Culmina el peinado termográfico de la iglesia donde fue enterrado el escritor
Dos operarios aplican el georradar sobre el piso de la iglesia de Las Trinitarias cuyo subsuelo aloja la cripta abierta ayer. / Luis Sevillano./elpais.com |
El frenesí observado a media mañana de ayer a las puertas del
convento de Las Trinitarias de Madrid, donde un equipo técnico y
científico —ya sin presión mediática como durante la jornada anterior—
busca la ubicación exacta de los restos de Miguel de Cervantes, indicaba que algo muy importante se traía entre manos la decena de especialistas allí operantes.
En efecto, el trajín del equipo obedecía a la apertura, exploración y rastreo con georradar y termografía infrarroja, de una cripta subterránea
donde a lo largo de cuatro siglos han sido inhumados los cadáveres de
las personas —sobre todo, religiosas de clausura y religiosos—
vinculadas al monasterio madrileño.
Desde hace 398 años, reposan allí los restos del escritor universal y
de su esposa manchega, Catalina de Salazar. ¿Pueden encontrarse en esas
sepulturas los despojos que pertenecieron al sin par Príncipe de las
Letras hispanas? Esta era la cuestión ayer más barruntada. Y, desde
luego, la más acariciada entre los anhelos de quienes faenaban en su
busca.
Según se sabe, la cripta, que se encuentra a unos seis metros de
profundidad, no ha sido abierta desde los años cincuenta del siglo
pasado, en una indagación a cargo de Enrique Pardo Canalís, por
encomienda de la Real Academia Española. A la gruta subterránea, situada
bajo la sacristía del templo trinitario a la derecha del crucero del
templo, se accede por un portón de dos hojas de madera, tachonada con
herrajes, de más de metro y medio de anchura por casi tres metros de
longitud. Llegar a la cripta exige descender por una escalera de 15
peldaños, que muestra a su frente otra rampa escalonada paralela,
cerrada a canto y lodo, que comunica con la clausura conventual. El
suelo de la cripta es de barro antiguo. Inmediatamente, se descubre a la
izquierda un muro salpicado de sepulturas, cuya identificación se ve
dificultada por un enfoscado que cubre las losas, aproximadamente 25,
correspondientes a otros tantos enterramientos allí habidos desde tiempo
inmemorial. La estancia, de unos seis metros de anchura, se prolonga
pues, bajo tierra, aproximadamente desde la mitad del crucero del templo
hasta la fachada que mira a la calle de Las Huertas. Tiene un techo
abovedado situado a una altura de unos 4,80 metros y un metro más que
abarca la distancia que separa el abovedado del suelo mismo del altar
mayor de la iglesia, bajo la cual se despliega la cripta. Al fondo de la
estancia se ve un ventanuco enrejado y cubierto con una plancha de
hierro agujereado y visible desde la calle de Las Huertas, paralela a la
de Lope de Vega, donde el convento se alza desde 1612.
El examen con georradar de la gruta funeraria va a proveer nuevas
sorpresas, ya que Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, otro genio
de la literatura universal, se encuentra enterrada, con certeza casi
plena, en esta misma gruta en la que, como priora y célebre
versificadora, podría contar con un nicho identificado y propio, cuyo
rótulo se ocultaría bajo el enfoscado precitado.
Quizá también Isabel de Saavedra, hija natural de Miguel de Cervantes
y de la actriz Ana Franca, cuente asimismo con sepultura propia, si
bien empleó en el siglo distintos nombres, como el de Isabel de
Villafranca. Una de las razones por las que Cervantes fue enterrado en
este templo fue, precisamente, la presencia allí de su hija, que profesó
votos y murió en el convento, si bien otras fuentes señalan que casó
dos veces y fue enterrada en la parroquia de San Martín.
El equipo técnico guarda un silencio estricto sobre sus pesquisas y
se aviene tan solo a admitir abiertamente que las tareas termográficas
están casi concluidas. Según el georradarista Luis Avial, responsable
técnico de la investigación, su equipo cuenta ya con 600 termogramas, es
decir, gráficos inducidos desde impactos térmicos sobre paramentos, que
permitirán descubrir los huecos funerarios existentes en los muros del
convento. Este condicionante térmico obliga a reducir la actuación
intramuros del convento a menos de una decena de personas, que son las
que ayer se hallaban operando dentro. Y ello porque una densidad más
elevada de gente podría hacer aumentar la temperatura ambiente y,
consecuentemente, alteraría los registros.
Huesos y huellas
Cervantes fue enterrado en el convento de las Trinitarias entre las calles de las Huertas y de Lope de Vega de Madrid, en abril de 1616.El creador de El Quijote fue inhumado en una sepultura situada, según se sabe, en un perímetro que delimita un espacio de unos 300 metros cuadrados, casi con toda certeza subterráneo.
El lunes 28 de abril de 2014 el georradarista Luis Avial, el antropólogo forense Francisco Etxeberría y el historiador Fernando Prado emprenden la primera fase de detección en el interior del antiguo templo.
La duración de la primera fase ha sido de una semana. La segunda y la tercera podrían implicar plazos bastante más largos.
El paso del georradar por sobre la cota del suelo proporciona hasta
20.000 puntos de información por cada metro cuadrado de superficie
escrutado, en lo que Luis Avial define, discretamente ufano, como “la
elaboración de la malla de información más densa de cuantas se han
realizado en España”. En su rostro se adivina que la exploración
progresa, pero no desea generar falsas expectativas. Queda mucha tarea
por hacer, sobre todo analítica. El retorno de las ondas
electromagnéticas proyectadas sobre los espacios tratados comienza ya a
perfilar los mapas tridimensionales que permitirán descubrir el
codiciado hallazgo de huesos.
Almudena García-Rubio es una arqueóloga forense que trabaja desde
2003 en la Sociedad Científica Aranzadi, que preside Francisco
Etxeberría. El forense vasco se encuentra estos días en México tras
haber asistido en Madrid a la presentación que preludió la investigación
en Las Trinitarias para hallar los restos de Cervantes.
La joven arqueóloga se mantiene a la espera de poder intervenir, en
la fase correspondiente de la investigación, que deberá venir precedida
por una reducida excavación y por la extracción de los huesos hallados
para su examen. Explica que los huesos más útiles para el tipo de examen
que los forenses han de realizar es el de aquellos segmentos óseos que
posean una corteza más ancha, como, por ejemplo, los del fémur. En el
caso de Cervantes, la atrofia que afectaba a su mano izquierda se centra
en los huesecillos de la muñeca, que conectan el carpo y metacarpo,
residuos óseos muy frágiles. Mayor consistencia presentarán, en caso de
ser hallados, los del tórax, dañados por impacto de arcabuz sufrido por
el soldado y escritor en la batalla de Lepanto, en 1571, en la que
combatió contra los turcos, pese a hallarse enfermo aquel 7 de octubre,
embarcado en la nave Marquesa, de la flota que comandaba Juan de
Austria.
Un laboratorio situado en la localidad madrileña de Tres Cantos
examinará los restos óseos seleccionados entre los hallados en Las
Trinitarias, mediante un proceso que consiste en una previa
pulverización y la transformación progresiva de ese polvo en un líquido
cuya reducción permite descubrir el llamado ADN, componente genético que
puede ser o no mitocondrial, este si procede del linaje materno. El
apellido de la madre de Cervantes era Cortinas, linaje que no ha
desaparecido y que brindaría el ansiado cotejo genético.
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