3.4.14

El destino de los libros piratas: ¿hoguera, donación o reciclaje?

 Cien mil volúmenes incautados se pudren en un depósito de Avellaneda. Editores, escritores y especialistas discuten qué hacer con los ejemplares falsificados

Allanamiento. La Policía Metropolitana en uno de los operativos anti–piratería de diciembre de 2013. /revista Ñ

El negocio de la falsificación de libros es una de las principales preocupaciones de la industria editorial argentina. Aunque en el país no hay cifras oficiales, la comisión antipiratería de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP) calcula que se imprimen un millón de ejemplares falsos por año, lo que supone pérdidas cercanas a los 10 millones de dólares para el sector. Todos están de acuerdo en perseguir a las bandas. Por eso el año pasado se incautaron 100 mil ejemplares en 14 allanamientos simultáneos por una causa que tramita el Juez Daniel Rafecas y que impulsó la editorial Planeta. Durante los operativos se encontraron títulos para todos los gustos, desde Rodolfo Walsh y Paulo Coehlo, hasta Julio Cortázar, George Orwell o Viviana Canosa. Hoy, mientras los sospechosos esperan el juicio en libertad, los libros se pudren en un depósito de Avellaneda. Nadie sabe muy bien qué hacer con ellos. Las opciones son donarlos, reciclarlos o quemarlos.
La Ley 20.758 establece que para los bienes con interés científico o cultural secuestrados en causas policiales, “se dispondrá de inmediato su entrega a entidades de reconocidos antecedentes en la materia”. ¿Dónde está el problema entonces? “La ley es ambigua porque se redactó antes de que el pirateo de libros fuera un problema tan grande, y se refiere a bienes legítimos, y estos libros, no lo son, porque son falsos”, responde el abogado de Planeta, Pablo Slonimsqui, durante una charla con Clarín. Para Gastón Etchegaray, presidente de la filial argentina de Planeta, en principio hay que destruir esos libros, porque atentan contra los derechos de autor y contra la cadena de valor del libro. Sin embargo, matiza “lo mínimo que hay que hacer es reciclar el papel, tampoco se trata de hacer una hoguera”. La misma opinión sale de Penguin Random House a través de Florencia Ure, su jefa de prensa, que dice: “los libros deben destruirse, no es que nos guste hacerlo, pero aún no se le ha encontrado la vuelta al problema”.
Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano, figura entre los más pirateados. Carlos Díaz, editor de Siglo XXI, dueña de los derechos de la obra de Galeano dice que “al principio, por la bronca, dan ganas de prender fuego a los libros y que desaparezcan, pero si uno lo piensa sereno, es un pecado destruirlos”.
Los escritores son otros de los eslabones de la cadena del libro más afectados por la piratería, junto con editores y libreros. Aunque pierden regalías por derechos de autor, no a todos les importa. El escritor Federico Andahazi tiene como hobby coleccionar ediciones piratas de sus propias obras y asegura “gozar del extraño privilegio de ser el autor argentino más pirateado”. “Cualquier escritor prefiere ver sus libros falsificados”, agrega. Para el autor de El anatomista no basta con dar una batalla legal. “Las editoriales deberían ofrecer libros de excelente calidad a los que no les resultara difícil competir con el libro pirata”, propone. Por su parte, Claudia Piñeiro, que se la pasa firmando libros falsos, no cree que haya que destruir los ejemplares. “Se tendrían que donar”, opina. Para Javier Sinay, la batalla contra los libros truchos es imposible de ganar. “La piratería crece, y nos guste o no, es uno de los modos que tenemos hoy para consumir cultura”, dispara.
La ciencia, sin embargo, podría ayudar. Existen tintas que impiden el escaneo, pero resultan muy caras para sostener la industria. “Los libros que se venden soportan el peso de los que no. Hay que destruir (los ejemplares piratas)porque son apócrifos. Si se quiere donar libros, y la editorial y el autor están de acuerdo, se hace otra tirada. Si se hace una donación, se hace bien”, separa las aguas Daniel Schiro, perito de la editorial Planeta.
Los acusados esperan el juicio y los libros, un destino. Como dice Slonimsqui: “Como poco, nos hallamos ante un lindo debate”.

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