La nueva novela de Haruki Murakami, parte de una trilogía, alude a 1984, de George Orwell, pero en vez de apuntar sus dardos contra el totalitarismo lo hace contra el idealismo extremo
Si existiera un ranking de modos poco románticos de convertirse en escritor, la epifanía de Murakami en un estadio de béisbol tokiota pelearía sin duda los primeros puestos. Haruki Murakami (Kioto, 1949) no posa de intelectual ni su literatura de literaria. Por eso, si afirmáramos sin cinismo que como escritor es un excelente corredor de fondo, Murakami probablemente estaría de acuerdo. Para escribir una novela de más de setecientas páginas como es el caso de 1Q84 es necesario confiar en que se está entrenado para llegar al final, una actitud que el autor dice haber aprendido con el ejercicio de correr a diario. A diferencia de Tokio blues (Norwegian Wood) o After Dark, 1Q84 no es un título inspirado en ninguna canción, sino un guiño a Orwell. La música, sin embargo, está presente en toda la novela. La Sinfonietta de Leos Janácek suena desde el primer párrafo y la división en dos libros de veinticuatro capítulos cada uno responde a la estructura de El clave bien temperado de Bach. Y además, ¿cómo podría prescindir de ella alguien que considera al jazz su gran maestro en el arte del ritmo y la improvisación?
1Q84Aomame -instructora de artes marciales y asesina part-time de abusadores del sexo femenino- y Tengo -profesor de matemática y escritor en cierne- viven en Tokio, rondan los treinta años y son los protagonistas de 1Q84. Sus vidas nada tienen en común pero terminan convergiendo en una realidad alternativa que Aomame, tentada por la homofonía que en japonés comparten la letra Q y el número 9, bautiza "1Q84". "El año 1984 que yo conocía ya no existe. Esto es 1Q84. El aire ha cambiado, el paisaje ha cambiado. Me tengo que adaptar rápidamente a la forma de ser de este mundo con signo de interrogación." En este inédito y enrarecido pasado Aomame debe matar al líder de Vanguardia, una secta religiosa, y Tengo debe reescribir la ópera prima de Fukaeri, una adolescente disléxica y la hija del líder de la secta en cuestión. Gracias a las maniobras de un editor corrupto, la novela de Fukaeri obtiene el premio Akutagawa y se convierte en best seller. A partir de entonces las cosas se complican, ya que el misterioso relato autobiográfico de la joven -"una Françoise Sagan impregnada de realismo mágico", según la crítica- pone en el tapete las prácticas non sanctas de Vanguardia y enfada a los siniestros entes que la rigen. "En el mundo actual el Gran Hermano ya no vale nada. En su lugar ha aparecido la Little People -explica el padre adoptivo de Fukaeri-. La Little People es invisible. Ni siquiera sé si es benigna o maligna, si tiene un cuerpo o no, pero parece que van socavando el suelo bajo nuestros pies." En otras palabras, así como en 1984 Orwell denunciaba el totalitarismo en general y el estalinismo en particular, en 1Q84, Murakami apunta contra los idealismos extremos y especialmente contra Aum Shinrikyo, la secta que en 1995 perpetró el ataque con gas sarín en el subte de Tokio y que en la novela representa Vanguardia. El compromiso político y moral (algo que el escritor registró tras entrevistar a sesenta víctimas del incidente y a ocho de los victimarios en dos libros al respecto: Underground y The Place That Was Promised) es sólo una faceta de 1Q84. La otra es la platónica historia de amor entre Tengo y Aomame. Ambas se entrecruzan sobre un fondo de thriller fantástico y, por qué no, psicológico, en el que la delgada membrana que separa realidad y ficción, sueño y vigilia, recuerda a los perturbadores films de David Lynch.
La prosa simple y sin adornos de 1Q84 es oportuna a la hora de desentrañar el complejo andamiaje de una trama en la que las leyes de la física se contorsionan y los walkmans, radiocasetes, anteojos Ray-Ban y modelos de Toyota conviven con múltiples símbolos inextricables. Crisálidas de aire, receivers y perceivers, mothers y daughters y una galería de animales cifrados -gata preñada, cabra ciega, pastor alemán afecto a la espinaca y un cuervo que mira fijo- están ahí no para ser cuestionados sino aceptados. Comprendidos a través de la intuición o de las ganas de atravesar pasajes que, cual puertas sintoístas, nos dejen ver qué hay del otro lado.
Hijos únicos con infancias dickensianas y adolescencias en perpetuo desajuste con sus progenitores, los protagonistas de 1Q84 llegan a la adultez con sensación de desamparo y problemas de comunicación. Aomame, por ejemplo, no se anima a contarle a su mejor amiga que en el cielo ve dos lunas en lugar de una. La descripción exhaustiva de los personajes contempla desde sus traumas hasta las partes más pequeñas de sus cuerpos. Sus gestos, modos de hablar y de callarse son desmenuzados con tanta devoción que por momentos pueden llegar a exasperar al lector. Otro aspecto que vuelve al relato algo moroso es la repetición: la génesis de la secta es referida sin mayores variaciones por al menos cinco personajes. No obstante, la morbosa combinación de sexo y violencia tamizada con dosis de humor y el eficaz manejo del suspenso al final de cada capítulo mantienen al lector expectante hasta la última página. "Si aparece una pistola, en algún momento de la historia es necesario dispararla", advierte un custodio homosexual parafraseando a Chéjov mientras le entrega a Aomame un arma de fuego. Pero para saber si la joven habrá de utilizar su HK 4 Heckler & Koch o será capaz de burlar la norma de Chéjov para escribir una novela tendremos que esperar a que se traduzca el tercero de los libros de esta trilogía enajenada.
ADNMURAKAMINacido en Kioto en 1949, Haruki Murakami estudió literatura en su país y vivió una temporada, durante su juventud, en los Estados Unidos. Amante de la novelística estadounidense (los libros de John Irving, entre otros) es también conocido por su pasión por el jazz y el footing. Entre sus muchas obras de ficción merecen destacarse Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995) y Kafka en la orilla (2002).
EXTRANJERO EN SU PATRIAHaruki Murakami es alérgico a los trajes y desconfía de los gustos académicos. Se reconoce adicto a la serie Lost y desestima sin culpa los libros de Yukio Mishima. Dentro de la intelligentzia literaria japonesa sólo cuenta con detractores -Kenzaburo Oé, entre ellos- que ven en él a un mero oriental contaminado por la cultura popular de Occidente. 1Q84, no obstante, proporciona dos contundentes excepciones que confirman la regla. Emplear, por un lado, la metáfora del tensoku (calzado pequeño que en la antigua China se les infligía a las niñas para que no les crecieran los pies) para explicar el daño irreversible que una secta puede causarle a un cerebro sano es algo que sólo podría habérsele ocurrido a una mente asiática: "Para muchos de los jóvenes la vida en Takashima se parecía a un infierno, puesto que el deseo natural de pensar por sí mismos era aplastado por los de arriba. Se podría decir que era como si les metieran los sesos en un zapatito diminuto". Y por otro lado, el hecho de que el libro fantasioso que Tengo reescribe haya sido concebido y dictado por una mujer nos retrotrae a la tradición oral propia de los albores de la literatura japonesa, aquella en la que el recitado de mitos, fábulas y leyendas no descansaba exclusivamente en los hombres, como sucedió en Occidente, sino en mujeres sospechadas de funciones chamánicas. Tal es el caso de Fukaeri, la joven que con su novela dentro de la novela transformó de algún modo el año 1984 en el distópico 1Q84.
Por Haruki Murakami
Tusquets
Trad.: Gabriel Álvarez Martínez
744 páginas
$ 138
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