A propósito del lanzamiento de la traducción al inglés de Primero estaba el mar (In the Beginning Was the Sea), el autor colombiano habló sobre su vida, la literatura y sus métodos de escritura
Antes de ser traducida al inglés, la novela Primero estaba el mar de Tomás González fue adaptada al alemán y al francés. / elespectador.com |
Tomás González escribió Primero estaba el mar hace treinta años,
cuando había vivido treinta y tres. Fue su primera novela. La escribió,
como él mismo dice, con ese impulso de juventud que empieza a diluirse
con los años, que se difumina despacio, hasta que se va del todo y no
vuelve más. Ahora, cuando son pocos los rastros que quedan de ese ímpetu
juvenil, pero grandes los reconocimientos entre los lectores, esa obra,
que marcó el inicio de todo, fue finalmente traducida al inglés. El
lanzamiento del libro, publicado bajo el sello editorial Pushkin Press y
traducido por el estadounidense Frank Wynne, se organizó en el
Consulado de Colombia en Inglaterra y el autor viajó a Londres para
estar presente. Sólo por eso. Por nada más. Nunca antes se había
interesado por conocer una ciudad que se imaginaba oscura y llena de
humo.
A la mañana siguiente del evento, en el café de un hotel
ubicado cerca de la estación de King’s Cross, Primero estaba el mar fue
una excelente excusa para que el escritor hablara de su proceso
creativo, de la traducción de sus obras y, por supuesto, de literatura.
Después de haber tenido tantas entrevistas en inglés, se sorprendió de
lo fluida que resultaba una conversación en español.
Tiene
un gusto particular por García Márquez, por Rulfo y por Cortázar. ¿Qué
le gusta de cada uno? ¿Siente que aparecen elementos de ellos en su
literatura?
García Márquez, sobre todo, tiene una manera
particular de apropiarse de los elementos nuestros, colombianos. Cuando
lo leí caí en cuenta de que compartimos todas las regiones: el mismo
amor por los patios, por los gallos y por los animales enjaulados.
Leyéndolo me di cuenta de cómo había logrado apropiarse de todo eso y
hacer una literatura universal con elementos muy locales, muy de
nosotros. De Rulfo es más difícil saber. Creo que lo que más me
impresionó en él es la manera como lo pequeño y lo grande tienen la
misma importancia relativa. Él va hablando, por ejemplo, de la
Revolución mexicana en Pedro Páramo y de pronto se para a mirar una gota
que cae del alero y golpea una hoja de laurel. Esas descripciones
minúsculas, mínimas, tienen tanta importancia como lo grande. En él, lo
grande es muy grande y lo pequeño es muy pequeño. Y en Cortázar está el
descomplique, ese aire juvenil. Todavía a los jóvenes les gusta mucho.
Es como libertario y siempre va a ser.
¿Escribir a los 20, a los 30, a los 63?
Hay
algo que se pierde cuando uno ya no es joven. Pues, obvio, la juventud.
Ese impulso tan fuerte con que las cosas se dan. Se gana en
experiencia, se gana en saber hacer, tal vez, las cosas con más calma.
Pero hay una intensidad que sólo se logra cuando uno empieza y que ya
después no se va a lograr.
Muchos escritores empezaron por
la poesía. Usted intentó empezar a escribir poesía, pero después le
funcionó más el formato de novela corta. ¿Me puede contar un poco de
cómo fue ese descubrimiento creativo?
Yo empecé con
poesía, como creo que empiezan casi todos. Después cuentos. Después
cuentos un poco más largos y luego traté de escribir novelas. Fui
pasando de una cosa a otra casi sin darme cuenta. Cuando uno tiene 20,
25 años, no lo piensa mucho. No dice “aquí voy a dejar la poesía para
tratar de aprender a escribir cuento”, sino que va haciendo las cosas.
Nunca he dejado de escribir los tres géneros. Es decir, todavía escribo
poesía y todavía escribo cuentos.
¿Se siente, se ha sentido o se sintió vulnerable publicando un “pedacito” de su vida, o nunca lo consideró así?
No.
No he sentido que me exponga de ninguna manera. Y como considero que no
tengo nada que ocultar ni que esconder, termino por decirlo todo.
Pasaron treinta años para que Primero estaba el mar fuera traducida al inglés...
Antes la habían traducido al alemán y al francés.
En esos treinta años, ¿ha cambiado su percepción sobre la novela?
Sí.
Lo que pasa es que esa novela la he venido reeditando en varias
ocasiones. Y cada vez que se va a editar, la vuelvo a leer y vuelvo a
hacer cambios. Cada que hay una reedición, me siento en libertad de
cambiar lo que quiera. Entonces vuelvo a leerla y a trabajarla.
¿Cómo
es la relación entre el usted de ahora y el usted de hace 30 años, el
que escribió la novela? ¿Hay puntos en que dice “qué estaba pensando
cuando escribí eso” o se pregunta “quién era y quién soy ahora”?
Los
cambios que hago son más de redacción, de carpintería. No intervengo en
la imaginería de la novela original, porque eso le corresponde al
escritor que tenía esa edad. Pero sí hago modificaciones cuando hay
redacción torpe que incluso puede perjudicar lo que ese escritor —cuando
yo era joven— quería decir.
¿Qué siente sobre la novela cuando la lee en inglés? ¿Siente que sigue siendo suya o que se la arrebata un lenguaje extranjero?
Creo
que la siento un poquito ajena, sí. Todavía no he analizado muy bien la
traducción. No he tenido tiempo, es un trabajo muy largo. Pero de lo
poco que he leído, la siento como si fuera ajena.
¿Cómo fueron las comunicaciones entre Frank Wynne y usted?
La
comunicación con él fue, tal vez, menos de lo que fue con otros, el
traductor al alemán y la traductora al francés. A él le gusta tener la
primera versión muy madura antes de mostrársela al escritor. Entonces
las preguntas, que no fueron muchas tampoco, las empezó a hacer ya
cuando tenía la fecha de entrega encima. No fue mucho, alguna que otra
cosa. No fue mucha mi participación.
Usted se fue a Nueva
York y llegó siendo un extranjero. Llegó a hablar inglés y a escribir en
español. ¿Cree que esta posición afectó su escritura?
Me
fui con el idioma tal como se hablaba en 1970 y estuve en Estados
Unidos 16 años. Para mí era importante, por el mismo hecho de estar
lejos, tratar de reconstruir lo que había perdido. Por aquello de que
sentía nostalgia. Entre todo eso estaba el idioma, la manera de
hablarlo, los chistes, su color. Todo eso era para mí muy importante,
justamente porque estaba lejos.
¿En algún momento llegó a sentir algo parecido a la sensación del exiliado?
Sentí
mucha nostalgia desde el primer día hasta el último. Siempre quise
volver, desde que llegué hasta que me vine. No me devolvía por mi esposa
y porque ya estaba Lucas, mi hijo. Cuando volvimos, a pesar de que fue,
desgraciadamente, por la enfermedad de ella, me sentía muy feliz de
levantarme en las mañanas y oír la bulla de fondo en el idioma. Una
bulla que conocía y que reconocía.
Las traducciones
siempre traen nuevos lectores y, por consiguiente, nuevas críticas.
¿Cómo responde usted a esas críticas? ¿Las abraza o las ignora?
Les
presto mucha atención. Por ejemplo, ahora, en la traducción al inglés,
me ha llamado mucho la atención que la crítica habla de que J no se hace
querer por el lector. En español, al contrario, siempre ha habido una
relación de afecto con ese personaje. Sigo pensando que es por los
diálogos o por algo cultural. Puede ser que aquí no haya tanta paciencia
para ese tipo de fracasos románticos. Acá las empresas que no
funcionan, como la de J, los ofuscan. Nosotros tenemos más tolerancia al
fracaso. Somos más románticos.
El mar está presente en Primero estaba el mar, Temporal y La luz difícil. En las dos
primeras como un contexto, como un lugar, y en la tercera como esa luz
inalcanzable. ¿Hay alguna razón para la repetición de ese motivo?
Al
mar lo tengo muy presente en mi vida. Mi familia tenía una finquita en
Tolú, en el golfo de Morrosquillo. Ahí pasábamos todas las vacaciones
desde que tuve 7 años hasta que tuve 17. Todas las vacaciones, eso era
un poco de tiempo. Los primos siempre llegaban allá. Eso de ir a pasear a
fincas es muy paisa.
¿Sería correcto decir que tiene un estilo de frases cortas?
No
he mirado mucho eso. Pero, por ejemplo, después de que terminé Primero
estaba el mar empecé a escribir Para antes del olvido. Tiene frases
mucho más articuladas y más largas. De todos modos, la literatura
empieza a parecerse mucho a como uno habla. Y yo hablo cortico y poco.
Entonces la literatura también termina por agarrar ese estilo.
Ahora
en Cachipay no tiene televisor, y no están tan presentes en su vida las
noticias como sí lo están para otros escritores. ¿Tiene alguna razón?
Yo
sí me entero. Me entero por internet, porque en internet aparece todo.
Pero no vivo para enterarme. Me entero de vez en cuando de las cosas que
están pasando. Trato de que no se me vuelva algo obsesivo. Es que el
problema de internet es ese: que uno tiene la información ahí, siempre
disponible. Pero sí creo que un escritor no debe preocuparse mucho de lo
que se está diciendo de él. Si lo hace, pierde su tiempo.
Usted “aprendió a mirar la vida con sus propios ojos, no con los de nadie más”. ¿Qué ven los ojos de Tomás González?
Veo
el mundo que tuve que vivir. Un mundo de mucha belleza y de mucho
horror al mismo tiempo. La belleza y el horror son caras de la misma
moneda y eso es lo que considero que me tocó a mí. Me tocó la muerte de
mis hermanos, la violencia de mi país, la belleza de mi país. Y de
pronto sé que a todos los seres humanos les toca lo mismo. Que no hay
belleza ni armonía sin horror, sin muerte.
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