La editorial Trotta recupera Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social de Simone Weil, un ensayo que quedó inédito tras la muerte de la pensadora hasta que lo publicó Albert Camus
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Simone Weil como soldado durante la Guerra Civil Española en 1936 Wikipedia./lavanguardia.com |
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Portada del libro de Simone Weil Editorial Trotta. |
Weil
(París, 1909–Kent, Inglaterra, 1943) transita entre la filosofía y la
mística, entre la política y la ciencia, entre la acción y la reflexión.
Carmen Revilla, quien se hace cargo de la presentación del nuevo libro
publicado por Trotta, la define como una “pensadora de la experiencia”. Y
es que la joven filósofa, con tan sólo 25 años, abandona su carrera
como docente para incorporarse como obrera en Renault. Allí conoce de
primera mano los problemas reales de los trabajadores, y es a partir de
ese momento cuando considera que el trabajo manual debe considerarse
como motor de la cultura.
La filósofa se muestra crítica con el
marxismo, y es que su propuesta emerge como una alternativa que,
necesariamente, ha de girar en torno a la noción de libertad. Weil
reconoce a Marx el diagnóstico del mecanismo de la opresión, pero
rechaza la dogmática confianza de sus seguidores en lo que se ha
conocido como socialismo científico. “Es hora de renunciar a soñar la
libertad y decidirse a concebirla”, escribe.
“La libertad
verdadera no se define por una relación entre el deseo y la
satisfacción, sino como una relación entre el pensamiento y la acción”,
leemos en este libro. La libertad no nace del “capricho”.
El trabajador autómata
Su
experiencia en la fábrica le transforma radicalmente. Se da cuenta de
que “no hay nada en común entre la resolución de una problema y la
ejecución del trabajo”. El mecanicismo al que se ve sometido el obrero
es el que le condena a ser un simple engranaje de un proceso en el que
no es más que mano de obra, una pieza más del sistema. Esa sociedad
industrial que retrata Weil ha evolucionado mucho, es cierto, pero la
pregunta sigue estando abierta. ¿El trabajador es tratado, aún hoy, como
un mero autómata?
Simone Weil describe una situación paradójica,
y es que con frecuencia hay método en los movimientos del trabajo pero
no en el pensamiento del trabajador. “Quienes reproducen indefinidamente
la aplicación de tal o cual método de trabajo jamás se han tomado la
molestia de comprenderlo”, asegura, además de analizar los riesgos de la
especialización, sin que el trabajador tenga una visión del conjunto.
¿Ha cambiado tanto este sistema en las grandes empresas? ¿Podemos hoy
hablar, en rasgos generales, de trabajo creativo o aún estamos demasiado
jerarquizados? ¿Somos mínimamente independientes en nuestras
profesiones o simplemente acatamos órdenes sin preguntarnos si son
eficaces o mejorables?
Parece como si la orden contuviese en sí misma “una eficacia misteriosa”, ironiza la pensadora.
El trabajador lúcido
“Hay
que contar con reglas bien hechas, o bien con el instinto, la prueba o
la rutina. Pero, al menos, se puede ampliar poco a poco el ámbito del
trabajo lúcido”, propone Weil en lo que se articula como un bosquejo de
una sociedad libre. Y añade que bastaría con que el hombre ambicionase
establecer un cierto equilibrio entre el espíritu y el objeto al que el
espíritu se aplica.
Es francamente curiosa la vigencia de algunos
postulados de Weil. Por ejemplo, cuando habla del rol del coordinador.
Si todos los trabajadores se responsabilizan del proceso, ejerciendo un
control compartido, el poder también será repartido. “La técnica debería
ser de tal naturaleza que pusiera en práctica la reflexión metódica”,
insiste.
“Un equipo de trabajadores en cadena, supervisados por
un capataz, es un triste espectáculo”, llega a decir Simone Weil, que
conoce bien la alienación del trabajo donde el asalariado es un cuerpo
sin voz ni voto. La cuestión es si, con casi un siglo de diferencia, y
con todos los avances tecnológicos que hemos experimentado, esa
toxicidad aún la encontramos en nuestras oficinas.
El rendimiento
puede progresar a la vez que la lucidez, sostiene. En la actualidad,
cuando hablamos de eficacia, ¿de qué hablamos exactamente? ¿Qué excusas
estamos ocultando bajo estudios y estadísticas? ¿No escondemos aún,
entre protocolos y procedimientos, la falta de talento e imaginación?
Un individualismo no individualista
Estas Reflexiones
son una invitación a humanizar la vida y a fomentar la capacidad
individual para pensar y actuar. El ser humano, nos dice, no puede
aceptar la servidumbre “porque piensa”. Para ello defiende la
construcción de la utopía, pero no como una doctrina, sino como una
forma de pensar la realidad, una suerte de horizonte al que aproximarse.
La libertad es un ideal, sí, pero un ideal que será útil concebirlo “si
podemos percibir al mismo tiempo lo que nos separa de él y qué
circunstancias pueden alejarnos o acercarnos”.
Weil no tiene nada
que ver con la defensa del individualismo depredador. Todo lo
contrario. Lo que nos está diciendo es que la facultad de pensar –y, por
lo tanto, de comprometerse con una comunidad que no sea una masa
uniforme- pertenece al individuo, no a la colectividad. El pensamiento
puede juzgar. La transformación, sin embargo, sí que vendrá dada por la
comunidad, una comunidad de individuos libres.
La autora, que
combina compromiso político y experiencia religiosa, escribe contra “la
subordinación del individuo” frente a una comunidad que le puede llevar
al “contagio de la locura y el vértigo colectivo”.
La sociedad
"menos mala", concluirá Weil, es aquella en la que el hombre es
suficientemente soberano para participar en la vida colectiva como ser
pensante, y no únicamente como ejecutor. Así se resuelve una aparente
paradoja: somos una comunidad más rica, más fuerte y más sostenible
cuando somos individuos más responsables, más emancipados y más
autónomos. La coacción y la propaganda, lo sabemos, sólo lleva a un
lugar: la mediocridad patológica.
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