Achaco
esa falta de crear personajes de ficción a que justo la metáfora ha
dejado de tener importancia a favor de reducir lo imaginario a lo
cotidiano
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El escritor vasco Fernando Marías, ganador del Premio Biblioteca Breve, dotado con 30.000 euros, con la obra autobiográfica La isla del padre. / Toni Albir./cuartopoder.es |
El escritor Fernando Marías ha sido galardonado con el Premio Biblioteca Breve de este año con una obra, La isla del padre, donde el autor rememora los años de convivencia con su progenitor, marino. Elena Ramírez,
editora de la casa, en la rueda de prensa en la que se dio a conocer al
ganador del premio, recalcó que la novela se enmarca en esa corriente
de muerte del padre, de pérdida en el ámbito familiar que ahora nos
aflige y cita autores de su grupo editorial, Héctor Abad, Rosa Montero, Milena Busquets, cuya narración También esto pasará analizó en cuartopoder.es espléndidamente Elvira Huelbes, aunque también Marcos Giralt Torrente para
corroborar el aserto. No le falta razón a la editora, pero creo que se
queda corta, ya que han surgido escritores nuevos de una calidad más que
aceptable, me refiero a escritores como Sergio del Molino con Lo que a nadie le importa o Carlos Pardo con El viaje a pie de Juan Sebastián Bach, y todo ello si prescindimos de incluir aquí novelas tan celebradas como la última de Javier Marias, Así empieza lo malo, donde apenas se ocultan personas reales, comenzando con él mismo, siguiendo con su tío, Jesús Franco, hasta llegar al cameo con Paco Rico, que han hecho de este rasgo el modo casi único de enfrentarse con la ficción.
Pero mi llamada de atención no es temática, ya que el tema familiar es antiguo en la literatura, desde Crónica familiar, de Natalia Ginzburg a Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, y todo esto por no aludir a una de las novelas claves del pasado siglo, la de Marcel Proust, sino
a la desgana del personaje, al abandono del personaje de ficción que
creo cada vez se produce más y considero el síntoma más grave por el que
está pasando la novela actual, y ello hasta el punto de que sin
personaje de ficción, ese tercer elemento fundamental que decía Maurice Blanchot, esencial para la pervivencia de la ficción, ese elemento que se ha quedado reducido para fabricar best sellers
y que está plenamente en forma en el mundo del cine, no tanto en el del
teatro, podemos pronosticar que no existe la justificación misma del
género. La cosa viene de lejos, de Peter Handke, de Sebald… hasta James Ellroy, en A la caza de la mujer, nos cuenta de su madre, Jane Hilliker, violada y asesinada cuando Ellroy era un adolescente y de las posteriores relaciones tormentosas que tuvo con sus mujeres.
Ni que decir tiene que aquí no atiendo a la calidad literaria del texto, por ejemplo, el libro de Ellroy, el libro de un ego exacerbado, es espléndido; de otros, por ejemplo, el que escribió Elena Poniatowska sobre Leonora Carrington
llega a ser una decente biografía novelada y poco más, dos libros que a
pesar de lo distintos que son tienen en común la querencia por evitar
la construcción de héroes de ficción, cuya agonía es lenta pero segura, una especie de cadáver exquisito en el que parece que nadie cree, salvo ya digo para algunos autores de bestsellers y
que últimamente se están pasando en masa a los personajes históricos,
el mundo del cine y el de las series de televisión, únicos modos
narrativos capaces de generar que personajes como Los Soprano, por ejemplo, se incorporen al imaginario colectivo, que es lo que ha hecho durante siglos la épica y su sucesora, la novela.
Uno, que adquirió la pasión
por la literatura leyendo poemas y, sobre todo en mi caso, novelas con
personajes únicos, más reales que sus autores: el Quijote, Julien Sorel, Leopold Bloom, Madame Bovary, Ana Karenina, Ismael, Huckleberry Finn, David Copperfield, Oliver Twist, Ana Ozores, Torquemada, Joseph K., Raskolnikov -¿dejamos
la interminable lista aquí?- reconoce sentirse un tanto inquieto por
esta nueva ola de deserción del narrador hacia el propósito que le ha
visto nacer y por el que se justifica desde los tiempos de Homero y Gilgamesh, como si hubiéramos olvidado que Adán y Eva,
nuestros ancestros, lo son precisamente porque son personajes de
ficción y sólo los que confunden la realidad con la letra, es decir,
aquellos desprovistos de imaginación son capaces de creer en que
partimos de ahí, y ello sin darse cuenta del poder enorme de lo
literario, de su poder de transformación: ¿puede dudar alguien de que Lucy es incapaz de competir con la mujer tentada por la serpiente precisamente porque Lucy no es una metáfora sino un vestigio?
Achaco
esa falta de crear personajes de ficción a que justo la metáfora ha
dejado de tener importancia a favor de reducir lo imaginario a lo
cotidiano, un poco como sucedió en el mundo del star system cuando
el público comenzó a preferir a actrices que se parecieran a su vecina
que a esas diosas inaccesibles que se extinguieron poco a poco según se
implantaba el color. El mundo poderoso del personaje de ficción se
produce cuando la novela adquiere una importancia esencial en la
sociedad, en correlato con la prensa, el siglo XIX: nace la noticia y, a la vez, los personajes de Balzac tan reales que Karl Marx
proponía como la única vía para entender cabalmente la Restauración
francesa, y el desinterés actual por el personaje es probable que esté
en relación proporcional a todo lo que nos diferencia de aquella épica
del XIX, cuando el mundo era auroral.
De seguir así uno tendrá que agradecer a Cervantes, a Galdós, a Dickens, a Tolstoi, a Thomas Mann,
que no les diese por contarnos su vida, a no ser en lo que antes se
llaman memorias, relatos autobiográficos, y que creasen personajes que
perduran por siglos. Es probable que en la deserción actual se esté
produciendo un desinterés por contar la realidad porque en el fondo atisbamos
que ya no somos capaces de llegar a ella salvo en pequeñas dosis, las
de propio ego, la de la familia, la de los amigos… en realidad nosotros
seguimos siendo los mismos, la que pierde es la literatura y quizá, la
propia vida, su significado, que siempre habitó en la ficción.
No es poco.
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