5.6.09

De buena muerte



Por Fernando Quiróz

Del otro lado del jardín es uno de los textos más hermosos y profundos que se han publicado en Colombia en los últimos años.

Acabo de leer un libro conmovedor hasta las lágrimas. Un desgarrador testimonio de amor filial. Se trata de Del otro lado del jardín, del antioqueño Carlos Framb, reconocido en los círculos literarios por su poesía, pero quien en esta ocasión narra la manera como asistió a su madre en la decisión de terminar voluntariamente con su vida.

¿Suicidio? ¿Eutanasia? Llámenlo como quieran. Lo cierto es que doña Luzmila Alzate, la madre del poeta, quien superaba ya los 80 años, padecía enfermedades incurables que habían convertido su vida en un verdadero infierno. Creyente y piadosa como tantos que en este país se formaron bajo la tutela de la Iglesia católica, soportó con entereza sus males durante muchos años, pero no dejaba de pedirle a su Dios que se acordara de ella, que pusiera fin a sus días en este mundo. Hasta que encontró en su hijo menor, compañero fiel y amoroso de sus últimos años, el apoyo para tomar tan difícil determinación y llevarla a cabo.

Framb no solo asiste a su madre sino que decide tomar la misma medicina, pero sobrevive. Conducido al hospital en grave estado, es allí mismo notificado de una acusación en su contra por homicidio agravado, trasladado a los indeseables calabozos de la fiscalía y luego a la cárcel de Yarumito, hasta que se cumplen todas las etapas de un complejo juicio que al final lo absuelve.

Del otro lado del jardín no es, en sentido estricto, una novela, pero se lee como tal. Determinar su género es lo menos relevante, pero podría decirse que se trata de un testimonio bañado de poesía, de filosofía y de reflexión. Cuesta trabajo suspender su lectura, aun después de varias horas, porque el lector quiere saber lo que pasará en la página siguiente, aunque el final haya sido anunciado desde el comienzo. Quiere tener más argumentos para decidir qué habría hecho —o qué haría—si el destino lo enfrentara a una situación similar. Quiere conocer la manera como evolucionan los razonamientos de una persona apegada a la tradición católica hasta entender que el verdadero infierno era el que estaba viviendo por cuenta de su ceguera y de sus dolencias, y no con el que de niña la amenazaban por un enorme listado de pecados mortales, entre los cuales se encontraba el suicidio.

Sin que llegue a convertirse en momento alguno en un texto pesado o aburrido, Carlos Framb se permite hacer un recorrido por las consideraciones que sobre el suicidio pronunciaron muy diversos pensadores. Cuenta historias de suicidas célebres, y en especial de escritores que pusieron fin a sus vidas al mismo tiempo que las mujeres a las que amaban. Comenta películas que han tocado el tema en los últimos años, como Mar adentro o Las invasiones bárbaras. Resume las argumentaciones de los fiscales y de los defensores que participaron en un juicio que estuvo a punto de dejarlo en la cárcel por el resto de sus días. Y en cada nueva página despierta más interés que en las anteriores.

Siempre he defendido el derecho de cada quien a leer lo que le plazca y, sobre todo, a que abandone una obra, por encumbrada que sea, en el momento y en la página en que pierda el interés. Por eso, hablar de lecturas obligadas me resulta un tanto odioso. Y no diré, en consecuencia, que Del otro lado del jardín debería ser texto obligatorio para quienes se cuestionan las relaciones con los padres o con los hijos. Para quienes aún dudan de lo que hay más allá del instante final. Para quienes alguna vez se han preguntado cómo llegará su muerte y la de sus seres queridos.

Diré, más bien, que recomiendo su lectura, convencido de que se trata de uno de los textos más hermosos y más profundos que se han publicado en Colombia en los últimos años. Y convencido, así mismo, de que muy pocos olvidarán que algún día lo leyeron: porque les habrá tocado las fibras más profundas.



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