Una nueva edición, publicada en Reino Unido, saca la luz una valiosa colección de relatos cortos del escritor sin los cambios forzados por la censura de su tiempo
Retrato coloreado de Francis Scott Fitzgerald./elpais.com |
Francis Scott Fitzgerald,
censurado. O, como prefería enfocarlo la revista estadounidense que
publicó sus relatos cortos a finales de los veinte y principios de los
treinta, sencillamente “editado” para no ofender a sus lectores con
escenas de desnudos, referencias al abuso del alcohol y las drogas o
palabras despectivas que encerraban prejuicios raciales. Esa nueva
versión, que a base de tachaduras erradicaba la impronta más cruda y
realista, es la que acabó sobreviviendo como parte del legado literario
de uno de los grandes novelistas del siglo XX. Ocho décadas después de
que del escritor estadounidense (1896-1940) aceptara el tijeretazo por
necesidades de supervivencia, una nueva edición de sus colecciones de
historias breves consigue recuperar por primera vez a un Fitzgerald en
versión original.
El estudio de los textos mecanografiados por el propio autor, de las
correcciones que anotaba a mano para perfilar los relatos antes de
enviarlos a sus jefes de la revista Saturday Evening Post (en aquellos años, su principal fuente de ingresos), ha permitido a la editorial Cambridge University Press
recuperar su verdadero formato. La ambiciosa edición, que acaba de
arrancar con la publicación en Reino Unido de su cuarta y última
colección Taps at Reveille (Toque de diana, 1935), “nos revela
unas historias cortas mucho más complejas y realistas de lo que
desprendía su versión retocada”, explica en conversación telefónica el
profesor americano James West, responsable de un ingente trabajo para
restaurar al genuino Scott Fitzgerald.
Las blasfemias o los insultos antisemitas que proferían algunos de
sus personajes —y que, según precisa West, no correspondían al
sentimiento del autor sino a una mera exposición de la realidad— eran,
por ejemplo, “blanqueados” o directamente erradicados. Fitzgerald quería
que sus criaturas “hablaran como en la vida real”, pero su editor temía
que con ello espantara al público de la revista. El asunto se
despachaba con un borrón o, en el caso de las descripciones de desnudos,
“vistiendo” a los personajes aunque la escena acabara perdiendo todo su
sentido. Los cortes también eran implacables cuando se hacía referencia
a desmanes etílicos o con sustancias prohibidas. Todos estos cambios
“causaban confusión o se traducían en un ensamblaje ilógico de la
historia”, subraya el profesor al aludir en particular al título Babylon Revisited,
un homenaje a la Era del Jazz que rememora los años de Fitzgerald como
expatriado en París y que está considerado —a pesar de las alteraciones
que sufrió— una obra maestra del género.
West, volcado durante los últimos veinte años en la investigación del material depositado en la biblioteca de la Universidad de Princeton,
reivindica la profundidad que destilaban esos originales que nunca
salieron a la luz, en contraste con la “ligereza” que ya en su tiempo se
imputó a las versiones censuradas y finalmente publicadas. El contenido
de las colecciones de relatos cortos, concluye, está “al mismo nivel
que el de las novelas” del autor de El Gran Gatsby, pero solo ahora podemos saberlo.
Francis Scott Key Fitzgerald llegó a escribir 178 historias breves, que fue vendiendo al Saturday Evening Post
y a otras publicaciones para mantener a su familia a lo largo de una
singladura dominada por los problemas con su esposa Zelda y por su
propio alcoholismo. Nunca plantó cara a quienes censuraban sus textos,
porque necesitaba esos ingresos que años más tarde redondearía de forma
precaria como guionista en Hollywood.
En su introducción al volumen de Toque de diana, que
inaugura esta semana la edición inédita de Cambridge University Press,
el profesor West considera inútil una crítica a la actitud de los
responsables del Saturday Evening Post sin tener en cuenta el
contexto. “Esas eran entonces las reglas del mercado: Fitzgerald, en
calidad de autor profesional, las aceptaba. La revista apuntaba a los
lectores de las clases medias y por ello intentaba evitar cualquier
ofensa potencial hacia ellos o hacia los anunciantes”, sostiene.
El conjunto de aquellos relatos, le reportó en total unos 4.000
dólares de la época. Solo la mitad de esa cifra es lo que le habían
pagado por la publicación de El Gran Gatsby, su retrato de la
decadencia y la agitación social en la América de los años veinte que ha
pasado a los anales como una de las grandes novelas de todos los
tiempos y que, hasta la fecha, ha sido objeto de tres versiones
cinematográficas. Pero entonces, a raíz del lanzamiento del libro en
1925, sólo se vendieron 20.000 copias y la obra nunca alcanzó el
reconocimiento hasta después de la muerte del autor, en 1940, a la edad
de 44 años.
Los expertos vaticinan que el descubrimiento de todo lo que el
escritor vertió en la ficción corta —un género que consideraba difícil—,
pero cuyas esencias acabaron guardadas en un cajón, va a cambiar la
percepción que se tiene de Scott Fitzgerald, cuanto menos en ese
terreno. A desbaratar la noción de que era un autor cuya marcada veta
sentimental podía coartar la vocación de realismo. Porque,
sencillamente, en muchas ocasiones no tuvo otra elección.
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