18.7.11

La guerra de letras de un ermitaño

Hace cien años, el 17 de julio, obsesionado hasta el último día por la que sería su gran obra, murió en París el más importante de los lingüistas colombianos
Cuervo comenzó a trabajar en el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana en 1872.foto.fuente:elespectador.com

Es la tarde del domingo 19 de junio del 2011 en Père Lachaise. No es necesario hacer una vez más la lista de celebridades que esperan el Juicio Final en el cementerio más grande de París, pero como la lista importa, habría que decir que un colombiano entrará en ella en los próximos meses. O esa es la intención, que en los mapas oficiales del camposanto aparezca su nombre. Para eso se hacen gestiones. Una docena de personas se reúnen frente a la corona de flores que acaban de poner en la tumba, que hasta hace un par de meses estuvo casi del todo cubierta por el musgo. Se habló de levantar un mausoleo, se recibieron propuestas y maquetas. Entre el rigor del presupuesto y la modestia legendaria de los dos hermanos que allí están sepultados, se decidió conservar la tumba actual, aunque a fuerza de pulirla, los nombres se hayan ido borrando.

Con un esfuerzo puede todavía leerse, Rufino José y Ángel Cuervo.

El apellido dio para que en la programación del coloquio que la Sorbona, los Institutos Cervantes y Caro y Cuervo y la Embajada de Colombia en Francia organizaron hace dos semanas en París, se incluyera un cuervo dibujado, que en medio de los pájaros negros que acompañaron los discursos en el cementerio daba un cierto aire de redundancia pero que podría explicarse porque de don Rufino, a pesar de que hubiera vivido en una época en la que los retratos ya eran corrientes, no se han conservado más que dos fotografías. Una anécdota que conocen bien los que Genoveva Iriarte Esguerra, directora del Instituto Caro y Cuervo, llama "cuervólogos", los académicos, periodistas y escritores, latinoamericanos, españoles y colombianos reunidos en París para el primer acto en Francia del año dedicado al más importante de los lingüistas colombianos. Entre ellos están Marie-France Delport, profesora de la Sorbona, Ignacio Bosque, de la Complutense de Madrid, Mario Jursich, director de la revista El Malpensante y Charles Leselbaum, uno de los prologuistas de la colección de correspondencia de Cuervo, editada por el Instituto Caro y Cuervo y que consta de 25 volúmenes.

Las cartas de un intelectual lisonjero

El periodista Enrique Santos Molano, autor de la biografía Rufino José Cuervo, un hombre al pie de las letras, quien también participaba en el coloquio, explica que si Cuervo tuvo el tiempo de realizar una obra de esa magnitud fue gracias a la fábrica de cervezas que los Cuervo habían montado en Colombia y que, luego de años en los que ellos mismos tuvieron que lavar las botellas, les permitió disponer de tiempo libre para la lectura y la escritura. Algo esencial para un hombre como Rufino José, que llegó a ser reconocido como uno de los lingüistas más destacados de América a pesar de que ni siquiera había terminado el bachillerato.

En algunas de las cartas hay también pistas sobre el papel que las visitas que don Rufino hacía a los distribuidores de su bebida en los barrios bogotanos tuvieron en su interés por la manera como se hablaba el español en Bogotá, y luego en América, en una época en la que todavía parecía imposible que las colonias que se habían independizado un siglo atrás tuvieran su propia manera de utilizar el idioma. Cuervo incluso pensaba que con el tiempo el español terminaría por dividirse y dar origen a nuevas lenguas como antes había pasado con el latín.

Las cartas, y es un punto al que vuelven con frecuencia los "cuervólogos" reunidos en París, eran también y sobre todo un instrumento de trabajo. A pesar de combinar falsa modestia, alabanzas desmesuradas a sus corresponsales, rivalidades inventadas y una cierta hipocresía, ellas le servían a Cuervo para exponer y enriquecer sus ideas a través de intercambios en cuatro idiomas con filólogos, historiadores y escritores de todo el mundo. Según Mario Jursich, "Esas cartas nos revelan cómo fue alejándose de un hispanismo fervoroso, para defender el aporte de los americanismos a la lengua española". A pesar de pertenecer, porque no podía negarse a aceptar el nombramiento, a la Academia Colombiana de la Lengua, Cuervo percibía también la inutilidad de una institución que servía (y sirve) para autorizar lo que ya a fuerza de utilización se había convertido en norma. "En cierta manera –continúa Jurisch– Cuervo libró la última guerra de independencia de América Latina y permitió escapar a un colonialismo cultural cuando el argumento de la unidad de lengua era el único que le quedaba a España".

Ese era uno de los objetivos que perseguía Cuervo cuando en 1872 comenzó a trabajar en la preparación del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana.

Los años en París

Rufino José Cuervo llegó a París por primera vez en 1878. El motivo de su viaje era explorar el mercado de proveedores de materias primas para su fábrica, pero quien para entonces ya había publicado las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano y las Notas a la Gramática de la Lengua Castellana de Andrés Bello no perdería la oportunidad de conocer en persona a algunos de quienes consideraba sus maestros, entre ellos el alemán August Pott, que había estudiado durante décadas el romaní de los gitanos. La doble anécdota sobre la entrevista cuenta que Cuervo se presentó como cervecero y que durante cuatro horas los dos filólogos conversaron en latín.

Cuando en 1882 los hermanos Cuervo regresaron a París, ya no eran cerveceros. La venta de la fábrica les había dejado el dinero para instalarse en la capital francesa. Apenas dos años después Arsène Darmenster reseñaría la aparición del primer tomo del Diccionario de Construcción declarando que el artículo dedicado a la proposición "a" era "una obra maestra del análisis". Ese primer tomo, de 922 páginas, le había tomado 14 años. El segundo, aparecido casi una década después, tendría 1.348 páginas.

Cuervo había tomado los ejemplos de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, que en su momento era la única accesible en Colombia en lo que respecta a los clásicos españoles. Examinando las ediciones conservadas en la Biblioteca Nacional de Francia, se daría cuenta de que muchas de las versiones que él había tomado por originales estaban llenas de "adaptaciones" hechas en el siglo XVIII y llegaría a cuestionarse si no sería necesario "revisar" los tomos ya publicados. La muerte de su hermano en 1896 lo obligaría a parar de trabajar y sobre todo a recluirse por completo, llevando al extremo un aislamiento en el que su vida social se limitaba a su pasión epistolar y a un par de obras de caridad y conmemoraciones. Cada vez más disminuido en su capacidad de trabajo, Cuervo, sin embargo, retomaría la obra durante los últimos años de su vida. Cuando murió, el 17 de julio de 1911, iba en la letra "E".

En la necrología publicada en el Bulletin Hispanique, Alfred Morel-Fatio lamentaba la desaparición y recordaba que "el hombre que estaba a la altura del sabio" y deseaba que la continuación de la que debía ser la más grande de sus obras "no cayera en manos indignas"

El largo año de don Rufino

Se necesitaron cincuenta y dos años y cuarenta expertos para terminar el Diccionario de Construcción, que el Instituto Caro y Cuervo concluyó en 1994 y cinco años después le valió la adjudicación del Premio Príncipe de Asturias.

El coloquio organizado en París marca el inicio de lo que Iriarte Esguerra considera debe ser la extensión del "año Rufino José Cuervo", como el Ministerio de Cultura de Colombia ha declarado el 2011.

"Ojalá pudiéramos continuar esta conmemoración hasta julio del 2012, en el 101° aniversario de su fallecimiento", dice. Evocando cuestiones como la "transitividad", crucial en su obra y que sigue vigente como eje de la investigación filológica, Iriarte Esguerra resalta la vigencia de los planteamientos del lingüista. Jursich señala además la paradoja de un hombre que en su trabajo fue un revolucionario y casi un hereje mientras "en sus convicciones personales era tan conservador que cada día de su vida fue a misa a las cinco de la mañana".

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