12.3.10

Miguel y Ángeles, una crónica sentimental

Un amor de los de antes
Miguel Delibes y Ángeles Castro, en 1945.

Miguel Delibes y Ángeles Castro, en 1945. fOTO; fUENTE:Elmundo.es

«Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaba los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos, era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabra, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad». Así recrea el protagonista de 'Señora de rojo sobre fondo gris' a Ana, su mujer, que acaba de morir.

La novela, en la que es el propio Miguel Delibes, convertido en pintor, el que recuerda a su mujer, Ángeles de Castro, es todo un canto al amor, al gran amor, ése que permanece más allá de la muerte. La novela, donde la capacidad del escritor para emocionar alcanza cimas altísimas, es una auténtica reivindicación de un concepto del amor que no está de moda, pero con el que seguimos soñando casi todos.

Para el escritor su compañera y madre de sus siete hijos fue una presencia permanente hasta el final. Ella, según sus propias palabras, era su «equilibrio, la mejor mitad de mí mismo». Ella fue quien le estimuló en sus lecturas, quien le animó a escribir y quien le alentó a presentarse al Premio Nadal, que ganó con 'La sombra del ciprés es alargada' cuando apenas era un titubeante aprendiz de escritor que estaba lejos de saber que iba a ser uno de los grandes nombres de las letras españolas.

En ese libro primerizo ya estaba el miedo a la muerte, a la desaparición de los seres queridos. Parecía una premonición: el ser al que más quería se fue tempranamente, con apenas 48 años de edad, dejándolo sumido, como al pintor de 'Señora de rojo...', en una profunda depresión que paralelamente le provocó una crisis creativa de la que tardó tres años en reponerse. Ahí, en cierto modo, pese a que aún le quedaba mucho camino por recorrer, muchos premios que ganar, muchos libros por escribir, Delibes empezó a morir un poco, acentuándose su pesimismo, su talante sombrío, melancólico.

En el libro, en el que el protagonista rememora a su mujer a través de un diálogo con la hija, Ana-Ángeles aparece idealizada, a la manera romántica. Hay romanticismo, sí, pero también complicidad, intimidad, un sabor entrañable, una idea de la felicidad frágil que se escapa, pero cuyo roce marca para siempre. Una profunda creencia, en fin, en la naturaleza milagrosa del amor verdadero, ése al que, para que engañarnos, seguimos aspirando.

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