La historia de Ecuador resulta tan parecida que por momentos asistimos a una representación en un mapa más pequeño de la historia colombiana, si bien los acontecimientos operan a ratos al revés y con variaciones.foto.fuente:eltiempo.comEcuador es el país invitado de honor a la Feria del Libro de Bogotá
En 1954, en su clásico ensayo Las corrientes literarias de la América hispánica, Pedro Henríquez Ureña incluyó al escritor ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889) entre los seis nombres centrales de la historia literaria del continente. Montalvo fue, ante todo, un gran ensayista y acaso uno los mejores prosistas en nuestro idioma durante el siglo XIX. Supo que no había pieza literaria por pequeña que fuera que no demandara un gran esfuerzo de la inteligencia, y sus artículos o columnas de opinión, escritos para diarios y revistas de Quito y Guayaquil, los enriqueció de ideas como de imágenes y de ritmo. Desde su pequeño país combatió los grandes males del continente, y observó con mucha atención a sus vecinos del norte, los colombianos. "Si algo les falta -dijo en un artículo- es buen juicio; son alborotados, anhelosos de lo imposible, progresistas a despecho del progreso, la mayor parte de ellos; los otros, por convicción o por contradicción, apenas si se mueven; unos quieren volar a toda rienda, otros moverse como tortugas, y se encuentran, y se chocan, y resultan heridos en la frente: de ahí la guerra, de ahí la sangre que no deja de correr en esas comarcas tan favorecidas por la naturaleza". Montalvo comprendió desde entonces que los ecuatorianos no podrían entenderse del todo a sí mismos mientras no estudiaran a los colombianos, así como los colombianos podrían aprender mucho de sí mismos en el estudio de Ecuador.
La historia de Ecuador resulta tan parecida que por momentos asistimos a una representación en un mapa más pequeño de la historia colombiana, si bien los acontecimientos operan a ratos al revés y con variaciones. A principios del siglo XX, mientras en Colombia triunfaba el conservadurismo más ultramontano, en Ecuador ganaba el liberalismo radical; en Colombia dominaba el centralismo tozudo de Bogotá; en Ecuador, el federalismo casi violento de Guayaquil y la costa. De hecho, una de las novelas más representativas de esa época se titula así, A la costa (1904). La escribió Luis A. Martínez, y en ella narró no sólo el desafío de Mariana, una mujer de la época, librepensadora en medio de las costumbres más retrógradas, sino también de Salvador, un liberal que parte al puerto luminoso de Guayaquil para alejarse de Quito, la capital oligarca y sombría. La diferencia de visiones entre las dos ciudades llegó a ser tan evidente que, en 1930, varios escritores vanguardistas y de posturas socialistas se echaron fuera del centro absorbente de la capital y fundaron el Grupo Guayaquil, también conocido por el mote 'Cinco como un puño', por el tono contestatario de sus cinco integrantes: José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Alfredo Pareja Diazcanseco.
Lo cierto es que buena parte de la burguesía ilustrada ecuatoriana olvidó, por su mismo empuje progresista, atender al pueblo indígena, marginado o siempre a medio camino de las revoluciones políticas. Y la mal llamada literatura indigenista produjo en Ecuador, en la primera mitad del siglo XX, una de sus novelas más representativas: Huasipungo (1934), de Jorge Icaza. El título significa, en quechua, la parcela que los grandes terratenientes cedían al indio a cambio de que cuidara el resto de la hacienda. Hay episodios atroces, de brutalidad y despotismo por parte de los criollos contra las comunidades indígenas, ingenuas y débiles. Pero el tono de Jorge Icaza, el autor, es frío y objetivo como si se tratara de un informe antropológico. Después de Huasipungo surgieron otras novelas igualmente comprometidas con la causa indigenista y la protesta social, pero con más técnicas vanguardistas y registros poéticos. El propio Icaza mejoró su enfoque en una novela de madurez, El chulla Romero y Flórez (1958), aunque ya antes esas nuevas técnicas narrativas habían brotado en uno de los integrantes del Grupo de Guayaquil, Demetrio Aguilera Malta, con sus novelas de hondura psicológica tales como Don Goyo (1933) y, en especial, Siete lunas y siete serpientes (1970), en donde puede notarse claramente cómo influyó el realismo mágico en la narrativa ecuatoriana. También en Ecuador, por cierto, la mezcla de historia, antropología y literatura se dio de manera espontánea por el nivel casi mitológico de las sucesivas guerras contra Perú, o las costumbres amalgamadas de los pueblos de raza negra del Pacífico, que aparecen en la novela Juyungo. Historia de un negro (1943), de Adalberto Ortiz. Ya lo decimos: Ecuador espejea en pequeña escala a Latinoamérica.
Durante la segunda mitad del siglo XX la narrativa ecuatoriana dio paso a una tendencia, si se quiere, más citadina e "intelectual", y en 1977 Jorge Enrique Adoum fue premiado en México por su novela Entre Marx y una mujer desnuda, una de las obras más atrevidas por su técnica y enfoque. Incluso fue llevada al cine en 1996 por el director también ecuatoriano Camilo Luzuriaga. Lo interesante de esta novela es su combinación con el ensayo y la reflexión. Jorge Enrique Adoum se propuso mostrar cómo el erotismo supera por todos lados cualquier autoridad exterior, y que quienes se persuaden de que es posible convencer a las multitudes con la ideología o la razón, obviando sus deseos irracionales, se complacen en la ficción. Actualmente la narrativa contemporánea de Ecuador se distribuye en menor o mayor grado alrededor de cinco narradores principales: Javier Vásconez, Gabriela Alemán, Juan José Rodríguez, Galo Alfredo Torres y Édgar Allan García. Uno de los más sólidos tal vez sea Javier Vásconez por sus libros de relatos La ciudad lejana (1982), El hombre de la mirada oblicua (1989), Un extraño en el puerto (1998), y sus novelas El viajero de Praga (1996), La sombra del apostador (1999) y El retorno de las moscas (2007), obras cosmopolitas a juzgar por sus personajes y situaciones ambientadas en diversas ciudades de Europa y las Américas. Y una de las mejores narradores jóvenes puede ser Gabriela Alemán (nacida en 1968). Publicó en el año 2003 su ficción criminal Body time, una novela con escenario en Nueva Orleans (Estados Unidos), donde ella misma estudió durante una temporada.
Al decir algo sobre la poesía ecuatoriana no podemos dejar de mencionar, aparte de José Joaquín Olmedo, al gran poeta Jorge Carrera Andrade: iniciador de las primeras colecciones de haikus japoneses en lengua española con su poemario Microgramos (1940). Conoció, en un viaje a Tokio en la década de los años cuarenta del siglo pasado, al poeta colombiano Gregorio Castañeda Aragón, y entre los dos fundaron en Japón la editorial Asia América. Nadie se sorprenda, entonces, por la cantidad de ciudadanos ecuatorianos a lo largo del mundo. Los ecuatorianos ocupan, seguidos de los colombianos, la mayor inmigración latinoamericana en España, y la cantidad de historias, anécdotas y choques culturales que esa experiencia dejará en las generaciones venideras puede desencadenar una gran literatura.
La historia de Ecuador resulta tan parecida que por momentos asistimos a una representación en un mapa más pequeño de la historia colombiana, si bien los acontecimientos operan a ratos al revés y con variaciones. A principios del siglo XX, mientras en Colombia triunfaba el conservadurismo más ultramontano, en Ecuador ganaba el liberalismo radical; en Colombia dominaba el centralismo tozudo de Bogotá; en Ecuador, el federalismo casi violento de Guayaquil y la costa. De hecho, una de las novelas más representativas de esa época se titula así, A la costa (1904). La escribió Luis A. Martínez, y en ella narró no sólo el desafío de Mariana, una mujer de la época, librepensadora en medio de las costumbres más retrógradas, sino también de Salvador, un liberal que parte al puerto luminoso de Guayaquil para alejarse de Quito, la capital oligarca y sombría. La diferencia de visiones entre las dos ciudades llegó a ser tan evidente que, en 1930, varios escritores vanguardistas y de posturas socialistas se echaron fuera del centro absorbente de la capital y fundaron el Grupo Guayaquil, también conocido por el mote 'Cinco como un puño', por el tono contestatario de sus cinco integrantes: José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Alfredo Pareja Diazcanseco.
Lo cierto es que buena parte de la burguesía ilustrada ecuatoriana olvidó, por su mismo empuje progresista, atender al pueblo indígena, marginado o siempre a medio camino de las revoluciones políticas. Y la mal llamada literatura indigenista produjo en Ecuador, en la primera mitad del siglo XX, una de sus novelas más representativas: Huasipungo (1934), de Jorge Icaza. El título significa, en quechua, la parcela que los grandes terratenientes cedían al indio a cambio de que cuidara el resto de la hacienda. Hay episodios atroces, de brutalidad y despotismo por parte de los criollos contra las comunidades indígenas, ingenuas y débiles. Pero el tono de Jorge Icaza, el autor, es frío y objetivo como si se tratara de un informe antropológico. Después de Huasipungo surgieron otras novelas igualmente comprometidas con la causa indigenista y la protesta social, pero con más técnicas vanguardistas y registros poéticos. El propio Icaza mejoró su enfoque en una novela de madurez, El chulla Romero y Flórez (1958), aunque ya antes esas nuevas técnicas narrativas habían brotado en uno de los integrantes del Grupo de Guayaquil, Demetrio Aguilera Malta, con sus novelas de hondura psicológica tales como Don Goyo (1933) y, en especial, Siete lunas y siete serpientes (1970), en donde puede notarse claramente cómo influyó el realismo mágico en la narrativa ecuatoriana. También en Ecuador, por cierto, la mezcla de historia, antropología y literatura se dio de manera espontánea por el nivel casi mitológico de las sucesivas guerras contra Perú, o las costumbres amalgamadas de los pueblos de raza negra del Pacífico, que aparecen en la novela Juyungo. Historia de un negro (1943), de Adalberto Ortiz. Ya lo decimos: Ecuador espejea en pequeña escala a Latinoamérica.
Durante la segunda mitad del siglo XX la narrativa ecuatoriana dio paso a una tendencia, si se quiere, más citadina e "intelectual", y en 1977 Jorge Enrique Adoum fue premiado en México por su novela Entre Marx y una mujer desnuda, una de las obras más atrevidas por su técnica y enfoque. Incluso fue llevada al cine en 1996 por el director también ecuatoriano Camilo Luzuriaga. Lo interesante de esta novela es su combinación con el ensayo y la reflexión. Jorge Enrique Adoum se propuso mostrar cómo el erotismo supera por todos lados cualquier autoridad exterior, y que quienes se persuaden de que es posible convencer a las multitudes con la ideología o la razón, obviando sus deseos irracionales, se complacen en la ficción. Actualmente la narrativa contemporánea de Ecuador se distribuye en menor o mayor grado alrededor de cinco narradores principales: Javier Vásconez, Gabriela Alemán, Juan José Rodríguez, Galo Alfredo Torres y Édgar Allan García. Uno de los más sólidos tal vez sea Javier Vásconez por sus libros de relatos La ciudad lejana (1982), El hombre de la mirada oblicua (1989), Un extraño en el puerto (1998), y sus novelas El viajero de Praga (1996), La sombra del apostador (1999) y El retorno de las moscas (2007), obras cosmopolitas a juzgar por sus personajes y situaciones ambientadas en diversas ciudades de Europa y las Américas. Y una de las mejores narradores jóvenes puede ser Gabriela Alemán (nacida en 1968). Publicó en el año 2003 su ficción criminal Body time, una novela con escenario en Nueva Orleans (Estados Unidos), donde ella misma estudió durante una temporada.
Al decir algo sobre la poesía ecuatoriana no podemos dejar de mencionar, aparte de José Joaquín Olmedo, al gran poeta Jorge Carrera Andrade: iniciador de las primeras colecciones de haikus japoneses en lengua española con su poemario Microgramos (1940). Conoció, en un viaje a Tokio en la década de los años cuarenta del siglo pasado, al poeta colombiano Gregorio Castañeda Aragón, y entre los dos fundaron en Japón la editorial Asia América. Nadie se sorprenda, entonces, por la cantidad de ciudadanos ecuatorianos a lo largo del mundo. Los ecuatorianos ocupan, seguidos de los colombianos, la mayor inmigración latinoamericana en España, y la cantidad de historias, anécdotas y choques culturales que esa experiencia dejará en las generaciones venideras puede desencadenar una gran literatura.
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