11.1.12

Eco a los 80: "Se escribe para la eternidad, no para pasado mañana"

Cumple años el autor de El nombre de la rosa. Aquí dice que nunca pensó en ser masivo. Y que sus lectores deben ser masoquistas

Eco sin barba. En 2010, en Madrid. Se afeitó porque parecía Gengis Khan. foto. fuente:Revista Ñ

Me encuentro con Umberto Eco en un bar de Roma: con un par de diarios bajo el brazo. Tiene expresión relajada, a pesar de las fiestas. Es la víspera de Navidad. De mañana. Cielo gris. Una media luz diáfana cae desde el borde sombrero bañándole el rostro ancho. La mirada, detrás de los grandes lentes, es irónica. O por lo menos eso me parece. El bigote cuidado remite a una ausencia. Aquella barba por la que estábamos acostumbrados a reconocerlo.

La imagen refleja su fuerza y su temperamento. Eco une precisión y fantasía. Cuando habla narra, divierte, provoca. Pero también da la sensación de que lo que dice sólo podría ser dicho de esa forma. Hoy cumple 80 años.

Nadie podía imaginar entonces que de ese nacimiento tendríamos un Eco múltiple: ensayista, escritor, medievalista, profesor, bibliófilo, novelista, experto en medios masivos con el hobby de la flauta. Eco refleja un modo multiforme, lleno de sorpresas. Y de fascinación.

Siempre estuvo muy atento a la comunicación masiva, a los géneros llamados populares.

Fui el primero que escribió sobre la historieta seriamente. Pero nunca me había pasado por la mente que mis novelas tuvieran que convertirse en productos accesibles a las masas. A tal punto que cuando terminé El nombre de la Rosa pensé en entregarlo a la Biblioteca Azul, una colección que imprimía tres mil ejemplares.

Y en cambio llegó a millones de ejemplares.

Para mí sigue siendo un misterio. Al que se sumó un enigma posterior. Todos dicen que mis novelas están llenas de erudición, que desbordan de referencias literarias. Hay una sola ambientada en la época contemporánea, escrita de un modo plano, sin referencias culturales que no sean las historietas: La reina Loana . Pues, bien, de todas mis novelas es la que menos se vendió. Debo pensar, por lo tanto, que soy un escritor para masoquistas.

En realidad, es un escritor que supo satisfacer las expectativas.

También yo estoy convencido de eso. Como estoy convencido de que si hubiera escrito El nombre de la rosa diez años antes o diez años después nadie se habría percatado.

Siempre me asombró su defensa de la vida académica. ¿No se ha sentido un pez fuera del agua? Exactamente lo contrario. La buena universidad supo introducir los grandes temas –los estudios sobre la televisión, sobre la radio, sobre las historietas y sus efectos– que recién mucho más tarde fueron asumidos por la cultura militante, siempre atrasada por vocación, por elección, por oportunismo.

Usted tiene relaciones conflictivas con los medios. Colabora en ellos, pero lo hace con desconfianza, a veces con intolerancia.

Desarrollo mi crítica de los medios a través de los medios. Gracias al cielo, se puede hacer.

¿Cómo reacciona a la crítica demoledora de un libro suyo? Le busco una razón, entre otras cosas, porque es lógico que cada uno vea las cosas a su modo. A veces me enojo por reseñas positivas, porque lo son por motivos equivocados. La crítica demoledora, es evidente que puede disgustarme. Pero la pongo entre las cosas posibles. Es como cuando se juega al tenis, algún golpe va a parar a la red o fuera de línea. Además, se escribe para la eternidad no para pasado mañana.

Usted ha reivindicado la idea de que se escribe sobre todo para los lectores y no para sí mismo.

Sí, pero para los lectores de los próximos dos mil años. Yo escribo para la época en que mi crítico demoledor ya es difunto.

¿Sus novelas están en deuda en alguna medida con el cine? Mis novelas le deben mucho más al cine que a la literatura. Su gramática, el montaje, el juego de los primeros planos y los contracampos son indisociables de mi modo de construir la novela.

La risa es otro componente fundamental de su trabajo.

Le confieso que durante años soñé con escribir la gran obra filosófica sobre la risa. Porque todos los que lo intentaron –de Aristóteles a Freud y Bergson– explicaron una parte, nunca la totalidad. Después me di cuenta de que no era capaz de escribirla. Pero difundí el rumor de que estaba trabajando en el tema, para que al morir salieran muchas tesis de doctorado sobre mi obra incompleta dedicada a la risa. O sea que no resolví el problema, pero a los ojos del público ya no estoy obligado a escribir la obra fundamental.

Dijo que desearía recibir la muerte haciendo bromas sobre ella.

La risa es un modo de exorcizar la muerte. Mi modelo es Alfred Jarry, que en el momento de morirse pide un escarbadientes.

¿Cómo vive el éxito? Teniendo el celular siempre apagado y siendo independiente en la medida de lo posible.

¿Por qué se afeitó la barba? Me la saqué en 1990, cuando fui a las islas Fiji. Quería ver los corales y la barba no me permitía mantener la máscara pegada a la cara. Volví a dejarla crecer por culpa de Moravia. Durante su conmemoración, me seguían para tomarme fotos sin barba. Y entonces me la dejé otra vez. Ahora volví a sacármela, porque tengo la barba totalmente blanca y el bigote negro y en las fotos parecía Gengis Kahn enojado.

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