El Mundial de Suráfrica arrancó como una pasión avasalladora, futbolera y letraherida. Lejos de las estériles líneas divisorias que separaban el deporte rey de las letras y las artes
El seleccionador Juan Bonilla se atreve a elaborar la lista de un invencible equipo nacional de escritores; Benjamín Prado, Montero Glez, Antonio Soler y José Antonio Garriga Vela disparan cuatro recién hechos relatos balompédicos y sueñan con la noche en la que España fue campeona del mundo, o algo así. También el arte y la escena programan y miran a Suráfrica. Estos días todo es futbol.
Yo he vestido la camiseta nacional cinco veces (Nueva York, 95 - Lisboa, 98 - Roma, 01 - Toulouse, 03 - Hamburgo, 04), si por vestir la camiseta nacional, en el ámbito de la literatura, entendemos ir a un Cervantes. De alguna manera cada director de los Cervantes repartidos por el mundo, al comenzar la temporada, tiene que hacer también las veces de seleccionador nacional al decidir la programación del año: tiene que optar, dar nombres, convertir en internacionales a unos cuantos escritores. Así que para determinar cuál es la selección nacional oficial de nuestra literatura, bastaría con ver cuáles son los escritores españoles que en más Cervantes han vestido la camiseta de la selección. Aunque, dada la división de poderes y el hecho de que el Instituto Cervantes dependa de Asuntos Exteriores, puede que lo más parecido al seleccionador nacional que haya en España, sea el director general del libro, así que nuestro Vicente del Bosque se llama Rogelio Blanco. Con la Dirección he sido internacional dos veces: Feria de San José de Costa Rica y Feria de Montpellier. De ahí que lo más adecuado, para determinar cuál es la selección nacional de la literatura española, es decir, la alineación que nos distinga y represente en el concierto internacional, haya que preguntarle a él, y para preguntarle a él bastará con fijar la atención en la lista de convocados a un gran acontecimiento mundial -que no, no se celebra en Suráfrica, sino en Nueva York: la gran feria del Libro, dedicada este año a España. La lista de convocados es ésta: Mendoza, Savater, Muñoz Molina, Elvira Lindo, Pérez-Reverte, Juan Gómez Jurado e Isabel Cadenas. Es decir, unos cuantos nombres de primera fila, que visten casi todos la camiseta del mismo equipo, por cierto; un best-seller que al parecer se harta de vender libros en Estados Unidos y una poeta. Sin duda, cualquiera podría dar su lista de predilectos, pero no habría manera de determinar si cualquiera de esas listas se avendría mejor que la consignada a los intereses nacionales, si es de eso de lo que se trata cuando un ejecutivo cultural tiene que hacer una alineación para un evento como la Feria de Nueva York.
Porque si la selección nacional de fútbol actúa en estos días como catalizador de la identidad nacional -ya saben, ese cerebro catalán, ese volante sevillano, el rematador vasco, el portero madrileño: sólo echamos de menos a un inmigrante, después de que Marcos Senna no fuera elegido- es difícil pedirle lo mismo a una selección nacional de escritores: ahí, cada uno juega para su bolsa y sería bastante estúpido que se sintieran nuestros representantes, a pesar de que nos representen. Es la ventaja de la literatura sobre el fútbol: el juego de equipo resulta inverosímil, y sólo se ha dado en ocasiones como aventuras vanguardistas en las que importan más los programas que las obras. La política cultural puede ambicionar la cohesión de una serie de nombres que arrojen a las miradas extranjeras algo así como un retrato de lo que significa ser español, teniendo en cuenta que España ha sido siempre un tema literario muy visitado -el principal tema de la literatura española es España, según dijo Unamuno poniéndose, como de costumbre, estupendo.
¿Pueden inferirse las características esenciales de una identidad nacional viendo jugar a una selección de fútbol? Los comentaristas deportivos, tal vez dejándose llevar por la pereza, creen que sí, que, como diría Belmonte, se juega como se es, y en el "jogo bonito" de Brasil se intuye la manera de estar en el mundo de los brasileños como en el "catenaccio" la de estar en el mundo de los italianos. ¿Se puede decir lo mismo de la literatura? ¿Practican los novelistas y poetas italianos el catenaccio? ¿Los libros brasileños están llenos de la vitalidad y energía del "jogo bonito"? Y nuestro fútbol de toque y toque que ha conseguido aprender a ser eficaz, ¿refleja algo que merezca llamarse "identidad nacional"? ¿Tiene contrapartida en nuestra literatura? ¿Es la nuestra una literatura que se complace en la bonitura y el tiquitaca, abiertamente ofensiva? Preguntas que sólo pueden contestarse en tono de burla. De portero, Ferlosio: lo veo con un jersey de guardameta antiguo, de cuello vuelto, observando el juego apoyado en el poste y elaborando un discurso sobre lo que acontece en las gradas. En la defensa, periodistas y ensayistas. Arcadi Espada, desde luego, resolutivo y faltón si hace falta. José Luis Pardo por el carril izquierdo. Javier Gomá por el derecho. De libre o por libre, Félix de Azúa, uno de los que más camisetas vendería. En el centro del campo, narradores con tendencias ofensivas: Trapiello, por ejemplo, Chirbes, por la izquierda (tan a la izquierda que puede que se pase el partido fuera del campo), Pombo, quizá, aunque es demasiado individualista. Quizá mejor un centrocampista leñero, Orejudo o Rafa Reig. Orejudo, que seguro que arma bronca. Delante, poetas. Benítez Reyes, Marzal,Vicente Gallego, es la tripleta de la experiencia (pueden hacerse combinaciones con García Montero y Benjamín Pardo, que además es muy alto y puede servir en los córners de los últimos minutos). No cuento con Javier Marías porque en un Mundial él defendería la camiseta del Reino de Redonda.
Quien mejor ha reflejado -es decir, quien mejor se ha burlado- de las identidades nacionales expresadas en el fútbol y la literatura (rama filosofía) ha sido el grupo Monty Python con un sensacional cortometraje en el que se retransmite la final del campeonato del mundo de fútbol filosófico, en la que se enfrentan la selección griega y la alemana. Saltan al campo los filósofos griegos con sus togas y sus risas y los alemanes con sus abrigos y sus ceños fruncidos. Mientras Nietzsche se come la cabeza, Kant mira la hora y Schopenhauer le riñe a todas las mujeres del público, los alegres griegos se dedican a jugar y marcan gol sin que los alemanes sean capaces de moverse cada cual de su sitio, mirando cada uno un trozo de césped, mientras los contrarios se limitan a pasarlo bien.
Si los Monty Python fueran nuestros seleccionadores y filmaran una película parecida sobre la final del campeonato del mundo de fútbol literario entre España e Inglaterra, ¿quiénes formarían nuestro equipo? Supongo que la alineación de nuestros titulares es más o menos obvia: Cervantes con el brazalete de capitán, y el autor aún sin rostro oficial de Lázaro con Fernando de Rojas y Francisco Delicado subiendo por las bandas, Garcilaso de delantero centro, con Quevedo centrando balones y Góngora a lo suyo, capaz de decidir el partido con una metáfora,Galdós de correoso defensa central, en la portería tal vez Leopoldo Alas, que no dejaba pasar ni una, Juan Ramón Jiménez en el centro del campo, Gómez de la Serna de chico para todo que igual defiende que ataca, García Lorca de ariete. Contad si son once, y está hecho. Que suene el himno y que Dios, ese personaje tan español, reparta suerte.Juan BONILLA
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