El tiempo cifrado, de Matías Escalera, no es una novela para devoradores de thrillers abaratados ni lectores de big mac
El escritor Matías Escalera./elmundo.es |
El tiempo cifrado de Matías Escalera |
Desde que se enfrenta a los primeros párrafos de 'El tiempo cifrado:
alumbramiento y transición', de Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956), una intuye que no se halla frente a la típica novela 'kleenex' o el típico 'thriller' abaratado
para consumo rápido, tal que un whooper o un big mac palabreros, sino
ante la inusual obra -coherente, rotunda e implacable- de un tipo que
pone el listón de su literatura tan alto como en sí mismo se pueda
sostener. Es el de Matías Escalera un relato siempre en marcha y en
permanente lucha por una emancipación real: la del lector actual.
Emancipación que no sólo se muestra en un plano ideológico, sino
también artístico, moral y vital. Si en el filme setentero 'Hay que
educar a papá' era Paco Martínez Soria el blanco perfecto, aquí lo somos
todos, en realidad. Y el autor nos ofrece la herramienta perfecta para
que podamos quitarnos, de una maldita vez, la boina de la banalidad.
A la búsqueda del lector inquieto, perspicaz y permanentemente en
flor. En pos de aquellos 'letraheridos' que no se dejan sobornar por los
estúpidos cantos de sirena del 'superventas' del mes. Es justo. Una
propuesta de lo más razonable. Y necesaria. El propósito de Marx de transformar el mundo se une al de Rimbaud de cambiar la vida
y se pasan ambos por la túrmix de la posmodernidad añadiendo, al
empeño, una generosa dosis de ficción. Porque hay otra revolución
pendiente. Y está reservada para los pocos lectores independientes que
aún pululan por el mundo libre.
'El tiempo cifrado', que acaba de ser publicada por la editorial
Amargord en su colección Cana Negra, vendría a ser una novela negra sin
las negruras más tópicas -y típicas- del género. Y, como bien sabéis, a
estas alturas del set, son las que más me gustan a mí. Las novelas que,
trascendiendo los géneros, ejercen de versos sueltos. Y ésta, más que una novela, viene a ser una colonoscopia sin anestesia.
La que el autor realiza a este país en un año simbólico, 1986, cuando
dos Españas del todo irreconciliables -la de la 'movida', la OTAN y la
CEE en un rincón del cuadrilátero; la del 'nuevorriquismo' ilustrado y
los primeros indicios de que el 'animal político, en realidad, es un
lobo, en el otro- empezaban a zumbarse la badana.
La novela sigue los últimos y 'movidos' pasos en libertad de Fernando
Aróstegui de Lara, profesor universitario, decano de la facultad de
letras de la Universidad Central de Madrid, y conocido activista contra
el régimen anterior. El profesor Aróstegui, en un momento dado del
relato y dentro del denso clima de paranoia que se vive en el Madrid de
aquel 86, año en que todo parecía posible, mata salvajemente a un desconocido y se bebe su sangre
en un desquiciado ejercicio de justicia poética. Mientras tanto, Madrid
era el Madrid donde sonaban Golpes Bajos en el Penta advirtiendo al
personal: "No mires a los ojos de la gente. Me dan miedo, siempre
mienten...".
Novelaza de lo más recomendable. Eso sí, repito, no apta para
devoradores de 'big macs' palabreros. Su voluntad de estilo tiene muy
poco que ver con la narrativa 'light' de estos días. Aunque, una vez en
la primera página, la novela te atrapa como una soga. En definitiva, "el
retrato", como me confesó el autor hace unos días, "del tiempo que nos
construyó". Os dejo con un par de párrafos. De nada.
'El tiempo cifrado'
Cuando creía haber olvidado, cuando creía haber aliviado por unas
horas sus ansias, de nuevo el asco anidaba en él, de nuevo volvía a
sentirse sucio, desplazado e impotente. Como todos, también él se sentía
culpable. Culpable de pasividad (se dictó la sentencia) Entonces, se
levantó de su asiento y, durante unos segundos, permaneció así, en pie y
sin moverse, como un pasmarote, tambaleándose ligeramente de izquierda a
derecha, hacia adelante y hacia atrás; no sabía qué hacer, pero algo
había que hacer... Se puso la chaqueta al hombro, se despeinó y se
enmarañó a propósito la pelambrera gris, se sacó la camisa por fuera del
pantalón y extendió automáticamente la mano:
-¡Una limosna, por amor de Dios y de los hombres!... (dijo, con la voz
quebrada, y e resto de los pasajeros lo miró con horror)
-¡Una limosna, por amor de Dios y de los hombres!... (repitió)
La oscuridad pasaba veloz delante de él, y su alma viajaba con la
oscuridad, la vio reflejada justo enfrente, a otro lado de cristal,
(como él) iba desgreñada y con la camisa por encima de los pantalones,
estaba sin afeitar y se la veía demacrada y triste; se dio cuenta,
además, de que su alma también suplicaba una limosna, por amor de Dios y
de los hombres... Al cabo de unos segundos, se quedaron solos (su alma y
él), los demás habían hecho un hueco alrededor de ellos, los
abandonaban, como antes habían hecho con el portugués y la niña...
Bajaron del vagón y leyeron: Dejen salir antes de entrar... Prohibido
apoyarse en las puertas... Línea uno... Sol (Luna: pensó) Dirección...
¡La oscuridad!... (La oscuridad: exclamaron su alma y él) ¡Dirección, la
oscuridad!... (gritaron)
-¡Una limosna, hostias!... ¡Una limosna, por el amor de Dios y del
infierno!... (y vuelta a empezar: luego las caóticas explicaciones a los
guardias municipales).
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