La más venenosa de las novelas de Martin Amis, Tren nocturno vuelve a las librerías
Martin Amis, en Barcelona. foto: Antonio Moreno.fuente:elmundo.es
Martin Amis. Droga dura. Palili de la peor, o mejor, clase. Ahí donde lo veis, a sus 61 primaveras, el muy cabronazo aún mantiene en sus escritos el mismo grado de comprometida pureza que cuando no era más que un 'niñato terrible' y escribía con vocación de chute de 'speed ball'. Nos la pone dura el pequeño gran Amis a una legión de voraces yonquis con cada novela que entrega a sus editores. No hay Proyecto Hombre que valga con él. Lo que es yo, tiempo llevo sin encontrarme la vena para inyectarme una nueva ración de su prosa callejera y sin florituras. Lo ha vuelto a hacer con su última novela, 'La viuda embarazada'. No falla. Droga dura para lectores con callo en el brazo de oro. Abstenerse diabéticos, enfermos del corazón y adictos a las pastis de diseño.
'Dinero', 'La información', 'Campos de Londres', 'Experiencia', 'Koba el terrible' y en este plan. Décadas lleva el bueno de Martin, ya digo, desbaratando conciencias y ejerciendo de liebre electrónica en ese canódromo denominado, con gran acierto por parte del director de marketing de turno, 'british team'. Sin embargo, destaca con relumbrón propio, de entre el grueso de su vasta producción, una novela que el aficionado a lo policiaco conserva en el estante superior de su memoria muchos años después de leída. Hablo de 'Tren nocturno', esa vuelta de tuerca al género que consta en los archivos de lo 'negrocriminal' como uno de los homenajes a los clásicos estadounidenses más desasosegantes y redondos que un escritor, de los llamados 'serios', ha escrito jamás. Todo en 'Tren nocturno', empezando por su estructura, deconstruida y aparentemente deslavazada, brilla con esa luz propia de las obras maestras que, como tales, han sido escritas a puñetazos o robadas al sueño.
Caso abierto. Sin solucionar. Radiografía de un suicidio reconvertido en asesinato. Opción de autoapagado. Hora de quitar el polvo a las enormes y apolilladas alfombras del alma. Sólo hay una forma de hacerlo: a golpes. Eso lo sabe muy bien la detective del departamento de homicidios de Nueva York Mike Hoolihan, quien se encarga de tan peculiar limpieza narrándonos el relato del peor caso que le ha tocado padecer a lo largo de su carrera. Una joyita esta Hoolihan. Pasmarote distinguida que se ha pasado ocho años investigando muertes violentas y que, aparte de un nombre (de varón, aunque sea mujer) digno de sabueso de novela 'pulp', muestra otras graves deficiencias. Por este orden: sobrepeso, voz varonil, ex alcohólica, no demasiado agraciada físicamente, fumadora, sarcástica, malhablada y con una inusitada querencia a asomarse a los abismos del alma. Lo normal en alguien que sabe que el diablo siempre ha campado a sus anchas cinco minutos antes de que la pasma llegase a la escena del crimen.
Amis consiguió una novela negra casi perfecta que, además, apesta a Roth, a Updike o a Bellow en cada párrafo.
Logra el hijo de Kingsley Amis una novela negra casi perfecta que, además, apesta a Roth, a Updike o a Bellow en cada párrafo. Lo habitual en él. Se nos presenta el libro de notas de la 'sabuesa' Hoolihan y en él se mezclan las entradas que harían palidecer de terror a Ana Frank con las entrevistas realizadas durante la investigación y las notas policiales o los informes recibidos de los diferentes departamentos (balística, forense...). Es la eterna e infrecuente canción. Martin Amis sabe bien de lo que habla. Conoce perfectamente el puto percal. "No soporto las novelas que exageran lo limpio del mundo", afirma este maestro de la desesperanza.
Se puso una dentadura nueva el maduro Amis en cuanto reunió suficiente pastiruza como para, pasada ya de sobra la cincuentena, reírse en nuestra cara de los miedos de cada cual. Carcajearse a placer de sus lectores es marca de la casa en el escritor británico. E invitarnos a una versión 'extra gore' del apocalipsis tras recibir, hace media eternidad, una tarascada del mal en estado puro. En 1973, Lucy Partington desapareció. Lucy era prima de Martin Amis cuando éste era más niño terrible que nunca. Y Lucy posó sonriente en los 'tetrabricks' de leche durante 22 años, hasta que sus restos fueron desenterrados del jardín del 25 de Cromwell Street, en Londres, la 'Casa de los Horrores' de Fred y Rosemary West, asesinos de, al menos, 12 mujeres a lo largo de 16 años. Lucy y las demás víctimas habían sido violadas, torturadas y luego descuartizadas. Crímenes truculentos que se cuentan, con pelos y señales, en 'Felices como asesinos', crónica del espanto con la que Gordon Burns, su autor, nos da una soberana lección de lo que debería ser el novísimo nuevo periodismo si existiese algo así. E imagina una qué o a quién tenía Amis en mente cuando puso en boca de la detective Hoolihan, en 'Tren nocturno', un párrafo como el que sigue:
"En mi época, llegué a presencias las secuelas de quizás unas mil muertes sospechosas, la mayoría de las cuales resultaron ser suicidios o accidentes, o simplemente gente abandonada. Así que he visto todas las clases: saltarines, mutilados, sumergidos con un peso, zambullidos, desangrados, flotadores, baleados, reventados. He visto los cadáveres muertos a golpes de bebés de un año. Los de nonagenarias violadas por pandillas. He visto cadáveres abandonados por tanto tiempo después de su muerte que la única posibilidad de deducir la fecha del deceso era el tamaño de los gusanos. Pero de todos los cuerpos que he visto, ninguno se me ha quedado grabado en mis entrañas como el cadáver de Jennifer Rockwell".
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