Este escritor venezolano, ganador del Premio FIL de Literatura 2009, cree que ni siquiera los versos están a salvo de la polarización que vive su país
Este poeta, apodado el del silencio, por el dejo bajo de su voz y por la escasez de sus palabras dichas (siempre prefiere escribirlas), lamenta que en su tierra hasta entre escritores habite el recelo. "El poeta es un ciudadano y debe interesarse por la cuestión política. Es raro el poeta completamente indiferente a lo que ocurre a su alrededor. Pero esa política que ocupa tanto tiempo de nuestra psique nos ha robado el diálogo. Somos como la esposa de ese dictador rumano comunista que alguna vez dijo: 'cuando yo dialogo no me gusta que me interrumpan'".
Rafael Cadenas nació en Barquisimeto en 1930. A los 16 años publicó su primer poema: Cantos iniciales y cuando apenas cumplía sus 22 fue desterrado de su país y obligado a escribir en otro rincón del mundo. Cuatro años esperó en Trinidad y Tobago para luego regresar a Venezuela y publicar su primer libro de poemas: Cuadernos del destierro.
Cuando le daba forma a su poesía existencial, cuando se empeñaba, a punta de versos, en buscarle una respuesta a sus grandes asuntos: "Al hecho tan extraño de que estemos aquí, viviendo", publicó en 1963 el poema Derrota (ver El Poema del Viernes) que expandiría en toda una generación "una admiración por el hombre y una indignación por sus monstruosidades".
"Fue un testimonio personal que coincidió, sin yo proponérmelo en absoluto, con la angustia de una generación que se sentía derrotada, pero se negaba a admitirlo. El poema es producto de una depresión y su divulgación se debe quizás a que se conecta con la depresión de mucha gente", confiesa Cadenas en una entrevista publicada en su libro Entrevistas Rafael Cadenas, una obra que se ha convertido en su mejor aliado, ya que ante el tedio de tener que contestar "las mismas preguntas de los periodistas" prefiere entregarles ese breve resumen de lo que ha sido su historia.
Hoy, sobre ese mismo poema, Derrota, dice lapidariamente: "No lo escribí yo, lo escribió un joven poeta de 30 años".
Luego vinieron sus libros Falsas maniobras (1966), Intemperie y Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992) y otras publicaciones ensayísticas con las que se haría merecedor el año pasado del Premio FIL de Literatura en la Feria del Libro de Guadalajara.
"Lúcido y vigilante, Cadenas no ha dudado... en ir rompiendo con las formas, los géneros y los discursos más frecuentes dentro de la poesía moderna, y ha ido haciendo de su creación un punto de referencia para las distintas generaciones", leyó el jurado al dar el veredicto en agosto de 2009.
En el discurso de recibimiento del premio, el poder de las letras del venezolano, de su ser combativo que pasa ya por sus 80 años, exhortó con valentía a un inmenso auditorio a no dejar morir las letras. A no asistir a la muerte de la democracia: "Cuiden su democracia, aunque sea deficiente; así evitarán que algún caudillo de nuevo cuño llegue al poder, la destruya y se erija en dictador. La democracia es mejorable, la dictadura no... En Venezuela hubo práctica democrática, pero no una pedagogía democrática que enseñase a la población las cuestiones básicas que le sirven de soporte a ese sistema".
Esta prosa altiva no fue más que un eco, un acto público de esas luchas que Rafael Cadenas no se ha cansado de dar en la intimidad de su poesía. Esas mismas inquietudes se leen en sus dichos, un género que lo ha consagrado y que lo ha hecho culpable de expandir el poema breve: "¿Qué hace aquí colgado de un látigo la palabra amor?". Se oye también recitar en su voz cuando recuerda los versos de Czezlaw Milosz: "...¿Qué es la poesía si no salva naciones ni hombres?/ Complicidad de mentiras oficiales/Canción de los ebrios antes de caer degollados/Lectura de una quinceañera". Retumba finalmente cuando advierte que "un pueblo sin conciencia de la lengua termina repitiendo los eslóganes de los embaucadores".
Sin embargo, este hombre que escribe lentamente, que da origen a un poema y lo deja reposar en la pausa de sus disertaciones por meses, incluso años, no se siente tan cómodo en este rol de poeta público, famoso, que el premio le ha exigido asumir. por eso aunque le ha dado más altavoces admite con sinceridad: "El premio me ha distraído, me ha quitado tiempo de escritura y de lectura al punto que cuando me preguntan en qué estoy trabajando últimamente suelo decir: en algunos dichos y en contestar entrevistas".
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