"Tras escribir novela negra pretendía escribir una historia de amor y me salió esto. Quiero creer que lo es, pero pese a haber sexo y una cierta identidad ante el amante no es una historia de amor, sino más bien una terrible novela de desamparo"
Antes de leer el libro pensé que la crítica me estaba vendiendo una historia de amor, pero al terminarlo pensé que poco había de eso. ¿Qué piensas de ello?
Me sorprende mucho que la gente interprete siempre que es una historia de amor. Quizá porque hice la broma que tras escribir novela negra pretendía escribir una historia de amor y me salió esto. Quiero creer que lo es, pero pese a haber sexo y una cierta identidad ante el amante no es una historia de amor, sino más bien una terrible novela de desamparo.
También se decía que Últimos días en el puesto del Este significa un cambio radical en relación a tu trayectoria anterior. ¿Opinas que el cambio es tan fuerte?
En absoluto. Considero que el lenguaje está un poquito más poetizado, pero porque así lo exigía el formato. Creo que el tipo de narración se asemeja a mi novela Así murió el poeta Guadalupe. Si en Guadalupe una mujer narraba desde un manicomio aquí la protagonista también lo hace desde un encierro, está sitiada. En ambos casos hablan del desengaño, de la soledad radical y de la manera de definirse contra lo normal, contra lo mezquino y lo sucio. En ese sentido son parecidas, lo que pasa es que en medio están Las niñas perdidas, que era más urbana y gamberra en el lenguaje.
Aquí lo del lenguaje cuidado se nota mucho. Además mientras leía encontraba varias interpretaciones, pero sobre todo notaba una atmósfera años treinta, con una decadencia que flota en el ambiente e impregna el texto.
Jugué con eso, con una idea de futuro muy cercano a la decadencia del principio del siglo XX. Por eso se menciona el Dorchester, las arañas y otras. Si te fijas, en un momento dado de la novela ella dice que era una hacker de lujo, pero sin esa referencia no tendríamos claro el contexto.
Podría ser una novela perfectamente intemporal.
Por supuesto. Es la intemperie de cuando ganan los malos, y no importa el momento histórico.
¿Cuándo escribiste la novela?
En septiembre de 2010 terminé Las niñas perdidas. En octubre tenía una situación económica muy precaria. Presenté la novela a un premio, pero en caso de no ganarlo las iba a pasar canutas, por lo que busqué otro premio, vi el de Barbastro y pensé en escribir una novela corta. Me senté a escribirla desengrasando lo urbano de Las niñas perdidas y sobre todo de manera que me permitiera volar un poco en otro ambiente.
Supongo que también sirvió para hacer terapia más allá de la necesidad económica.
Terapia absoluta. La novela empieza con un mensaje que colgué en Facebook. El arranque, arrecia el frío y aquí en el Puesto del Este empiezan a escasear las vituallas, todo ese primer párrafo entero surgió un día en que me levanté en casa y me di cuenta que a duras penas tenía para darles de comer a mis hijos. No podía sobrevivir de ninguna manera, que estaba sitiada por mi situación económica y por todo el resto. No podía decir eso en público, pero tenía necesidad de expresarlo de alguna forma y lanzarlo fuera. Y entonces lo colgué. Y noté que funcionaba, que estaba bien. Y desde ese instante me encerré trece días febriles y escribí la novela.
A veces me daba la sensación que la situación descrita en la novela es fiel reflejo de los grandes problemas de hoy en día. Los sitiados somos nosotros y por eso el enemigo es invisible.
No sabemos quién es el enemigo. Lo llamo los bárbaros para contraponerlo a la belleza. Pero por eso no los describo. ¿Quién sabe lo que tenemos fuera? ¿Quién sabe que caníbales nos devorarán? Buscaba ese encasillamiento.
Por el contexto me hizo pensar mucho en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, con la espera del enemigo que nunca llega…
Nunca llega, pero se sabe de su existencia. Es la sensación de oír las uñas de los perros fuera. ¿Qué hay fuera? No lo sé, pero sí sé que no me gusta. Y sé que me siento amenazada.
Además el mismo formato de novela corta propicia poder jugar más con los símbolos, hacerlos más certeros.
Es un juego precioso, porque no había escrito novelas cortas de manera voluntaria, y me obligó a construir los párrafos, ya no las escenas. La estructura ya no era sólo la novela, sino que debía aprovechar cada párrafo al máximo.
La estructura es muy marcada, y no me refiero sólo a la división en jornadas.
Está estructurada como una canción. Salta del presente, vuelve al pasado…es como un mantra. Estribillo, estrofa, estribillo. Quería darle un ritmo musical.
Se lee muy rápido. La misma estructura crea velocidad.
Quizá porque al finalizar cada jornada se intuye el paso hacia el abismo y eso provoca deseo de seguir para ver cómo termina.
Se intuye una tragedia, ella misma habla mucho de desamparo, pero también cuesta, sobre todo al principio, situar bien a los personajes, sobre todo con el amante.
Al principio lo contemplé más como una idea que luego fue tomando carne. Si te fijas a mitad de la novela empieza a surgir una vida sexual que no existía al principio, algo complicado porque además nos cuesta escribir sexual.
Nos cuesta a muchos.
Y decidí vivirlo. Me puse en éxtasis casi orgásmico y describir lo que sentía. De ahí la narración poética y a golpes de lo sexual. Pero claro, es entonces cuando el amante empieza a tomar carne, hasta ese momento es una idea a la que una mujer se aferra porque está en una situación brutal. El amor, la belleza y la memoria como asidero frente a los bárbaros.
Porque además, por la situación anterior de ella intuyes que tenía un bienestar que muchos desearíamos. Pero es un bienestar totalmente falso.
Todo es falso. Si te fijas, y ella lo deja claro desde el principio, ella construye el engaño del amante para agarrarse a él. El gran engaño de aquello que construimos que necesitamos. La belleza, la distancia, el enemigo y el amor. Y cómo una mujer sola en circunstancias extremas construye el amor, el calor, la distancia y la identidad frente a los otros que están con ella. Y la belleza del pequeño mundo al que se acaba agarrando, que al principio son cosas y luego trozos de las mismas, y en esos trozos de cosas hace su monumento votivo.
Y lo construye en el campamento.
¿A qué tenemos nos agarramos en la intemperie? No tiene ni cubiertos y cada vez tiene menos. Ella alimenta su identidad. Se toca, se siente, se masturba y alimenta siempre más la idea del amor y el calor y la belleza, con sus cuatro cosas y sus dos hijos. Y con esos elementos sobrevive hasta llegar al punto del final de la novela.
Por lo que dices es casi como quien dice un viaje mental de la protagonista.
Podría ser.
Son sus meditaciones las que crean las cosas.
Todo te lo cuenta ella. Esto es igual que en el poeta Guadalupe. Ella es una voz única. Nada sabemos que no nos cuente.
Y eso genera impostura.
Puede haber de todo. Hay construcción desde la mente de la protagonista, y sólo hay una. Hasta cuando surgen otros personajes es ella quien narra los hechos.
La niña es la pequeña, no tiene nombre.
No tiene nombre porque ya nada importa.
El chico sí.
Porque pertenece al momento en que las cosas se nombraban, y la niña, que es muy pequeña, pertenece al momento en que todo se ha derrumbado y las cosas empiezan a no tener nombre. De hecho su marido pasa de ser José a El Capitán.
Volvemos a trasladar la acción, si queremos, a nuestro tiempo, donde todo es muy indefinido porque está mutando y aún debemos definir el nuevo léxico.
La pequeña es la idea de la pequeña y El Capitán es la idea de protección que ha perdido. Llámala Capitán, marido o Manolo. Era aquel otro, el compañero que llegado en el momento de los bárbaros se convierte en nada. La novela empieza con que El Capitán se fue. Y de los niños, comparte vínculos y recuerdos. Se llama León, pero como con la pequeña no comparte nada no tiene nombre.
Al partir El Capitán surge una contradicción de su figura. Cuando se llama José es el adalid resistente, revolucionario, pero luego abandona de repente la nave de los que son normales. Sorprende. Y la normalidad queda huérfana de liderazgo.
No sabes en ningún momento el porqué del abandono. Forma parte del último paso de desamparo. Al final de todo recupero El Capitán y cada uno puede aventurar una explicación de aquello.
Tiene algo de zombie…
Sí lo tiene sí. De muerto.
Lo imaginas en un pueblo de mala muerte, con la gente medio cristianizada.
Abandonados a una religión. Entre el credo y lo militar, que viene a ser lo mismo.
Después del caos viene el orden, o eso dicen. Aquí casi ya hablamos de lo que viene después de la novela.
Lo que viene detrás o lo que hay fuera.
Sí, porque es un universo concentradísimo.
No sabemos lo que hay fuera. Sabemos que hay religión, porque ella habla de las oraciones del enemigo. Ahora, que se supone que entramos en la parte más espiral del caos, cuando los gobiernos no son políticos, la economía no la rige nadie, ya no existen ideologías y ni siquiera ideas sin que importe lo social… El siguiente paso es que nos convenzan de que necesitamos el orden absoluto, así como en Italia les han convencido que no necesitan un gobierno político. ¿Quién lo ha elegido?
Los mercados…
¿Qué son los mercados? La nada, es El Capitán o la pequeña. De repente todo empieza a perder la consistencia que tenía hasta ahora. No me vale que digas los mercados. ¿Qué son los mercados? ¿Quién ha puesto a Monti en Italia? El editorial de hoy de El País habla de soluciones.
Y que lo diga El País… Es curioso porque al final de la Antigüedad las ciudades empezaron a replegarse. Surgieron murallas y la gente empezó a recogerse mentalmente y ese estado propició el cristianismo. Finalmente los emperadores por decreto impusieron un nuevo orden.
Un orden que siempre consiste en una simplificación de las cosas. Esa sensación es la que intento narrar en la novela. Fuera hay algo que ya no sabemos qué es y tiene sitiada a la protagonista. De ahí su obsesión por no mezclarse con quienes la acompañan. Quiere seguir siendo la que era. ¿Qué era? Nada, una construcción posterior.
Como el amante.
La construcción de lo que cree que hubo.
Nada positivo.
Más bien negativo. Empieza a darse cuenta de cómo aquello a lo que se agarra no es más que una construcción de aquello que necesita tener para sobrevivir al ataque.
Ella muestra, porque la novela lo necesitaba por su estructura, una resignación salvaje.
Sabe que está vencida. Ella estaba al lado de los que luchan. Ganan las evidencias. Cualquier teoría que aventures sobre lo que pasa no es nada ante la evidencia de no tener carne en la nevera. Da igual la revolución.
Se impone la resignación.
Se mete para adentro y se ofrece. Y se acabó.
No deja que la saqueen, la saquean.
La saquean y observa cómo lo hacen. Además la saquean los suyos. Ella pensaba que al principio eran los bárbaros quienes iban a matarlos, pero no, ellos permiten esa muerte. Terminaremos devorándonos como perros. Somos muy pobres, y no de dinero, de todo.
Crisis más que económicas.
La nada deviene mundo. Empezó siendo crisis económico y ha terminado siendo la destrucción de un modelo de Estado basado en lo social. Se destruye la estructura de vida. La ciudad es otra cosa.
La privatización del espacio público, las plazas privadas.
¡La pista de hielo de Plaza Cataluña! Ir a una plaza en día festivo y no poder entrar porque no ha llegado el guardia. Impedir el acceso a sitios públicos a la ciudadanía, es increíble.
Y esto encaja con el tema de que la protagonista esté clausurada al aire libre.
Están sitiados. Nadie les atacará porque no hace falta. Consiste en que te den los medios para que tu solo te destruyas. Van cercándonos de manera que acabaremos nosotros mismos destruyendo aquello en lo que se basaba nuestra convivencia.
¿Es más útil hablar de todo esto mediante una novela o un ensayo?
No hablo de estas cosas en la novela, simplemente están. Me cansa buscar datos, me aburre. Tengo formación católica, por lo que creo en las parábolas. Mi educación simbólica hace que prefiera construir un artefacto paralelo donde exponer de otra manera lo que sienta y lo que veo. Por lo demás estoy muy cansada de escribir artículos de opinión y me parece que no tienen gracia, mucho menos desde la aparición de las redes sociales. Los medios de comunicación tradicionales no permiten tanta osadía. Es muy difícil el encaje con el sistema informativo, al igual que el mismo sistema informativo tiene difícil encaje por las redes sociales. Está más vigilado.
Y quizá este tiempo propicie que la literatura recupere una de sus funciones primordiales.
Una de ellas. Me encanta la literatura de entretenimiento, pero hay otro juego literario, el de ser espejo deformado de la realidad que uno vive. No hago eso voluntariamente, pero no puedo pararlo.
Al pensar tu tiempo es inevitable que se meta en tu prosa.
Imprescindible. No puedo pararlo. Escribo novela negra y me sale el reflejo de una Barcelona vergonzosa. Escribo una novela sobre los setenta y me sale la Operación Cóndor. No es una reivindicación de esa literatura. Me sale y punto.
En comparación con lo que teníamos antes sí percibo que una serie de escritores, no unidos grupalmente, se están planteando todas estas cuestiones de manera indirecta en sus obras.
No hemos vivido un tiempo de alarma como el de ahora. No es comparable a ninguna situación histórica previa. Hay sensación de urgencia, y muchos creadores, no sólo desde la escritura, se están haciendo intervenciones sociales, y quizá por eso no me siento con ganas de escribir una historia de amor.
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