Sydney Smith Bartleby es un escritor frustrado. No escribe tanto como
le gustaría ni escribe lo que le gustaría escribir. Pero eso no es lo
peor. Lo peor es que aborrece terriblemente a su mujer y a menudo piensa
en deshacerse de ella. El pensamiento simplemente aparece, a cualquier
hora del día, con cualquier excusa. Ahora podría clavarle un cuchillo y
acabar con todo, se dice. Y lo que esconde es un deseo imperiosamente
salvaje de destruir su mundo. Así fue, a ritmo de villanos que no era
más que tipos corrientes con un pie al borde del abismo, como Patricia
Highsmith trató de entender a su madre. Su madre, que se divorció de su
padre antes de que ella naciera y que, en una ocasión, se bebió un vaso de aguarrás, lleno hasta el borde, para tratar de deshacerse de ella,
tuvo una vez un pie en esa clase de abismo cotidiano. Y ella, la
minúscula Pat, por entonces poco más que un bebé en el útero,
representaba para su futura madre aquello que había convertido el mundo
en un lugar horrible.
A su editor español, Jorge Herralde, le gusta considerarla "la
artista del mal". Hoy, 20 años después de su muerte, Highsmith estrena
Biblioteca en Anagrama (biblioteca que se abre con seis títulos míticos,
entre ellos, cómo no, 'El talento de Mr. Ripley', pero también
'Crímenes imaginarios', la novela que protagoniza Sydney Bartleby) y
Herralde recuerda cuándo se conocieron. Fue en un aeropuerto, cuando los
dos iban a embarcar con destino a San Sebastián, allá por 1983, el año
en el que la escritora a la que Cabrera Infante llamó en una ocasión "el
gran tortillón", hizo una pequeña gira por España. "Había aceptado ser
la invitada de honor en el Festival de Cine, y causó un gran revuelo,
desbancó a todas las estrellas y 'starlettes'", recuerda Herralde, que
también recuerda una cena mítica con Enrique Tierno Galván en la que la
escritora trataba de comunicarse con el entonces alcalde de Madrid en
francés. "Le dije entonces que hacía poco que Tierno Galván se
había reunido con el Papa y ella soltó algo parecido a: 'Pues espero que
su latín sea mejor que su francés'", cuenta.
¿Cómo dio Jorge Herralde con Patricia Highsmith a principios de los
80? "La descubrí cuando empezaron a ocuparse de sus derechos en España
las agentes Mercedes Casanovas & Michi Strausfeld. Querían lanzar a
Highsmith como una gran escritora, y llegaron a acuerdos con Anagrama,
pero también con Alfaguara y Alianza", cuenta. En Anagrama se publicaron
dos primeros títulos suyos en otoño de 1981. Los títulos eran 'A pleno
sol' y 'La máscara de Ripley'. "Eran los títulos 5 y 7 de la recién
nacida Panorama de Narrativas, una colección de altísima literatura pero
de autores aún poco o nada conocidos en España", asegura el editor, que
dice que la acogida de aquel primer par de libros fue "extraordinaria".
"Dos 'bestsellers' súbitos y un puntal de la colección junto con 'La
conjura de los necios'. Hasta 2005, publicamos en total 27 títulos suyos", aclara. ¿Y sus favoritos, entre todos ellos? "Las primeras que leí, 'Extraños en un tren' y el primer Tom Ripley", contesta.
Si algo hizo como nadie Highsmith, añade Herralde, fue crear "a un
asesino fascinante": Tom Ripley. ¿Fascinante por qué? "Su amoralidad no
impide la empatía total con el lector", argumenta. Ripley es la clase de lobo con piel de cordero sobre el que Highsmith llevaba leyendo desde los ocho años,
cuando descubrió 'La mente humana', de Karl Menninger, un decididamente
perverso tratado sobre la enfermedad mental, repleto de casos, casos en
los que la futura madre del encantador y retorcido Tom Ripley, se basó
para crear su colección de villanos.
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