Diálogo. Dos estrellas de la literatura británica, Amis y McEwan, presentan sus nuevos libros y confiesan cómo cambió su relación con la escritura
Martin Amis una estrella inglesa en cielo de la literatura británica actual. |
Se conocen desde hace cuarenta años, compartieron experiencias,
casas editoriales y escribieron la misma cantidad de novelas. Los
escritores Martin Amis e Ian McEwan dialogaron tras la salida en Gran
Bretaña de sus nuevas novelas. El libro de Amis, The zone of interest
(La zona de interés), es una sátira ambientada en un campo de
concentración durante la Segunda Guerra Mundial, que ha provocado no
poco revuelo en Europa. En tanto que en The children act (La ley
de la infancia), de McEwan, una jueza de un alto tribunal con una vida
tumultuosa debe decidir si un adolescente enfermo vive o muere.
–¿Qué les parece si empiezan por contarme hace cuánto se conocen y cómo fue qué se encontraron?
Ian McEwan: Bueno, eran los años setenta.
–Martin Amis: El año 1973, ¿no?
–IM: Creo que fue en una de esas fiestas de navidad en la Jonathan Cape, en esos tiempos eran algo legendario, fastuoso.
–MA: Era más similar a una profesión de aristócratas, en esos tiempos.
–IM: Tomábamos más en esos tiempos. Martin viene y me dice: “Leí tu relato, Pornografía.” Y me citó a la perfección un pasaje. Me pareció simpático desde el principio.
–¿Vos lo recordás así, Martin?
MA: Recuerdo
muy bien el relato. Pero justo estaba pensando que habíamos publicado
nuestros primeros libros hace más de cuarenta años. Ayer mismo leía el
libro de Ian y vi en la solapa que escribió catorce novelas y dos
relatos, exactamente igual que yo. En resumen, nuestras vidas fueron más
o menos paralelas. Empezamos al mismo tiempo, nos casamos al mismo
tiempo y ambos tuvimos un hijo –un hijo varón– al mismo tiempo y después
ambos nos divorciamos al mismo tiempo.
–IM: Eso vos lo hiciste primero.
–MA: Y después nos volvimos a casar al mismo tiempo.
–IM: ¿A lo mejor nos morimos al mismo tiempo?
–MA: Sí, cierto.
–IM: Cambiemos de tema, por ahora.
–Cuenten algo de estas dos nuevas novelas y de cómo las concibieron.
–MA: La
gente me pregunta por qué decidí escribir una segunda novela sobre el
Holocausto, pero no estoy de acuerdo en el uso del verbo “decidir”. Es
una cosa que está adentro mío: agarro un resplandor de algo, un
temblor, una pulsación, y lo reconozco como el germen de una obra que
puedo escribir. A veces empiezo una novela pensando que va a ser un
relato, y después de unos meses me digo, “A lo mejor sale una novela
breve”, y después de algunos meses más, “No, creo que con esto voy hasta
el fondo”. No lograría empezar una novela simplemente a través de un
acto de voluntad. No lograría avanzar sin ese momento algo mágico y
misterioso en el que algo viene hacia vos, y sentís con gran intensidad
la obligación de escribir la novela, porque no pasa todo el tiempo. El
resplandor que tuve para The Zone of Interest
es la primera página: es una especie de amor a primera vista (aunque en realidad comienza como lujuria a primera vista) en un ambiente que parece bastante rural y anónimo hasta que se llega al “patíbulo de tres ruedas” al final de la página, enumerado entre los otros elementos del ambiente. Te sentás y a veces, para tu sorpresa, te parece que gran parte de todo esto está ahí. Después hacés muchos intentos y errores, y luego empezás a tomar decisiones.
es la primera página: es una especie de amor a primera vista (aunque en realidad comienza como lujuria a primera vista) en un ambiente que parece bastante rural y anónimo hasta que se llega al “patíbulo de tres ruedas” al final de la página, enumerado entre los otros elementos del ambiente. Te sentás y a veces, para tu sorpresa, te parece que gran parte de todo esto está ahí. Después hacés muchos intentos y errores, y luego empezás a tomar decisiones.
–¿Para vos es igual, Ian? En
tus libros hay algo que me hace pensar que existe el núcleo de una idea
que se te presenta inesperadamente, pero tal vez no es así.
IM: No,
estoy de acuerdo con Martin en esto. Adoro esa etapa en la que terminé
la novela, las entrevistas y la difusión y estoy libre para seguir con
lo que me interesa. En general no arranco con la idea de hacer
investigación para una novela. Y en este caso, The Children Act,
todo empezó una tarde en la que cenaba con unos jueces. Se hacían bromas
unos a otros por las sentencias de cada quien, y eran bien duros con
otros jueces que no estaban ahí. Pensé: “¡Bueno! Estos podrían pasar por
novelistas”. Después en cierto momento el dueño de casa, Alan Ward, un
juez muy prestigioso, se levantó y fue a buscar un volumen encuadernado
con sus sentencias. Media hora después yo estaba sentado con este libro
en la mano y pensaba: “Esto es un subgénero literario, injustamente
relegado”. Empecé a interesarme por las sentencias y noté que muchas
veces aparece en medio de todo eso la religión: católicos que se
divorcian de musulmanes, judíos ortodoxos que se pelean por el futuro de
sus hijos, padres católicos que no quieren que sus hijos, gemelos
siameses, sean separados. Después me fijé en una sentencia de Alan sobre
un adolescente testigo de Jehová que se negaba a una transfusión de
sangre que era necesaria para salvarle la vida. Lo vi como una
provocación, como un atajo entre el espíritu laico de la ley y una fe
religiosa sincera.
–Esta idea de sistemas de creencia aparece
en ambos libros, eso que la gente está dispuesta a hacer en nombre de
las creencias que construyó o elaboró.
–MA: Sí,
es un mundo en sí mismo, el de los sistemas de creencia. Ian habla de
religión, pero también de ideología. Lo que descubrí leyendo muchísimas
cosas sobre el Holocausto en los últimos veinticinco años es que, en el
caso de Rusia, la ideología sigue siendo muy fuerte. Me quedé mudo
cuando leí que Gorbachov, cuando el imperio se estaba hundiendo, pasaba
toda la noche despierto, leyendo a Lenin, diciendo: “La respuesta tiene
que estar acá”. Pero en el caso de Hitler, en el caso de Alemania, no
había ninguna ideología. Había dos o tres ideas: un imperio territorial
más amplio, un antisemitismo delirante, y la simple voluntad de
conservar el poder. Nada más. El nazismo no atraía a las personas por su
ideología: era una especie de llamamiento para sádicos y no pretendía
ser otra cosa.
–IM: Sí, esas banderas negras en el norte de
Irak son otro ejemplo: son un imán extraordinario para cualquier
aspirante a torturador que ande dando vueltas. Los psicópatas son una
minoría ínfima distribuida igualmente entre todas las poblaciones y
tienen la necesidad de aprovechar su ocasión histórica.
–¿Y por qué se sienten atraídos los novelistas?
–IM: Nos gustan las cosas erradas.
–MA: Y
extremas. Y los sistemas cerrados, las cosas que son un mundo en sí
mismo. ¿Pero no te parece que cuando te hacés más viejo y el futuro se
contrae, se vuelve una tortura leer hasta los bocetos de tu última
novela?
–¿Por qué sienten el deseo de pasar a la próxima cosa?
–MA: Simplemente
para ir hacia adelante; no sé si tuviste alguna etapa por el estilo,
pero en los viejos tiempos, en los años setenta y ochenta, si no tenía
reuniones o cosas que hacer durante la tarde, una botella de vino y
cinco horas de lectura, para mí era la tarde de mis sueños.
–IM: Ahora son cinco botellas de vino y no lees nada de lo tuyo.
–MA: Pero ahora no sueño con hacer cosas por el estilo. Además, no me parece una experiencia placentera leer las cosas viejas.
–¿Por qué te sentís un novelista distinto al que eras?
MA: Se
podría decir que lo que pasa es que la inspiración, la parte musical
del talento, se debilita, pero la parte técnica se vuelve más fuerte:
saber dónde va cada cosa, las modulaciones. Si hacés una escena de
diálogo, la escena siguiente no tiene que ser de diálogo, y viceversa.
Lo que escribí en este siglo no me produce casi nunca rechazo, pero si
voy hacia atrás está lleno de vulgaridad y cosas inmerecidas.
–¿Vos lo pensás de la misma manera, Ian?
–IM: No me fijo, porque simplemente no me interesa.
–Pero entre tus primeros trabajos y los posteriores hay diferencias.
IM: En
parte es porque estamos obligados a explicarnos todo el tiempo, y esto
te vuelve insensible respecto de tu propia obra. Una vez escribí una
novela, Los perros negros, en la que puse un prólogo que
explicaba todos los temas del libro. Y durante tres meses, toda la fase
de la difusión, tuve que explicar ese prólogo. Martin tiene razón, son
cada vez menos los veranos y los inviernos que tenemos por delante y
está la sensación de que en un cierto punto hay que reconocer que tu
pensamiento no es tan rico como era antes.
–MA: El vocabulario se limita.
–IM: El
vocabulario se limita; se limita… todo. ¡Incluso la resistencia física!
Para hacer una novela se necesita mucha resistencia física, parece una
maratón. Dura más o menos como un doctorado, y nosotros tenemos catorce
doctorados. Pero no, la idea de meterme en un rincón a releer mis
primeros libros me aterra, especialmente considerando que sobre los
estantes de mi biblioteca están no sólo todos los libros que no leí,
sino todos los libros que quiero releer, de otros escritores.
–¿Existe algún libro de otro que hubieses querido escribir?
–IM: La técnica excelente de Martin en Experiencia
me produce una gran admiración. Trasladó a la autobiografía todo el
arte del novelista. Descubrió el modo más ingenioso y perspicaz para
hablar del pasado, de la familia.
–MA: Es muy amable de tu parte, pero no tendrías que haber elegido Experiencia,
porque no fuiste hijo de Kingsley Amis. No creo que ningún novelista
que se sienta un poco seguro de sí mismo quiera escribir la novela de
otro. El ensayo de otro puede ser, puedo imaginar que se sienta envidia,
deseo. Pero una novela no, es algo demasiado personal. Lo que la gente
no puede entender es que cuando escribís una novela te ponés a vos mismo
delante de todos; si hacés un ensayo histórico sobre el bombardeo de
Dresden no es lo mismo. Una novela es profundamente personal y
reveladora.
© The Independent Traducción Andrés Kusminsky
Martin Amis básico
Hijo del escritor Kingsley Amis, tras el divorcio de sus padres, cuando
tenía 12 años, pasó algunos meses en España –“mi segundo país europeo”–
adonde volvió reiteradamente. Se licenció en Oxford en 1971. Fue crítico
de libros en el London Observer y luego encargado editorial y director
de la sección de narrativa y poesía en el Times Literary Supplement. Más
tarde trabajó en el New Statesman: a los 27 años era el director de la
sección literaria. Se casó por primera vez con Antonia Philips, con
quien tuvo dos hijos y por segunda con Isabel Fonseca, con quien tuvo
dos hijas. Tiene, además, otra hija, a quien conoció a los 20 años. Con
su primera novela, El libro de Raquel , ganó el premio Somerset Maugham,
en 1973. Con los escritores Ian McEwan, Julian Barnes, Hanif Kureishi y
Kazuo Ishiguro, Amis integró una “nueva generación” de novelistas
británicos. Otros libros suyos son La información y Dinero.
Ian McEwan básico
Dice que si no fuese escritor sería la primera guitarra de una banda de
blues de poca monta, o biólogo. Estudió en Sussex y recibió su Master en
Literatura Inglesa en la Universidad de East Anglia. Publicó los libros
de relatos Primer amor, últimos ritos y En la cama . Ha escrito
catorce novelas, entre ellas: El jardín de cemento, Los perros negros,
Amor perdurable, Chesil Beach, Sábado, y Expiación, varias de ellas
llegaron al cine. En diálogo con esta revista recordó en 2009 sus
comienzos. En 1973 la muy prestigiosa revista American Review publicó el
cuento “Disfraces”, incluido en su primer libro, por entonces inédito,
Primer amor, últimos ritos. “La tapa era de un rosa brillante. Y en
letras blancas decía: ‘Susan Sontag, Günter Grass, Philip Roth, Ian
McEwan’. Ahí fue cuando pensé ¡Voy a ser escritor!” Acompaña el recuerdo
con brazos triunfales en alto, reviviendo otra vez la emoción de ese
día. Tenía sólo 23 años.
Dos novelas intensas
Martin Amis vuelve, una vez más, a estar en el centro de una
polémica literaria. Su nueva novela, The Zone of Interest, es una sátira
en el ámbito de un campo de concentración nazi durante la Segunda
Guerra Mundial. El libro se publicó en agosto y septiembre en Gran
Bretaña y Estados Unidos respectivamente, pero el normal proceso de
traducciones que suelen tener sus libros, casi automático, esta vez
estaría atravesando algunos escollos. Sucede que en Alemania no quieren
publicarle el libro y su editor francés, la prestigiosa casa Gallimard,
ya anunció que no quiere contar con ese título en su catálogo. ¿Cuáles
son los límites del humor?, nos podemos preguntar. ¿Hay temas que
todavía la literatura no puede tocar? Los editores de Gallimard, por lo
pronto, aseguraron que no publican el libro “por razones literarias”:
dicen que no les parece una buena novela, simplemente. Los argumentos de
su editorial alemana fueron más morales e históricos que literarios.
Dijeron que había incongruencias históricas y fácticas y, sobre todo,
que Golo Thomsen, un personaje oficial de las SS, es “demasiado
comprensivo” con la causa nazi. Sobre este personaje, el propio escritor
puntualizó: “una lectura cuidadosa del libro mostrará que nunca es un
servidor del régimen, que siempre trata de frustrar diversas políticas
y, a mitad de la obra, se convierte en un saboteador activo”. El asunto
causó un pequeño revuelo mediático en tierras germanas. Desde el diario
Die Welt, uno de los más leídos de esas tierras, criticaron a la
editorial por no publicar el libro. Así lo expresaron: “Si hay un
escándalo con The Zone of Interest es el hecho de que una editorial
alemana piense que no debe dar a conocer la obra de uno de los autores
británicos contemporáneos más importantes a los lectores alemanes”. El
agente de Martin Amis, el implacable Andrew Wylie, ya está capitalizando
el escándalo. Busca una nueva editorial alemana para su autor y espera
que el libro se venda más que otros.
En cuanto a su compañero de generación Ian McEwan, tiene también nuevo libro, titulado La ley de la infancia. Basada también en hechos históricos, su título refiere a una ley de 1989 que fue emblemática en el Reino Unido, que regía el bienestar de los menores. Sobre esa base histórica, la ficción despliega un dilema pesado: una jueza de un tribunal importante debe decidir si un joven enfermo vive o muere. El joven en cuestión se llama Henry y es un testigo de Jehová que se niega a recibir las transfusiones de sangre que lo podrían salvar de una leucemia. En varias entrevistas el autor confesó que varias muertes recientes de su entorno íntimo (como la de su amigo el escritor Christopher Hitchens o su agente literaria) lo golpearon y lo empujaron a pensar ficcionalmente el tema de la muerte. ¿Se puede elegir la propia muerte? ¿Hay alguien capaz de legislar sobre los cuerpos ajenos? Estas y otras son las preguntas que van apareciendo a medida que las páginas de la novela de suceden. Menos polémico que el de Martin Amis, sin dudas, no deja sin embargo de tocar un tema que está en el centro del debate contemporáneo y que se discute acaloradamente en parlamentos de nuestros países. Ambos libros se editarán en español en 2015 por Anagrama.
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