Recorre en un libro su increíble vida, que lo ha llevado a residir en varios continentes y a acumular una biblioteca de casi 40.000 volúmenes, y que le ha hecho también no creer en fronteras y rechazar los nacionalismos exacerbados
"No creo en fronteras de ningún tipo, ni dogmáticas ni políticas ni literarias", aseguró hoy Manguel en una entrevista con Efe, en la que repasó algunos momentos de su vida, empezando por su "extraña infancia", y reflexionó sobre ciertas cuestiones a propósito del libro "Conversaciones con un amigo", publicado por Páginas de Espuma en coedición con el sello argentino "La Compañía".
El libro, que saldrá también en México, contiene una serie de conversaciones con su editor francés, Claude Rouquet, en las que Manguel habla de su pasión por los libros, defiende la necesidad de no quedarse callado "frente a las injusticias" y muestra una cierta culpabilidad por su falta de reacción ante la dictadura argentina.
"Yo no reaccioné como hubiese debido ante la dictadura, y como reaccionaron tantos otros que fueron torturados, asesinados y obligados al exilio", decía hoy Manguel, quien en su nueva obra resume su actitud con esta frase: "Yo fui sólo un turista en el infierno".
Este escritor, traductor, editor y antólogo, uno de los mayores expertos mundiales en la lectura, tuvo sus razones para comportarse así en aquellos duros años de la dictadura, y eso hace que se tome "mucho más tiempo antes de juzgar a los que no actúan en otras circunstancias".
La infancia de Manguel (Buenos Aires, 1948) fue "bastante extraña", reconoce el escritor. Su padre fue nombrado embajador de Argentina en el recién creado Estado de Israel y delegó la educación del niño en una niñera checa de familia judía alemana, llamada Ellin Slonitz, que hizo de "padre y madre" para el pequeño.
Ellin le hablaba en inglés y en alemán, le despertó el interés por la literatura y le enseñó también geografía, historia, matemáticas...
Los padres de Manguel hablaban español y algo de francés y durante los siete años que duró la estancia en Israel no intercambiaron palabra con su hijo ni lo harían luego con los otros dos hermanos que nacieron en aquel país y de cuya educación se encargó una gobernanta suiza que "pegaba horriblemente" a uno de los niños (de eso Manguel se enteraría de adulto) y que mimaba al otro.
Manguel se encontraba de vez en cuando con sus padres (la casa era inmensa) y les decía: "buenos días, señor; buenos días, señora". A sus hermanos apenas los veía. Jugaba con ellos "a veces, pero como se hace con los amigos", y se entendían en inglés.
Con el tiempo, su madre nunca pudo explicarle por qué no les enseñaron a los niños el castellano, una lengua que el escritor aprendería a partir de los siete años, cuando la familia regresó a Argentina. Fue entonces cuando empezó a tener una cierta relación con sus padres.
A pesar de todo, el autor de "Una historia de la lectura" aseguraba hoy que su infancia fue "muy feliz". "Podía hacer lo que yo quería y recibí una educación maravillosa. Tuve a una persona que hacía de padre y madre, que estaba conmigo 24 horas al día y que no tenía otra vida. Ahora veo esto último como algo muy cruel, pero, cuando niño, fue extraordinario".
Manguel tiene dos hijas y un hijo y va a ser abuelo muy pronto. El escritor no entiende "el comportamiento" de sus padres. No concibe "tener un hijo y estar separado de él durante siete años". Necesita saber qué hacen sus hijos y habla con ellos "casi todos los días".
Cuando fue creciendo, y tras esa experiencia enriquecedora de trabajar a los quince años como lector para Borges, que se había quedado ciego a principios de los cincuenta, Manguel empezó a cambiar de país como quien cambia de camisa y a lo largo de su vida ha vivido en Europa, Tahití y Canadá.
A Canadá le debe su carrera literaria y admira el civismo de sus ciudadanos. Le encanta tener la nacionalidad canadiense, aunque se siga diciendo de él que es un "escritor argentino".
Desde hace once años reside en Mondion (Francia), donde encontró el lugar adecuado para instalar su inmensa biblioteca. De adolescente quiso vivir rodeado de libros, y lo consiguió. La literatura le sirvió para "descubrir el mundo"·
En "Conversaciones con un amigo" Manguel critica con dureza cierto tipo de arte contemporáneo, "que son simples estafas contra las que no se alza ninguna voz", y rechaza con rotundidad "la mala literatura deliberada, al estilo de Paulo Coelho, Ángeles Mastretta o Michel Houellebecq"
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