Los programas de las carreras de letras en las universidades del país plantean discusiones y legitimizan autores; ¿qué criterios se tienen en cuenta? Además, Fogwill, Gonzalo Garcés y Rafael Cippolini explican y cuestionan la función de la Academia.
¿ANQUILOSADO? Lo contemporáneo, en la academia, no equivale precisamente a lo nuevo, un término más asociado al discurso periodístico y a la industria editorial.
Por: Osvaldo Aguirre
La enseñanza de literatura argentina en la Universidad tiene mala prensa. En debates recientes, las versiones más críticas señalaron su presunto confinamiento en autores del pasado, desvinculada de la actualidad y con un canon propio que rechaza a los escritores de difusión masiva. Pero las polémicas, a veces, contemplan a sus objetos con lentes de aumento. Leer los programas que se imparten, seguir sus recorridos, permite otra mirada. En concreto, apreciar la manera en que los problemas del presente y la producción más reciente aparecen en los contenidos, los textos y las perspectivas que se eligen, los posicionamientos y las críticas respecto de la propia academia y de orientaciones consideradas hegemónicas.
En general las universidades nacionales cuentan con dos ciclos de Literatura Argentina, uno reservado al siglo XIX y el otro que avanza desde principios del siglo XX a la actualidad; en algunas (Buenos Aires, Rosario), la materia es anual y la carrera incluye seminarios, por lo que el abordaje de la producción contemporánea puede jugarse al menos en dos instancias; en otras (Jujuy, Patagonia) es cuatrimestral. Los programas tienen un período de vigencia variable, en cuyo transcurso los profesores introducen reajustes. "Un primer programa de hace tres años –ejemplifica Sylvia Saítta, de la Universidad de Buenos Aires– era la violencia en la literatura argentina a partir de situar a El matadero como texto fundacional. Trabajamos también violencia de género, violencia privada, violencia institucional y violencia política. Luego lo fuimos angostando para adecuar mejor los textos a la bibliografía crítica y centrarnos en un problema más específico, el de la violencia política, un tema que se está discutiendo en ámbitos disciplinarios diversos". Este año su cátedra propuso como tema "Figuraciones de la violencia política en la literatura argentina".
Hay además factores particulares, como la evaluación que hace Carlos Gazzera (Universidad Nacional de Villa María): "Parto de la hipótesis de que muchos de nuestros egresados son absorbidos por la docencia y pierden la capacidad de indagar, buscar, frecuentar nuevas estéticas. Mi idea es que se vayan de la Universidad con la inquietud de que la literatura argentina sigue viva". De hecho, dedica una unidad a la nueva narrativa argentina, en un arco que va desde Juan Forn a Juan Terranova, pasando por autores como Guillermo Saccomanno, Leopoldo Brizuela, Gustavo Nielsen y Washington Cucurto, entre otros. La inclusión de autores nuevos es también particularmente visible en el programa de Alejandra Nallim (Universidad Nacional de Jujuy) y en los seminarios de Elsa Drucaroff en la Universidad de Buenos Aires.
Drucaroff sostiene que la literatura de los jóvenes ha permanecido oculta. "Los últimos escritores visibles como escritores nuevos y jóvenes fueron los del grupo Babel y Biblioteca del Sur, a fines de los 80 y comienzos de los 90 –dice–. Absurdamente, siguieron siendo considerados jóvenes hasta hoy, no porque no hubiera más sino porque los otros, pese a su obra, eran invisibles". En su opinión, la industria editorial tiene una actitud ambigua, ya que por un lado publica algunos de esos textos y por otro, en los grandes sellos, los somete a la rutina del mercado: "Las exigencias de rotación de mercadería en los depósitos no les da tiempo a estos libros, que sólo pueden instalarse por un genuino y persistente boca a boca. Les dan lugar, pero los saldan al año, como mucho, cuando no antes, y les hacen prensa con el mismo criterio burocrático con que hacen prensa a todos los libros que publican". En su seminario de 2008, "Política y Literatura: un marco teórico para leer la narrativa argentina actual", Drucaroff incluyó entre otros autores a Pedro Mairal, Aníbal Jarkowski, Samantha Schweblin, Mariana Enríquez y Marcos Herrera.
"El estudio de la narrativa bien actual debe ocupar en una carrera de Letras un lugar de seminario, no de materia troncal –sigue Drucaroff–. La academia es un espacio de conservación del saber clásico, canónico, debe tener un sutil equilibrio entre esa fuerza centrípeta y una centrífuga que dé espacio a saberes sobre lo que está ocurriendo".
El sentido de lo contemporáneo
Lo contemporáneo, en la academia, no equivale precisamente a lo nuevo, un término más asociado al discurso periodístico y a la industria editorial. Amelia Royo (Universidad Nacional de Salta) lo explica: "Cuando decimos contemporáneo no hablamos de 2009 exactamente, sino de un período 1990-2005, por una cuestión de disponibilidad de material". Para Mario Goloboff (Universidad Nacional de La Plata) los estudios literarios no sufren los inconvenientes que pueden encontrar los historiadores al enfrentar el pasado reciente. "En nuestro caso, se plantean problemas diferentes del de la actualidad, la novedad, la originalidad –dice–. Cada obra o cada autor pueden ser vistos como un ciclo cerrado y, a la vez, abierto en sus relaciones con otros textos". Martín Prieto (Universidad Nacional de Rosario) agrega: "No se trata de que tengamos un regusto por lo nuevo, sino de que es a partir del presente desde donde obligadamente se construye cualquier perspectiva histórica. Por lo tanto, la producción contemporánea y aún las discusiones coyunturales tienen su importancia en la conformación de nuestros programas". Su cátedra cuenta con un blog, dirigido a los estudiantes (http://www.literaturaargentina2unr.blogspot.com/).
Gazzera, en cambio, hace una valoración negativa de las discusiones actuales: "En los últimos tiempos, en la prensa no hubo debates serios y productivos en torno a la literatura argentina. En su gran mayoría hemos tenido debates sobre las susceptibilidades ególatras de algunos escritores y críticos que saben usar a la prensa para vender más libros. Académicamente hay pocos intercambios. En general, desaparecieron los grandes libros que movían a la discusión intelectual".
Quizá menos visibles que los autores y los títulos, los ejes o los problemas que se proponen son también construcciones del presente y en tanto tales señalan direcciones posibles para aquella discusión. Sylvia Saítta destaca que el desafío no es sólo abordar textos recientes sino renovar las lecturas de obras del pasado. María Elena Legaz (Universidad Nacional de Córdoba) afirma que "en literatura nada está cerrado y no sólo en las obras en que se contextualizan sucesos contemporáneos cercanos": por eso, su programa "Revolución, guerra, exilio y Literatura Argentina" aborda a los escritores canónicos desde un ángulo inesperado (el nazismo en los relatos de Borges, Roberto Arlt en sus crónicas sobre conflictos internacionales). Según José Maristany (Universidad Nacional de La Pampa), "leer nuevamente Cuentos de la oficina permite descubrir aspectos que no habían sido revisados con anterioridad y ver, por ejemplo, hasta qué punto Roberto Mariani se alejaba de un puro realismo y proponía un cuestionamiento que también es, en algún sentido, vanguardista".
Autores y temas
El lugar que antes ocupaba César Aira en los programas ahora parece reservado a Rodolfo Fogwill, y en particular a Los pichiciegos , novela estudiada en varias universidades (Buenos Aires, Córdoba, Trelew, La Pampa). Además de Ricardo Piglia y Juan José Saer, incorporados a los programas en los años 80, otros autores recurrentes entre los contemporáneos son Juan Gelman, Griselda Gambaro, Osvaldo y Leónidas Lamborghini. Hay elecciones singulares, como las de Darío Canton y Sergio Raimondi en Rosario, Jorge Asís en Buenos Aires, Pedro Orgambide en Salta y Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa en la Universi dad Nacional del Comahue.
Martín Prieto, cuya Breve historia de la literatura argentina es muy citada en las bibliografías, armó el programa de 2008 en torno a la idea de "autores centrales" (Arlt, Borges, Juan L. Ortiz), pivotes que reenvían a la actualidad (Salvador Benesdra, Rodolfo Walsh, Néstor Perlongher). Marcelo Eckhardt (Universidad Nacional de la Patagonia, sede Trelew) se propone investigar las poéticas "que revolucionaron la literatura argentina". Más que las discusiones de la crítica, es una reflexión propia sobre la ficción lo que sostiene su recorrido, desde que cita, por toda fundamentación, a Piglia: "Sólo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito. No se narra para recordar, sino para hacer ver".
Con inflexiones diferentes, algunas temáticas son comunes: los cruces de política, violencia y literatura (Buenos Aires, Córdoba, Jujuy) y los movimientos de vanguardia (La Plata, La Pampa, Mar del Plata). Al margen de que estas coincidencias puedan aludir a una agenda académica, hay cátedras que mantienen diálogos e intercambios.
"Seguimos con mucho interés los programas de literatura argentina, sobre todo los de Buenos Aires y La Plata –dice Martín Prieto–. Tenemos, con sus profesores, mucha afinidad. También con algunos de Mar del Plata, de Bahía Blanca y de Santa Fe. En esa línea –Santa Fe, Rosario, Buenos Aires, La Plata, Bahía Blanca Mar del Plata–, están produciéndose y pensándose cosas muy interesantes en cuanto a la literatura argentina y su relación con la enseñanza y la Universidad, y no obligadamente en las cátedras de Literatura argentina". En cambio, José Maristany no considera imprescindible estar al tanto de otras propuestas, "porque los programas responden en cierta medida a cuestiones que son propias de cada universidad", a saber "qué lugar ocupa esa asignatura en la carrera de grado; qué nivel de especificidad o de generalidad se intenta alcanzar; si se encuentra al inicio, al medio o al final del plan de estudios; con cuánto tiempo se cuenta para su dictado". Con la misma posición, Marcelo Eckhardt sostiene que la bibliografía historiográfica "es un buen filtro a las modas que algunas veces impregnan los programas de literatura argentina".
El canon en cuestión
Hablando de modas, el reconocimiento de escritores hoy indiscutidos como Juan José Saer y Manuel Puig, entre otros, comenzó en las aulas universitarias. Esos adelantos apuntan a una cuestión central: el canon de la literatura argentina, y la gravitación de la academia en su definición.
En "La consagración literaria en los tiempos del espectáculo", ponencia en el Primer Encuentro de Crítica y Medios de Comunicación (Buenos Aires, marzo de 2008), Alejandra Laera se ocupó de la polémica que produjo la entrega del premio La Nación a Bolivia construcciones , de Sergio Di Nucci. Allí sostuvo que la "Carta de Puán", la defensa que hizo un grupo de profesores de la novela acusada de plagio, podía ser leída como una disputa de la academia con el mercado en torno a la legitimación de una obra. Donde el jurado revocaba una consagración, una parte de la "crítica especializada" ratificaba su valor literario. Los premios literarios tienen hoy un efecto de reconocimiento, al menos entre los lectores: "hasta que no ganó el Clarín, Claudia Piñeiro estaba en el grupo de escritores invisibles", observa Elsa Drucaroff.
Los docentes de literatura argentina coinciden en señalar que el reconocimiento de un escritor se decide fuera de las aulas y no por su incorporación a un programa universitario. "A veces lo hacen los medios, o el marketing comercial, pero quien legitima y le concede pervivencia a un escritor es el público –dice María Elena Legaz–. Algunos canonizados en el pasado ya no se leen y sus obras están desgastadas, como el caso de Eduardo Mallea; otros siguen leyéndose porque uno encuentra en ellos ese algo fundamental para reflexionar sobre nosotros como individuos sociales o personales".
En el interior de las universidades, el problema resurge respecto de los planes de estudio. "Existe un canon que uno no puede evitar porque no se puede desprender de la impronta historicista que tienen los programas de enseñanza", dice Carlos Gazzera. Se trata de "autores y textos que son formativos de las series literarias". Pero entre estos "autores que tienen que estar sí o sí", como afirma Sylvia Saítta, hay un margen de definición personal: en el caso de la cátedra de la UBA, "armamos un consenso del siglo XX con Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Julio Cortázar, Juan José Saer, Rodolfo Walsh y la poesía como género".
Alejandra Nallim apunta a "desestimar el canon e incorporar otras discursividades y autores no consagrados por la crítica". En concreto, "trato de agregar un plus a los contenidos mínimos de la asignatura que están en los planes de estudio, desde allí incorporé obras de teatro desde el nacimiento hasta sus géneros o movimientos sobresalientes, el género testimonial, la literatura política-erótica, el tango, la literatura de los 90, la literatura femenina, la literatura de viajes y de frontera". Su cátedra de Jujuy tiene otra característica singular: "Llevo una serie de propuestas a los alumnos, ya que son ellos los que eligen la estructura final. A veces he llegado a diez propuestas programáticas, pero la experiencia me enseñó que no debía ofrecer más que dos o tres, para que la elección sea más acotada y reflexiva".
Enriqueta Morillas (Universidad Nacional del Comahue) también asume una postura crítica. "Ni siquiera Cortázar es considerado debidamente por lo que a veces se llama la academia: en todo caso, por las instituciones culturales –afirma–. Cuestiones que tienen que ver con aspectos colaterales o poco literarios inciden en esto: políticos, sociales, estéticos, instrumentales, gustos adocenados de nostálgicos de las bellas letras del siglo XIX y primeros años del XX, la prédica de los pontífices de la cultura que se deleitan con un sentido del gusto que va cambiando a su pesar".
Las alternativas aparecen para valorizar obras marginadas. Gazzera incluye un homenaje a escritores de Villa María. Amelia Royo estudia la poesía de la autora salteña Teresa Leonardi Herrán: "No es excepcional, casi siempre se incluye un autor del noroeste argentino, o de otra región", advierte. "La ficcionalización del conflicto Buenos Aires-Interior" es un punto del programa de Morillas. "Buscábamos afirmar nuestra lectura de la literatura argentina con particular acento en la visión de la periferia", dice, y explica: "Las hipótesis provienen de la historia, de la política cultural de este país y de lo que se fue afirmando como historia literaria. No obstante, la Historia de la literatura argentina de Rafael Arrieta y posteriormente la de Capítulo que lanzó el Centro Editor de América Latina en los años 60 –que algunos todavía excluyen del canon– ya contienen planteamientos que nos han orientado".
Pensar el presente
"Es extraño –observa Martín Prieto–, pero nuestros alumnos llegan con paquetes de lecturas más bien convencionales, como si fueran jóvenes de hace cuarenta o cincuenta años quienes, por otra parte, en general no leen blogs ni suplementos culturales. Por lo tanto, en el transcurso de un año, nos interesa promover no sólo el estudio y la reflexión sino también la actualización de lecturas, bajo la premisa lamborghiniana: Lean, che".
No obstante, según los docentes, los estudiantes muestran un interés especial por la literatura contemporánea. Y también los profesores. Dado el estado incipiente de la crítica, "hay más posibilidades de instaurar modos de lectura de esos textos", dice José Maristany. Según plantea Elsa Drucaroff, los libros recientes tienen un plus estimulante: "Leer algo que se está produciendo prácticamente ahora, leer la literatura bien actual es un modo de pensar y discutir el presente". En este punto en que la bibliografía falta, la academia encuentra uno de sus caminos menos seguros, pero más productivos: la apuesta por la nueva literatura.
*EN COLOMBIA, cuándo se dará un debate así. El bosque de la reelección, no deja ver los árboles. Otros tipo de debates tan importantes como urgentes en la estructura educativa colombiana.¿Estamos autistas?
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