La autora de Olvidado rey Gudú ha bromeado diciendo que ha llegado pronto a Alcalá de Henares
"He venido pronto, no vaya a ser que le den el premio a otro", ha bromeado la galardonada con un grupo de periodistas, mientras degustaba un gin tonic en la cafetería de la universidad -"el motor, sin gasolina, no funciona", ha explicado-, acompañada por su hijo y por el director general del Libro, Rogelio Blanco.
Poco antes, la escritora ha visitado una exposición sobre la censura sufrida por su obra durante el franquismo. "No sabéis lo que decían de mí. Me llamaban irreverente, inmoral, lo tergiversaban todo", ha explicado a los periodistas.
"El día de hoy lo disfrutaré luego, porque todas las cosas buenas que me han pasado las guardo en mi cabeza, como una película, y las recuerdo luego", ha dicho la escritora barcelonesa.
La autora de Olvidado rey Gudú ha estado acompañada en la ceremonia por numerosas escritoras, como Ana María Moix, Carmen Riera, Soledad Puértolas y Ángeles Caso, quien ha dicho: "estamos felices, porque venimos a ver a la reina madre", ha dicho-.
Ana María Matute es la tercera mujer que recibe el Cervantes en más de tres décadas de la historia de este premio, tras la filósofa española María Zambrano y la poeta cubana Dulce María Loynaz.
El acto de entrega del máximo galardón de las letras hispanas estará presidido por los Reyes y contará con la asistencia del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acompañado por su esposa, Sonsoles Espinosa; la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel.
"El que no inventa, no vive"
La escritora agradeció la concesión del Premio Cervantes con un discurso en el que habló de su gran pasión: la Literatura, y con el que quiso hacer partícipes de su "emoción, alegría y felicidad" a todos cuantos "han hecho posible este sueño" que le acompaña desde la infancia.
"San Juan dijo: 'el que no ama está muerto' y yo me atrevo a decir: 'el que no inventa, no vive'", afirmó la novelista catalana al comienzo de su discurso, que abrió con una mención al gran poeta chileno Gonzalo Rojas, galardonado con este premio en 2003 y fallecido el pasado lunes, e hizo extensivo este recuerdo a todos los Cervantes fallecidos.
Instantes después de recibir de manos del rey el premio más preciado de las letras hispánicas, en una solemne ceremonia que tuvo lugar en el paraninfo de la universidad de Alcalá de Henares, Matute confesó que a ella no se le dan bien los discursos y dejó claro que prefiere "escribir tres novelas seguidas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar" uno.
Y en su alocución aludió a "la felicidad" que la embargaba -"¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra?"-, y dijo que el Cervantes lo considera "como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor" que la han llevado a entregar su vida a la Literatura.
La capacidad de invención del escritor fue quizá el hilo conductor de su emotivo discurso, en el que habló de su infancia y de sus comienzos como narradora y en el que apenas hubo referencias a Cervantes, aunque sí aludió, sin nombrarlo, al Quijote, ese "hombre bueno, solitario, triste y soñador", que "creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida".
El Rey elogia su "deslumbrante universo imaginativo"
El Rey ha valorado hoy la "excelencia literaria" y el "deslumbrante universo imaginativo" de Ana María Matute al hacer entrega del Premio Cervantes a la escritora catalana, a quien ha elogiado como "una de las narradoras más destacadas y brillantes de habla hispana".
Tras destacar el "inconfundible sello cervantino" que caracteriza toda la obra de Ana María Matute, el rey ha rememorado la trayectoria vital de la premiada y ha subrayado que la tragedia de la guerra civil dejó "una huella imborrable en su alma infantil y juvenil", que ha quedado grabada en gran parte de su producción "moldeada desde el prisma de la niñez".
En este contexto, ha llamado la atención sobre el hecho de que la autora catalana considere la literatura como "una forma de extraer de uno mismo el malestar del mundo, una suerte de rebelión íntima" convertida en "un estado natural que ayuda a trascender las etapas de soledad por las que, tantas veces, transita la vida".
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