Cuando Kafka vino hacia mí... (Acantilado) es el último, y el más radical, intento de desmitificar la imagen de doliente ser humano que Franz Kafka deja asomar en sus novelas y expone abiertamente en sus diarios y su corresponndencia. ¿Es realmente Kafka el hombre guapo, divertido, festejero que estos 45 testimonios de amigos de época denuncian? ¿O era el hombre atribulado e hipocondriaco de sus escritos? Misterio. Dice la nota en Ñ:
Leer Cuando Kafka vino hacia mí... (Acantilado), estimulante volumen que recoge 45 testimonios de personas que conocieron a uno de los mayores escritores del siglo XX - esto es, hablaron, bromearon, trabajaron o flirtearon con él, lo editaron, se pelearon, cartearon, o incluso convivieron o lo amaron-, nos hace sentir como si estuviéramos presenciando uno de esos documentales anglosajones repleto de testimonios y, sobre todo, hace emerger al Kafka ser humano, en ocasiones muy diferente a la imagen gris y tristona que nos hemos forjado de él a partir de sus libros y algunos testimonios menos mundanos. El -feliz- responsable de este documento periodístico es el editor Hans-Gerd Koch, quien fue el primer sorprendido de ver que la realidad le desmontaba "la imagen estereotipada de un Kafka introvertido, que sufría por sus circunstancias vitales, místico, visionario de un mundo dominado por oscuras, absurdas y anónimas burocracias". Nada de eso. Estos testimonios permiten erigir, según interese, la imagen de un Kafka alegre, vital y seductor o la de uno introvertido y torturado. (...) Su hermana se queja de que "de vez en cuando se escapaba para irse a vivir con alguna mujer". Otros lo divisaron en un parque público enseñando a los niños a jugar al diábolo. Su compañero de trabajo Alois Gütling explica que, en la pausa del bocadillo, mientras todos devoraban "ricos derivados del cerdo", él "sacaba el panecillo con mantequilla que había traído de casa y mandaba que le subieran leche o un yogurt" (ah, nadie en la oficina sabía que escribía). (...) Muchos resaltan su modo de vestir. El anarquista Michal Mares -que se lo llevó a conferencias sobre el amor libre o contra la guerra- se lo encontraba por la calle con "un sombrerillo de fieltro negro, calado, un bombín", a veces con libros de poesía bajo el brazo, otras "caminando con los brazos a la espalda, a la manera de Beethoven, observando la vida en las calles y en los jardines públicos". Y continúa: "Y así al ver por la calle a Franz Kafka, aquel muchacho alto como un árbol, de piernas largas, vestido de manera fabulosa, nos reíamos y nos hacíamos esta pregunta que no llegábamos a expresar: ¿qué es lo que eres, querido, siempre tan guapo y con una sonrisa? La suya era una sonrisa especialmente hermosa". Oímos también, en los recuerdos de sus amigos, hablar al propio Kafka. A Oskar Baum le dijo: "Cuando uno no necesita desviarse de los hechos por ocurrencias del estilo, la seducción es más intensa". A su editor: "Le estaré siempre mucho más agradecido por la devolución de mis manuscritos que por su publicación". Al final, el libro nos convierte en 'voyeurs' de su entierro, con la imagen de su padre -al que tanto odió- llevando el ataúd, como en una tragedia griega.
A propósito, no pueden perderse el post de Ezequiel Martínez en el mismo Ñ sobre el error de traducción en el título de La transformación, traducida célebre y equívocamente como La metamorfosis.
notasmoleskine.blogspot.com
1 comentario:
Kafka visto en sus libros, y sobre todo en sus epistolarios, parece una sombra de persona, un personaje de su propia novela. Es difícil encontrar un autor en el cual literatura y vida casi se conviertan en algo idéntico: personaje de si mismo. Desde luego, su relación con las mujeres y con la familia es escandalosamente neurótica. Lean la "carta al padre" si quieren ser convencidos por el propio autor de las causas de todos sus males.
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