Un remedio a la vanidad
El escritor argentino propone leer y releer una carta de Rilke, una vez por mes, en ayunas, como una medicación para encontrarle un remedio a la vanidad.
Por: Pablo Ramos
Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?"
(Rainer María Rilke)
ESCRIBE RAMOS: "Si un escritor no siente que se debe al mundo, si un hombre no siente que se debe al mundo, el mundo no lo necesita".
1. La literatura es un hecho colectivo. No tengo dudas de eso. Tengo, valoro, necesito, a mi puñado de lectores de confianza. Creo en los talleres, creo profundamente en el trabajo literario.
Pero "hecho colectivo" no significa que tengamos que ser públicos antes de ser publicados. Y mucho menos que tengamos que ser publicados antes de haber terminado, al menos, un borrador decente.
No hablo de los blogs; creo que son un tema aparte. Los considero un precioso ejercicio del derecho de libertad de expresión. No una necesidad de la literatura.
Volviendo al tema creo que hay un camino que recuperar. Dejar de lado las preocupaciones banales y de las que tanto se ocupan los medios y algunos escritores. Hablo de los aspectos decorativos de la literatura. Por ejemplo, de los géneros literarios. ¿A dónde nos lleva esto? La forma, la discusión de la forma, la búsqueda de la forma, parece haber quedado en el olvido.
2. Casi todos los escritores editados formamos parte, guste o no, de un establishment. Nos publican, nos promocionan, tratan de vendernos. Y más o menos bien, nos venden. Y si no, al menos existen muchos espacios donde podemos expresarnos.
Los escritores no académicos ocupamos lugares con mucha más facilidad que en la antigüedad, tenemos acceso a los medios, a charlas, lecturas, etc. Y los académicos, aparte de eso, mantienen la posibilidad (que es un lujo) de bajar línea, de dictar preferencias personales, de decir lo que se debe y lo que no se debe leer con la misma frialdad con que Herodes mandó a cortar la cabeza del Bautista.
Ejercemos más el poder que la literatura. Ejercemos la literatura como poder y la jugamos de livianos. ¿A qué le tememos? ¿A perder el empleo?
Cuánto acomodamos todo a lo que nos conviene, cuán culpables somos de no hacer nuestra parte, de haber transado. Hoy, los escritores de mi generación y los más jóvenes también, corremos el riesgo de seguir el triste camino de las estrellas de rock, con menos fama y dinero, muy a nuestro pesar.
La hipocresía es un problema grave en el mundo, pero la hipocresía de los intelectuales, creo, es sin dudas una esperanza menos, una esperanza importante menos.
3. La literatura es el ejercicio de una libertad sobre otra libertad. No podemos olvidarnos de eso, no debemos ser tiranos con el lector. Publicar indiscriminadamente es olvidarse de esa otra libertad sin la cual la nuestra no podría resistir por mucho tiempo. Lo que los escritores tenemos no existe sin al menos un lector. Entonces, ¿es válido avalar los inventos de libros desde la idea de mercado? Mucha literatura viene ahora con tema puesto. Y no digo que esté mal, sólo digo que es peligroso, depende si el escritor en vez de aprovechar bien esto se aprovecha mal. Si se pone a escribir para cumplir esta idea, por doscientos pesos y el privilegio de pertenecer: se aprovecha mal de esto. El resultado hablará por sí solo.
El mundo no necesita ideas literarias. El mundo, ya que tanto se insiste en hablar del fracaso del socialismo, necesita una ideología que traiga la misma fuerza, la misma ilusión y renueve a la vida de sentido como lo hizo en su momento el socialismo (y lo hace aún en algunos rincones). Pero a nosotros no nos conviene ser hombres, somos escritores, y la palabra arcaico viene acá a simplificarnos la vida. Hay dos cosas que nunca voy a aceptar con fecha de vencimiento: una es el pan (antes se ponía duro, se rallaba y listo) y la otra la utopía de un mundo mejor.
4. Nos llenamos la boca hablando de la inutilidad de la literatura, y un montón de pavadas que no entrarían acá. La literatura que leí me cambió la vida. Cada libro, cada cuento que nunca olvidé lo hizo. Esos grandes escritores, los míos, me cambiaron la vida. La hicieron más vida, más habitable. ¿Qué extraño no? En mi caso ellos creían (creen, algunos están vivos), en escribir para cambiar la vida. Los grandes escritores no escriben así, son así.
¿Cómo somos nosotros? Esta es mi pregunta. ¿De qué madera estamos hechos?
Si un escritor no siente que se debe al mundo, si un hombre no siente que se debe al mundo, el mundo no lo necesita. Y una manera podría ser replegarse un poco, y en esa soledad pensar la literatura. Algo así como estar menos presente para quedar para siempre. En un hermoso ensayo de Fabián Casas aprendí eso.
Creo que siempre se está a tiempo. Propongo leer y releer a Rilke, esa carta que cito arriba, una vez por mes, en ayunas, como una medicación para encontrarle un remedio a la vanidad.
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