Un libro y una exposición reviven el viaje del escritor durante un congreso
El pequeño librito, Unos días en el Brasil, tuvo la primera vez una tirada minúscula de 300 ejemplares. Fue el único título que Michel Lafon, que escribe el posfacio en la nueva edición, leyó tras la muerte de Bioy. Lafon, un francés excéntrico que abrazó el español cuando se veía como lengua de pobres y acabaría convertido en catedrático de Literatura Argentina en Grenoble, fue primero fan y luego amigo del autor de La invención de Morel. Tan amigo que, al final de su vida, atrapado en sus dolores físicos y anímicos, era uno de los pocos a los que Adolfo Bioy telefoneaba desde Buenos Aires para pedir ayuda. "Lo leí tras su muerte como una prolongación de su amistad, creo que en la obra hay un encanto literario que funciona bien", señala Lafon.
En el diario, pese a la brevedad, se reflejan todos los Bioy. El alérgico al botafumeiro literario: "Nunca se las daba de escritor, supongo que por la coexistencia diaria con Borges y por su modestia no quería verse como un gran escritor y por eso se siente molesto en congresos en los que hay que asumir el papel de estrella", reflexiona Lafon. El convulsivo seductor que teme el mañana: "Uno sabe que está viejo cuando aparecen lunares en las manos y nota que se volvió invisible para las mujeres". El Bioy irónico y displicente: cuando Alberto Moravia se lamenta de que el artículo que le dedica el argentino Antonio Aíta es una traducción de la solapa de su último libro, Bioy le ataja: "¿De qué se queja? Si Aíta no hubiera tenido a mano esa solapa, ¿imagina lo que hubiera escrito?".
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