19.8.12

El cuento del domingo


John Berger
Una carga de mierda

En uno de sus libros, Milan Kundera desecha la idea de Dios porque, en su opinión, ningún dios podría haber concebido una forma de vida en la que fuera necesario cagar. El modo en que enuncia este argumento lleva a pensar que no se trata tan sólo de una broma. Kundera expresa una profunda afrenta, una afrenta típicamente elitista. Transforma la repugnancia natural en shock moral, un ejercicio muy caro a las élites. El coraje, por ejemplo, es una virtud por todos admirada, pero sólo las élites condenan la cobardía como una bajeza. Los desposeídos saben perfectamente que en determinadas circunstancias todos somos capaces de ser cobardes. 

    La semana pasada cargué y enterré la mierda de todo el año. La mierda de mi familia y de los amigos que nos visitan. Hay que hacerlo una vez por año y mayo es el momento oportuno. Antes de mayo, se corre el riesgo de que esté congelada y más tarde llegan las moscas. Hay muchas moscas en verano a causa del ganado. Un hombre, hablándome de su soledad, me dijo no hace mucho: "El invierno pasado llegué a echar de menos las moscas".
    Primero cavo un foso en la tierra del tamaño de una tumba, pero no tan profundo. Los bordes deben ser firmes para que la carretilla no se deslice cuando la inclino para descargarla. Estando parado allí en el foso, se acerca Mick, el perro de mi vecino. Lo conozco desde que era cachorro, pero nunca me ha visto así, frente a él, más bajo que un enano. Su sentido de la proporción se perturba y comienza a ladrar.
  No importa con cuánta calma comience la tarea de cargar la mierda junto a la casa, transportarla en la carretilla y descargarla en el foso: fatalmente llega el momento en que comienza a brotar en mí una especie de ira. ¿Contra qué o contra quién? Creo que se trata de una ira atávica. En todas las lenguas "¡Mierda!" es una maldición que expresa exasperación. Algo de lo que uno quiere liberarse. Los gatos esconden la suya, cubriéndola con tierra con una de sus patas. Los hombres maldicen por la suya. Nombrar eso que junto con la pala, finalmente, me provoca una ira irracional. ¡Mierda!

    Si de mierda se trata, la bosta de vaca y de caballo es relativamente más agradable. Puede inclusive provocar nostalgia. Huele a grano fermentado y hay un rastro lejano de heno y hierba en su olor. La mierda de las gallinas es desagradable e irrita la garganta por la cantidad de amoníaco que contiene. Mientras se limpia un gallinero hay que salir de vez en cuando a tomar un poco de aire fresco. El olor del excremento de los cerdos y de los hombres, sin embargo, es el peor porque el hombre y el cerdo son animales carnívoros y su apetito es indiscriminado. Tiene un resabio dulce, nauseabundo de podredumbre. Hay un rastro lejano de muerte.
   Mientras cargo la pala, me vienen a la mente imágenes del Paraíso. No de ángeles ni trompetas celestiales, sino de jardines amurallados, una fuente de agua pura, los colores frescos de las flores, una tela blanca inmaculada extendida sobre la hierba, ambrosía. El sueño de la pureza y la frescura nació de la omnipresencia del estiércol y el polvo. Esta polaridad es, sin duda, una de las más profundas de la imaginación humana, vinculada íntimamente a la idea del hogar como refugio –refugio contra muchas cosas, incluida la suciedad–.

  En el mundo de la higiene moderna, la pureza se ha convertido en un término puramente metafórico o moralista. Carece de toda realidad sensual. En los hogares pobres de Turquía, en cambio, el primer gesto de hospitalidad consiste en ofrecer agua de colonia de limón para que el viajero se refresque las manos, los brazos, el cuello, el rostro. Este gesto me recuerda un proverbio turco sobre los elitistas: "Se cree un ramito de perejil en medio de la mierda del mundo".
    La mierda cae deslizándose de la carretilla, cuando se la vuelca con un peso muerto. El hedor dulce acicatea, irrita con su teleología. El olor a podredumbre y de allí al olor a putrefacción, a corrupción. El olor a muerte, sin duda. No conduce, sin embargo, a la vergüenza ni al pecado ni al mal, tal como el puritanismo  con su desprecio por el cuerpo ha tratado de demostrar. Sus colores son el dorado bruñido, el marrón oscuro, el negro: los colores del cuadro de Rembrandt de Alejandro el Grande con su yelmo.
    Mi hijo Yves me cuenta una historia que ha escuchado en la escuela del pueblo:
    Es otoño en la huerta. Una manzana rosada cae sobre la hierba, junto a una bosta de vaca. Amistosa y gentil, la bosta de vaca le dice a la manzana: "Buenos días, Madame La Pomme, ¿cómo está usted?"
    La manzana ignora el comentario porque considera que la conversación es ajena a su dignidad.
    "¿Buen tiempo, no cree, Madame La Pomme?"
    Silencio.
    "Verá que la hierba es aquí muy dulce, Madame La Pomme."
    Silencio, otra vez.
    En ese momento, un hombre atraviesa la huerta, ve la manzana rosada y se agacha a recogerla. Mientras el hombre muerde la manzana, la bosta de vaca no se puede contener y dice: "¡Nos vemos pronto, Madame La Pomme!"
    La mierda aparece en chistes tan universales porque nos recuerda, de modo ineludible, nuestra dualidad, nuestra naturaleza sucia y nuestro deseo de gloria. Es la última lèse majesté.

    Mientras descargo la tercera carretilla de mierda, canta un pinzón en uno de los ciruelos. Nadie sabe muy bien por qué los pájaros cantan tanto. Lo único cierto es que no cantan para engañarse a sí mismos ni para engañar a los demás. Cantan para anunciarse tales como son. Comparada con la transparencia del canto de un pájaro, nuestra habla es opaca porque se ve obligada a buscar la verdad en lugar de actuarla.
    Pienso en la gente cuya mierda transporto. Tantas personas diferentes. La mierda es lo que queda atrás, indiferenciado: el desecho de la energía recibida y consumida. La energía tiene miles de formas, pero para nosotros, humanos, con nuestra mierda humana, toda energía es en parte verbal. Hablo conmigo mismo mientras levanto la pala, prudentemente, para que no caiga demasiado al suelo. El mal no deriva de la materia que se descompone, sino de la capacidad humana de persuadirse a uno mismo.
    La imagen del buen salvaje del siglo XVIII era miope. Confundía un ancestro distante con los animales que ese hombre cazaba. Todos los animales viven conforme a las leyes de su especie. No conocen la piedad (aunque conocen el duelo), pero nunca son perversos. Es por ello que los cazadores creen que algunos animales son naturalmente nobles y poseen una gracia espiritual que armoniza con su gracia física. No es el caso del hombre.
    No existe el mal en la naturaleza que nos rodea. Es necesario repetirlo una y otra vez, porque una de las formas humanas de persuadirse  a cometer actos inhumanos consiste en tomar como ejemplo la supuesta crueldad de la naturaleza.
    El cuclillo recién empollado, todavía ciego y sin plumas, tiene un hueco especial, como un hoyuelo en su lomo, para cargar a los otros pichones, uno por uno, hacia afuera del nido. La crueldad es el resultado de persuadirse a uno mismo a la imposición del dolor o a la ignorancia consciente del dolor ya infligido. El cuclillo no se persuade de nada. Tampoco el lobo.
    La historia de la Tentación con la otra manzana (ya no Madame La Pomme) está bien contada. "... la serpiente dijo a la mujer, Tú, de seguro, no morirás." La mujer no ha comido aún la manzana y, sin embargo, las palabras de la serpiente son la primera mentira o el primer juego de palabras vacías. (¡Mierda! Se me ha caído media palada.) La máscara inocente del mal.
    "Una cierta fraseología es inevitable –dijo George Orwell– si se quiere nombrar las cosas sin apelar a las imágenes mentales de las cosas."

    La despreocupación con que cagan las vacas es quizá parte de la placidez y la paciencia que ha llevado a muchas culturas a considerarlas animales sagrados.
    El mal aborrece todo aquello que ha sido creado físicamente. La primera manifestación de ese odio consiste en separar el orden de las palabras del orden de aquello que denotan. ¡Oh Hansard!
    Mick, el perro, me sigue mientras llevo la carretilla hasta el foso. "¡No más ovejas!", le digo. La primavera pasada, junto con otro perro, mató tres ovejas. Mick baja la cola. Después de haber matado lo encadenaron durante tres meses. El tono un tanto sarcástico de mi voz, la palabra "oveja", y el recuerdo de la cadena lo hacen recular un poco. Pero mentalmente no nombra la sangre derramada con otro nombre, y me mira fijo a los ojos.

    No muy lejos de donde cavé el foso, florece un lilo. Ha de haber cambiado el viento y ahora sopla desde el sur, porque siento el aroma del lilo a través de la mierda. Huele a menta mezclada con mucha miel.
    El perfume me devuelve a mi primera infancia, al primer jardín que conocí, y de pronto, desde aquel tiempo tan lejano, vuelven ambos olores, desde mucho antes que el lilo o la mierda tuvieran nombre para mí.

John Peter Berger (Londres, 1926) es un crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso Booker Prize en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver, el cual es un texto de referencia básica para la historia del arte.
John Berger es hijo de un converso al cristianismo y a quien el servicio como oficial de la infantería en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial le quitó las ganas de ser sacerdote, pero no la fe. De su padre, dice el propio Berger, heredó el talento para la pintura y cierta moral de soldado que siempre ha intentado imitar. "Al contrario de lo que me ocurre con muchos políticos actuales, a quienes me resulta imposible respetar, yo respeto a los soldados, porque ellos son conscientes de las consecuencias de lo que hacen", declaró a EPS. En la misma entrevista añadía "Si mi madre está tan cerca de mí es porque durante mi infancia, y ya adulto, siempre me dejó ser muy libre".
A los 16 años se escapó del St. Edward's School de Oxford decidido a estudiar arte "y ver mujeres desnudas" [cita requerida]. Obtuvo una beca para estudiar en la «Central School of Art» de Londres, aunque pocos años después se enrolaría en el ejército británico, donde sirvió entre 1944-1946. Finalizada la guerra, retoma sus estudios en la «Chelsea School of Art» con otra beca, esta vez concedida por el propio ejército. Entre 1948 y 1955 impartió clases de dibujo en la misma escuela donde Henry Moore impartía clases de escultura. Durante ese periodo traba vínculos con el partido comunista británico y no tardará en empezar a publicar artículos en el Tribune, donde escribiría bajo la estricta supervisión de George Orwell. En 1951 comenzó un periodo de colaboración con la revista New Stateman, colaboración que se prolongaría hasta diez años y en la que se revela como crítico de arte marxista y defensor del realismo. En 1960 se publica Permanent Red, volumen que recogerá una selección de los artículos publicados en New Stateman.
A los treinta años decidió dejar de pintar para dedicarse completamente a la escritura, no porque, según sus palabras, dudara de su talento como pintor, sino porque la urgencia de la situación política en la que vivía (plena guerra fría) parecía requerir de él que se pusiera a escribir. En 1958 publicó su primera novela, Un pintor de nuestro tiempo. En ella se relata la vida de un pintor húngaro exiliado en Londres. El evidente compromiso político de la novela y el realismo con el que se narraba —siempre en primera persona—, hizo pensar a muchos que se trataba de un diario íntimo y no de ficción. El libro estuvo a la venta durante un mes, al cabo del cual la editorial, Secker&Worburg, retiró la novela de las librerías. Más tarde se ha sabido que dicha retirada se llevó a cabo bajo presión del Congress for Cultural Freedom, una asociación de abogados anticomunistas.
Pero Berger siguió escribiendo, novela, ensayo, artículos en prensa, poesía, guiones de cine —junto a Alain Tanner— e incluso obras de teatro, y entre tanto decidió emigrar voluntariamente a un pueblo de los Alpes franceses. Se ha publicado muchas veces que lo que provocó aquel auto-exilio fue la vocación de ser un "escritor europeo", aunque más tarde Berger ha confesado no haber conseguido sentirse en casa en el Londres de aquella época, una ciudad en la que no parecía encajar.
En 1972 la BBC emite una serie de televisión que fue acompañada por la publicación del texto Modos de ver, que marcó a toda una generación de críticos de arte, se ha convertido en libro de texto en las escuelas británicas y que tomaba prestadas muchas ideas de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, el artículo de Walter Benjamin de 1936. Y ese mismo año, Berger, gana inesperadamente el prestigioso Booker Prize por su novela G., levantando especial revuelo su decisión de donar la mitad del monto del premio al Partido Pantera Negra británico.
A lo largo de los años ochenta va publicando escalonadamente la excepcional trilogía De sus fatigas, en la que estuvo trabajando durante quince años y en la que aborda el cambio que estamos experimentando con el paso de la vida rural a la urbana. En Puerca tierra nos anuncia una investigación en un modo de vida que tardará menos de un siglo en desaparecer, la vida campesina. En Una vez en Europa relata los amores que origina una vida así y, finalmente, en Lila y Flag acompañamos a la siguiente generación a una existencia en la gran ciudad cosmopolita. Pero la investigación se extiende hacia la formal y al leer somos testigos de la búsqueda de una voz con la que relatar este excepcional acontecimiento de la humanidad.
En la elección de los temas sobre los que escribe, John Berger ha seguido evidenciando hasta hoy su compromiso con la escritura como medio de lucha política. Así se puede comprobar, por ejemplo, en El tamaño de una bolsa, que incluye una correspondencia con el subcomandante Marcos, en Hacia la boda, que gira en torno al sida, o en King, un relato de la vida de los sin techo, además de en su activa colaboración como articulista para la prensa de muchos países. Aunque con el paso de los años ha tomado cierta distancia respecto a antiguas posturas políticas, por ejemplo respecto de su apoyo al régimen soviético, hace poco terminaba uno de sus artículos, publicado en La jornada y titulado "Dónde hallar nuestro lugar", diciendo: "Sí, entre muchas otras cosas, sigo siendo marxista".
Ficción. A Painter of Our Time (Un pintor de hoy, Alfaguara, 2002). The Foot of Clive. Corker's Freedom. A Fortunate Man. A Seventh Man (Un séptimo hombre, Huerga y Fierro, 2002). G. (G., Alfaguara, 1994). The Trilogy: Into Their Labours (Pig Earth, Once in Europe, Lilac and Flag) (De sus fatigas: Puerca tierra, Alfaguara, 2006; Una vez en Europa, Alfaguara, 2000; Lila y Flag, Alfaguara, 1992). And Our Faces, My Heart, Brief as Photos . Photocopies (Fotocopias, Alfaguara, 2006)..To the Wedding (Hacia la boda, Alfaguara, 1995).. King (K., una historia de la calle, Alfaguara, 2000).. Here is Where We Meet (Aquí nos vemos, Alfaguara, 2005)..From A to X (De A para X, Alfaguara, 2009). Poesía. Pages of the Wound (Páginas de la Herida: antología poética, Visor, 1995). No-ficción. Permanent Red Art and Revolution The Moment of Cubism and Other Essays The Look of Things: Selected Essays and Articles Ways of Seeing (Modos de ver, Gustavo Gili, 2004) Another Way of Telling (Otra manera de contar, Mestizo, 1998). The Success and Failure of Picasso. About Looking (Mirar, Gustavo Gili, 2003). The Sense of Sight (El sentido de la vista, Alianza Editorial, 2006). Keeping a Rendezvous. The Shape of a Pocket (El tamaño de una bolsa, Taurus, 2004). I send you this Cadmium Red (Te mando este rojo cadmio: correspondencia entre John Berger y John Christie, Actar Editorial, 2000). Titian: Nymph and Sepherd (Tiziano, Ninfa y Pastor, Árdora Ediciones, 2003). Hold Everything Dear (Verso, 2007).Guiones.  La salamandra (La salamandre), 1971 (Guion: Alain Tanner, John Berger). Le milie du monde, 1974 (Guion: Alain Tanner, John Berger). Jonás que cumplirás 25 años en el año 2000 (Jonas qui aura 25 ans en l'an 2000), 1976 (Guion: Alain Tanner, John Berger). Otros libros publicados. Sobre las propiedades del retrato fotográfico, Gustavo Gili, 2006. Esa belleza, Bartleby Editores, 2005. Siempre bienvenidos, Huerga y Fierro Editores, 2004. Algunos pasos hacia la teoría de lo visible, Árdora Ediciones, 1997. "Con la esperanza entre los dientes" (Alfaguara, 2010)
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto y foto: El cuento del día.

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