La editorial Anagrama, es decir, Jorge Herralde, publica en su colección Biblioteca de la memoria Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé de la que es autor Josep Maria Cuenca.
Un volumen de 749 páginas, 87 de las cuales son notas, e ilustrada con
40 fotografías, muchas inéditas. Seis años de investigación, por una
parte, en archivos y hemerotecas y consultando la cuantiosa y reveladora
documentación inédita conservada por el biografiado; centenares de
horas de conversación con Marsé, familiares y amigos y con personas que
en un momento fugaz o duradero tuvieron algún vínculo con él.
El
autor, Josep Maria Cuenca Flores (Barcelona, 1966), historiador y
periodista, que compagina la docencia y la escritura en sus dos lenguas,
español y catalán, escribe en el prólogo que “consideraba un absoluto
escándalo cultural que un narrador de la talla de Marsé no contara con
una biografía”. Marsé no sólo no lo comparte, sino que opina que su vida
carece de interés. Cuando en el verano del 2008 Cuenca se puso en
contacto con Marsé para manifestarle el deseo de escribir su biografía,
este le dijo que se lo pensaría y que le diría algo. Pero no le dijo
nada. Y Cuenca, que es un chico muy tozudo, insistió hasta que Marsé dio
su consentimiento. Leídas las 749 páginas –es una biografía de
investigación, que no de divulgación, “en cuyo caso”, dice Cuenca, “la
hubiese escrito en nueve meses y no excedería las 150 páginas”–, la vida
de Juan Marsé resulta, contrariamente a lo que él sostiene, de un gran
interés. Y no por lo que afirma su colega y amigo Enrique Vila-Matas
–quien sostiene, muy vilamatamente, que, en el supuesto de que la vida
de Marsé no tuviese el menor interés, esto, por sí solo, ya sería del
máximo interés– sino por lo que la escritora Paulina Crusat, en uno de
los capítulos más sorprendentes y reveladores, le escribe al joven
Marsé. “Su vida privada y su historia, tal como la describe,
¡literariamente es una mina!”. Y añade: “Hay muchos que le comprarían a
usted a peso de oro toda esa experiencia de primera mano”. En el
despacho de Marsé, rodeados de sus libros, del retrato de su amigo, el
añorado Jaime Gil de Biedma, de las fotos de Ava Gardner y de Rita
Hayworth, de su querida Betty Boop, de las caricaturas que dibuja el
comecuras de Marsé, y ante una botella de Jameson –su whisky y el mío–
el biógrafo y el biografiado hablan del libro.
Señor
Cuenca, ¿qué ha descubierto sobre aquella historia del taxista, el padre
biológico de Juan Marsé, que se encuentra con un cliente, el padre
adoptivo de Marsé, cuya mujer acaba de perder un hijo en el parto,
etcétera; aquella historia rocambolesca sobre la criatura Joan Marsé o,
mejor, Joan Faneca?
Josep Maria Cuenca:
Pues que la historia, tal como se la contó Berta Carbó Borrell, la madre
adoptiva de Marsé, al niño Joan, no es del todo cierta. No es que Berta
mintiese; lo que hizo fue novelar la historia. En primer lugar, no
había ningún niño muerto en el parto. En segundo lugar, no había ningún
taxi, y por lo tanto ningún taxista. El padre biológico de Marsé,
Domingo, Mingo Faneca Santacreu, ejercía entonces de chófer. Sí es
cierto que la madre biológica de Marsé, Rosa Roca Arans, había fallecido
un mes después (1 de febrero de 1933) que naciese Joan (9 de enero).
Pero la escena del encuentro de los dos padres, el biológico y el
adoptivo, Pep Marsé Palau, en un taxi, es un invento. En realidad, los
dos padres ya se conocían: ambos estaban afiliados a Estat Català. O sea
que, más que un taxi, es el independentismo lo que está presente en la
conversión –que no se legalizará hasta 1961, cuando Marsé tiene que
sacarse el pasaporte para viajar con una beca a París– del niño Joan
Faneca Roca en Joan Marsé Carbó.
Juan Marsé: Lo que
en cierto modo me entristece, porque, como he dicho varias veces, me
habría encantado descubrir algún día que mis antepasados pertenecían a
un clan de intrépidos piratas. Pero, por otra parte, el descubrir que
mis dos padres se conocieron en las filas del Estat Català quiere decir
que estoy lo suficientemente vacunado como para resistir a cualquier
desagradable ataque de independentismo.
Señor Cuenca, ¿qué ha descubierto entre los papeles que guardaba Marsé?
J.M.C.:
Pues, entre otras muchas cosas, la primera versión de Viaje al Sur, un
libro que le encargó la editorial parisina Ruedo Ibérico. Marsé lo
escribió a su regreso de París, en julio de 1962, en un viaje por
Andalucía con su amigo Antonio Pérez y el fotógrafo Guspi. El libro no
llegó a publicarse. No se trata de un borrador, y pese a ser una primera
versión creo que debería publicarse –Marsé podría revisarlo y
completarlo–. Las descripciones, los retratos que hace de los muchachos
endomingados del barrio sevillano del Cerro del Águila son estupendos.
Allí asoma ya el Pijoaparte. Además, las fotografías de Guspi son
excelentes. Sería una lástima enterrarlo definitivamente.
¿Y qué piensa Marsé?
J.M.: Pues eso, que se trata de una primera versión, que han pasado muchos años y que, en mi opinión, no debería publicarse.
El capítulo dedicado a Paulina Crusat, una dama elegante y generosa, es una preciosidad...
J.M.C.:
Paulina Crusat está completamente olvidada, pese a que hay una tesis
inédita sobre ella, de María Carmen González, La memoria en las novelas
de Paulina Crusat: una lectura en clave autobiográfica; una tesis
presentada en 2005 en la Ohio State University, y que se puede hallar en
internet. Es una gran injusticia. Marsé se puso en contacto con la
escritora, que entonces residía en Sevilla, a través de su madre, una
anciana de la que cuidaba Berta, la madre de Marsé. Fue ella quien le
dio la dirección de su hija.Esto ocurría en 1956. Y Marsé le escribió, y
la señora Crusat, nacida con el siglo, le contestó, concretamente el 15
de enero de 1957. Marsé, un autodidacta que trabajaba en un taller de
joyería, empezaba a escribir y Paulina le fue de una gran ayuda. Su
generosidad con él es encomiable. La correspondencia entre ambos es un
gran descubrimiento pues nos permite ver cómo se gesta el Marsé
escritor. Es una correspondencia, la de Paulina, en la que se mezclan
palos y caricias. Marsé se duele de que tiene que entrevistar a Lola
Flores y ella le responde: “No se queje, Marsé. ¡Qué más quisiera yo que
entrevistar a Lola Flores!”. Le dice lo que tiene que leer, le descubre
a Camus…
J.M.: Sobre todo tengo que agradecerle que me descubriese a los novelistas del XIX…
J.M.C.: La carta en que le dice que debe leer Guerra y paz es una delicia…
J.M.:
Era una persona muy atractiva, muy fina, muy elegante y generosa, como
reza el título del capítulo (La última novela de Marsé, Noticias felices
en aviones de papel, está dedicada a Paulina Crusat, “que me abrió la
puerta”).
Dice usted en su libro, señor Cuenca, que el
escritor Juan Marsé “era (y sigue siendo) directa e intensamente
detestado desde las instancias oficiales del catalanismo”. Y cuenta
usted una anécdota ocurrida cuando se gestaba el Pacte Cultural que
aupaba el conseller de Cultural, Joan Rigol, y que acabó fracasando
“porque no le gustaba nada a Jordi Pujol”. Al parecer, alguien sugirió
el nombre de Marsé para las reuniones previas al pacto, y el conseller
respondió: “No puedo llamar a Marsé, a él no, porque si lo hago, los
míos me devoran”.
J.M.C.: Marsé nunca ha
ignorado la aversión que le ha tenido y le sigue teniendo el
nacionalismo oficial. A fin de cuentas, se lo ha ganado a pulso no
sometiéndose a la omertà de la que participan muchas gentes de la
cultura en Catalunya, silentes en la vida pública y al mismo tiempo
locuaces y críticos en reuniones reducidas sin micrófonos ni cámaras por
medio.
¿Señor Marsé...?
J.M.:
Sin comentarios. Detesto los escritores mediáticos y estoy harto de
explicar por qué no escribo en catalán. Cuando era joven me planteé si
debía firmar mis libros Joan o Juan. Como escribía en castellano, decidí
firmar Juan. Como el amigo Cuenca, creo que sólo hay una cultura
catalana, la que se realiza en catalán y en castellano, la que realizan
los ciudadanos de Catalunya.
Señor Cuenca, me pareció muy
interesante el capítulo que dedica al fallecido proyecto de que Víctor
Erice acabase dirigiendo la versión cinematográfica de El embrujo de Shanghai, la novela de Marsé que dirigió Fernando Trueba, y en cuyo guion Erice había estado trabajando durante cuatro años.
J.M.C.:
Más que interesante, se me antoja un acto de justicia que Víctor se
merecía. Al publicar parte de la correspondencia entre Erice y Marsé,
creo que queda bien claro que Víctor fue una víctima del productor,
Andrés Vicente Gómez, cuyas declaraciones al diario ABC, después de que
Víctor publicase su espléndido guión, son dignas de figurar en el mejor
manual de la historia cósmica de la infamia. (Refiriéndose a dicho
guión, Andrés Vicente Gómez dijo: “Erice, que no tiene notoriedad por lo
que hace, quiere tenerla por lo que no hace”). Víctor se merecía ese
capítulo y mucho más. Me consta que le ha resultado doloroso remover ese
episodio.
J.M.: Yo siempre he dicho que el guion de
Víctor es mucho mejor que mi novela. Me duele que Víctor, el mayor
talento del cine español actual, como le dije a Andrés Vicente Gómez en
su día y a quien propuse para dirigir la adaptación de mi novela, no
acabase dirigiéndola. La película de Fernando Trueba me parece una
birria (salvo Fernando Fernán Gómez encarnando al capitán Blai).
Señor
Marsé, en su diario de 2004 decía que le gustaría que en su lápida
pusiera: “Por fin soy el escritor invisible”. ¿Todavía lo piensa?
J.M.:
Ya he dicho que detesto los escritores mediáticos, pero no me refería
al escritor, sino a la escritura, a la escritura invisible: cuando leo
una novela no me gusta pensar en el autor.
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