8.8.12

Políticas del pelo

 Cambian con las modas, pero son siempre signo y máscara. El pelo siempre ha sido leído como significador social, distinguiendo géneros, generaciones y jerarquías.  Hay una generación enemiga de su cabello, que sueña un peinado inalterable y, de patillas abajo, todo lo depila 

Pelo para moño; Se despelucó; Se jalaron las mechas; De pelos, Se despeinó; ¡Peínate! Tantas expresiones de doble sentido: Sin Pelos en la lengua. fotoilustración:archivo. fuente:lavanguardia.com

No, no es lo mismo llevarlo corto que largo, greñudo que repeinado; no es lo mismo con barba que afeitado, peludo que depilado. Desde siempre, el pelo habla por nosotros y dice mucho de cada cual. Los pelos tienen, pues, sus significados, mucho menos inocentes de lo que a menudo podemos creer: los pelos son moda, pero son también política
Pocos elementos de nuestro cuerpo han adquirido un valor comunicativo tan activo como el pelo, cosecha córnea de la piel que, debidamente organizada, puede decirmucho sobre lo que somos y aspiramos a ser. “Todos los peluqueros trabajan para el gobierno. Tus pelos son antenas. Captan señales del cosmos y las transmiten directamente al cerebro. Es por eso que los calvos no entienden nada”, dice un personaje iluminado en la reivindicable Withnail & I (Bruce Robinson,1987). La cita refleja perfectamente el prestigio que han tenido las melenas descuidadas entre los genios, artistas, librepensadores y revolucionarios en general. Y la asociación no es nueva, la expresión música de pelos largos se usaba mucho antes de que existieran The Beatles, pero para referirse a la música clásica, dada la gran cantidad de compositores que lucían cabello largo y alborotado. Hoy son más bien los directores de orquesta quienes lucen melenas imposibles, aunque la excentricidad capilar ha sido norma en la música pop, y muy habitual en mundo del arte, la moda y el cine. Capítulo aparte merecerían algunos sabios y científicos, que ilustran en sus (des)peinados su desprecio por las rutinas terrenales.
De lo que no hay duda es de que el pelo impone sus deberes y, poco o mucho, hay que disciplinarlo. Y de ese negociado, origen de modas y tradiciones, derivan no pocas contestaciones. El pelo ha sido leí- do siempre como un significador social, distinguiendo géneros, generaciones y jerarquías. Pequeñas alteraciones en el corte o el tocado han implicado evoluciones en la moda, distinciónentre clanes y hasta transgresiones inasumibles para la mayoría. En la mente de todos figuran movimientos como el hippismo, el punk o los skinheads, definidos precisamente por su estética capilar.
Pero no hace falta recurrir al shock con el que fueron recibidas aquellas tribus para darnos cuenta de hasta qué punto valoramos constantemente el pelo y su aspecto, ausencia o presencia. La prensa internacional, por ejemplo, ha comentado recientemente con asombro el experimento que lleva a cabo desde hace un año la periodista británica Emer O'toole, que no es otro que haber dejado de depilarse las axilas. No puede conseguirse más atención haciendo menos.
Los debates y microdebates en torno al pelo son constantes, basta guglear las palabras hair y politics para sorprenderse por algunos, sobre gente rechazada en el trabajo por su peinado, el sentido de las rastas en jóvenes blancos, el grado de negritud que pueden peinar los Obama sobre sus cabeza y otras pesquisas sobre ese tema tan delicado que se conoce como presidential hair, es decir, lo rígido que debe lucir el peinado de presidentes y presidenciables, sin llegar a parecer un personaje de Mattel.
Un presidente que, por lo visto, no atiende a recomendaciones es el nuestro, Artur Mas. Para Patrycia Centeno (Política y moda, Península, 2012), Artur Mas es poco menos que un adicto a la laca, alguien tan orgulloso de su casco capilar que haría suyas las palabras que Mitt Romney lanzo a sus oponentes en el 2008: “Decid lo que queráis, ¡pero de mi pelo, nada!”. La frasecita, aparentemente inocua, se volvió contra Romney poco después, cuando trascendió una novatada en la que participó en 1965, nada menos que humillar a un compañero de instituto cortándole el pelo, largo y teñido, entre insultos homófobos.
El pelo era en aquellos años, recordémoslo, poco menos que un manifiesto. Dylan había dicho en 1963: “Cuando miro a nuestros gobernantes y me doy cuenta de que no tienen ni un pelo en la cabeza, me deprimo”. Los años sesenta no sólo fueron los de la melena hippy, que unificaba escandalosamente a hombres y mujeres, fueron también los de los peinados afro, uniforme de activistas como Angela Davis, las barbas revolucionarias, y la sacralización del peluquero como mago de la moda. Desde Janis Joplin a Christine Keeler (la chica del escándalo Profumo peinada por Vidal Sasoon), pasando por Jean Seberg o Keith Richards, no hubo celebridad en la década de quien su pelo no dijera algo, políticamente interpretable. Estaba la canción que decía “Si vas a San Francisco, asegúrate de llevar flores en el pelo”, pero también los adhesivos que rezaban “Embellece América, córtate el pelo”. La idea de que al hombre le es apropiado el pelo corto, frente a la melena femenina, puede rastrearse hasta el mismísimo San Pablo, quien en su primera Carta a los corintios afirmaba que lo natural era que los hombres, para gloria deDios, llevaran el pelo corto y las mujeres, para gloria de Dios, no. Es por eso que loshombres se descubren al rezar y las mujeres se cubren al orar. Yo tampoco lo entiendo.
El antropólogo Desmond Morris (Manwatching, 1977), dijo respecto al pelo que “sus posibilidades son infinitas, pero nunca permanentes”. Nada lo es cuando se trata del pelo, lo que escandaliza en un tiempo y lugar es norma en otro. El Pedro Melenas de Heinrich Hoffman, ejemplo de todo lo que no debería hacer ni parecer un niño, es el niño hippy de los sesenta, el punki de los setenta o el grunge de los noventa. ¿Qué podríamos decir del niño de los ochenta? Pues que seguramente peinaba ese horror conocido como mullet, típico de la suburbia anglosajona más conservadora, pero que en nuestra geografía conocemos como cortilargo abertzale o corte Melendi.
En el pelo mandan las mismas reglas que rigen la moda en general: nada dura mucho, lo que funciona allí no tiene porque servir aquí y las tendencias se contagian de abajo hacia arriba y de los márgenes al centro. Es por eso que las adolescentes de hoy visten como las prostitutas de mediados del siglo XX, pero ese es otro tema.
Las cabezas rapadas, antes cosa de pandillas fascistoides, son hoy la solución estandarizada con que dignificar los procesos de calvicie, muy común además en el mundo de la cultura. Por el contrario, una cabellera demasiado cuidada, a lo Cristiano Ronaldo, es hoy vista como un signo de superficialidad y bajo nivel cultural. Es en estas cabezas, cuidadas, que no sembradas, en las quemejor puede apreciarse la traslación de influencias que ha hecho norma de lo marginal.Podemos observarlo en programas juveniles del tipo Hombres, mujeres y viceversa (ejemplo de la televisión como ingeniera social que será estudiada por sociólogos y antropólogos del futuro) en los que esta obsesión masculina, metrosexual, por el cabello mejor integra elementos étnicos (rapados laterales, perfiles asimétricos, dibujos afeitados) y contraculturales (pelopincho, coletillas) en lo que debe considerarse una apropiación asombrosa de cuanto era excéntrico hasta no hace mucho. El toque final a la paradoja lo ponen los piercings, tatuajes y camisetas ajustadas que uniformizan a todos y que nos devuelven a las fantasías portuarias de Genet, aunque habíamos quedado en que ese era otro tema.
Los antiguos signos que distinguían al salvaje y el disidente son hoy sello de conformismo y banalidad. Las lacas, fijadores y espumas son fundamentales en este proceso de asimilación, o domesticación, que exige obediencia al pelo. Se trata de una generación, quizás no lo sepan, enemiga de su propio cabello, que sueña con un peinado sólido e inalterable (la promesa más pronunciada en la publicidad cosmética), que lo depila todo de patillas para abajo y que prefiere cepillar extensiones antes que dejar crecer el pelo natural. Si las greñas de los hippies eran una metáfora generacional sobre los sueños de libertad, ¿qué nos dicen estos peinados de nuestros tiempos? Donde había alegría ya no hay pelo y sin pelo no es posible desmelenarse.
Fijar el pelo es reprimir los sueños, basta ver qué gente se engominaba tradicionalmente. ¿Cómo interpretar la cabellera engominada?

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