, el presunto traidor, estaba inspirado en Trotsky, sentí curiosidad. Luego, con la lectura de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante (tampoco publicada en Cuba) la curiosidad se convirtió en necesidad de conocer.

"Esa sensación fue creciendo, de manera muy aleatoria, hasta que en 1989 fui por primera vez a México y le pedí a un amigo que me llevara a Coyoacán, pues quería visitar la casa donde Trotsky, aquel traidor y renegado, había sido ajusticiado (no asesinado) por sus crímenes contra el proletariado y su partido... Y sentí una extraña conmoción al entrar en aquel sitio, polvoriento y medio abandonado, donde se había producido una tragedia. Esto ocurrió un mes antes de que cayera el Muro de Berlín, y para entonces yo había leído ya a Deutscher y tenía mis propias opiniones, aunque todavía muy elementales.

"En ese conocimiento difuso, parcial, trabajado, cayó un día una noticia que me conmovió: alguien me dijo que Ramón Mercader, el comunista español que, con la identidad de Jacques Mornard, había asesinado a Trotsky, había vivido varios años en Cuba (1974-78), y que acá había muerto. La revelación de que aquel hombre sin rostro había estado cerca de mí, convivido conmigo, en mi ciudad, empezó a generar algo diferente a lo que había sentido hasta entonces: generó una emoción, y por ahí debe haber empezado a gestarse, sin yo saberlo, el deseo que años después concretaría: escribir una novela sobre estos personajes y sus circunstancias".

Así responde el escritor Leonardo Padura, desde La Habana, sentado en un computador al que por fin ha logrado acceder, con un internet intermitente, a la primera pregunta de la entrevista que desde hace unas semanas le había solicitado El Espectador una vez que su novela, El hombre que amaba a los perros, publicada por Tusquets, primero en España, luego en la isla, ganó el Premio de la Crítica en Cuba.

Así, con una narración pausada y entrañable, habla el escritor sobre eso que lo llevó a toparse con el tema de Trotsky, y así continúa en su entrevista escrita recordando cómo vivió esa transformación de ver al político ruso como "el maldito, que no tenía historia" a tener otra percepción de él.

¿Con qué personaje se va encontrando en su búsqueda?

Conseguir en Cuba textos de Trotsky o sobre él era algo muy difícil, pues sólo existían los panfletos publicados en Moscú que lo calificaban de renegado y traidor. Pero luego de leer la gran trilogía de Isaac Deutscher fueron cayendo en mis manos diversos textos, como, por ejemplo, el llamamiento a los intelectuales del año 1938, que redactaron Trotsky y Breton y firmaron Breton y Diego Rivera. Sin saber que el autor de casi todas las ideas que allí se manejaban era Trotsky, quedé deslumbrado con el documento, tan iconoclasta y defensor de la libertad del creador. Saber que era obra de Trotsky significó una revelación. Pero fue, en cualquier caso, un acercamiento difícil, no meditado al principio y, al final, muy intenso y profundo para poder conocer la verdadera vida, obra, acciones de ese personaje central de la historia del siglo XX.

¿Cuáles cree que fueron las razones primordiales para que Trotsky quedara con esa imagen durante todo el siglo XX?

Una sobre todo: Stalin. O, mejor dicho, la necesidad de Stalin de crear un enemigo interno para hacer sus limpiezas políticas y afianzarse en el poder. Trotsky fue para Stalin, hacia el interior de la URSS, lo que Hitler y el fascismo hacia el exterior... aunque con más virulencia en el caso de Trotsky, pues con Hitler hasta colaboró e, incluso, pactó. Pero la satanización y desaparición histórica de Trotsky fue un proceso ejecutado con toda intensidad y profundidad, y luego traspasado a toda la política e ideología comunista, hasta el día de hoy.

¿Qué rasgos de Trotsky que lo sorprendieran encontró?

Lo más sorprendente fue su gigantesca egolatría, su vanidad, su autosuficiencia. Esos rasgos eran tan marcados que, incluso, superaban su inteligencia, perspicacia, capacidad de conocer y sintetizar la historia o de entender el espíritu humano. Y la demostración es que son los primeros rasgos y no los segundos los que deciden su relación con Stalin y la lucha por el poder, que le costó no sólo la derrota y la maldición, el exilio y la persecución, sino su vida y la de familiares, amigos, partidarios... y tal vez un destino mejor a la utopía igualitaria.

Háblenos del amor de Trotsky por los perros, característica que, de hecho, da nombre al libro.

Ese es un rasgo de humanidad que no podía dejar de utilizar. Porque un hombre tan absolutamente político, tan fanáticamente político, rara vez muestra esas cualidades vulgares y humanas. La relación con los perros, el affaire con Frida Kahlo, y sus vanidades son todos elementos que escapan de lo político y entran en lo humano y, por lo tanto, son esenciales para un novelista, aunque puedan ser despreciables para un historiador.

La novela no sólo se centra en el exilio de Trotsky en México, sino que también se aventura en la vida de Ramón Mercader.

Ramón es, todavía hoy, un gran misterio, un hombre sin biografía, lleno de huecos y oscuridades... y por tanto, muy atractivo para hacer literatura sobre él, pues deja grandes espacios para la fabulación, la especulación, la imaginación, que son armas importantes para el novelista. En esencia, Ramón fue un comunista típico de su momento (los años treinta), consciente, obediente, seguro de que trabajaba por el futuro mejor. Y en esa perspectiva ideológica, en medio de un período tan convulso, actuó en consecuencia. Ramón asesinó a Trotsky porque debía hacerlo, porque el partido y la historia se lo exigían. Y si después tuvo dudas (las tuvo) ya su acción era irreversible.

Ante la publicación del libro en Cuba, usted supuso que se iba a abrir una gran polémica. ¿Fue así?

La historia del fracaso de la utopía comunista del siglo XX es también parte de nuestra historia, y el personaje cubano, Iván, es una metáfora de cómo los cubanos vivieron en carne propia todo ese proceso terrible y doloroso. Pero, afortunadamente, el libro se publicó sin que se le cambiara una palabra.

¿Cómo estructuró la novela?

"Quizás lo que resultó ser más difícil fue montar la historia, darle a la estructura una función dramática muy importante, pues el clímax de los acontecimientos que contaba era conocido por todos (el asesinato de Trotsky) y, sin embargo, yo necesitaba que el lector, con independencia de ese conocimiento previo, leyera el libro arrastrado por los acontecimientos. Ahí el montaje era un elemento esencial, así como el tempo narrativo, el juego con las velocidades de la narración, que debía contribuir a generar o sostener el interés del lector.

"Respecto al tono tendría que hablar mucho, pero sólo diré algo. Toda la línea de Trotsky fue escrita, al principio, en primera persona. Pero, cuando me di cuenta de que jamás iba a poder pasearme con soltura y verosimilitud por el pensamiento de un hombre con sus características, cultura, origen, deseché esas 200 páginas y lo reescribí todo en el tono más distante, objetivo, que tiene en la versión definitiva", asegura el escritor Leonardo Padura.

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