1.4.14

México se reconcilia con la figura de Octavio Paz

Octavio Paz en su Vuelta

A los cien años del nacimiento del Premio Nobel, su país celebra el legado del escritor y el político


El escritor, en una imagen de 1993./C. Miralles./elmundo.es,elcultural.es
Pocas veces los pastelosos homenajes de recuerdo a autores fallecidos hace un siglo tienen el poder terapéutico del celebrado en recuerdo a Octavio Paz (1914-1998).
Medio México aplaude con la mano floja y otro medio aprovecha para reivindicar su certera visión política. Aunque ya existía un consenso en cuanto a la calidad de su obra, apuntalada a base de premios y reconocimientos en todo el mundo, incluido el Nobel (1990) con el que terminó de callar muchas bocas, no lo había en torno a su dimensión política.
Como si fuera un ajuste de cuentas con su pasado y con su memoria, México celebró ayer los cien años del nacimiento de Octavio Paz con todo tipo de mesas redondas, artículos, conferencias y especiales en prensa y televisión. Pero, sobre todo, con el objetivo de limpiar para las nuevas generaciones la imagen de un hombre visto hasta ahora como un traidor a la Revolución (cuando se escribía con mayúscula) y al PRI, a quien describió como el "ogro filantrópico".
En medio de los homenajes pocos recuerdan estos días cuando sus libros fueron quemados en la calle o dejaron de ser lectura obligada en los colegios por orden oficial. O cuando su figura ardió frente a la embajada de Estados Unidos en medio de la ira colectiva tras haber criticado el rumbo que tomaban las guerrillas centroamericanas.
Un distanciamiento que empezó en 1968 cuando dimitió de su puesto como cónsul en la India tras la matanza de la plaza de Tlatelolco ordenada por Luis Etxeberría. Ya en los años 80, fue el primero en criticar el rumbo totalitario que tomó la revolución en Nicaragua y la lucha insurgente en El Salvador, que apoyaba el régimen de José López Portillo. Para Paz, el cambio social en América Latina se encontraba indisolublemente ligado al avance democrático.
Un polémico discurso en la misma dirección durante la Feria del Libro de Frankfurt (1984) terminó de distanciarle de la izquierda y del partido oficial. A los pocos días se difundió un pliego condenatorio a las opiniones de Paz firmado por 228 profesores de varias universidades. La irritación con las afirmaciones fue tan grave que el 11 de octubre, durante una manifestación de rechazo a la visita a México del secretario de Estado norteamericano, la efigie del escritor, enmarcada en una televisión, fue quemada frente a la embajada de EEUU, bajo un coro que rezaba: "Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz".
En 1992, el Gobierno mexicano encargó a Aguilar Camín, uno de los intelectuales más prestigiosos del momento, la organización del Coloquio de Invierno. Octavio Paz, el intelectual que en 1951, con la publicación de 'Los campos de concentración soviéticos', comenzó la denuncia de los horrores del socialismo, reprochó haber sido excluido junto con los colaboradores de su revista, 'Vuelta', y acusó al coloquio de ser una maniobra izquierdista, sectaria, procastrista y financiada con recursos públicos. El jueves, el organizador de aquella mesa, Aguilar Camín, presentó una ponencia sobre su obra y lo describió como un escritor "deslumbrante".
Han sido necesarios 16 años de su muerte y un aniversario para conciliar amantes y detractores de Paz en busca de un estudio menos desapasionado como el que se celebró el domingo en el Colegio Nacional y en el que estuvieron Roger Bartra, Jorge Volpi y Héctor Aguilar Camín.
"Lo más brillante de Octavio Paz como intelectual, explica Roger Bartra, es su análisis del momento que lo rodeaba, de la coyuntura política, de los acontecimientos, no quería ser profeta". Para el escritor Jorge Volpi, el reconocimiento del escritor de los dos Méxicos ha sido doble: "Por un lado, muchos de sus detractores que se hallaban en la izquierda terminaron por acercarse a sus posiciones, e incluso han ido más allá: hacia ese liberalismo que Paz toleraba pero con el que nunca comulgó del todo. Y a su vez, Paz se fue acercando a sus posiciones juveniles, cuando al final de su vida insistió en la solidaridad frente al egoísmo neoliberal".
"Es curioso, porque en vida Octavio Paz fue una figura muy polémica, muy atacada y ahora parece que todas las críticas se desvanecieron. Esa izquierda que criticó a Paz o una de dos: o se convenció completamente de que Paz tenía razón y ahora simplemente se hace la loca como de no querer saber, o ya no le interesa el tema", acusó el escritor Aguilar Rivera.
Clarividencia y soberbia intelectual que lo hicieron un tipo antipático para la intelectualidad del momento, como cuando se burló de Carlos Monsiváis diciendo que era "un hombre de ocurrencias, no ideas". Pero el distanciamiento de Paz no tenía que ver sólo con el poder, en una época en la que apartarse del PRI suponía pasar mucho frío. Octavio Paz levantó heridas en lo más intrínseco del mexicano con 'El laberinto de la Soledad'. Se metió en el alma del mexicano. Un alma que describe como esquizofrénica, que no acepta que proviene de un padre español y una madre indígena. O reprimida que se libera con el alcohol y la fiesta.
Un brillante ensayo que está plagado de descripciones metafóricas que valen para las personas y los países. "El amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio".
La casualidad hizo que un día antes de celebrarse un siglo de la muerte de Octavio Paz muriera su hija Helena. Encerrada en un manicomio hasta sus últimos días, Helena Paz Garro es fruto del primer matrimonio de Octavio Paz con la escritora Elena Garro. Nació y se crió en cuna de oro en los mejores y más caros colegios de México, Francia y Suiza, pero pasó sus últimos años casi en la indigencia e internada. Sus problemas empezaron cuando ella y su madre fueron acusadas de organizar el movimiento de 1968, con Helena Paz criticando la renuncia de Octavio Paz a la Embajada de México en la India. Durante ese tiempo, madre e hija estuvieron bajo vigilancia de la policía secreta. La relación familiar se fracturó durante décadas. Tras la separación de su padres (Octavio Paz se casó dos veces) vivió con su madre en Madrid con graves problemas económicos. Incluso tuvieron que pedir limosna y llegaron a estar en un albergue para indigentes ante la falta de dinero hasta que el alcalde Enrique Tierno Galván las ayudó, comunicó su situación a Octavio Paz y se reconciliaron. Tras los fallecimientos de Paz y Garro (1998), Helena vivió en una casa en Cuernavaca de su padre. Luego, por su precario estado de salud y falta de recursos, decidió irse a vivir a un asilo. 
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