LESLIE J. LÓPEZ I MADRID.
La veterana y premiada traductora María Teresa Gallego reiteraba sus argumentos de siempre ya convertidos en reivindicación -escuchados como nunca por el auditorio del pabellón Martín Gaite-. “Maltratar al traductor es maltratar al lector.” De este modo, a su vez, salía al paso de acusaciones contra la presumible vanidad de estos profesionales. “La mayor parte de las editorales no valora este trabajo”, apuntaba Teresa Gallego. “La inmensa mayoría no son conocidos, ha habido que luchar para que aparezca su nombre en el volumen”, corroboraba Alberto Conde, que hace ya 20 años que tradujo la primera obra de Le Clézio, y no se vendía.
María Teresa Gallego comenzó a traducir en los años 60, cuando todavía la mayor parte de libros editados en España no llegaban a los lectores desde su lengua original, sino a través de idiomas puente, sobre todo, ediciones del francés y el inglés. En alusión a la ley de Propiedad Intelectual del año 1987, donde se reconoce a los traductores como autores, explicaba Gallego que lo más importante era que trabajaban ya con un marco legal. “Puedes ejercer unos derechos sobre tus trabajos, negocias las tarifas, puedes recurrir a los juzgados en caso de conflictos,...” Destacó la labor realizada por ACEtt, la asociación española que agrupa a “este gremio” y en la que ocupa la vicepresidencia. “En España se pasan siete pueblos, el país que peor paga y peor trata a los traductores”, comentaba Alberto Montes al hilo de estas palabras. Citó como ejemplo otros países, Francia o Austria, donde se pagaba el doble en el año 2004, 18 euros por página frente a los 9 en España. “La ley a veces no se cumple”, aseguraba.
Atendiendo a la manera de abordar las obras, mientras Teresa explicaba que “se enfrentaba a los textos de manera inocente”, para reproducir del algún modo el aliento de la sorpresa, Alberto, por otro lado, apostaba por no dejar escapar las intenciones que subyacen también en cada libro. Empleó una imagen clarificadora para explicar su trabajo. “Un hombre pasea en un bosque con un perro y un niño. Si el hombre camina seis kilómetros, el niño y el perro caminan mucho más, siempre van y vienen.” Apostilló Conde, “el traductor es un hiperlector.” Un trabajo que, como ambos ponentes reconocían, exige mucho tiempo y resulta absorbente, a pesar de que ahora se cuenta con mejores recursos gracias a internet.
Traductor, traidor
El peso secular del adagio “traductor, traidor” parece haber condenado la labor discreta y silenciosa de estos filólogos siempre en la sombra, que tratan cada obra literaria como un palimpsesto sensible a cualquier exceso interpretativo. El código deontológico de siete puntos que establece ACEtt para los traductores recoge en el tercero: “El traductor se abstendrá de modificar de forma tendenciosa las ideas o la forma de expresarse del autor y suprimir algo de un texto o añadirlo a menos que cuente con el permiso expreso del autor o de sus derechohabientes”(www.acett.org).
Abierto y fructífero siempre este eterno debate de la filología como ciencia estricta, que hace caminar al traductor entre el espíritu y la letra, entre la creatividad y la ciega obediencia de un amanuense al dictado de otra mano.
En una conversación moderada y animada por el tropel de preguntas que realizaba Amelia Gamoneda, al final del coloquio participó una traductora italiana que se encontraba en el público.
Frente a un índice de más del 30% de obras traducidas en el mercado editorial español, esta traductora comentó que en su país hay un 64% de obras -traducciones sólo angloamericanas- frente a un 13,6% de producto italiano. En el día de los comicios europeos, “Con traducción no hay Pirineos II” la Feria del Libro nos llevó a Francia, a las obras de Modiano y Le Clézio, pero nos trajo de vuelta a España. La mesa de traductores celebrada en la Feria del Libro puso el punto final con este segundo encuentro.
abc.es/cultura
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