El detective. personaje también para un diccionario.foto:archivo.fuente: Revista ÑEl ensayista Luis Chitarroni propone en esta columna un proyecto ambicioso y fuera de época: armar un diccionario de detectives
Los principales exponentes del misterio y la resolución, desde el Lew Archer de Ross MacDonald hasta la Miss Marple de Agatha Christie formarían parte de este catálogo.
Siempre creí en la utilidad de un diccionario personal de detectives que me ayudara a resolver los enigmas menos importantes, esos que la realidad no escatima. Los detectives estarían representados por alguna de las letras del abecedario para no obstruir las facultades de intelección y detección con sus rasgos personales y prestarían servicio todo el día, de acuerdo con mis triviales requerimientos. Una segunda presunción imaginaria entorpeció este propósito: un diccionario exhaustivo de personajes, con sus rasgos individuales, para deleite pedantesco del que viste y calza. Tuve la suerte de nacer en época que disuade tales excesos. "Los libros de referencia", me dijeron sabiamente, "hoy sólo se ponen on line".
Puedo dar curso parcial a mis dos proyectos fallidos en esta columna. En términos de abarcar, empezaría probablemente con Lew Archer, de Ross MacDonald y terminaría seguramente con Aurelio Zen, de Michael Dibdin, respectivamente. Habría, sí, una mullida recepción para viejos conocidos como Nigel Strangeways, Gideon Fell y el teniente Columbo, entre otros. Dejaríamos lugar a Cornelia Gray y a otra dama menos inocente, la teniente Tennyson de Prime Suspect . Admito dos debilidades adicionales. Tienen el pudor de ser menos conocidas: Montagu Cork, de Macdonald Hastings, que trabaja en tres novelas extraordinarias e irrepetibles de los cincuenta: es probable que la época anterior a nuestro nacimiento ejerza un magnetismo superior a cualquier otra. Montagu no es un detective propiamente dicho sino un agente de seguros convertido por la compañía en que trabaja en investigador; sus pesquisas, programas de tiesa perfección a los que nunca deja de asistir personalmente, aunque tiene la imperturbabilidad de un "armchair detective", estilo de razonador que no se mueven de su sillón –o de su catrera–, como nuestro inolvidable y genial Isidro Parodi. Entre éstos, no me gustaría que Nero Wolfe de Rex Stout quedara sin mención, ni el príncipe Zalevsky, de M.P. Shiel.
El método de Cork es poco refinado: él no pertenece al conjunto de los que desconfían de la casualidad. Podría postularse, con mucho menos ingenio, a la vacante de Nigel Strangeways, si Strangeways necesitara suplente. O a la de Gideon Fell, que es ufano y circunspecto, casi tanto como Poirot pero exento de sus veleidades culinarias y sus remilgos contumaces.
De los últimos que estrené, de la escuela norteamericana de Texas, mi favorito es Kinky Friedman, un cantante country de mucha reputación en los tempranos setenta, integrante del combo "Los cowboys judíos". Uno de sus éxitos del grupo, escrito por el propio Kinky, fue: "Ya no se hacen judíos como Jesús en estos tiempos". Para reponerse de los devaneos y las arbitrariedades del éxito, de las interminables giras en ómnibus enormes con silueta de galgo y papeles de cocaína en todos los descansos, dedicó su ingenio a las novelas policiales en primera persona. El detective y el ex cantante son el mismo, y a escasa distancia de ambos está el autor, quien puede, en una página, celebrar las nupcias de Jimmie Rodgers y Jane Marple. Los aficionados a la novela de detectives deben de recordar a Miss Marple, otra creación de Agatha Christie cuyo método parecía un curso de corrección aprendido de la sensatez de las clases medias inglesas y de la sabiduría en extinción del diecinueve. Las conclusiones de Miss Marple no tienen la brillantez de las de Poirot, pero remedan con opaca condescendencia las del padre Brown de Chesterton. Jimmie Rodgers, por su parte, fue un cantante maravilloso, "el hombre que empezó todo", como recordó Bob Dylan, y, por lo tanto, precursor de precursores como Hank Williams y Woody Guthrie. Famoso por su yödl, modalidad tirolesa acomodada a la pradera, su canturreo sinusoide hizo memorable "Soñando con lágrimas en los ojos", que homenajeó, entre otros, Bono. Kinky vive solo con su gato y tiene como mascota adicional un armadillo. Es otro cuyo método consiste en una especie de fatua indolencia. La pesquisa la hacen por su cuenta las sagaces observaciones, que van armando, a lo largo de la novela, una especie de trama social de la que no escapan las costumbres alimenticias ni los mamarrachos de la moda. Entre Nueva York y Texas, el sistema de respuestas del hombre es chandleriano, de un laconismo terminal; y el humor, algo que los personajes de sus libros comparten. "Me gusta de los chinos", le dice su amigo Ratso, "que no responsabilizan a los judíos de la muerte de Jesús". "Sí", contesta Ramban, "pero creo que saben que fuimos los que contratamos al leñador".
A la altura de nuestra cornisa sin vista a la desesperación ni a la desesperanza está siempre el querido Maigret, a quien veo asomando de su solapa en las novelas que leía –una por día– mi profesor particular de contabilidad, en tercer año. Se ofreció a canjearme las clases por libros. Una vez que aprobé, ganó estima en mi memoria. Y todo lo que me enseñó se desvaneció para siempre.
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