Gabo que estás en los cielos
Se inventaba términos, escogía adjetivos raros, empleaba analogías sorprendentes. Tenía una profunda formación poética: por eso sus textos parecen musicales. Se sometía a una dura disciplina: a veces, no escribía sino pocas líneas al día
Manuscrito de El otoño del patriarca. / lainformacion.com |
La voz, el estilo, los párrafos, los adjetivos, las oraciones… Muchos expertos han tratado de encontrar la fórmula de García Márquez, y muchos otros han tratado de imitarle.
Habría sido más fácil comprobar cuáles eran sus anotaciones en los
originales que escribió. Pero el escritor colombiano destruyó las
pruebas mecanografiadas y las anotaciones de Cien Años de Soledad, su ‘carpintería secreta’, como la llamaba.
Pero, ¿podemos conocer aun así en qué se basaba su técnica? En parte
sí, pues García Márquez fue dejando pistas en sus memorias y en algunas
entrevistas que concedió, así como en biografías como la de Dagmar
Ploetz, la traductora al alemán de sus obras (García Márquez, editorial Edaf).
La voz. García Márquez afirmó a The Paris Review que para escribir Cien años de soledad
escogió la voz de su abuela. El autor afirmaba que cuando su abuela
contaba cuentos, eran fábulas irreales pero ponía ‘cara de palo’ para
hacerlas creíbles. De ahí nace el realismo mágico, donde lo verosímil se
funde con lo mágico, lo irreal. Pero es una voz que no se encariña con
los personajes: es distante, como su abuela cuando narraba cuentos.
Las metáforas. Fue uno de los recursos mejor
empleados por el autor. La metáfora sustituye una cosa por otra para
acrecentar su sentido. Por ejemplo, “lloró con lágrimas de aceite ardiente que le abrasaron las entrañas”; “Tuvo que remontar los afluentes de la memoria”; "la medalla de fuego permanecía en su retina" (un eclipse).
Las analogías y símiles. Sabía retratar imágenes con
comparaciones seductoras (usando el 'parece', o 'como'). “Los
alcatraces inmóviles en el aire con las alas abiertas parecían muertos en pleno vuelo”. “Piedras enormes como huevos prehistóricos”.
Los adverbios. Había que rehuir de todos los
adverbios terminados en ‘mente’. “Porque me parecen feos, largos y
fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y
originales”, dijo en una entrevista para Ciudad Seva.
Los adjetivos. Dedicaba mucho esfuerzo a sustituir
los adjetivos tópicos por otros que producían un efecto inesperado en la
imaginación del lector. Por ejemplo: ojos fosforescentes, respiración
pedregosa, fiemo empedernido, mosquitos carniceros…
Términos inventados. En El General en su laberinto
usó ‘condoliente’. Dijo más tarde: “Existen el verbo condoler y el
sustantivo doliente, que es el que recibe las condolencias. Pero los que
las dan no tienen nombre”. (Ciudad Seva)
Términos poco comunes. “Una hamaca colgada de dos horcones con cabrestantes de barco”. "La laboriosa enumeración tronchó su último vahaje". Y hasta escogía las flores por sus nombres más eufónicos como “caléndulas y astromelias”.
La musicalidad. Sus cuentos y sus novelas son muy
eufónicos. Se podrían leer en voz alta y reconocer su hermosa
musicalidad. Se debe a la profunda formación poética del colombiano,
quien aplicaba a sus oraciones una métrica calculada (pie latino o
griego). “Por propia iniciativa [de adolescente] comencé entonces a leer
mucho, poesía y obras literarias en general, pero sobre todo poesía.
Por eso creo que mi estructura cultural es esencialmente poética...” (Entrevista para Vogue).
Los párrafos esculpidos. Afirmaba que le encantaba trabajar mucho los párrafos y reescribirlos. Algunos, como en Cien años de soledad,
contienen párrafos largos con oraciones muy largas. También usaba mucho
una técnica llamada inversión por la cual se pone el final al
principio, comenzando por un verbo o por los complementos, para evitar
que todas las frases sonaran igual. Esa parte de la estructura era
posiblemente lo más trabajado. García Márquez lo llamaba en sus memorias
'romper párrafos'. "Ahogándose en la mare magnum de fórmulas abstractas
que durante dos siglos constituyeron la justificación moral del poderío
de su familia, la Mamá Grande emitió un sonoro eructo, y expiró". (Funerales de Mamá Grande)
Los diálogos fantasmales. No eran el punto fuerte de
García Márquez, como reconocería siempre. No se parecen mucho a los
excelentes diálogos de la novela americana del siglo XX, pero por eso
mismo, los diálogos de sus personajes tienen siempre un aire fantasmal,
poco natural, que aumenta el efecto mágico de sus relatos.
La disciplina. Confesaba que como periodista, era
muy indisciplinado y tuvo que imponérsela. ”Me vi obligado a establecer
una pauta de trabajo que iba de las nueve de la mañana a las dos de la
tarde, cuando mis hijos volvían de la escuela. En ese tiempo tenía
cuarenta años...Después me sentí culpable de escribir sólo por la
mañana, intenté continuar por la tarde, pero caí en cuenta de que en la
segunda parte del día nada me resultaba bien y debía rehacer todo a la
mañana siguiente”. (Vogue). “No creo que puedas escribir un libro que valga la pena sin una extraordinaria disciplina”. (The Paris Review)
Media cuartilla al día. “He tenido que someterme a
una disciplina atroz para terminar media página en ocho horas; peleo a
trompadas con cada palabra y casi siempre es ella quien sale ganando”. (Vogue)
Sitios de inspiración. “Logro escribir sólo en un
ambiente familiar que ya esté identificado con mi trabajo. Una pieza de
hotel, una habitación puesta a mi disposición por otra persona, una
máquina de escribir prestada, me bloquean, y esto es una lástima porque
cuando viajo no puedo trabajar... (Vogue).
El estado de gracia. Confesaba que no podía acometer
ningún escrito sin inspiración. “Debo estar también en un estado de
gracia, con el tema preciso y el tono exacto para desarrollarlo”.
(Vogue). “Estoy convencido de que no es un estado de ánimo especial en
el que se puede escribir con gran facilidad y las cosas fluyan… Ese
momento y ese estado de ánimo parecen venir cuando has encontrado el
tema adecuado y la forma correcta de tratarlo. Y tiene que ser algo que
realmente te gusta también, porque no hay peor trabajo que hacer algo
que no te gusta”. (The Paris Review).
El primer párrafo. “Una de las primeras dificultades
es la de escribir el primer párrafo. He llegado a pasar meses para
'tomar la onda': apenas superado este escollo, el resto ha salido
facilísimo. Creo que con el primer párrafo logrado se supera la mayor
parte de los problemas que plantea escribir un libro; allí queda
definido todo: el tema, el tono, el estilo.. (Vogue).
La exageración. Aguaceros que duran años, esponjas y
cangrejos que caminan por las casas, pelos de niñas muertas que sigue
creciendo, hombres con alas, mujeres con cuerpos de araña… Según el
autor: “Si tú escribes que has visto volar un elefante, nadie lo creerá;
pero si afirmas haber visto volar cuatrocientos veinticinco, es
probable que el público lo crea". (Vogue)
Técnica cinematográfica. Algunas novelas como El coronel no tiene quien le escriba las
escribió García Márquez con recursos de cine. “Cuando vuelvo a leer
ahora el libro, veo la cámara”, confesó. (Dagmar Ploetz, en García Márquez) Se refiere a que las escenas son muy visuales, que hay más diálogos y que parece en algunos aspectos un guion de cine.
Las pequeñas acciones. El autor emplea el recurso (tomado de Hemingway en El Viejo y el mar), de describir un personaje por sus pequeñas acciones, como lo hace en El coronel no tiene quien le escriba.
Este coronel que espera que le den una pensión, vive pobre con su mujer
enferma: para ella reúne restos de café en una lata, revuelve en un
arcón hasta encontrar un vestido de boda que será su mortaja, y hasta
alimenta con granos de café a un gallo que es lo que le ha heredado de
su hijo fallecido… (Dagmar Ploetz, García Márquez).
La atmósfera. En sus narraciones suelen repetirse
palabras que envuelven la acción en una agobiante atmósfera. Abuela,
sol, polvo, aguacero, fritanga, pestilencia, pájaros, gallos, mastines,
patio, podrido, calor sofocante, funeral, misa, viento, siglos, bananas,
cataclismo, amor víboras, sudor, criatura, selva, vapores, muerto,
hamaca, arsénico…
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