Octavio Paz en su Vuelta
A los cien años del nacimiento del Premio Nobel, su país celebra el legado del escritor y el político
El escritor, en una imagen de 1993./C. Miralles./elmundo.es,elcultural.es
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Pocas veces los pastelosos homenajes de recuerdo a autores fallecidos
hace un siglo tienen el poder terapéutico del celebrado en recuerdo a Octavio Paz (1914-1998).
Medio México aplaude con la mano floja y otro medio aprovecha para
reivindicar su certera visión política. Aunque ya existía un consenso en
cuanto a la calidad de su obra, apuntalada a base de premios y
reconocimientos en todo el mundo, incluido el Nobel (1990) con el que terminó de callar muchas bocas, no lo había en torno a su dimensión política.
Como si fuera un ajuste de cuentas con su pasado y con su memoria,
México celebró ayer los cien años del nacimiento de Octavio Paz con todo
tipo de mesas redondas, artículos, conferencias y especiales en prensa y
televisión. Pero, sobre todo, con el objetivo de limpiar para las
nuevas generaciones la imagen de un hombre visto hasta ahora como un
traidor a la Revolución (cuando se escribía con mayúscula) y al PRI, a quien describió como el "ogro filantrópico".
En medio de los homenajes pocos recuerdan estos días cuando sus libros fueron quemados en la calle
o dejaron de ser lectura obligada en los colegios por orden oficial. O
cuando su figura ardió frente a la embajada de Estados Unidos en medio
de la ira colectiva tras haber criticado el rumbo que tomaban las
guerrillas centroamericanas.
Un distanciamiento que empezó en 1968 cuando dimitió de su puesto como cónsul en la India tras la matanza de la plaza de Tlatelolco ordenada
por Luis Etxeberría. Ya en los años 80, fue el primero en criticar el
rumbo totalitario que tomó la revolución en Nicaragua y la lucha
insurgente en El Salvador, que apoyaba el régimen de José López
Portillo. Para Paz, el cambio social en América Latina se encontraba
indisolublemente ligado al avance democrático.
Un polémico discurso en la misma dirección durante la Feria del Libro
de Frankfurt (1984) terminó de distanciarle de la izquierda y del
partido oficial. A los pocos días se difundió un pliego condenatorio a
las opiniones de Paz firmado por 228 profesores de varias universidades.
La irritación con las afirmaciones fue tan grave que el 11 de octubre,
durante una manifestación de rechazo a la visita a México del secretario
de Estado norteamericano, la efigie del escritor, enmarcada en una televisión, fue quemada frente a la embajada de EEUU, bajo un coro que rezaba: "Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz".
En 1992, el Gobierno mexicano encargó a Aguilar Camín,
uno de los intelectuales más prestigiosos del momento, la organización
del Coloquio de Invierno. Octavio Paz, el intelectual que en 1951, con
la publicación de 'Los campos de concentración soviéticos', comenzó la
denuncia de los horrores del socialismo, reprochó haber sido excluido
junto con los colaboradores de su revista, 'Vuelta', y acusó al coloquio
de ser una maniobra izquierdista, sectaria, procastrista y financiada
con recursos públicos. El jueves, el organizador de aquella mesa,
Aguilar Camín, presentó una ponencia sobre su obra y lo describió como
un escritor "deslumbrante".
Han sido necesarios 16 años de su muerte y un aniversario para
conciliar amantes y detractores de Paz en busca de un estudio menos
desapasionado como el que se celebró el domingo en el Colegio Nacional y
en el que estuvieron Roger Bartra, Jorge Volpi y Héctor Aguilar Camín.
"Lo más brillante de Octavio Paz como intelectual, explica Roger
Bartra, es su análisis del momento que lo rodeaba, de la coyuntura
política, de los acontecimientos, no quería ser profeta". Para el
escritor Jorge Volpi, el reconocimiento del escritor de los dos Méxicos
ha sido doble: "Por un lado, muchos de sus detractores que se hallaban
en la izquierda terminaron por acercarse a sus posiciones, e incluso han
ido más allá: hacia ese liberalismo que Paz toleraba pero con el que
nunca comulgó del todo. Y a su vez, Paz se fue acercando a sus
posiciones juveniles, cuando al final de su vida insistió en la
solidaridad frente al egoísmo neoliberal".
"Es curioso, porque en vida Octavio Paz fue una figura muy polémica, muy atacada
y ahora parece que todas las críticas se desvanecieron. Esa izquierda
que criticó a Paz o una de dos: o se convenció completamente de que Paz
tenía razón y ahora simplemente se hace la loca como de no querer saber,
o ya no le interesa el tema", acusó el escritor Aguilar Rivera.
Clarividencia y soberbia intelectual que lo hicieron un tipo
antipático para la intelectualidad del momento, como cuando se burló de Carlos Monsiváis
diciendo que era "un hombre de ocurrencias, no ideas". Pero el
distanciamiento de Paz no tenía que ver sólo con el poder, en una época
en la que apartarse del PRI suponía pasar mucho frío. Octavio Paz
levantó heridas en lo más intrínseco del mexicano con 'El laberinto de
la Soledad'. Se metió en el alma del mexicano. Un alma que describe como
esquizofrénica, que no acepta que proviene de un padre español y una
madre indígena. O reprimida que se libera con el alcohol y la fiesta.
Un brillante ensayo que está plagado de descripciones metafóricas que valen para las personas y los países. "El amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio".
La casualidad hizo que un día antes de celebrarse un siglo de la muerte de Octavio Paz muriera su hija Helena. Encerrada en un manicomio hasta sus últimos días, Helena Paz Garro es fruto del primer matrimonio de Octavio Paz con la escritora Elena Garro.
Nació y se crió en cuna de oro en los mejores y más caros colegios de
México, Francia y Suiza, pero pasó sus últimos años casi en la
indigencia e internada. Sus problemas empezaron cuando ella y su madre
fueron acusadas de organizar el movimiento de 1968, con Helena Paz
criticando la renuncia de Octavio Paz a la Embajada de México en la
India. Durante ese tiempo, madre e hija estuvieron bajo vigilancia de la
policía secreta. La relación familiar se fracturó durante décadas. Tras
la separación de su padres (Octavio Paz se casó dos veces) vivió con su
madre en Madrid con graves problemas económicos. Incluso tuvieron que
pedir limosna y llegaron a estar en un albergue para indigentes ante la
falta de dinero hasta que el alcalde Enrique Tierno Galván las ayudó,
comunicó su situación a Octavio Paz y se reconciliaron. Tras los
fallecimientos de Paz y Garro (1998), Helena vivió en una casa en
Cuernavaca de su padre. Luego, por su precario estado de salud y falta
de recursos, decidió irse a vivir a un asilo.
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