Didier Eribon. El filósofo analiza el origen del orgullo gay, sigue a Deleuze en su rechazo al psicoanálisis y subraya nuevas razones de la desigualdad social
Marcha. “El orgullo gay nace de la injuria que produce vergüenza y que toca un límite cuando individuos y grupos deciden apropiarse de ella y transformarla” sostiene Eribon./revista Ñ |
Hay que escaparle al psicoanálisis porque impide comprender los
fenómenos políticos de dominación”, sostiene el sociólogo y filósofo
Didier Eribon. Consagrado por su bella y tal vez definitiva biografía Michel Foucault
(1989), en agosto estuvo en la Universidad Nacional de Tres de Febrero
para inaugurar un congreso organizado por el ensayista Daniel Link. El
coloquio conmemoró los 30 años de la muerte de Foucault, uno de los más
importantes del siglo XX, aunque en Francia se lo haya comenzado a
valorar recién en el siglo XXI. Afirma su biógrafo que “hasta hace 10
años el nombre de Foucault en Francia era mala palabra”.
Su posterior libro Foucault y sus contemporáneos
(1994) fue en parte el producto de los estertores que emanaron de
aquella biografía, que no omitió cuestiones atinentes a la
homosexualidad del filósofo que supo develar los mecanismos del poder
moderno. Allí responde tanto a quienes se indignan ante la sola idea de
mencionar la vida de un autor como a quienes quieren explicar su obra
refiriéndola a sus prácticas sexuales.
Debemos reconocer, sin
embargo, que el nombre de Eribon ya no remite sólo a la vida de Foucault
ni únicamente a la cuestión gay. Menos aún al “Foucault gay”. Es autor
de una obra sagaz y polémica, que permite deconstruir algunos mitos
–como la ideología meritocrática, según la cual los logros dependen
exclusivamente del esfuerzo, descuidando, por ejemplo, consideraciones
de clase–, cuestionar autores reverenciados en la filosofía
contemporánea –como Badiou o Rancière, a quien acusa de ocultar las
desigualdades reales y los efectos de la desposesión cultural mediante
la exaltación populista derivada de un supuesto saber espontáneo– e
incluso, poner en duda el triángulo edípico en torno al cual gira parte
de la teoría psicoanalítica.
Ya en 1999, su trabajo Reflexiones sobre la cuestión gay
se convirtió en una obra de referencia para pensar las cuestiones de
género así como otras situaciones de subalternidad. Desde otra óptica,
la de la clase, vuelve a trabajar el tema de la constitución identitaria
en Regreso a Reims (2009), donde analiza algunas
particularidades culturales que definen a la clase obrera francesa, de
la que Eribon proviene y de la cual renegó durante largo tiempo,
confesando incluso su vergüenza respecto de esa pertenencia. Su campo de
estudio fue, entonces, el pueblo de su infancia; su informante clave,
su madre; y sus modelos de análisis, sus hermanos. Como es fácil de
imaginar, esto le ocasionó tensiones con la familia. La literatura del
yo suele aparejar esos problemas y, en alguna medida, de eso se trata:
“Esto que llamo ‘el círculo de retorno’ tal vez sea un movimiento
implícito en todo proyecto de escritura sobre uno mismo”. Ahora, en esa
otra especie de confesionario que es la entrevista, revela la vergüenza
por haber sentido vergüenza.
–Aquí se celebra cada año la
Marcha del orgullo gay. Ese orgullo, nos cuenta usted, proviene de una
infamia, una injuria. ¿Cómo funciona ese mecanismo de inversión de la
injuria en orgullo?
–Yo analicé un problema clásico de la
filosofía política y de la sociología: una categoría específica, la
injuria, para referirse a una población, y que no son sólo palabras que
se escuchan en la calle sino toda una estructura de jerarquización que
impone un lugar a cada grupo. Esa injuria que produce vergüenza toca un
límite cuando individuos y grupos deciden apropiarse de ella y
transformarla en orgullo. A partir de allí, esa identidad reapropiada ya
no es la misma que fue asignada en la injuria. El orgullo gay abre la
puerta, de ese modo, a muchos otros tipos de reivindicaciones
identitarias.
–¿El mecanismo es el mismo cuando se trata de una cuestión de raza o de clase?
–Respecto
de la raza, sí. Pero no cuando se trata de la clase, y esa es una de
las preguntas principales de mi trabajo reciente, que es sobre la
reproducción de las identidades de clase. Cuando se trata de clases
sociales, como la clase obrera o los desocupados, afirmar el orgullo fue
muy importante, pero se corre el riesgo de fijar la situación. Mientras
que afirmar el orgullo negro, gay apunta a transformar la situación.
Como decía Foucault, cada amenaza y cada resistencia necesitan análisis
históricos específicos. No se trata de pensar la totalidad de un sistema
de poder. Lo que importa son las formas diferentes de poder que se
ejercen sobre ciertos dominios. No quiere decir que no exista el
horizonte de una reflexión más global, pero ella no puede estar dada de
antemano.
–Al intentar desentrañar los mecanismos de
subjetivación, en su trabajo más reciente empieza por usted mismo y se
pregunta “¿Quién soy, quién habla?”. Son preguntas que habilitó el
psicoanálisis mediante el descentramiento del yo consciente. Pero usted
se resiste a pensar la respuesta en términos del psicoanálisis. ¿Qué
rechaza de esa corriente teórica?
–Del psicoanálisis, casi
todo. Es muy importante escapar al psicoanálisis, porque impide
comprender los fenómenos políticos de dominación y opresión, porque
todas las cuestiones son remitidas al triángulo edípico. Trata siempre
sobre los individuos y propone, para comprenderlos, una grilla universal
de análisis. Me interesa lo contrario: proponer un análisis sociológico
y político que contemple que muchos aspectos de la vida social y
psíquica están ligados a las diferencias de clase, de género, de raza,
de pertenencia étnica y religiosa. Y deconstruir la idea de sujeto
sujetado o sometido implica reconstituir esa pertenencia social
múltiple. Por ejemplo, los problemas con mis padres (N. de la R.: Eribon
no se habló con sus padres por muchos años y, cuando murió su padre, no
fue al funeral) no se dejan explicar por las cuestiones del Edipo, sino
por cuestiones de clase –mis padres eran obreros; yo no lo soy–, la
relación con el sistema escolar –mis padres no estudiaron; yo, sí–. Para
comprender quién soy, puedo decir que soy hijo de un obrero, pero
también me inscribo en la cuestión gay y, entonces, mi fecha de
nacimiento debería ser el proceso contra Oscar Wilde por reivindicar esa
identidad gay. No soy un sujeto unificado, sino el producto de
diferentes historias: el hecho de que sea un hombre proveniente de la
clase obrera francesa, blanco y gay me inscribe en una composición de
múltiples historias; una composición siempre abierta, porque quizás
otros movimientos políticos vendrán a decirme que tengo otra pertenencia
que aún no conozco.
–¿Quiere decir que el instante de la nominación no es tan determinante como se supone?
–La
nominación no es el nombre del padre. Es el orden social el que me
señala quién soy. El trabajo personal y político que estoy llevando
adelante es tratar de comprender cómo funciona este fenómeno de
nominación, eso que denomino “el veredicto”. Cuando uno es hijo de
obrero, por ejemplo, nunca escapa a la denominación de “obrero”. Aun
cuando me haya convertido en profesor universitario.
–Esta trayectoria, de obrero a profesor universitario, ¿es común en Francia?
–No
es un caso único. Pero que haya numerosas excepciones a una regla no
significa que no exista la norma social. La inmensa mayoría de los hijos
de obreros dejan el sistema escolar muy temprano, a los 16 años, que es
la edad legal en Francia.
–Señala que es falaz postular que el sistema meritocrático es un factor de igualación social, ¿a qué se refiere?
–Es
muy evidente que quienes acceden al sistema escolar no lo hacen con las
mismas cosas en la cabeza y en el cuerpo. Los niños de la pequeña y
mediana burguesía que viven en casas donde hay libros, se habla de arte,
se frecuentan librerías y museos, cuando llegan al sistema escolar
tienen posibilidades distintas que las de aquellos niños que crecen en
hogares de clase baja, sin posibilidad de vacacionar ni visitar museos,
etcétera. No es una cuestión de capacidades: estos chicos no van a tener
la misma actitud social para aprovechar lo que el sistema escolar
enseña y propone. Cada frase pronunciada por un docente es recibida de
manera diferente por quienes están formados en uno u otro ambiente
social.
–¿Esa fue su experiencia?
–Cuando entré a la
secundaria, tuve muchas dificultades para disciplinar mi cuerpo. Para
los niños de la burguesía, el cuerpo tenía una relación inmediata con el
sistema escolar: podían escuchar sin interrumpir, prestar atención
sentados correctamente, mientras que los hijos de obreros éramos
incapaces de adoptar esas conductas.
–¿Tiene alguna ventaja esa indisciplina de los niños de la clase obrera?
–Ellos
frecuentemente rechazan la cultura escolar. Eso puede vivirse como un
acto de resistencia y de libertad, pero el resultado es que son
eliminados del sistema escolar, y lo peor es que esa eliminación se
produce con su consentimiento: es una autoeliminación. Por eso creo que
la ideología de la meritocracia, que afirma que las desigualdades están
ligadas a méritos personales, es uno de los mecanismos que perpetúan la
división de la sociedad en clases.
–¿Qué resistencia se le puede oponer a esa ideología?
–Sacarse
de encima la creencia de que el progreso personal depende del mérito y
el trabajo, y tratar de pensar sistemas educativos que estén atentos a
eso: hacer inversiones allí donde hay necesidades y no, como ocurre en
Francia, en las escuelas de los barrios de elites.
–Dijo que
comparte una historia común con la escritora argelina Assia Djebar,
autora de “Grande es la prisión”, por escribir en francés. En esa idea
quizá no está sopesado el poder que implica la imposición de una lengua.
Si Djebar escribe en francés es porque esa lengua le fue impuesta a
sangre y fuego a ella, a sus padres y abuelos, más allá de que hoy la
viva como la lengua de su liberación …
–Lo que me interesa de ella es el primer volumen de su autobiografía, El amor, la fantasía,
donde además de relatar cómo fue la liberación respecto de su entorno,
muy opresivo para las mujeres, termina diciendo que ella nació en 1842,
cuando las tropas coloniales francesas destruyeron el pueblo de sus
ancestros. Entonces, en tanto mujer que escribe, ha sido producida por
la colonización. Aunque ella escribe para dar una voz a quienes fueron
masacrados, torturados, encarcelados y asesinados, es evidente que tiene
una deuda con el colonizador, en tanto le debe la lengua y la cultura
francesa y la emancipación en tanto que mujer, porque ella también es
alguien que ha cambiado de clase, porque no es una mujer con velo, puede
viajar, etc. Entonces la lengua del colonizador, que fue impuesta por
la violencia colonial, fue la misma que le permitió convertirse en una
novelista célebre. Yo me identifico con ella a partir de esta cuestión
muy difícil que plantea, y que supone escribir en la lengua del
dominador. Cuál es el efecto que produce escribir en la lengua de la
clase dominante para hablar de los dominados y para darle la palabra a
los dominados, es una contradicción insuperable, que trato de afrontar
en mi trabajo.
–¿En qué momento la reivindicación identitaria,
cualquiera sea, funciona como una cárcel y en qué momento puede
transformarse en una instancia liberadora?
–Los grandes
movimientos gay de los 80 y 90 fueron muy importantes, y lo son aun hoy
en países como los africanos, donde los hombres son encarcelados y
torturados por ser homosexuales. Es evidente que para ellos es
absolutamente fundamental afirmar una identidad gay, que demanda leyes
de protección. Entonces el derecho a una identidad, que hoy quizá parece
un lujo occidental, incluso si comparto esta posición (y yo
personalmente trato de deconstruir la noción de identidad, porque
justamente tenemos varias identidades) no debe hacernos olvidar la
necesidad de la afirmación urgente de una identidad homosexual en países
donde no existen derechos, porque lo que está expuesto es su propia
vida. En países como Uganda, por ejemplo, donde la manifestación del
orgullo gay fue aplastada, para poder afirmar una identidad gay deben
referirla al modelo occidental de la identidad gay, y a ellos no les
podemos negar el derecho a una identidad.
Didier Eribon básico Reims 1953. Filósofo y sociólogo.
Filósofo e historiador de la vida cultural francesa. Ha dirigido
seminarios en la escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de
París. Ha enseñado además en diversas instituciones estadounidenses,
como la Universidad de Chicago, la Universidad de Harvard y la
Universidad de Yale, entre otras. Desde 1984 ha colaborado en Le Nouvel
Observateur. Adquirió notoriedad por dos libros de entrevistas con
Georges Dumézil (1987) y Claude Lévi-Strauss (1988), pero se destacó por
su biografía de Michel Foucault (1989), que se tradujo a varios
idiomas. Actualmente es profesor en la Universidad Jules Verne de
Amiens.
Foucault, el filósofo político
Como declara Eribon en “Foucault y sus contemporáneos”, no es
raro que Foucault haya sido leído con un grado sorprendente de detalle
tanto por los intelectuales bengalíes como en EE.UU. o los países del
Este. Primero, porque sirvió de referencia a movimientos políticos de
muy diverso signo, desde la izquierda marxista hasta los países que
tuvieron que pensar la transición democrática luego de la caída del
Muro, aun cuando, durante los 80 y 90, haya estado bloqueado en su
propio país. “Ahora volvió pero de la mano de una academización, de una
neutralización que proviene de considerarlo un clásico, un pensador del
pasado que hay que reverenciar. Contra eso, hay que ‘presentificarlo’”,
dice Eribon y explica cómo podría ser esa operación: “No se trata de
seguirlo punto por punto. Es más importante su legado en términos de ethos que
como sistema de ideas. Porque la teoría y la práctica política en
Foucault comienzan con lo intolerable”. De lo que se trata, es de
rechazar las grandes teorías que prometen un futuro y someten toda
acción política a la concordancia con un gran plan. Por eso Eribon
rechaza la “hipótesis comunista”, tal como propone Alain Badiou. “Ese
planteo está en las antípodas de Foucault, porque muchas luchas se
desarrollan en función de cuestiones locales y de tiempos singulares. No
están prefijadas y tampoco pueden ser incluidas en un relato coherente
con otras luchas”. Es claro que las teorías que proceden de ese modo
dejan fuera de juego a las luchas de género, por ejemplo.
Para
Eribon, particularmente interesado por la articulación entre filosofía y
política, el pensamiento siempre se articula con la política, quiéralo o
no. “Esto no quiere decir –aclara– que le tenga que dar significación a
todos los movimientos, porque muchas veces ellos producen su propia
significación”.
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