Es uno de los mejores novelistas británicos, junto con Martin Amis, Ian McEwan y Salman Rushdie. Acaba de publicar un libro de cuentos, Nocturnos, donde el tema gira en torno al fracaso
COMPOSITOR. En Nocturnos, Ishiguro escribe una obra dividida en cinco movimientos.foto.fuente;Revista Ñ
El nuevo libro de Kazuo Ishiguro presenta a una mujer norteamericana que dice ser una virtuosa del violoncelo. Se hace amiga de un violencelista húngaro que se gana la vida tocando en cafés, y todos los días lo alecciona, con honestidad y vehemencia. "Vos lo tenés", le dice. "Es indudable. Vos tenés... potencial". Los días devienen semanas y él se pregunta por qué ella no tiene un violoncelo, y finalmente, cuando el verano ya está a punto de terminar, descubre por qué. En realidad, no sabe tocar el instrumento. Estaba tan convencida de su genio musical que para ella ningún profesor podía llegar a estar a su altura, por lo tanto, antes que opacar su don con la imperfección, optó por no realizarlo nunca. "Al menos no dañé lo que tengo de nacimiento", dice.
(c) The Guardian y Clarín
Traducción de Cristina Sardoy
El autoengaño sensiblero y los sueños incumplidos –un lamento al tiempo que se va y a la vida que no es como esperamos– han sido temas característicos de casi toda la obra de Ishiguro. Son, al parecer, inquietudes perturbadoras para uno de los escritores más exitosos de Gran Bretaña.
Su potencial fue ciertamente identificado desde muy temprano; en 1983, fue considerado uno de los mejores novelistas jóvenes de Gran Bretaña, junto con Martin Amis, Salman Rushdie e Ian McEwan, su segunda novela ganó el premio Whitebread, y la tercera, Los restos del día, ganó el Booker. Pero esta promesa temprana se cumplió con creces; a los 54, sigue siendo un fenómeno literario –su última novela, No me abandones, fue llevada al cine, protagonizada por Keira Knightley– y en persona transmite la confianza contenida de un escritor seguro de que su nuevo trabajo, Nocturnos, será otro acontecimiento editorial.
Vive en la zona norte de Londres con su mujer y su hija de 17 años –una casa amplia llena de piezas artísticas y libros y música. Cualquiera que busque pistas crudas que revelen la motivación oculta detrás de sus cuentos, las encontrará en guitarras salpicadas en distintos lugares. El sueño de Ishiguro en su adolescencia y después de los 20 años era ser cantautor –actuó en el subte de París, presentó demos esperanzados, y Nocturnos es una compilación de cinco cuentos sobre músicos que nunca alcanzaron el éxito que soñaron. Pero aclara que el patetismo de la pérdida de ellos no tiene nada que ver con él.
"No, la ambigüedad de la duda: ¿podemos o no aferrarnos a un sueño? no tiene que ver con un sentimiento mío de que hubo una carrera que no hice, porque lo que quería ser se desarrolló siendo novelista. Siempre quise crear determinados climas e historias, y a los veinte sentí los límites de lo que podía hacer componiendo canciones. No podía llevarlo más lejos. Pero sí descubrí en ese momento que podía hacerlo si escribía ficción. Por eso siento que hice una evolución natural de escribir canciones a novelas –y ese estilo que todavía tengo, cosa evidente en los Nocturnos, es muy reducido como autor de canciones."
Después de cinco novelas, Nocturnos es su primera compilación de cuentos. Si bien están unidos por el pathos de su estética nostálgica, se leen como cuatro relatos discontinuos, pero él parece incómodo describiéndolos así y prefiere referirse a Nocturnos como "un libro de cuentos". "Me resistí a llamarlo una selección de cuentos porque a veces los novelistas publican selecciones de cuentos y son una mezcolanza de historias que estuvieron guardadas durante 30 años. Mientras que yo me senté a escribir este libro y lo escribí del principio al fin.
"No sé qué pensaría de esto un verdadero escritor de cuentos, pero yo trabajé como lo haría un novelista. No me declaro autor de cuentos, y no tengo idea de si soy bueno; simplemente los escribo casi como un novelista. Suena muy pretencioso, pero es similar a algunas formas musicales, las sonatas por ejemplo, hay cinco que parecen piezas totalmente independientes pero van juntas".
¿O sea que no es una novela? "No quería que las historias se entrelazaran como en una novela. O sea son cuentos. Pero siempre he dicho que no quería editarlos por separado, no quiero que los dividan. Es poco razonable de mi parte porque probablemente funcionarían solos, pero siempre los pensé como un solo libro. Es un libro de ficción que está dividido en estos cinco movimientos". Hace una pausa para reflexionar y sonríe disculpándose. "No me gustan estas analogías musicales, porque suena terriblemente pretencioso. Tal vez sea mejor decir que es como un álbum, y a veces el autor no quiere que un tema sea lanzado como single".
La ficción de Ishiguro es aclamada por la elegancia despojada de su escritura, un testamento a la fuerza de lo que queda sin decir. Pero no es nada despojado en la conversación. Lo curioso es que, al final, sigo sin saber cómo es. No podría decir que está a la defensiva pero hay en él una opacidad que elude la descripción y no da ningún indicio de lo que podría haber en su interior. Tiene la piel sin arrugas, la voz suave, los movimientos compactos y fluidos, casi felinos, y, como siempre, está vestido de negro. Hasta la casa es difícil de catalogar, pues aunque amplia y forrada de libros, se encuentra en Golders Green, un barrio londinense poco de moda, y de afuera es un lugar donde podría vivir un contador. No tengo idea de qué lo divierte, o qué podría enojarlo, y después me doy cuenta de que es muy bueno hablando sin transmitir una idea de sí mismo. Nunca conocí a nadie que se prestara menos a una caracterización. No debo ser el primero que se encuentra con esto porque cuando le pregunto cómo se siente cuando lo entrevistan, responde: "Me han dicho que en situaciones de guerra, cuando interrogan a la gente, el interrogado debe desarrollar dos o tres capas de historia personal, porque si lo capturan y se quiebra, entonces, está entrenado para sacar la segunda capa; y luego se quiebra de vuelta y pasa a la siguiente. Cuando no es más que un cráneo que grita, lo que grita es la tercera historia preparada. Al parecer es así como está entrenado.
"No estoy diciendo que yo tenga una segunda o tercera capa", se ríe. "Digo esto porque los entrevistadores leen entrevistas anteriores, y cuando uno dice lo mismo que antes, lo consideran como la primera historia entonces quieren pasar a la segunda capa. Y así hasta que uno empieza a decir, OK, sí, todo tiene que ver con mi trauma infantil".
Su ansiosa preocupación por el potencial desaprovechado no parece deberse en absoluto al trauma infantil. Nació en Japón, pero se mudó con sus padres y dos hermanas a Surrey cuando tenía cinco años, y desde entonces vive aquí. Sus padres encontraron deslumbrante la cultura británica, e Ishiguro fue moldeado en el papel del intermediario antropológico, pero esto le dejó más una fascinación por las minucias de clase que una herida de separación. Después de graduarse en Lengua trabajó para una obra de beneficencia que se ocupaba de los sin techo, donde conoció y se casó con su esposa de Glasgow, y luego se anotó en el curso de escritura creativa de Malcolm Bradbury en la Universidad de East Anglia. "Tuve la suerte de surgir justo en ese momento, y escribí los libros que eran indicados para esa época. Tuve mucha suerte. Publicar tres libros y tener diez años de carrera y ganar el Booker y el Whitebread lo que hace es, hasta cierto punto, que desaparezca esa ansiedad, esa sed de ser elogiado. Otras ambiciones y otros criterios de éxito y fracaso comienzan a aparecer. "Incluso escribir Los restos del día fue demasiado fácil para mí, el proceso de escritura no fue tan interesante como podría haberlo sido. Pienso que en ese momento estaba listo para algo que me resultara difícil escribir. En cierto modo, ansiaba una relación diferente con los críticos. Había sentido que corría peligro de ser un escritor demasiado agradable".
Su cuarta novela, Los inconsolables, fue distinta, y tan difícil, que un crítico sugirió que se hiciera el harakiri y otros se preguntaron si se había vuelto loco. Pero algunos grandes literatos lo defendieron ferozmente, como Anita Brookner, y a partir de ese momento fue revalorado. Cuando The Observer publicó una encuesta sobre las mejores novelas contemporáneas, Los inconsolables se ubicó tercera, en el mismo puesto que Expiación e Hijos de la medianoche y por delante de Los restos del día.
¿Se siente reivindicado? "No es que me sienta reivindicado, pero sin Los inconsolables no habría podido hacer las cosas que hice después. Me permitió escribir de una determinada manera, y me sacó de cierto tipo de rincón intelectual en el que estaba".
Pero le preocupa el paso del tiempo porque hasta ahora sólo ha publicado una novela cada cinco años. A este ritmo, sonríe, Nocturnos "se adelantó un año porque tomé conciencia, creo, de mi lentitud para publicar. Llega un momento en que uno puede, más o menos, calcular la cantidad de libros que va a escribir antes de morir. Y pienso: me quedan sólo cuatro y entonces empiezo", se ríe, "Es un poco alarmante. Por eso pensé que me convenía adoptar una actitud menos relajada".
Suelen decir que a Ishiguro lo obsesiona el hecho de que un escritor escriba la mejor obra en su juventud, pero cuando se lo digo, se apura a comentar, "Sí, no es tanto mi obsesión como la de Martin Amis. Me cita constantemente. Hace poco estaba en el programa Today y me sorprendió que mencionara mi nombre. Cuando abordó el tema de la gente que va marchitándose con la edad, dijo, 'Oh, Ishiguro tiene un gráfico en su pared que muestra qué edad tenían algunos autores cuando escribieron sus obras maestras'. Y también lo dijo en la muestra de la South Bank".
¿No es verdad? "No, no tengo un gráfico en mi pared. Creo que se lo dije una vez en broma cuando él estaba por cumplir 40, y obviamente le llegó. Le preocupa a él pero él dice que el preocupado soy yo". Pero Ishiguro parece realmente preocupado. Cuando tenía alrededor de 30 años, dice, se enteró de que la mayoría de las obras maestras literarias habían sido escritas por menores de 40. "O sea que no hay que quedarse cómodo a los 30 pensando: 'Ah, bueno, voy a perder el tiempo y hacer algunas reseñas de restaurantes y pasarla bien y cuando tenga 50 me siento a escribir mi obra maestra'. La cultura literaria es muy engañosa porque mira a los escritores de 30 y dice que son 'promisorios' o 'con futuro', cuando en realidad alcanzaron el punto más alto".
Cuando le pregunto si él piensa que alcanzó el punto más alto a los 30, se toma un segundo antes de responder, "En ciertos aspectos, sí. Por eso trato de cambiar y escribir cosas distintas".
Sigo sin saber por qué le genera tanta compasión su personaje de Nocturnos, la mujer que se considera una violoncelista virtuosa pero nunca se atrevió a probarlo aprendiendo a tocar. Es un personaje obsesivamente triste, pero retratado con simpatía, e Ishiguro coincide en que no se burla de ella. Pero no escribe sobre sí mismo, explica. "Muchos amigos se encuentran en esa situación. Desde jóvenes estuvieron convencidos de que eran genios. Recuerdo uno que una vez me escribió, entre comillas, diciendo, ¿hay vida después del potencial? Estaba con una crisis de aquéllas y a veces uno se vuelve adicto a la idea de que tiene un potencial enorme. Es una posición por la que siento mucha empatía –bueno, siento mucha simpatía por la gente que quiere hacer algo. Sólo que no tiene la técnica".
"No me muevo con los exitosos brillantes, salgo con amigos de muchos años y hasta cierto punto mi éxito mundano les resulta un poco incómodo. Soy casi como una acusación. Me cuesta mucho –cuando me encuentro con algunos viejos amigos, trato de no hacer referencia a ciertas cosas que hago en este mundo. Uno de mis amigos más viejos viene a tocar música y seguimos juntos. Es alguien que conozco desde los 12 años, y nunca pudimos llevar adelante la amistad fingiendo que no soy un escritor famoso. Bueno, no fingimos que no lo soy. Simplemente no hablamos de eso. Soy consciente de que algunas personas están teniendo experiencias como los personajes de este libro, se han construido con mucho cuidado una protección a su alrededor, o se consuelan entre sí diciendo que es imposible alcanzar un sueño sin hacer concesiones muy fuertes consigo mismo".
¿No es simplemente vano autoengaño? "Bueno, a veces sí", responde con una leve sonrisa.
(c) The Guardian y Clarín
Traducción de Cristina Sardoy
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