25.7.12

“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, de Eduardo Mendoza

Biblioteca de verano

Toma, lee...foto.fuente: revistadeletras.net

Siglo I de nuestra era. Pomponio Flato, “ciudadano romano, del orden ecuestre, fisiólogo de profesión y filósofo por inclinación” –como él mismo se presenta– recorre los confines del Imperio tratando de localizar un arroyo de aguas milagrosas que ponga fin a sus muy molestos problemas intestinales, a saber, diarrea pertinaz y gases descontrolados. Con esa misión se desplaza de una provincia a otra siguiendo las indicaciones de un papiro descubierto en la tumba de un ciudadano etrusco en el que se describen las excepcionales propiedades curativas de las aguas de dicho manantial. La búsqueda se convierte en un interminable viaje que se torna “asombroso” conforme se van sucediendo en él una serie de  extraños sucesos que culminan con el encuentro de una peculiar familia.
Durante su investigación utiliza el método empírico en su propia persona con el consecuente empeoramiento del estado que intenta atajar con el hallazgo de tan fantástico y estrafalario remedio, así como un constante deterioro de la salud que a veces lo lleva al extremo de poner en serio peligro su vida ya por problemas internos de su propio organismo, ya por contratiempos externos con que se topa en sus andanzas:
Después de un día de viaje a caballo llegué solo al lugar por donde discurren esta aguas, me apeé y me apresuré a beber dos vasos, ya que el primero no parecía surtir ningún efecto. Al cabo de un rato se me enturbia la vista, el corazón me late con fuerza y mi cuerpo aumenta groseramente de tamaño a consecuencia de haberse interceptado los conductos internos. (…) Llevaba un rato así cuando oí una poderosa detonación procedente de mi propio organismo y salí disparado de mi cabalgadura con tal violencia que fui a caer a unos veinte pasos del animal, el cual, presa del espanto, partió al galope dejándome maltrecho e inconsciente”.
De todo cuanto le acontece en tan absurdo periplo va dando puntual cuenta a través de una extensa carta que dirige a un amigo llamado Fabio y que conforma la novela. En ella se ocupa de explicar a su colega con gran precisión tanto las costumbres de las gentes que conoce como los lugares que recorre, además de los episodios que le suceden en cada uno de ellos o las reflexiones y conclusiones que él mismo extrae de los acontecimientos. Así, por ejemplo, de un grupo nómada de árabes nabateos, con cuya caravana viaja cinco jornadas, destaca la humanidad y buen hacer pues durante la travesía “si alguno enferma de gravedad lo abandonan en un oasis con un odre de agua y un puñado de dátiles y la esperanza de que pase por allí otra caravana y reponga las parcas vituallas de su camarada”.  Pero de este comportamiento se deriva una trágica consecuencia que por otro lado aporta a la descripción del episodio el toque de gracia:Como esto no sucede casi nunca, en los oasis que jalonan su ruta no es raro encontrar esqueletos rodeados de pepitas de dátil”.
A lo largo de las muchas jornadas de viaje nuestro protagonista se ve sorprendido por las ajenas costumbres de los extranjeros con los que convive, a los que observa y estudia con la precisión de un antropólogo ofreciendo puntual información epistolar a su amigo en la distancia a través de exposiciones cargadas de humor e ironía surgidos del contraste entre las costumbres bárbaras que descubre y la exquisita educación y forma de entender la vida de un romano de clase alta.
Pero el episodio más peculiar, núcleo central de la historia, es el que tiene lugar tras el fortuito encuentro con el tribuno Apio Pulcro y que acontece en una pequeña aldea de Galilea (una de las cuatro zonas en que por aquel entonces se dividía la región de Palestina) llamada Nazaret a donde llega acompañando al tribuno que viaja desde Cesarea para supervisar la sentencia a muerte dictada por el Sanedrín contra un carpintero del pueblo acusado de haber asesinado a un rico e influyente ciudadano llamado Epulón. Paradójicamente, el propio reo ha sido obligado por la justicia a construir la cruz en la que recibirá su castigo pues el pueblo carece de ellas así como de otro carpintero que pueda fabricarla.
Y es en ese momento cuando realmente comienza su asombrosa aventura al verse inmerso en una trama detectivesca instigado y, muy a su pesar, acompañado de un pequeño ayudante y lazarillo llamado Jesús, un niño insoportable y raro, único hijo del carpintero, que “contrata” al filósofo para que demuestre la inocencia de su padre convencido como está de ella. El pequeño, al que Pomponio describe como “rabicundo, mofletudo, con ojos claros, pelo rubio ensortijado y orejas de soplillo” no ceja en su empeño hasta que consigue que el romano –al que llama “raboni”(maestro)– le promete descubrir al verdadero culpable del crimen.
La investigación se va complicando a medida que avanzan las pesquisas y a ella se van sumando personajes diversos, de los que gran parte, aunque se presentan con nombres inventados, son fácilmente reconocibles e identificados por el lector. Todos resultan finalmente estar relacionados de una u otra forma en una trama disparatada, entretenida, original y muy divertida. Tanto los protagonistas como las situaciones en las que se presentan aparecen tratados en clave de humor y constituyen las piezas de un puzle que poco a poco van encajando en su lugar hasta completarse, desvelando así el enigma, con  un conflicto bien resuelto y un desenlace sorprendente.

Eduardo Mendoza (foto © Joan Tomás/Seix Barral)
A lo largo de la historia son frecuentes –de hecho constituyen la base de la novela y una de las bazas más importantes del humor que emana de sus páginas– las referencias a diferentes episodios y personajes del Nuevo Testamento comenzando por el misterioso embarazo de María, la joven esposa del carpintero homicida, y el nacimiento del pequeño Jesús; la prostituta Zara –apodada “la samaritana”– cuya hija, todavía una niña de corta edad pero a la que su madre ya está instruyendo para que en un futuro  siga sus pasos en el negocio del amor, comparte juegos y amistad con el pequeño Jesús; el mendigo Lázaro que se presenta al romano como “el pobre Lázaro, conocido en toda Galilea por su pobreza y por sus innumerables y execrables llagas”; o, por último, la familia protagonista y sus parientes, la prima Isabel y su marido Zacarías así como Juan, el hijo de ambos, del que Lázaro dice ser un rufián porque le hace burla y le tira piedras por los caminos.
Por ello, no se trata únicamente de una novela a la vez humorística, hagiográfica y detectivesca sino que El asombroso viaje de Pomponio Flato encierra una irreverente sátira que pone en jaque algunos de los dogmas más consolidados del cristianismo e incita a cuestionarse –o reflexionar, al menos–  sobre algunos de los preceptos que constituyen la base de la religión como, por ejemplo, la pasión y muerte redentora o incluso la recompensa celestial de los justos, cuestiones que, por otro lado, no son sino la recreación del clásico conflicto entre razón y fe:
Asumir las culpas ajenas no es una virtud ni beneficia a nadie. Cuando un inocente muere como un cordero sacrificial por la salvación de otro, el mundo no se vuelve mejor, y encima se malacostumbra. Atribuir al dolor propiedades terapéuticas es propio de culturas primitivas”.
Di, raboni, –pregunta el niño Jesús a Pomponio– ¿por qué Lázaro dijo que los últimos serán los primeros? – Porque es un imbécil”.
En resumen, se trata de una historia amena y disparatada en la que tanto los retratos de personas como de lugares o costumbres son presentados en clave de humor combinando con maestría la ironía y el chiste fácil, la sátira y el absurdo, la hipérbole y el contraste. Las continuas alusiones o guiños a personajes y situaciones reconocibles de la Historia Sagrada así como el tratamiento que de ellos hace el autor constituyen el contrapunto jocoso, aunque mordaz, a un fondo irreverente y crítico con las creencias religiosas.
El asombroso viaje de Pomponio Flato es –en palabras de Mendoza– un libro excéntrico que escribió sin pensar en ningún momento que estaba escribiendo un libro, “a veces hago un libro como quien hace un solitario o un crucigrama” –comentó el escritor al ser preguntado por el sentido y la intención última de su novela–.
Sea como fuere, sin poder calificarla de obra maestra y, en mi opinión, con algunos vicios lingüísticos y tópicos de los que el autor abusa, además del uso de interminables series de elementos escatológicos que aburren por la frecuencia con que aparecen, no deja de ser una divertidísima, intrincada y original novela de base histórica, escrita con un lenguaje ágil y elegante –al que ya nos tiene acostumbrados su autor–  que no deja indiferente pues constituye en sí mismo una burla a la propia expresión.
Se trata, en fin, de una hilarante historia, digna competidora de la ya mítica Sin noticias de Gurb.

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