1.5.14

Una cripta alberga veinticinco sepulturas coetáneas de la de Cervantes

 Culmina el  peinado termográfico de la iglesia donde fue enterrado el escritor

Dos operarios aplican el georradar sobre el piso de la iglesia de Las Trinitarias cuyo subsuelo aloja la cripta abierta ayer. / Luis Sevillano./elpais.com

El frenesí observado a media mañana de ayer a las puertas del convento de Las Trinitarias de Madrid, donde un equipo técnico y científico —ya sin presión mediática como durante la jornada anterior— busca la ubicación exacta de los restos de Miguel de Cervantes, indicaba que algo muy importante se traía entre manos la decena de especialistas allí operantes.
En efecto, el trajín del equipo obedecía a la apertura, exploración y rastreo con georradar y termografía infrarroja, de una cripta subterránea donde a lo largo de cuatro siglos han sido inhumados los cadáveres de las personas —sobre todo, religiosas de clausura y religiosos— vinculadas al monasterio madrileño.
Desde hace 398 años, reposan allí los restos del escritor universal y de su esposa manchega, Catalina de Salazar. ¿Pueden encontrarse en esas sepulturas los despojos que pertenecieron al sin par Príncipe de las Letras hispanas? Esta era la cuestión ayer más barruntada. Y, desde luego, la más acariciada entre los anhelos de quienes faenaban en su busca.
Isabel y Marcela, hijas de Cervantes y de Lope, fueron enterradas allí
Según se sabe, la cripta, que se encuentra a unos seis metros de profundidad, no ha sido abierta desde los años cincuenta del siglo pasado, en una indagación a cargo de Enrique Pardo Canalís, por encomienda de la Real Academia Española. A la gruta subterránea, situada bajo la sacristía del templo trinitario a la derecha del crucero del templo, se accede por un portón de dos hojas de madera, tachonada con herrajes, de más de metro y medio de anchura por casi tres metros de longitud. Llegar a la cripta exige descender por una escalera de 15 peldaños, que muestra a su frente otra rampa escalonada paralela, cerrada a canto y lodo, que comunica con la clausura conventual. El suelo de la cripta es de barro antiguo. Inmediatamente, se descubre a la izquierda un muro salpicado de sepulturas, cuya identificación se ve dificultada por un enfoscado que cubre las losas, aproximadamente 25, correspondientes a otros tantos enterramientos allí habidos desde tiempo inmemorial. La estancia, de unos seis metros de anchura, se prolonga pues, bajo tierra, aproximadamente desde la mitad del crucero del templo hasta la fachada que mira a la calle de Las Huertas. Tiene un techo abovedado situado a una altura de unos 4,80 metros y un metro más que abarca la distancia que separa el abovedado del suelo mismo del altar mayor de la iglesia, bajo la cual se despliega la cripta. Al fondo de la estancia se ve un ventanuco enrejado y cubierto con una plancha de hierro agujereado y visible desde la calle de Las Huertas, paralela a la de Lope de Vega, donde el convento se alza desde 1612.
El examen con georradar de la gruta funeraria va a proveer nuevas sorpresas, ya que Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, otro genio de la literatura universal, se encuentra enterrada, con certeza casi plena, en esta misma gruta en la que, como priora y célebre versificadora, podría contar con un nicho identificado y propio, cuyo rótulo se ocultaría bajo el enfoscado precitado.
Quizá también Isabel de Saavedra, hija natural de Miguel de Cervantes y de la actriz Ana Franca, cuente asimismo con sepultura propia, si bien empleó en el siglo distintos nombres, como el de Isabel de Villafranca. Una de las razones por las que Cervantes fue enterrado en este templo fue, precisamente, la presencia allí de su hija, que profesó votos y murió en el convento, si bien otras fuentes señalan que casó dos veces y fue enterrada en la parroquia de San Martín.
El equipo técnico guarda un silencio estricto sobre sus pesquisas y se aviene tan solo a admitir abiertamente que las tareas termográficas están casi concluidas. Según el georradarista Luis Avial, responsable técnico de la investigación, su equipo cuenta ya con 600 termogramas, es decir, gráficos inducidos desde impactos térmicos sobre paramentos, que permitirán descubrir los huecos funerarios existentes en los muros del convento. Este condicionante térmico obliga a reducir la actuación intramuros del convento a menos de una decena de personas, que son las que ayer se hallaban operando dentro. Y ello porque una densidad más elevada de gente podría hacer aumentar la temperatura ambiente y, consecuentemente, alteraría los registros.

Huesos y huellas

Cervantes fue enterrado en el convento de las Trinitarias entre las calles de las Huertas y de Lope de Vega de Madrid, en abril de 1616.
El creador de El Quijote fue inhumado en una sepultura situada, según se sabe, en un perímetro que delimita un espacio de unos 300 metros cuadrados, casi con toda certeza subterráneo.
El lunes 28 de abril de 2014 el georradarista Luis Avial, el antropólogo forense Francisco Etxeberría y el historiador Fernando Prado emprenden la primera fase de detección en el interior del antiguo templo.
La duración de la primera fase ha sido de una semana. La segunda y la tercera podrían implicar plazos bastante más largos.
El paso del georradar por sobre la cota del suelo proporciona hasta 20.000 puntos de información por cada metro cuadrado de superficie escrutado, en lo que Luis Avial define, discretamente ufano, como “la elaboración de la malla de información más densa de cuantas se han realizado en España”. En su rostro se adivina que la exploración progresa, pero no desea generar falsas expectativas. Queda mucha tarea por hacer, sobre todo analítica. El retorno de las ondas electromagnéticas proyectadas sobre los espacios tratados comienza ya a perfilar los mapas tridimensionales que permitirán descubrir el codiciado hallazgo de huesos.
Almudena García-Rubio es una arqueóloga forense que trabaja desde 2003 en la Sociedad Científica Aranzadi, que preside Francisco Etxeberría. El forense vasco se encuentra estos días en México tras haber asistido en Madrid a la presentación que preludió la investigación en Las Trinitarias para hallar los restos de Cervantes.
La joven arqueóloga se mantiene a la espera de poder intervenir, en la fase correspondiente de la investigación, que deberá venir precedida por una reducida excavación y por la extracción de los huesos hallados para su examen. Explica que los huesos más útiles para el tipo de examen que los forenses han de realizar es el de aquellos segmentos óseos que posean una corteza más ancha, como, por ejemplo, los del fémur. En el caso de Cervantes, la atrofia que afectaba a su mano izquierda se centra en los huesecillos de la muñeca, que conectan el carpo y metacarpo, residuos óseos muy frágiles. Mayor consistencia presentarán, en caso de ser hallados, los del tórax, dañados por impacto de arcabuz sufrido por el soldado y escritor en la batalla de Lepanto, en 1571, en la que combatió contra los turcos, pese a hallarse enfermo aquel 7 de octubre, embarcado en la nave Marquesa, de la flota que comandaba Juan de Austria.
Un laboratorio situado en la localidad madrileña de Tres Cantos examinará los restos óseos seleccionados entre los hallados en Las Trinitarias, mediante un proceso que consiste en una previa pulverización y la transformación progresiva de ese polvo en un líquido cuya reducción permite descubrir el llamado ADN, componente genético que puede ser o no mitocondrial, este si procede del linaje materno. El apellido de la madre de Cervantes era Cortinas, linaje que no ha desaparecido y que brindaría el ansiado cotejo genético.

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