El golpe final (fragmento I)
DICIEMBRE DE 2008. DiA 16
La risa es inmediata. Ver al presidente de Estados Unidos encogiéndose tras un micrófono mientras un zapato vuela sobre su cabeza es un excelente ejercicio para los músculos de la cara que controlan la carcajada. Este hombre, famoso por su abisal ignorancia y por sus continuos dislates lingüísticos, nos ha hecho reír muchas veces durante los últimos ocho años. Este hombre, también famoso por otras razones menos atractivas, paranoico contumaz, nos ha dado mil motivos para que lo detestemos, a él y a sus acólitos, cómplices en la falsedad y en la intriga, mentes pervertidas que han hecho de la política internacional una farsa trágica y de la simple dignidad el mejor objetivo de la irrisión absoluta. Verdaderamente el mundo, a pesar del desolador espectáculo que nos ofrece todos los días, no merece un Bush. Lo hemos tenido, lo sufrimos hasta tal punto que la victoria de Barack Obama es considerada por mucha gente como una especie de justicia divina. Tardía, como en general es la justicia, pero definitiva. Pero todavía nos faltaba el golpe final, nos faltaban esos zapatos que un periodista de la televisión iraquí lanzó sobre la mentirosa y descarada fachada que tenía enfrente y que pueden ser entendidos de dos formas: o esos zapatos deberían tener unos pies dentro y el objetivo del golpe sería la parte curva del cuerpo donde la espalda cambia de nombre, o Mutazem al Kaidi (quede su nombre para la posteridad) encontró la manera más contundente y eficaz de expresar su desprecio. El ridículo. Un par de puntapiés tampoco estarían mal, pero el ridículo es para siempre. Voto por el ridículo.
Dios y Ratzinger (fragmento II)
octubre de 2008. día 9
¿Qué pensará Dios de Ratzinger? ¿Qué pensará Dios de la Iglesia Católica Apostólica Romana de laque este Ratzinger es soberano papa? Que yo sepa (y no hace falta decir que sé bastante poco), hasta hoy nadie se ha atrevido a formular estas heréticas preguntas, tal vez por saber, de antemano, que para ellas no hay ni habrá nunca respuesta. Como escribí en horas de vana interrogación metafísica, hará alrededor de quince años, Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio. Está en los Cuadernos de Lanzarote y ha sido frecuentemente citado por teólogos de España, que tuvieron la bondad de leerme. Claro que, para que Dios piense algo acerca de Ratzinger o de la Iglesia que el papa quiere salvar de una muerte más que previsible, sea por inanición, sea por no encontrar oídos que la escuchen, ni fe que le refuerce los cimientos, será necesario demostrar la existencia del dicho Dios, tarea entre todas imposible, pese a las supuestas pruebas "arquitectadas " por San Anselmo, o aquel ejemplo de San Agustín, de vaciar los océanos con un cubo agujereado o incluso sin agujero alguno. Lo que Dios, en caso de que exista, debe de agradecerle a Ratzinger es la preocupación que viene manifestando en los últimos tiempos sobre el delicado estado de la fe católica. La gente no va a misa, ha dejado de creer en los dogmas y de cumplir preceptos que para sus antepasados, en la mayor parte de los casos, constituían la base de la propia vida espiritual, cuando no también de la vida material, como sucedía, por ejemplo, con muchos de los banqueros de los primordios del capitalismo, severos calvinistas y, por lo que se supone, de una honestidad personal y profesional a prueba de cualquier tentación demoníaca en forma de subprime. (...) Volvamos entonces a Ratzinger. A este hombre, seguro que inteligente e informado, con una vida activísima en los ámbitos vaticanos y adyacentes (baste decir que fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, continuadora, con otros métodos, del ominoso Tribunal del Santo Oficio, más conocido por Inquisición), se le ha ocurrido algo que no cabe esperar de alguien con su responsabilidad, cuya fe debemos respetar, aunque no la expresión de su pensamiento medieval. Escandalizado con los laicismos, frustrado por el abandono de los fieles, abrió la boca en la misa con que inició el sínodo para soltar enormidades como éstas: "Si contemplamos la Historia, nos vemos obligados a admitir que no son únicos este distanciamiento y esta rebelión de los cristianos incoherentes. Consecuentemente, Dios, aunque sin faltar nunca a su promesa de salvación, a menudo ha tenido que recurrir al castigo". En mi aldea se decía que Dios castiga sin palo ni piedra, luego es de temer que se esté preparando por ahí otro diluvio que ahogue de una vez por todas a los ateos, los agnósticos, los laicos en general y otros actores de desorden espiritual. A no ser, puesto que los designios de Dios son infinitos e ignotos, que el actual presidente de Estados Unidos ya forme parte del castigo que nos está reservado. Todo es posible si lo quiere Dios. Con la imprescindible condición de que exista, claro está. Si no existe (por lo menos nunca ha hablado con Ratzinger), entonces todo esto son cuentos que ya no asustan a nadie. Que Dios es eterno, dicen, y tiene tiempo para todo. Eterno será, lo admitimos para no contrariar al papa, pero su eternidad es sólo la de un eterno no ser.
Un año después (fragmento III)
DICIEMBRE DE 2008. DIA 23
"Morí" la noche del 22 de diciembre de 2007, a las cuatro de la madrugada, para "resucitar" sólo nueve horas después. Un colapso orgánico total, un paro de las funciones del cuerpo me llevaron al último umbral de la vida, ahí donde ya es demasiado tarde para despedidas. No recuerdo nada. Pilar estaba allí, estaba también María, mi cuñada, una y otra delante de un cuerpo inerte, abandonado de todas las fuerzas y de donde el espíritu parecía haberse ausentado, que más tenía ya de irremediable cadáver que de ser viviente. (...)Supe después que mi cuerpo sería expuesto en la biblioteca, rodeado de libros y, digámoslo así, otras flores. Escapé. Un año de recuperación, lenta, lentísima, como me avisaron los médicos que tendría que ser, me devolvió la salud, la energía, laagilidad de pensamiento, me devolvió también ese remedio universal que es el trabajo. En dirección, no a la muerte, sino a la vida, hice mi propio "Viaje del elefante", y aquí estoy. Para servirles.
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