30.11.11

Todos contra la Academia

La discusión entre un periodista uruguayo y la Real Academia ha generado una movilización en Internet de 23.000 personas que se preguntan: ¿quién es el dueño de la lengua española?
La pesada de la Real Academia de la Lengua Española. foto.fuente:revistaarcadia.com

"Ustedes hacen intimidaciones judiciales por correo electrónico", le pregunta el periodista uruguayo Ricardo Soca, creador del sitio web elcastellano.org y del boletín La palabra del día, a Alex Calvo, del departamento jurídico de Planeta en Barcelona. "¿Disculpe? —le responde Calvo— Fue simplemente un requerimiento para poner en conocimiento del administrador de la Web el contenido que nosotros habíamos encontrado". "¿Y qué autoridad tienen ustedes para actuar en nombre de la Real Academia? —continúa Soca—. "Bueno, una autorización expresa de la Real Academia para actuar en su nombre", dice Calvo.

La conversación —que se puede oír en elcastellano.org— fue el detonante para la más reciente disputa por el idioma español, que empezó hace unos meses cuando Soca subió a su sitio web los avances de la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española (Rae), tomados de la página de la Academia, que se publicarán en el 2013 para celebrar los trescientos años de su fundación. En un correo enviado el 15 de septiembre, la Rae y el Grupo Planeta pidieron a Soca retirar los avances en menos de 72 horas y lo acusaron de violar el Código Penal español. Luego vino la llamada y Soca retiró los contenidos. Pero el debate continuó por cuenta de dos preguntas incómodas: ¿Quién es el dueño de la lengua española? y ¿qué tiene que ver Planeta en todo este lío?

¿Quién es el dueño de la lengua española?

Las casi 23.000 firmas que hoy respaldan la petición en línea "La lengua es de todos, no de las corporaciones" —la primera firma es la de Soca y cada semana hay aproximadamente 8.000 más— parecen responder: la lengua es de los quinientos millones de hispanohablantes. El mismo Soca dijo a Arcadia que considera innecesarias las academias: "La función de la lengua es comunicar. La necesidad de entendernos opera para hablar correctamente" y puso como ejemplo el inglés, "la lengua más poderosa del mundo", que no requiere de una academia ni tiene problemas de unidad.

La afirmación de Soca es polémica si se tiene en cuenta que la función de la Academia es, precisamente, fijar las fronteras entre el ser y el deber ser, es decir, incorporar el uso lingüístico a la norma. Para el ex director de la Rae, Víctor García de la Concha, "la Academia abre los ojos y abre los oídos y oye lo que se dice y lee lo que se escribe".

Así ha sido durante más de trescientos años, desde que en 1713 el Marqués de Villena creó una Academia del Idioma Español que un año después recibió la aprobación del rey Felipe V y pasó a llamarse Real Academia Española. El primer capítulo de sus Estatutos decía: "Siendo el fin principal de la fundación de esta Academia cultivar y fijar la pureza y elegancia de la lengua castellana, desterrando todos los errores que en sus vocablos, en sus modos de hablar, o en su construcción ha introducido la ignorancia, la vana afectación, el descuido y la demasiada libertad de innovar". Hoy el papel de la Rae —sin importar lo conservador y autoritario que parezca— se mantiene intacto.

Tener clara su función y repetirla una y otra vez durante tres siglos, le ha servido a la Academia para enfrentar todo tipo de discusiones, como la selección de las palabras que harán parte de su Diccionario, pero también para fortalecer el concepto de unidad nacional. Esto ya ocurría desde los tiempos de Felipe V, el primer monarca de la Dinastía de los Borbón en España, antes gobernada por los Habsburgo. Entonces el Imperio no pasaba por su mejor momento y para el Rey eso se debía a la división territorial, política, monetaria y lingüística, por lo que decidió unificarlo y centralizarlo. Una de sus primeras medidas fue, justamente, la implantación del castellano como lengua oficial.

Para comienzos del siglo XIX, la actividad de la Academia estaba fundamentada en lo que la filóloga española Silvia Sénz llama "el mito de la lengua perfecta" que, apoyado en la historia de la Torre de Babel, consideraba que había una corrupción en la lengua coloquial que debía someterse a un proceso de limpieza realizado por una autoridad superior. Y ese papel debía cumplirse no solo en España, sino también en las recién independizadas repúblicas en proceso de construcción de una identidad política y cultural. No es exagerado suponer que ese ideal de conservación del idioma viniera acompañado de un afán español por no perder su influencia y pactos comerciales con Hispanoamérica.

De todas formas, para cuando en 1870 la Real Academia Española autorizó la creación de academias americanas, en Colombia ya existía un grupo de intelectuales y políticos apasionado por el estudio de la lengua. El escritor Juan Esteban Constaín comenta que más allá de los intereses de ambas partes —muchos en Colombia querían restablecer vínculos con España— y de lo anacrónicos y acartonados que pudieran resultar aquellos intelectuales, hicieron aportes significativos a la filología como las Apuntaciones críticas sobre el idioma de los bogotanos de Rufino José Cuervo.

Aunque desde su creación, en 1871, la Academia Colombiana se mostró como una institución autónoma y cumplidora de la defensa del idioma, al parecer la Rae no confiaba demasiado en el trabajo de sus filiales ni en los americanismos que aquí se descubrían. "Este statu quo no variará hasta finales del siglo XX, cuando España redescubre el valor estratégico de la lengua como compañera de lo que se ha dado en llamar la reconquista económica española de América", escribió Sénz. Algo distinto piensa Teresa Morales, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, para quien el cambio en los años noventa obedeció a un afán de la Rae por mirar a un continente que mantiene vivo el idioma. La Rae —explica Morales— se dio cuenta de que estaba dando órdenes que nadie iba a cumplir. De allí vendría ese giro hacia América y ese tímido intento de inclusión del habla latinoamericana a la norma española.

¿Qué tiene que ver Planeta en todo este lío?

La respuesta a la segunda pregunta que plantea el caso Soca está ligada al presupuesto de la Rae, una institución de carácter público-privado que, según lo explica García de la Concha, alcanza los seis millones de euros al año. De esos, algo menos de la mitad corre por cuenta del Estado español y el resto llega a través de la Fundación Pro Rae, creada en 1993, que incluye a personas y corporaciones. La lista es larga: empresas como Repsol YPS, Grupo Santander y BBVA están allí. Lo que no se termina de entender es por qué entre el grupo de benefactores aparecen Espasa Calpe y Telefónica, dos empresas que, en realidad, tienen una relación comercial con la Rae. Y lo mismo se podría decir del Grupo Prisa, que también aparece como benefactor y ha tenido negocios con la Rae.

Francisco Solé, presidente de Planeta para América Latina, explicó a Arcadia: "El Grupo Planeta, a través de su sello Espasa, es una de las editoriales que colabora habitualmente y no en forma exclusiva con la Rae y las academias americanas, en especial, en grandes obras como el Diccionario, la Gramática y la Ortografía. La editorial Espasa publica obras de la Rae desde hace muchas décadas". Pero colaboración no es exactamente la palabra que define el contrato entre Planeta, la Rae y las 22 Academias americanas que, como cualquier negocio editorial, beneficia a la casa editora. Y este no es cualquier negocio, pues las publicaciones de la Rae —el Diccionario de la lengua, el Panhispánico de dudas, el de americanismos, la Ortografía y la Nueva gramática— son referencia obligada en el mundo hispanohablante.

Telefónica, la empresa que a finales de este año lanzará el nuevo portal de la Rae, también es parte del negocio. No todos coinciden con la Academia cuando dice que sus contenidos en línea están disponibles: "La explicación más plausible —escribió el periodista argentino Jorge Fondebrider— la encuentran en la privatización, disfrazada de patrocinio, que Telefónica lleva a cabo en connivencia con la Real Academia, una institución financiada con fondos públicos". El autor asegura que las acciones contra Soca son apenas el comienzo de la centralización de las obras de la Academia en un portal, que solo concederá licencias a quien las pague.

La pregunta de Soca es:"¿Por qué si la Rae es una institución financiada con dineros públicos no pone esos contenidos al acceso de todos" Para él es claro que la Rae comparte las políticas de Estado del Reino de España, al concebir la lengua como una herramienta geopolítica para abrir camino en el mercado latinoamericano. A eso se refiere Sénz cuando habla de la reconquista española.

Esto es una Academia

Para Juan Esteban Constaín nada es más fácil que criticar a la Academia: no es liberal, ni abierta ni tolerante. Todo lo contrario: es conservadora y jerárquica. Le da importancia a la tradición, no se deja obnubilar por las novedades y entre sus filas no acepta muchos jóvenes o mujeres. Sin embargo, definirla únicamente como una institución de mercenarios en busca de poder económico es desconocer la importancia intelectual de quienes han hecho parte de ella. "Puede que sea un baluarte del conservadurismo —dice Constaín— pero las academias son para eso".

Eso se puede ver en los estatutos de 1713 o en los del 2001. También en frases como la siguiente dicha por Jesús Arango Cano en su discurso de posesión a la Academia Colombiana en 1993: "En tiempos más o menos recientes empezó a surgir un modo muy singular de hablar entre gamines, hippies y marihuaneros…". Se puede ver en el poco caso que se le dio a valiosos diccionarios alternativos como el de la española María Moliner, o en el tono del correo enviado a Ricardo Soca (que él no duda en llamar "mafioso"). Y por supuesto se puede ver en extrañas normas como aquella que obliga en pleno siglo XXI a anteponer el "don" al nombre de la persona que resuelve las dudas idiomáticas por teléfono.

Sin embargo, las academias continúan. En Colombia, sus miembros (que cuando son de número son vitalicios) se reúnen dos veces al mes en sesiones ordinarias para discutir a partir de un tema que propone uno de los académicos. Antes de cada sesión se hace una invocación a Dios. Luego, una vez a la semana las comisiones estudian temas específicos. Por ejemplo, la de lingüística revisa las palabras que entrarán al Diccionario de Colombianismos y que son enviadas por corresponsales regionales. Para que la palabra se acepte debe estar respaldada no solo por el uso, sino por su aparición en la literatura. Teresa Morales recuerda que escritores como Tomás Carrasquilla son fundamentales para encontrar y definir palabras. Finalmente, los americanismos son enviados a España en busca de aprobación. La Rae, a su vez, cuenta con un software que le permite registrar cualquier nueva palabra en español que aparezca en un periódico o revista. Y el proceso de selección empieza otra vez.

La de las Academias de la lengua es una historia que termina donde empezó, es decir, en 1713 cuando se decidió que su escudo debía ser un crisol puesto al fuego con la leyenda "Limpia, fija y da esplendor". La lista de señalamientos en su contra es amplia y en la mayoría de los casos justificada, pero si de algo no se le puede acusar es de haber incumplido aquel lema. Ese es, sin duda, su as bajo la manga.

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