De la sed de whisky y la falta de fe
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Alicia Giménez Bartlett durante su discurso. BCNegra 2015./Rubén López./elpais.com |
Por Alexis Ravelo
No me lo puedo creer, ditoseadiós... Al final, resultó que era
cierto. Casi no daba crédito a mis ojos cuando lo vi a usted, ahí,
oculto entre el público, clavándome en el cogote su mirada de avispa a
través de los agujeros que había hecho en su programa de mano. No se fía
de mí, jefe, y eso duele, carajo, con lo bien que les he servido yo a
usted y al Cuerpo durante todo este tiempo. Sí, ya sé que me dijo usted
que solo pasaba por aquí, que el encuentro fue casual, que todo esto son
paranoias mías... Pero yo he desarrollado un cierto olfato para el
embuste y sé que lo que ocurre es que no cree que yo esté cumpliendo mi
labor con eficacia, que piensa que estoy todo el día metido en el bar.
Esto, como usted supondrá, daña mi autoestima. Motivo por
el cual ayer, después de nuestro encuentro, ahogué mis penas en el bar
del Conservatori del Liceu. Y me jode, que conste, porque abajo, en la
sala, abarrotada como siempre, estaban Christoffer Carlsson, mi adorada
Anna María Villalonga y Juan Bolea —Charlotte Dink no pudo venir—,
hablando sobre novela psicológica. Y después, al parecer, se armó la de
San Quintín con Leandro Pérez, Santiago Roncagliolo y Juan Sasturáin, hablando de fútbol y corrupción.
Sin embargo, las lágrimas de dolor a causa de su desconfianza no me
permitieron, por esta vez, cumplir mi cometido. Y, las cositas claras,
suya, que no mía, es la culpa. En fin, para usted hace. Por cierto, en
el bar del Conservatori hay una cuenta que dejé a su nombre. Ahora ya no
tengo por qué mandarle las facturas: puede satisfacerlas usted mismo,
sacar los sucios billetes de esa cartera negra, como negra es el alma
que tiene.
De
izquierda a derecha: Luis Alejandro Díaz, Santiago Roncagliolo, Leandro
Pérez y Juan Sasturáin | Foto: Rubén López
Así, con mi congoja y seis whiskis entre pecho y espalda,
me fui a la plaza de San Jaume, y me colé de rondón en el Saló de Cent
del Ayuntamiento, porque ayer se entregaba el Premio Pepe Carvalho. Este
galardón, usted lo sabe, es uno de los platos fuertes de la BCNegra.
Premia la trayectoria de veteranos y activos escritores negrocriminales.
Otros años lo obtuvieron Francisco González Ledesma —alias Silver
Kein—, Henning Mankell, P. D. James, Michael Connelly, Ian Rankin,
Andreu Martín, Petros Márkaris, Maj Sjöwall y Andrea Camilleri. Y esta
vez la distinción que otorga l’Ayuntament ha ido a parar a una gran dama del crimen: Alicia Giménez Bartlett.
Pero esta no es una dama del crimen cualquiera. Esta mujer
es la madre literaria de la mismísima Petra Delicado y del propio Fermín
Garzón. Ella fue la pionera, la primera y yo diría mejor de las autoras
que pusieron a mujeres policías a investigar. Sí, señor: en una época
en la que los personajes femeninos no eran protagónicos y se limitaban a
representar a la víctima, la ayudante del investigador o la fatal mujer
fatal —incluso en las novelas escritas por mujeres—, esta albaceteña
adoptada por la ciudad de Barcelona tuvo los redaños de escribir Ritos de muerte,
la primera novela de esta serie en la que Delicado, con su distancia
crítica, disecciona la realidad española a lo largo de libros como Un barco cargado de arroz o El silencio de los claustros. El más reciente se titula Crímenes que no olvidaré,
y me lo voy a llevar de aquí firmado por esta mujer que, si ya me caía
bien, ayer se ganó mi corazón para siempre. ¿Por qué? Porque hizo un
discurso de agradecimiento divertido, sincero y hermoso, en el que le
dio tres patadas a la solemnidad, con toda la coherencia del mundo,
pues, como ella misma dijo, la novela negra, sencillamente, no puede ser
solemne. Más bien, todo lo contrario: será políticamente incorrecta o
no será.
Y por aquello de que será: será el discurso de esta gran
dama del crimen o será que ando muy dolido con usted por su poca fe en
mí, pero ¿sabe qué le digo?, que no me extraña nada que Cristina
Fallarás y Toni Hill se hayan pasado al bando de esta gente. Es más,
sospecho que, si esto sigue así, acabaré siguiendo sus pasos. Sí, jefe,
lo siento mucho, pero me está perdiendo. Usted sabrá lo que tiene que
hacer para evitarlo. Pero yo, por el momento, ya he quedado con algunos
sospechosos para esta misma tarde, a las cuatro, en la Sala Barts, para
charlar un rato. Estarán allí Eugenio Fuentes —un conocido habitual del
que nos llegan informes desde Extremadura—, Víctor del Árbol —que está esparciendo Un millón de gotas
por toda Europa— y un más que sospechoso contrabandista de libros
recién llegado de Bilbao, por nombre Jokin Ibáñez y con vinculaciones
con varias bandas organizadas, como Novelpol o Calibre .38. Si en esta
reunión hago de infiltrado o acabo pasándome al lado oscuro, dependerá
de su actitud y se verá de aquí a las cuatro. Pero, lo repito, jefe:
estoy muy dolido y no sé si podrá usted ya remediarlo. Hasta entonces,
lo espero en el bar. Traiga su negra cartera, porque tengo sed.
En Barcelona, Año 15 de BCNegra, día 7.
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