La prueba del ácido es una biografía de un país que más parece un campo de batalla permanente
Negro sobre negro con un tratamiento irónico bien pinche. foto.fuente:elmundo.es
Un fracasado. Así se ve él. Edgar 'el Zurdo' Mendieta. El Zurdo para casi todos, zurdito solo para algunos. "Un pobre infeliz sin más futuro que ser un desgraciado nadie, porque un don nadie sería demasiado". Que se pregunta con demasiada frecuencia qué vale, y si merece la pena seguir viviendo. Y que tiene por vecino a un perro que le gusta ladrarle a la luna de madrugada mientras él juguetea con su arma planteándose cuestiones peligrosas. A este pinche poli se le nubla la vida misma cuando se arrima al cadáver y observa los rizos revueltos de Mayra Cabral de Melo (de profesión prostituta de lujo, además de bailarina de striptease, además de presunta novia a tiempo parcial del detective); Mayra, la que le había dicho que era "el poli más romántico" que había conocido, días antes de que le descerrajaran un tiro en la sien y rebanado el oscuro pezón de su teta izquierda.
El pendejo se queda recordando cierta canción de Roberto Carlos ('Debaixo dos caracóis dos seus cabelos, uma história pra contar') mientras retiene en su imaginación los ojos de Mayra cuando aún tenían vida: uno verde y el otro color de miel. "De verdad tienes bonitos ojos", le había dicho la muerta. "Claro que puedes hablar de los míos, aunque te costará ser original". Quién cojones, se pregunta el viudo sabiendo que no hay respuesta, ha podido acabar con esta morra, esta hembra superlativa, de labios apabullantes, cuerpo esplendoroso, pechos insultantes y cueva devoradora; quién cojones, se lamenta este placa de mierda que olvidó que no trae a cuenta enamorarse de una puta. "¿Eres poli?", le había dicho. "No tienes cara, te ves tan inocente, tan dulce, como que no rompes un plato y todos los tienes rotos".
Y por si todo esto fuera poco, el país lleva camino de convertirse en una morgue, el Gobierno mexicano le ha declarado la guerra al narco y este responde como sabe: matando y matando. Todos parecen que se han vuelto locos: balaceras por doquier; ajustes de no se sabe bien qué cuentas; oscuros políticos de bragueta fácil, corruptos y gallinas; Los Tigres del Norte aullando en Hummer que derrapan a toda hostia; narcos que podrían ser polis y polis que hacen de narcos. Hasta hay un hueco para el padre del presidente de los Estados Unidos, que gusta de cazar y follar al otro lado de la frontera, y que sale ileso de un intento de darle boleto. Y por si todo esto aún fuera poco, el Gran Capo, Marcelo Valdés, muere tranquilamente en su cama y su hija, Samantha Valdés, con tantos huevos como su papá, se hace con las riendas... Y esto significa efectos colaterales, voladuras controladas, más sangre y más muerte, muuuuuuuucha más muerte.
Mendoza narra sin parar un segundo. Sin puntos aparte. Para dejarnos sin aliento. Con diálogos que parecen nomás sacados de un AK-47.
(De corrido nos cuenta Élmer Mendoza -'La prueba del ácido', Tusquets Editores- esta historia. Sin parar un segundo. Sin puntos aparte. Para dejarnos sin aliento. Con diálogos que parecen nomás sacados de alguno de los AK-47 que van soltando casquillos página tras página. Las palabras parecen vómitos, las frases caen como bazucazos, los capítulos son lanzallamas y el libro, una biografía de un país que más parece un campo de batalla permanente. Mendoza nos adentra a tiro limpio en el lenguaje del narcotráfico, en su cultura, en su vocabulario sin aristas, sin verbos reflexivos. Y parece querer hacer buena la frase de Rubem Fonseca que podemos leer antes de empezar el festejo: "¿Será tarea del escritor traer más miedo a este mundo?")
Pero El Zurdo se caga en todo esto y no hay dios que le detenga en el camino de darle madre al hijo de la gran chingada que licenció a su morra, aunque nunca fue suya del todo y posiblemente jamás lo hubiera sido. "Ánimo", le había pedido, "eres un superhéroe: mi superhéroe, el que me salvará de los malos". Pero no la pudo salvar y por eso ahora la rabia le llega a los huevos, pone en marcha la gramola y ya no hay carajo que pare esta música. Todos empiezan a bailar: licenciados ignorantes, terratenientes compradores de sentimientos, invitados cinco estrellas, narcos prendados, españoles enamoradizos... Todos locos por Mayra y todos ahora en el punto de mira de un pringao pendenciero y despechado que por no tener no tiene ni una puta ex. "La vida es extraña, Edgar", le taladra el alma. "Creo que contigo podría hacer vida, otra vida quiero decir, la vida que una mujer sueña".
Y entre las piernas de esta historia penetran también traficantes de armas con ambiciones, federales asesinos, coleccionistas de guitarras destrozadas y de chalecos antibalas, hijas que quieren matar a su padre, periodistas, ex boxeadores sonados... y Samantha, la nueva capo, la que tiene que acabar con los que quieren su corona antes de que los aspirantes acaben con ella. "Eres igual que tu padre", le dice un muerto cuando todavía habla. "No creo, él era buena persona y a mí no me dejan serlo", le escupe antes de depositar tres balas en su cabeza... Samantha, que como su padre, tiene debilidad por los polis rectos. La suerte de los pendejos es que siempre hay alguien que los quiere, le habían espetado al Zurdo:
-Necesito hablar contigo, comandante.
-No soy tu hombre, Samantha, soy demasiado pendejo y todavía un poco honesto.
-Precisamente por eso me interesas, Zurdo Mendieta, ¿crees que no necesitamos gente honrada en nuestras filas? Aunque no lo hayas pensado, este negocio no funcionaría sin grandes dosis de fidelidad y honradez...
Pero para que el Zurdo continúe siendo una sombra de sí mismo, para seguir esas chingadas de la fidelidad y la honradez tiene que cazar al que rebano el oscuro pezón de la teta izquierda de su sueño. Y lo caza. Vengo a por ti, pinche criminal...
Y aunque salda la deuda que tenía con ese futuro que nunca iba a llegar, Edgar 'el Zurdo' Mendieta sigue sabiendo lo que ya sabía: qué siente un cero a la izquierda, un idiota que está robando oxígeno y que no ha hecho nada en la vida salvo chuparse el dedo y ladrarle a la luna... porque, a fin de cuentas, no es más que un pinche poli pendejo
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